Amaia Arroyo
Sagasta, maestra de Educación Especial y doctora en Comunicación y Educación en
Entornos Virtuales, reflexiona sobre el cambio radical y forzado que ha
supuesto la crisis del COVID-19 en el sistema educativo y ofrece algunos
consejos para ayudar al profesorado a adaptarse a la formación online.
“¿Dónde estás que
no estás compartiendo recursos de todo lo que supuestamente sabes sobre la
integración de herramientas digitales en los procesos de enseñanza-aprendizaje?
¿Dónde está tu aportación, ahora que tanto se necesita? Pensaba que harías lo
correcto y serías solidaria con los docentes”. Eso es lo que mi conciencia
pedagógica me dice una y otra vez estos días de confinamiento, repitiéndolo
como un mantra.
Resulta que hemos
pasado de la resistencia y el rechazo general al uso de las tecnologías
digitales en la educación a una educación ‘online’ forzosa para todo el
sistema: desde Infantil hasta la etapa universitaria. Esta situación ha
supuesto una avalancha de solidaridad docente online: en las redes sociales,
cada miembro está aportando su granito de arena y el todo es enorme. Quizá
demasiado… Videotutoriales, decálogos de decálogos, herramientas y más
herramientas, artículos de personas defendiendo: “¿ves? ya lo decía yo”…
Cambio radical
Este cambio de
modalidad es realmente abrumador. Lo es para las profesionales que ya estábamos
familiarizadas con la tecnología educativa, así que no quiero pensar qué está
suponiendo para el colectivo resistente. Sin embargo, desde mi punto de vista,
el llamamiento no debería ir en clave tecnológica puramente instrumental. Y es
que, en este momento tsunami de docencia online, estoy totalmente de acuerdo
con Fernando
Trujillo: debemos retomar el sentido común
pedagógico y centrar nuestros esfuerzos en el cuidado. ¿De quién? Rosa Ortega, a partir de un tuit del mismo
autor, plantea
preguntas interesantes sobre el estado emocional del alumnado y las
familias, los recursos de los que disponen según la situación socio-económica
de las familias… Todas cuestiones indispensables, por supuesto, que están
explicitando posibles medidas de cara a la vuelta a las clases, tales como el aprobado general y la
promoción automática de curso.
Asimismo, subraya
la necesidad de pensar en el profesorado: ¿cómo nos estamos coordinando?
¿Disponemos de los recursos necesarios? ¿Cómo nos sentimos y cómo afrontamos
todo esto? Las preguntas relacionadas con nuestro cuidado también deberían ser
vitales, porque somos el pilar que mantiene el sistema (online) este momento.
Otra pregunta interesante es sobre cuál es o debería ser nuestra prioridad como
docente online, en este momento.
Linda Castañeda explica claramente que, después
de una fase de supervivencia (instrumental, subrayaría), es momento de que emerjan
asuntos más relacionados con el aprendizaje de nuestro alumnado. Esto, traducido al quehacer
docente, nos sitúa ante una coyuntura que no priorice largas listas de tareas,
sino las competencias de nuestro alumnado para afrontar el aprendizaje y la
motivación para que este emerja, sea cual sea la situación.
Algunas recomendaciones
Sin dejar todo eso
de lado, desde la humildad, me gustaría lanzar un mensaje de apoyo a toda la
comunidad docente. Traduzco ese apoyo en pequeños consejos que espero sean
útiles:
1. Prioricemos: aunque tengamos la
presión de los contenidos, no podemos caer en la banalidad. En este momento,
nuestro alumnado, el bienestar común, la conciencia de solidaridad… son
elementos que van a alimentar el aprendizaje. Más que muchos de los contenidos
propuestos en el currículum.
2. Actuemos en equipo: aunque no depende
solo de nosotras, es importante la unión. Los estudiantes no necesitan una
larga lista de tareas, sino directrices para aprender de esta situación.
3. Conquistemos los entornos virtuales:
quizá nunca nos haya ‘tocado’ ejercer como docente online; pero, simplemente,
deberíamos entenderlo como un espacio más al servicio de nuestras decisiones
pedagógicas, sin perdernos en el cacharreo.
4. Compensemos: sabemos que no todos
tienen acceso a la red o los dispositivos. Hablemos con nuestro centro para
poder ofrecer alternativas viables.
5. Respiremos: esta situación es
complicada (y compleja). Estamos dando todo lo que podemos, pero no podemos
morir en el intento.
Como docente, siento mi responsabilidad en este
momento y la asumo; pero no soy solo docente; soy hija, hermana, pareja, madre…
persona. No deberíamos olvidarnos de nosotras mismas. Deberíamos cuidarnos;
porque, si no, tampoco podremos ser docentes… Nuestro alumnado y el #claustrovirtual nos
necesita, sin ninguna duda; pero nuestros seres queridos también. No los
olvidemos en estos momentos tan duros para todas. Que no se me malinterprete:
sigo defendiendo que debemos estar al pie del cañón; solo intento que el mundo
entienda que el profesorado es también persona.
Por
EDUCACIÓN 3.0
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