Conectar con los alumnos, priorizar contenidos, planificar con la
desigualdad, establecer una nueva rutina y reflexionar en comunidad son los
cinco “caminos pedagógicos” que propone Axel Rivas, director de la
Escuela de Educación de la Universidad de San Andrés, en el documento “Pedagogía de la excepción. ¿Cómo
educar en la pandemia?“, publicado por la universidad y orientado a
pensar la escuela en América Latina en tiempos de coronavirus.
Rivas menciona cinco transformaciones fundamentales que
ha sufrido la organización escolar en este contexto: no hay presencia física,
no hay horarios, se desarmó el currículum, se debilitó la motivación basada en
el deber externo, y la “normalidad” ha dejado lugar a lo imprevisible y lo
inédito.
Para este período, el autor resalta que es necesario poner en el centro
“el disfrute de aprender“. A la vez, subraya que “la educación no es
entretenimiento“, aunque pueda resultar entretenida por momentos: “La
educación es una fuerza que busca transformar a los sujetos para hacerlos
autónomos, busca crear en ellos la capacidad de leer, escribir, resolver
problemas y pensar; busca el distanciamiento crítico que permite actuar con
sentido; el control de la voluntad para ser menos sujeto a los deseos e
intereses de otros; el valor de la ética para hacer este mundo más justo”.
El incremento de las desigualdades es una de las principales
consecuencias de estos cambios impuestos por la pandemia de Covid-19. “La familizarización
de la educación es un viaje hacia la profundización de las
desigualdades. Basta saber que la ausencia de conectividad se ha convertido en
la mayor barrera de acceso a la educación en la pandemia. El nivel educativo y
económico del hogar han magnificado sus efectos sobre los estudiantes”, señala
el autor.
En este marco, Rivas invita a pensar una “pedagogía de la excepción”
que actúe sobre las inmensas desigualdades sociales: “Hay que hacer un
ejercicio nuevo de transposición didáctica pandémica. Algo nunca visto, ni
teorizado, ni imaginado”. Su propuesta se concreta en cinco “caminos
pedagógicos”.
1) Conectarse con cada estudiante y ejercer la escucha
Rivas plantea que el primer paso es conectar de forma singular con cada
alumno de cada curso y de cada escuela: “La búsqueda de los alumnos es la
búsqueda de sus rostros. Hay que intentar de diversas maneras que vean a sus
docentes“. Ese encuentro se puede dar en clases sincrónicas si los alumnos
tienen esa posibilidad tecnológica. Si no cuentan con conectividad, existen de
todos modos otras opciones: “Mandar segmentos breves de videos con saludos,
palabras de aliento, cuentos, poesías, desafíos o juegos es especialmente
recomendable”.
“Es necesario poner más en juego que nunca la contención, la
humanidad y el apoyo individual, detectando casos críticos y creando un
marco previsible de contacto y cercanía”, escribe Rivas. Y agrega que es
importante dar lugar a la voz de los alumnos en mensajes grabados, por ejemplo
notas de voz de Whatsapp: “Nuestros alumnos deben sentirse escuchados.
La pedagogía de la excepción requiere crear una nueva eficiencia humana de la
escucha”.
2) Priorizar los contenidos y habilidades más relevantes
El documento sostiene que en este tiempo cobra más valor la capacidad
de diseño didáctico del docente: “Es un momento para pensar y hacer
buenas propuestas de aprendizaje, que tengan en cuenta los saberes previos de
los estudiantes y sus condiciones actuales”. El gran desafío aquí es priorizar:
en cantidad, en calidad y en la producción de sentido. “Debemos elegir las
batallas, saber balancear aquello que más valor tiene en nuestro programa
curricular. No habrá tiempo para todo: habrá que elegir y ‘curar’ contenidos”,
afirma Rivas.
La pedagogía de la excepción requiere seleccionar los
contenidos curriculares más relevantes, así como las habilidades y destrezas
más necesarias: “Habilidades cognitivas que permitan pensar, generar
transferencia, comprender. Destrezas digitales para hacer pie en este nuevo
mundo. Habilidades de la personalidad para desarrollar la paciencia, la
empatía, la resiliencia, la solidaridad y la adaptabilidad en medio de tanto
cambio. Y, muy especialmente, las habilidades de autoaprendizaje y
metacognición, más necesarias que nunca”.
