- La
pandemia continúa su explosiva contabilidad en México cuando escribo estas
líneas, en el amanecer del primer domingo de julio. El ciclo escolar
concluyó. Es tiempo de descanso para maestros y estudiantes. Autoridades
educativas y expertos pronostican una sangría considerable de alumnos que
abandonará el tercer sistema educativo más grande de América. Un millón,
más o menos, son expulsados de las aulas cada año entre secundaria y
bachillerato. La cifra podría incrementarse notablemente ante la pérdida
de empleos y la exigencia de cubrir necesidades elementales en las
familias.
El inicio del próximo año lectivo se estima para finales de agosto en
enseñanza básica y bachillerato; en las universidades, un mes más tarde. En
marzo se decretó la suspensión oficial de clases presenciales y cien días
después la pandemia es indomable para gobiernos zigzagueantes. Jalisco, uno de
los 32 estados de la República, ya anunció que volverán hasta el 2021. Tampoco
hay certidumbre, pues, en cuándo regresaremos.
¿Aprendimos de la contingencia que llevó las clases y tareas a las
hogares de más de 35 millones de estudiantes y 2 millones de docentes?
¿Aprendieron los sistemas escolares nacional y estatales?
Las enseñanzas
Durante los meses del programa nacional Aprende en casa se
hizo patente que la escuela es el corazón del sistema educativo actual, y una
de pieza definitiva en la estructuración de la vida social. Que su valía y
presencia no se limita a las cuatro, seis u ocho horas de clase que duran las
jornadas en los distintos niveles, sino que ordena la vida familiar, social,
laboral y económica, en buena medida. Si el sistema educativo es tan
importante, como el aporte de sus maestros, ¿habrá correspondencia en las
políticas y presupuestos?
Las encuestas oficiales que miden equipamiento y acceso a las
tecnologías dibujaban una radiografía de inequidades descomunales entre
regiones del país, entre estados, municipios, ciudades y colonias. México es
muchos Méxicos, se repite. La estrategia Aprende en casa, basada en
los libros de texto gratuitos y las plataformas de Google y YouTube, reconfirmó
que las diferencias eran reales y no solo datos estadísticos. Puso un espejo
ante los ojos de los gobernantes y les impone el diseño de políticas para
concretar el derecho a la información y reducir inequidades.
Frente a las exigencias de instrumentar una enseñanza remota, apoyada en
el uso de las distintas herramientas de moda, se desafió la capacidad,
imaginación y paciencia de los maestros. El saldo habrá sido heterogéneo, a
juzgar por las evidencias conocidas, con efectos no solo en ellos, sino en las
posibilidades de aprendizaje alcanzado por los estudiantes. Es verdad que el
país había invertido en tecnologías y equipos, pero se confirmó el fracaso y la
lección es que no pueden replicarse tantos yerros en un campo que transformará
el paisaje escolar en el futuro inmediato.
Mejor librados salen los maestros, sin generalizaciones, en la
organización colegiada. La contingencia pedagógica apelaba a los acuerdos, a
planear y ejecutar juntos, a reunirse para seguimientos y ajustes. La
proliferación de seminarios web, reuniones y grupos de WhatsApp induce a creer
que ante la falta de certidumbre, la colegialidad disminuyó angustias. Habrá
que afinar aspectos cruciales: contenidos relevantes, actividades
significativas, creación de materiales, buenas prácticas y mecanismos eficaces
de evaluación, entre otros.
La clase tradicional, basada en la palabra del maestro, no se infectó de
coronavirus, ni se jubilará de las aulas, pero quedó seriamente lastimada en su
credibilidad y eficacia. La organización didáctica del salón podría ser una de
las primeras beneficiarias en el retorno, por la demografía pospandemia y por
las ventajas que también habrán descubierto los profesores de una más óptima
dosificación de tiempos.
Con el peso de la responsabilidad depositado en los hogares,
especialmente en las madres de los niños, se abrió una asociación insospechada
entre la escuela y la familia que, con frecuencia, se miraban de reojo. La
contingencia puso en claro que la familia puede ser un actor pedagógico que
potencie el esfuerzo cotidiano de los maestros, y que los tres, alumnos,
paterfamilias y maestros ganarán si construyen una relación fincada en
confianza y solidaridad.
Una última lección que debió aprender el sistema educativo es que la
televisión y la radio, por su amplitud y penetración, pueden ser agentes con un
mensaje pedagógico permanente, y no solo con programación emergente en
circunstancias extraordinarias. Radio y televisión deben ser, con las
regulaciones correspondientes, parte del nuevo sistema educativo.
Las materias
suspendidas
La pandemia y Aprende en casa también dejaron en
suspenso varias materias: la creencia casi mítica en que, en la modalidad
remota, basta con la tecnología para resolver los problemas pedagógicos, visión
que conduce a lo que algunos definen como embrutecimiento tecnológico; el
problema es centralmente pedagógico, luego aparecen los medios disponibles y
condiciones para cumplir los fines.
Exhibida quedó también la tentación del control burocrático de distintas
formas, reconocidas por las propias autoridades. Frente a la incertidumbre y
desconfianza, se optó por el tráfico de evidencias de abajo arriba: de los
teléfonos de los maestros a los directores, y estos a sus supervisores, luego a
las autoridades; por otro lado, los reportes y grupos de WhatsApp en muchos
casos cumplieron tal cometido.
A la carencia en equipamiento tecnológico en hogares de alumnos y
maestros debemos sumar la necesidad de reformular el proyecto de los libros de
texto gratuito, diseñados para trabajar con el maestro al lado, no como
materiales de autoestudio, matiz que ahora deberá introducirse en sus
rediseños.
En casa hubo disposición, sobrecarga de trabajo especialmente en las
mujeres, que se magnifica por las señaladas precariedades tecnológicas y porque
en muchos casos había obstáculos para apoyar, por padres o madres que no
cursaron estudios más allá de la enseñanza secundaria.
Tres aspectos merecen tratamiento aparte pero no hay espacio ahora: la
bulimia de tareas en que derivó, en muchos casos, el programa Aprende
en casa; el descuido o falta de claridad sobre las necesidades
socioemocionales de todos los implicados (madres, maestros, niños) y la
negación sempiterna de la voz a los protagonistas en el diseño del programa que
llevó la enseñanza y el aprendizaje a los hogares.
Son muchas las enseñanzas y las asignaturas pendientes que deja la
pandemia, pero poco el tiempo para procesarlas y convertirlas en decisiones,
políticas y programas. Con indicios de que se trabajará en esa dirección ya
podría ser alentador el retorno gradual a las aulas en otoño.
Juan
Carlos Yáñez
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