Hay un conflicto
que los niños ven: «Los adultos los quieren mucho, pero los escuchan nada»,
señala el psicopedagogo Francesco Tonucci (Fano, Italia, 1940), al que une una
cálida amistad con Pontevedra. Un aprendizaje en un entorno seguro, abierto a
la vida, es uno de los retos que mueven al autor de la Ciudad de los Niños,
iniciativa que dio sus primeros pasos en el 91 en la ciudad natal del maestro.
Durante una semana, ese año las calles de Fano se cerraron al tráfico para que
los niños pudiesen ejercer uno de sus derechos, jugar, y los pequeños
participaron en un pleno para presentar sus propuestas de mejora para la
ciudad. «Conozco muy bien Pontevedra. Pontevedra y yo nos queremos mucho»,
confiesa Tonucci. Los dos son amigos de los niños y él ve en ella el espejo del
futuro deseable para otras ciudades de España y Europa. Si el entorno es
seguro, los niños pueden ir solos al colegio, como en Pontevedra: «Los niños
deben aprender a moverse solos, porque tendrán que hacerlo en la vida».
-¿Por dónde pasa el
futuro, el de la escuela, el de nuestros niños?
-¡Hombre! Una
pregunta pequeña, pequeña... jajaja. Nadie lo sabe. Pero, efectivamente, la
pregunta es legítima e interesante porque podíamos aprovechar la prueba de la
crisis para pensar algo que pueda ser mejor para mañana. Yo en eso estoy... Lo
que más me impresionó cuando empezó todo esto fueron dos aspectos: uno, que
rápidamente todo el mundo se dio cuenta de que había dos grupos que iban a
sufrir mucho esta pandemia. Nosotros, los viejos, que nos morimos... Y los
niños.
-¿Las necesidades
de los niños se han desatendido?
-Para los niños se
entendía que era una experiencia difícil de comprender y difícil de aceptar,
romper las relaciones, vivir de un día para otro dentro de un espacio reducido.
De los ancianos nos ocupamos solo para enterrarlos, y de los niños se empezó a
hablar mucho, pero con una actitud muy particular, pidiendo a los psicólogos
consejos para los padres y a los pedagogos consejos para los maestros. Pero
nadie preguntó a los niños sobre lo que estaban viviendo y pensando. Con lo
cual lo primero que hemos hecho, que yo he hecho, es enviar un mensaje a las
ciudades de nuestra Red Internacional de la Ciudad de las Niñas y de los Niños
para que convocaran virtualmente de urgencia los consejos de los niños y
pedirles sus opiniones. Para saber qué están sintiendo ellos y qué proponen. Lo
primero que noté fue que todos se movieron con rapidez, y de aquí salen
indicaciones interesantes... Otra cosa que me impactó en esta crisis es que la
vida de todo el mundo cambió radicalmente, hasta el hecho de pararse el
tráfico. El virus consiguió pararlo todo en dos días. Hasta el trabajo, otro
gran dominador de nuestra vida. Y en cambio el lema de la escuela fue «La
escuela no para», la escuela no para aunque esté cerrada. La escuela siguió
igual que antes dando clase y poniendo deberes, solo que a distancia. La vida
de los niños como escolares casi no cambió.
-¿Qué ideas
salieron de esos consejos de los niños estos días?
-Desde Italia,
España, Argentina y Chile, Perú y otros países que respondieron, una de las
conclusiones interesantes que se sacan es que a casi todos los niños les faltan
los amigos. A los niños no les falta la escuela, les faltan los amigos. Hoy en
día para muchos niños la escuela es casi el único lugar donde se encuentran con
otros niños. Antes, en mi generación y la de mis hijos (que tienen más de 50),
la vida se repartía en tres partes: la casa, la escuela y la calle. Eran tres
experiencias radicalmente distintas que dialogaban entre ellas. Hoy, hasta
ahora, los únicos lugares de vida para los niños son la casa y la escuela, y
especialmente la escuela, escuela que son escuelas: porque al colegio oficial
se añaden otras donde los niños van a las actividades de la tarde. A mí me
habría gustado que las plataformas online se hubieran usado no
para dar clases, o no solo, sino sobre todo para favorecer el intercambio entre
pares, entre alumnos. Los niños se llaman unos a otros, pero es una
comunicación electiva y selectiva. La plataforma puede ser un instrumento
precioso, porque puede conectarlos a todos.
-Hay niños que se
sienten mejor ahora en casa, en familia...