3) Reconocer las desigualdades y el rol pedagógico de la familia
“La pandemia produjo la familiarización de la educación. Se metió la
escuela adentro del hogar”, define Rivas. En consecuencia, “es tiempo de mayor
realismo didáctico: la planificación no funcionará sin entender el
contexto donde viven los alumnos“. La brecha digital parte las aguas en
este terreno. El documento recomienda “dar doble opción: para quienes pueden
explorar en internet y para quienes no. Y lograrlo sin hacer sentir a quienes
no tienen acceso que están perdiéndose el mundo por estar aislados
digitalmente”.
Es necesario reconocer el rol que está desempeñando la familia, y
explicitar qué se espera de ellos: “Ya no hay un sujeto de aprendizaje
único, sino que convivimos con la duplicidad: el alumno y su hogar. La
pedagogía de la excepción propone escribirles/hablarles a las familias de
manera directa, intencional, explícita. Se sugiere crear una doble
intencionalidad pedagógica, un doble registro. Por un lado, la actividad que se
propone al alumno, en cualquiera de sus formatos posibles. Por el otro, las
indicaciones para las familias que lo acompañan”. Rivas sugiere también
contemplar y favorecer el trabajo entre pares.
4) Recrear rutinas y dar retroalimentación
El documento plantea que uno de los desafíos más complejos es el
de recrear cierta rutina o “frontera” escolar. En este punto Rivas
recomienda proponer a los alumnos que lean un par de páginas por día para no
perder el hábito de la lectura, incluir en cada proyecto ciertas secuencias
curriculares de repetición y consolidación, hacer rutinas de síntesis semanal
de aprendizajes, crear un diario de lo aprendido o de las reflexiones sobre lo
aprendido, entre otras opciones. Y destaca la importancia de la evaluación
formativa y la retroalimentación.
“La evaluación formativa puede completarse con un modelo de portafolio,
donde los alumnos vayan depositando/mandando sus trabajos y sus
proyectos. El resultado final ya no podrá ser una nota ni una vara que
se basa en una ficción de igualdad y en una serie de parámetros
curriculares que ya no están ahí. Parece más adecuado a este contexto elaborar
un informe cualitativo individual de devolución al alumno para que sienta que
valió la pena el esfuerzo, para situar qué aprendió, cuáles fueron sus
fortalezas y debilidades, creando un panorama general que permita retomar su
trayecto el año próximo”, sugiere el texto.
5) Crear comunidad para reflexionar en equipo
Rivas destaca la importancia de sostener la dimensión comunitaria del
trabajo educativo: “Hablar con los colegas, pensar juntos, descargar los
pesos de la incertidumbre y los dolores sociales y personales que
vivimos en este tiempo desalmado”. Y continúa: “Planificar juntos no es fácil
pero hay que intentar aunar ideas y en lo posible trabajar por proyectos.
Aprovechar la reducción curricular para amplificar las dosis de
interdisciplina. Armar buenas preguntas y poner a los chicos a investigar,
conectar temas, hacer propuestas frondosas que se recorren en varios días, no
actividades sueltas que se evaporan”.
A modo de cierre, el documento explicita una pregunta que sobrevuela en
los debates educativos de estas semanas: ¿qué de todo esto debería
quedar en las escuelas cuando la pandemia se termine? Y aventura una
respuesta: “La escuela tiene secretos bien guardados que se anclan en las
maneras de estructurar el conocimiento y desplegarlo masivamente. No está
muerta ni sus dispositivos son insensatos. No hay que caer en las tentaciones
de la innovación sin saber qué riesgos hay en juego. En todo caso, este viaje
hacia la pedagogía de la excepción permitirá pensarlo todo. Saldremos más
reflexivos y podremos, ojalá pronto, balancear qué funciona realmente del viejo
orden y qué podremos cambiar que valga la pena”.
Por Alfredo Dillon
Fuente
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