- El
reto más trascendente no es concluir el ciclo escolar o agotar los
programas de clases. Es más profundo: aprendamos de las circunstancias,
trabajemos juntos, aprovechamos los recursos y valoremos el privilegio de
la vida.
Cuando preparo las notas para esta colaboración leo que los rectores de
las universidades públicas y privadas de México decidieron que el actual ciclo
escolar no volverá a las aulas. Acordaron también que cada institución decidirá
estrategias para la conclusión y evaluar a los estudiantes, atendiendo a las
condiciones diversas en sus posibilidades de acceso a tecnologías y equipos;
heterogéneas en un país enorme y asimétrico, con más de la mitad de la
población en pobreza y miseria. Recientemente, el gobernador del Estado de
Jalisco, uno de las más importantes por demografía, economía y política,
decretó el fin del año escolar presencial.
Decirle adiós a las aulas es un acto responsable. Las escuelas son
espacios donde explotan las ideas, la inspiración, donde se desarrollan los
lenguajes, el pensamiento y la belleza, pero también son focos inigualables de
infección en situaciones como las que ahora sufre el mundo.
Decirle adiós a las aulas es un gesto aplaudible cuando todavía siguen
creciendo los infectados y las muertes se acumulan dramáticamente. Pero tenemos
que seguir aprendiendo. Los maestros debemos procurar las estrategias,
contenidos y actividades relevantes (subrayo, relevantes) para que los
estudiantes consigan aprendizajes. Pero solos no pueden; el trabajo docente es
siempre en equipo, hoy está más claro que nunca.
Los retos son colosales: México perdió décadas con experimentos fallidos
en distintos gobiernos federales. La inversión millonaria tendría que haberse
reflejado en mejores resultados. Si así hubiera sido, la pandemia nos habría
tomado un poco menos desprovistos. Pero no hay tiempo para lamentos ni
reproches, no ahora; solo nos queda intentar un esfuerzo inusitado para que los
niños y jóvenes individualmente, y las instituciones y sistemas educativos
aprendamos de la contingencia. La oportunidad de aprendizajes es
extraordinaria.
Es posible educar en cuarentena, nos contaban en un seminario web hace
algunas semanas dos expertos: Mariano Narodowski desde Argentina, y Mariano
Fernández Enguita, desde España.
Un peligro que nos acecha es tratar de trasladar la rutina del aula a la
casa. La casa no es el aula, y la experiencia del aprendizaje en casa no puede
equipararse a la rutina de la escolarización. Educar en contingencia sanitaria
es un desafío pedagógico inédito.
El primero de los retos que tenemos enfrente es el del acceso al mundo
digital. El baile de cifras respecto al equipamiento tecnológico revela las
disparidades entre niños, familias y escuelas. Si no todos tienen acceso a
computadoras e internet, ¿cómo circularán las tareas, los contenidos, los
programas de la casa de las maestras y maestros a la de los niños? Pero también
entre los maestros hay desiguales accesos y usos.
Entonces se vuelven importantes dos tecnologías que en México se habían
olvidado de la buena educación, en general; la radio y la televisión.
Televisión y radio pueden jugar un papel crucial, que no sustituirá al mundo
dominante de las otras tecnologías, pero podría ser un puente para que unos
niños no se queden varados en la otra orilla.
El gran reto, para mí el más importante, es pedagógico. El proyecto
educativo. La Secretaría de Educación Pública lanzó una estrategia nacional de
educación a distancia sin probarse previamente, montada sobre dos gigantes del
mundo tecnológico: Google y YouTube. ¡Quién diría que serían los vehículos
sobre los que oficialmente se acercaría la instrucción a los niños mexicanos
que tengan esa posibilidad!
Seguramente la experiencia tendrá buenos resultados en algunas escuelas;
en otras, menos buenos, y en algunas, inevitablemente, malos o desastrosos.
Dependerá de distintos factores. A la tecnología y al proyecto debemos sumar
dos ingredientes: la actitud y preparación de los maestros, así como la
voluntad y posibilidades en el hogar.
La pandemia es campo para aprendizajes de otra naturaleza, esos que
llamaríamos “para la vida”, que es así como tendría que ser toda la educación.
Porque la educación siempre tendría que prepararnos para la vida, porque las
matemáticas, la historia, la literatura, la educación física o las ciencias
tienen ese sentido final.
Cambio de tema para soñar un poco.
Quisiera pensar que cuando pase la cuarentena el campo pedagógico no
quedará como las playas después del tsunami; o las casas, luego del terremoto.
Quiero imaginar que la pandemia desafió lo mejor de las maestras y
maestros; que no lo vieron como más trabajo, sino como oportunidad para
aprender enseñando, y mientras enseñaban, dándose cuenta de su ignorancia,
trataron de remediarla.
Deseo que las maestras y maestros que habían perdido la ilusión que los
llevó a una escuela por primera vez, la recuperen ante la necesidad de lograr
que sus estudiantes, lejos, en otro lugar, sin muchos recursos, puedan aprender
de forma significativa.
Me gustaría que los maestros en la secundaria o el bachillerato
descubrieran que estudiar biología, química o ciencias puede despertar más
interés ahora, para entender el funcionamiento del cuerpo humano, de las
enfermedades, de las vacunas, del trabajo científico.
Que es un buen momento para entender la geografía, la historia de China
y universal, o las disparidades delirantes en el país más poderoso del mundo,
cuyo centro financiero, Nueva York, se derrumba por un bicho invisible.
Es un buen momento, también, para estudiar con las palabras generadoras
de Paulo Freire, a partir de las cuales se analice una realidad y se aprenda
uniendo textos y contextos; palabras como virus, solidaridad, globalización,
transmisión, tecnologías, salud, cambio climático, humanidad.
Es el momento más apremiante que nos tocó a las generaciones de hoy. Un
momento que nos exhibe en nuestra vulnerabilidad y que hace tener más claro que
nunca, que los pueblos de la tierra, por encima de banderas y fronteras, nos
necesitamos para la sobrevivencia.
Que es el mejor momento para desarrollar las emociones y valores de la
solidaridad, la generosidad, el cuidado del otro, la responsabilidad por lo
colectivo, la alegría, la resiliencia, el amor.
El reto más trascendente no es concluir el ciclo escolar o agotar los
programas de clases. Es más profundo: aprendamos de las circunstancias,
trabajemos juntos, aprovechamos los recursos y valoremos el privilegio de la
vida.
La cuarentena no debe ser pretexto para que profesores y directores
llenen reportes y evidencias para informes institucionales inútiles. O para
recargar de tareas y tareas y tareas a los estudiantes.
Hoy más que nunca resuenan potentes aquellas palabras del maestro Paulo Freire: la educación tienen que ser una aventura, un desafío, no una canción de cuna, ni la tortura que perjudicará a los que menos tienen y más necesitan.
Juan
Carlos Yáñez
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