-Los niños casi
siempre están contentos al pasar más tiempo con sus padres. En muchos casos los
niños casi ni conocían a sus padres, pasaban poco tiempo con ellos. A los niños
les gusta, en general, estar tiempo con los padres y hacer cosas con ellos. Es
otra de las conclusiones de los consejos que estamos haciendo, y la tercera
evidencia es que los niños están hartos de deberes. ¡Esto sale en todos los
países! Y en general cansados de seguir las clases en una pantalla.
-¿Los deberes son
una necesidad de los alumnos o más de los padres?
-Son una necesidad
de la escuela. Si no fueran una necesidad de la escuela, no entendería por qué
los pone...
-Pero hay padres
muy defensores de los deberes, de esa rutina.
-Sí, sí, pero
cuando la escuela me dice que los deberes los piden los padres, siempre
contesto: ¿Y si los padres te piden que no des Matemáticas no las das? ¿Cómo
entran los padres en lo que tiene que hacer la escuela? Esto es una
responsabilidad de la escuela. Y los deberes son una tontería pedagógica. ¿Por
qué la escuela no aprovecha esta situación nueva para hacer cosas nuevas? Para
tender, por ejemplo, una mano a los padres y recuperar esa relación que es hoy
en día un conflicto absurdo, y que pagan los niños. Pedir ayuda a los padres es
decirles: «En lugar de los deberes tradicionales cambiemos, pongamos de tareas
que hagan cosas con vosotros, pero nada que os exija tiempo, sino eso que
tenéis que hacer en casa...
«Las tareas
domésticas pueden ser los mejores deberes»
-¿Tareas
domésticas?
-Exactamente. Lo
tenéis que hacer los padres, ¿no?, ahora que todos debemos estar en casa,
hacedlo con los hijos. Lavar la ropa, ponerla a secar, hacer las camas... Otro
gran capítulo es la cocina. Esta es una oportunidad para que los niños aprendan
a cocinar. Tenemos fotos en móviles y en cajones, podemos recuperar las fotos
de nuestro hijo o nuestra hija desde que nació, y contamos juntos una historia,
su historia, a través de las fotos. Hay muchas cosas que hacer, como leer una
novela en familia. Todas las tardes se le puede dedicar media hora, uno lee y
los demás escuchan; es un momento intenso a nivel afectivo y la mejor manera
para aprender a leer: una lectura bien hecha es la forma para entrar en el
mundo mágico de los libros. También aconsejo a los niños tener un cuaderno, que
puede ser un diario secreto, donde cuentan esta experiencia, única, que están
viviendo. Sería una pena que se perdiese, y los niños tienen facilidad para
olvidarse de todo. Tener su testimonio sería precioso, poder releerlo mañana o
pasado mañana. Estas podrían ser las nuevas tareas, los nuevos deberes, y sobre
eso, sobre la experiencia de coser un botón o de hacer una receta de pasta en
casa, la escuela empezaría a trabajar. La escuela encuentra la matemática de la
pasta, porque en la pasta hay pesos, cantidades, tiempos, calor... muchas cosas
que merecen una reflexión de tipo escolar.
-¿La educación
necesita un gran cambio desde antes de la pandemia?
-La referencia
desde mi punto de vista debe ser el artículo 29 de la convención de los
derechos de la infancia, que dice que el objetivo de la educación debe ser el
desarrollo de la personalidad y de las aptitudes de los niños hasta el máximo
nivel posible. Esto debería ser la escuela, y esto debería ser la educación
familiar: ayudar a cada niño a buscar sus aptitudes, sus capacidades y
ofrecerles los instrumentos para desarrollarlas hasta el máximo nivel posible.
Los niños deberían llevar su mundo a la escuela y la escuela ayudarles a
interpretarlo para buscar lo que García Márquez llamaba su «juguete preferido»,
que es su vocación principal. Como resultado de esta pandemia, espero que el
mundo de los niños pueda abrirse de nuevo. La gente se ha quejado de que con el
covid los niños no podían salir, pero los niños ya no podían salir antes.
-¿Cómo dibuja la
escuela de mañana?
-Hay que compartir
la experiencia educativa a otras entidades, a las entidades sociales de la
ciudad. Romper el concepto de clase por otro más dúctil, y empezar a reservar
espacios próximos a la escuela para la escuela. Que un grupo de alumnos, sean 8
o 25, se queden sentados en un aula cinco o seis horas es un absurdo, y un
absurdo además incompatible con las necesidades higiénicas del momento. Se
pueden hacer varios cambios. Uno, que los niños vayan solos al colegio, eso
reduciría mucho el volumen del tránsito. Para ello el entorno debe ser
seguro... Pero lo más importante es que los niños sean protagonistas de las
decisiones que les afectan, que sean llamados a participar en las decisiones, y
ahora se está haciendo justo lo contrario.
Fuente
Por MARTINA MISER
ANA ABELENDA
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