Estamos atravesando un acontecimiento en el marco de un cambio de época. Un acontecimiento no es una palabra cualquiera, tiene una larga tradición en la filosofía política. En este caso, sigo la perspectiva de Maurizio Lazzaratto quien afirma que un acontecimiento muestra lo que la vida tiene de insoportable, a la vez que abre a la creación de nuevas condiciones de existencia.
Trabajando con
docentes en la Ciudad de Buenos Aires uno puede ver que hay mucha tristeza y
agotamiento, cierta frustración con tonalidades emotivas muy presentes; hay
mucho extrañamiento de los encuentros presenciales de los docentes, también una
cierta incertidumbre mas allá de los meses transcurridos y del aprendizaje
amasado en este tiempo. Es frecuente sentir que no estamos desplegando los
mejores recursos, pero a la vez es posible ver en la escuela una potencia
comunitaria muy marcada.
En esa potencia se
inscribe, por ejemplo, toda la resignificación de las figuras de los
preceptores y preceptoras como figuras de enlace, cuidando los vínculos
escolares, que siempre fue importante y hoy más. Nuevamente: esta potencia de
la escuela habilita la capacidad de democratizar, de plantear un plano ético
entre los docentes, de abrirnos a la pregunta que nos conduce en las escuelas:
¿Cómo vamos a vivir juntos? Hoy esta pregunta está muy marcada y se hace
visible en diversas experiencias. De ir a la búsqueda de los chicos y las
chicas, de una insistencia de sus docentes, de los equipos de conducción, por
conectar y seguir asegurando el derecho a la educación. En definitiva, la
conciencia de que la escuela es un espacio de ocupación y, a la vez, de
construcción.
Tomemos lo que
ocurre en las escuelas en relación al acceso a los bienes tecnológicos: es
absolutamente frustrante para los docentes. Sabemos todos los que trabajamos en
educación que buena parte de la población cuenta con 1 celular compartido entre
todos los miembros de su familia (4 o 5). Los docentes hablan de cierta vida
nocturna de la escuela, porque a veces es por la noche cuando los chicos pueden
entregar sus tareas, es cuando les toca el turno con el celular. Es muy arduo
para las y los estudiantes y también para sus docentes porque desorganiza las
rutinas establecidas para los espacios de trabajo. Lamentablemente los medios
masivos de comunicación, si bien considero que hay muy buenas producciones
educativas en radio y en televisión, creo que no han logrado tener niveles de
popularidad. Una pena, tal vez tengamos una vía para seguir explotando hasta
que construyamos una sociedad más justa en términos de acceso a los bienes
culturales. En este sentido, una de las mejores noticias en lo que va de este
año tan incierto es el decreto presidencial que declara servicios públicos
a la telefonía celular, a los servicios de internet y a la televisión paga y
congela las tarifas de estos servicios hasta el 31 de diciembre.
Tenemos una
oportunidad histórica de interpelar profundamente a una gramática escolar que
viene evidenciando sus límites hace un tiempo. Insisto, estamos
transitando un acontecimiento en el marco de un cambio de época. El cambio de
época, por supuesto, precede este acontecimiento y muchos de nosotros tenemos
en mente otro tipo de escuela. A mi me parece que tenemos una oportunidad
histórica. ¿Cómo se aprovecha? Animándonos a interrogar las representaciones
que integran la subjetividad pedagógica más tradicional. Veo dos procesos en
simultáneo. Por un lado: frustración, desconcierto. Y por otro, un interés por
salir al encuentro y la certeza de aprendizajes nuevos, conquistados muy
velozmente.
La escuela
secundaria, en particular, no tiene muchas tareas más interesantes que la
capacidad de interrogar el mundo que compartimos con los chicos y chicas. Y ese
mundo no se interroga en el aire ni en los estantes de una biblioteca; se
interroga pisando un territorio determinado que es el de la escuela. Si no
sirve para eso, para ponerle nombres a los procesos que vivimos, estamos
desperdiciando la ocasión de construir sentido con los nuevos, como diría
Hannah Arendt, con los que van llegando. Ahora, ¿cómo se hace? Soltando
amarras; o sea, ya no ceñirnos a que somos sólo profesores y profesoras de una
materia y que debemos enseñar los contenidos que nos competen por nuestra
asignatura. Tenemos que pensarnos, como mínimo, como un área de conocimiento
junto con nuestros colegas, transitar esa herida narcisista muy propia de la
subjetividad pedagógica de creer que tenemos que enseñar determinados
contenidos, a través de las secuencias habituales. Y también interrogar la
creencia de que sólo nosotros podemos evaluar. Es momento de poner en valor lo
que hemos aprendido y también de abandonar lo que ya no nos sirve en esta
situación. Y que no nos viene sirviendo hace rato.
Tenemos que asumir
un posicionamiento ético, político, pedagógico. Eso supone ponerle nombre a lo
que ocurre en la sociedad que vivimos. Fomentar, pertenecer, alimentar espacios
colectivos de pensamiento. ¿Cómo lo llevamos adelante? Los docentes
efectuamos el derecho a la educación de los chicos y las chicas. ¿Qué quiere
decir eso? ¿Cuáles son los recursos de los que disponemos en este lugar en el
que estamos parados? ¿De qué se trata? ¿Por dónde transcurren las relaciones
pedagógicas? ¿A través del WhatsApp? ¿Durante la entrega de alimentos?
