¿Qué sentido le podemos otorgar a “nuestra identidad”? ¿Cómo afecta la posmodernidad a las identidades locales? ¿Cómo afecta a la cultura? Estas reflexiones nos pueden ayudar al momento de encontrar un rumbo a las Escuelas
Que entendemos por
identidad cultural.
Dar una repuesta correcta a este interrogante, significa emprender
un arduo proceso; el tema de la identidad es rico y complejo.
Los individuos están inmersos en una realidad social, su
desarrollo personal no puede disociarse del intercambio con ella, su personalidad
se va forjando en su participación, en las creencias, actitudes, comportamientos
de los grupos a los que pertenece. Esa realidad colectiva consiste en un modo
de sentir, comprender y actuar en el mundo y en formas de vida compartidas, que
se expresan en instituciones, comportamientos regulados; en suma en lo que
entendemos por una cultura. El problema de identidad de los pueblos remite a su
cultura.
Para los antropólogos, la cultura es, en primer lugar, un todo
integrado, una totalidad en la que se encuentran orgánicamente articuladas diferentes
dimensiones de la vida social que hacen posible la identificación, la
comunicación y la interacción entre los individuos.
Santillan Güemes, en su obra "Culturas, creación del pueblo",
define a la cultura como el cultivo de una forma integral de vida, es decir,
aparece como el medio creado por la humanidad para entablar su diálogo con el
universo.
Este nuevo fenómeno de carácter internacional: la globalización
planetaria, tiene efectos opuestos, como los de homogeneización y fragmentación
cultural; estos efectos han derrumbado las identidades tradicionales. A través
de los mecanismos de: desterritorialización y la deshistorialización.
Debemos comprender que el proceso de globalización, al impulsar
el movimiento de desterritorialización hacia fuera de las fronteras nacionales,
acelera las condiciones de movilidad y "desencaje". El proceso de
mundialización de la cultura engendra, por lo tanto nuevos referentes
identitarios.
La globalización impacta en los procesos de identificación de
la gente porque pone delante de ella a otros individuos que actúan como modelos
para asemejarse o diferenciarse. Es decir que, "…las nuevas sensibilidades
y estilo de vida, la crisis de los sentidos, valores y creencias instituidos,
el creciente privativo, neonarcisismo y hedonismo, en fin, las transformaciones
culturales de la sociedad contemporánea, plantean la acción política cuestiones
cruciales que afectan tanto su dimensión ética como institucional, entre ellas,
la necesidad de reconstruir la identidades colectivas."
La identidad no está dada de antemano: se construyen, sea prenden,
evolucionan. No es algo que nace de una vez y para siempre.
A primera vista, un grupo se manifiesta por el simple hecho de
que sus miembros poseen en común unos símbolos, un territorio, una historia,
etc. Sin embargo, de cerca, la noción de identidad se vuelve más problemática;
de hecho, la identidad connota una esencia, lo cual implica invariabilidad,
homogeneidad, permanencia. Ahora, todos saben que las identidades cambian,
nacen y desaparecen. Por ello, cuando se produce alguna modificación en la
identidad de un pueblo, éste entra en crisis hasta que se vuelven a acomodar
las nuevas estructuras, es decir, hasta que los individuos acepten y adopten
como propios los nuevos cambios.
Por identidad de un pueblo podemos entender lo que un sujeto
se representa cuando se reconoce o reconoce a otra persona como miembro de ese
pueblo. Se trata de una representación intersubjetiva, compartida por una
mayoría de los miembros de un pueblo, que constituirían un sí mismo colectivo.
Las identidades son diferentes y desiguales, porque sus
artífices, las instancias que las construyen, disfrutan de distintas posiciones
de poder y legitimidad. Concretamente, las identidades se expresan en un campo
de luchas y conflictos en el que prevalecen las líneas de fuerza diseñadas por
la lógica de la máquina de la sociedad.
El problema de la identidad ha sido quizás el problema esencial
de nuestra cultura. La identidad es considerada como la faceta más importante
de ciertas luchas tanto pacíficas como violentas. Ha estado presente ante el
fenómeno de la modernidad y lo está ante la posmodernidad.
La modernidad se caracteriza principalmente por la crítica, la
racionalidad y la utopía; se conforma un "proyecto humano" a partir
de una manera de ver la realidad y de actuar dentro de ella. Al sentido utilitario
de los objetos en la modernidad se le agrega ahora el sentido transitorio de
los mismos en la
posmodernidad. Nunca como ahora se han descartado las cosas
con tanta rapidez a causa de lo precario de su duración. Mientras más
rápidamente se descartan unos objetos y más rápida su sustitución por las
nuevas cosas, mayor es la dependencia de los mismos. Las cosas se convierten en
"mercancías". Se descree de valores, virtudes e instituciones como la
familia, el trabajo; y se valoriza la seducción, la simpatía, la espontaneidad. Junto
con su gran atractivo, su velocidad, su animación y el incesante movimiento de
gente, se vive la desintegración y la soledad. Como dice María Cristina Reigadas en su
libro "Entre la norma y la forma Cultura política hoy", el
trastocamiento y multiplicación de mundos diferentes, precarios, contingentes,
fragmentados, nos coloca ante la dificultad de incluir y elaborar la presencia
y posicionamiento del otro bajo los modos habituales y propios de la modernidad. Y, por
lo tanto, de elaborar y sostener, a partir del encuentro con el otro, nuestra propia
identidad.
Cuando los ritmos de cambio se aceleran, es muy difícil establecer
posiciones de identidad. Las identidades constituidas se deshacen: la crisis de
alteridad es crisis de identidad, afirma María Cristina Reigadas.
El orden económico mundial exige homogeneizar patrones de consumo,
y esto no se logra tan sólo mediante agresivas políticas económicas ni mediante
propagandas publicitarias centradas en la oferta de los permanentemente
renovados productos. Lo que se difunde es, ante todo, un modelo cultural que
genere actitudes y motivaciones orientadas a adoptar nuevos estilos y formas de
vida, más allá e independientemente de las formas concretas que unos y otros
asuman; lo que se difunde es una suerte de "a priori" del consumo
incesante y cambiante, que instala al ciudadano en el rol eminente, de consumidor.
De este modo, el deseo de comunidad y de participación se encarna en las
comunidades interpretativas de consumidores que les dan identidades compartidas.
"Nos vamos alejando de la época en que las identidades se
definían por esencias ahistóricas: ahora se configuran más bien en el consumo,
depende de lo que uno posee o es capaz de llegar a apropiarse. Las transformaciones
constantes en las tecnologías de producción, en el diseño de los objetos, en la
comunicación, vuelven inestable a las identidades fijadas en repertorios de
bienes exclusivos de una comunidad étnica o nacional."
Es decir, la globalización de la economía está definiendo una
identidad más vinculada con los bienes a los que se accede que con el lugar donde
se ha nacido.
Extraído de
Los medios
Autor: Verónica Cecilia Pralong
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