Resulta
difícil no estar de acuerdo con la necesidad de transformar los sistemas
educativos actuales para poder entender y afrontar los múltiples desafíos de
las sociedades contemporáneas. Unos retos que no solo están vinculados, como
algunos repiten, a “preparar niños, niñas y jóvenes para adaptarse a las
necesidades del mundo digital”, es decir, a la agenda marcada por las grandes
multinacionales. Porque, desde un análisis más complejo y global, el tema clave
de nuestras sociedades y, por tanto, de los sistemas educativos es plantearse
qué tipo de sociedades queremos contribuir a construir. ¿Sociedades en las que
el plástico, la basura y la contaminación terminen haciendo al planeta
invivible para los seres humanos y otras muchas especies? ¿Sociedades en las
que un pequeño porcentaje de individuos acumulen una grandísima parte de la
riqueza creada por el resto, mientras la mayoría no tiene acceso a un mínimo
bienestar? ¿Sociedades en las que el uso abusivo de nuestros datos alimente un
conductismo social de “alta tecnología” en el que unos cuantos, casi siempre
invisibles, decidan cómo se tiene que comportar todo el resto? ¿Sociedades en
las que una buena parte de la población no tenga acceso a agua potable en sus
casas, ni infraestructuras sanitarias -mucho menos educativas, mientras otros
despilfarramos recursos propios y ajenos? Sí, sé que son muchas preguntas, pero
si no queremos seguir con propuestas superficiales para transformar la
educación, quizás valga la pena comenzar o seguir planteándonosla. Sobre todo,
en un momento en el que muchos países están planteándose un buen número de
“innovaciones”. Y aquí conecto con el título de la columna.
Como sigue siendo la norma en
el campo de la educación, las propuestas se orientan en dos direcciones que
resumiré como back to basic -volver a lo básico-,
y “seguir la moda”. La dos tienen sus correspondientes gurús. Para los
primeros, la mejor “innovación” es “seguir haciendo lo que se ha hecho
siempre”, como si todas las instituciones del mundo fuesen una cadena de
montaje que funcionase en todas partes de la misma manera. Suelen ser personas
a las que les “ha ido muy bien” en este sistema (no piensan en las muchas a las
que no les fue bien, ni en lo que podían haber aprendido desde otros marcos de
pensamiento y acción) y parece que les cuesta comprender que el mundo actual
tiene poco que ver con el que ellos vivieron. (Aunque haya problemáticas que
permanezcan). Los segundos, la mayoría de las veces, sin tener en cuenta el
conocimiento disponible sobre educación, elaboran o adaptan propuestas que “se
venden” como “innovadoras”, como “nuevas”, por una parte, sin tener en cuenta
la genealogía de las mismas y, por otra, sin profundizar en hasta qué punto “lo
nuevo” transforma de manera significativa la experiencia de aprendizaje de
alumnado y profesorado, así como la vida de la institución.
Hace muchos años fui
profesora de un grupo de párvulos de 4 y 5 años. Cuarenta y nueve años después
mantuvimos un encuentro organizado por ellos. En aquella clase puse en práctica
todo lo que pude y supe de las ideas, sobre todo, de Freinet y Montessori,
además de intentar organizar las experiencias de aprendizaje que a mí me
faltaron en mi educación. Una de aquellas niñas es ahora maestra en la escuela
multigrado del pueblo y en la conversación manifestaron lo siguiente: “El CRAE
La Cepa intenta ser innovador y está poniendo en marcha muchas de las prácticas
de enseñanza que tú nos proponías”. Esta reflexión me ha dado mucho que pensar.
Porque cuando analizamos muchas “innovaciones” y propuestas, desde el punto de
vista del pensamiento educativo tienen poco de nuevo. Así lo argumentaba
recientemente frente a 150 docentes de infantil, primaria y secundaria en una
conferencia sobre la necesidad de que “no todo cambie para que todo continúe
igual”. Al acabar la conferencia uno de los asistentes me dijo que “la
ignorancia” de las aportaciones de diferentes autores podía ayudarnos a
atrevernos a crear. Le conteste que sí, que, para mí, el reconocimiento de la
ignorancia era el primer paso para seguir aprendiendo. Sin embargo, me
preguntaba si, por ejemplo, a un estudioso de la Química se le ocurriría ahora
inventar el sistema periódico de los elementos o partir de él para propiciar
nuevos conocimientos. Para mí, la ignorancia “luminosa” sería la reconocida, en
palabras de Newton, desde “los hombros de los gigantes”. Es decir, de todos
aquellos hombres y mujeres que han ido aportando a lo largo de la historia sus
ideas y sus prácticas para la mejora de la educación.
En definitiva, para mí, lo nuevo,
nuevo sería plantear los retos globales a los que hoy se enfrentan los sistemas
educativos y, a partir del conocimiento disponible, impulsar, imaginar, poner
en práctica y documentar, las mejores propuestas para afrontarlos. Pero no como
una moda, sino cómo un proceso de transformación basado en la acción reflexiva
y permanente.
Autora
Juana M
Sancho
Fuente
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