¿Generamos algún tipo de red y encuentro, garantizando la distancia para no
enfermarnos? Esto no tiene respuesta de antemano. El lugar en el que enseñamos,
en la actualidad, puede marcar diferencias significativas.
Pensar la escuela
como territorio puede desestabilizar a las y los colegas. Porque la potencia de
ese territorio es indeterminada no puede conocerse de antemano. Del mismo modo
que no puede anticiparse una vida antes de vivirla. El mayor obstáculo que
vengo advirtiendo es cuando nos anclamos en la reproducción de lo conocido, cuando
tratamos de seguir haciendo escuela de una manera mas parecida a la escuela
edificio (como contraposición a la escuela territorio). Ahí nos frustramos, nos
desgastamos y terminando comprobando la imposibilidad de esa reproducción.
Cuando no podemos reproducir hay que crear.
Los docentes somos
trabajadores de la cultura y capaces de pensar y nombrar la situación en la que
enseñamos. Y agentes del estado. Cada uno, cada una verá cómo lidiar con la
tensión que le genera esa afirmación, ya sea que nos desempeñemos en la gestión
pública o gestión privada. Ser agentes del Estado supone tomar decisiones, no
ser una mera correa de transmisión inmediata de la macro política a la
construcción situacional. En el medio, la normativa actual nos brinda
muchísimos aspectos para enmarcar las decisiones más creativas en términos de
enseñanza. Pero argumentar y asumir decisiones suele generar temor. Esos
resquicios existen y hay muchas escuelas que lo hacen.
Educar es un acto
político. Siempre. Por decisión o por omisión. Coincido en que la inercia del
sistema no ayuda, no favorece la innovación. Spinoza dixit lo que
existe persevera en su ser. Lo que uno debería esperar es que la inercia
sea la condición del movimiento. Para cancelar la inercia habría que
contraponerle una fuerza mayor. Esta coyuntura es propicia en este sentido, las
fuerzas del mundo tuercen las rutinas más naturalizadas. Y es un buen momento
para recordar que lo administrativo nunca puede estar más ponderado que lo
pedagógico en una escuela. Lo administrativo es un recurso de organización de
lo pedagógico y no al revés. Y muchas veces, se invierten las
prioridades.
Esta situación
puede ser una oportunidad. Ojalá estemos a la altura de restablecer las
relaciones en la escuela. Ojalá no nos olvidemos rápido. Ahí habrá que poner en
valor esta experiencia y tratar de que quede en la memoria como un aprendizaje
colectivo. Ojalá la vuelta a la normalidad no nos haga olvidar la certeza de
que nos necesitamos. No nos haga olvidar que el miedo en la escuela tiene
efectos nocivos. El miedo es lo que tiñe el lazo social en su conjunto y que,
en mi criterio, lo deberíamos asociar directamente a un modo de vida con
principios neoliberales donde el otro aparece como competencia, una amenaza, y
no como un socio potencial. Si sumamos ese clima de competencia e
individualismo creciente que vemos desde el último tercio del siglo XX en
adelante; y si a eso le acoplamos la industria del juicio, y la difusión ubicua
de las cámaras, y la seguridad, se arma un cóctel que puso a la escuela en un
lugar muy complejo. Las familias se posicionan frente a la institución en una
defensa de sus hijos, que no siempre es la mejor manera de ayudarlos a crecer.
Lo que ocurre es
esta idea de prevención ante el otro como un enemigo. Un cuidado pervertido. El
cuidado es indispensable en cualquier relación pedagógica. Pero el cuidado se
pervierte en términos de seguridad, de securitización.
La pandemia nos
dejó solos. Con los cuerpos de los demás lejos. Esos cuerpos lejanos se
volvieron tan necesarios. Tengo experiencias con escuelas que salieron a buscar
a sus estudiantes como no lo hacían hacía mucho tiempo. Como no sé si lo habían
hecho alguna vez. Entonces, en esta línea de las paradojas, de que en el
proceso de securitización y de judicialización, el cuerpo del otro es vivido en
términos de amenaza. El ASPO y esta reclusión domiciliaria nos hizo ver una
realidad evidente: que poco podemos sin los demás. Que nada podemos, diría.
Espero que esto nos ayude para no pensar el modo de vida en términos de
patrones de consumo, ideas de éxito, acumulación obscena. Se trata de poder
empezar a construir una buena vida. En una buena vida, sí o sí hay un otro
detrás, sin que esto niegue el conflicto que es inherente a toda relación
humana. Una cosa es la necesidad de transcurrir conflictos y otra cosa es
pensar que todos los que están ahí están para perjudicarme.
Por Marcela Martinez
Fuente
http://www.revistaaji.com/lo-que-estamos-aprendiendo-las-y-los-docentes/?fbclid=IwAR0AmwbhANLWc0WRowSt-Aqr113VyRiFcXfk8swO1suJHalh9h5Ya1qJQFQ
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