Las instituciones dedicadas a la transmisión de conocimientos han evolucionado a lo largo de la historia, los humanos aprendemos no sólo por imitación, sino por medio de enseñanzas. En esa historia hubo grandes reformas, una muy importante fue la universalización y la prolongación de la escolarización ¿Son suficientes estos cambios? ¿Responde la escuela a los objetivos que formalmente se proclaman en la sociedad? ¿Está dirigida al logro de una mejor democracia?
El establecimiento de instituciones dedicadas a la
transmisión del conocimiento acumulado a lo largo de la historia constituye,
sin duda, uno de los mayores progresos logrados por la humanidad. Gracias
a ellas, la cultura, las formas de vida, las prácticas sociales, los conocimientos,
pueden ser transferidos a las nuevas generaciones.
Sin embargo, las escuelas, que se empezaron a establecer
hace unos cinco mil años, tienen que ir modificándose en consonancia con los
cambios sociales producidos, y desde esas lejanas épocas, en los albores de la
historia, las sociedades han cambiado extraordinariamente.
Remontándonos hacia el pasado, podemos señalar, entonces,
que el primer gran avance en la educación, la primera revolución educativa, fue
el establecimiento de unas instituciones específicamente dedicadas a transmitir
a las nuevas generaciones el conocimiento que habían alcanzado las generaciones
anteriores. Frente a los restantes animales, que aprenden a través de su
experiencia, e incluso pueden aprender de sus congéneres por imitación, los
seres humanos somos capaces de enseñar, y esto sólo se produce en nuestra
especie. Desde tiempos inmemoriales, los humanos han enseñado a sus crías, pero
crear instituciones dedicadas de manera exclusiva a esta tarea constituye un
gran paso adelante.
Este invento se produce en sociedades que podemos considerar
de tipo esclavista –lejos, por tanto, de la democracia que queremos disfrutar
actualmente–, como en Egipto, en Mesopotamia y más tarde en Grecia; no
obstante, constituyó un progreso enorme que abrió la puerta a la transmisión
sistemática y directa de la cultura, y a su mejor preservación. Cada uno de
nosotros no necesita descubrir todo lo que aprendieron nuestros predecesores,
sino que se nos transmite ya una gran parte de la cultura que ha sido acumulada
por las generaciones anteriores. Esto queda bien reflejado en esa hermosa
metáfora muy antigua, a la que gustaba referirse Newton, pero que es muy
anterior a él: cada uno de nosotros somos enanos que estamos subidos sobre las
espaldas de gigantes y gracias a ello, por pequeños que seamos, vemos un
poquito más lejos que esos gigantes que nos han antecedido.
El segundo gran cambio en la educación, la segunda gran
revolución, ha consistido en extenderla no sólo a un grupo selecto, de futuros
funcionarios, clérigos o intelectuales, sino a todos. Es una idea que empieza a
defenderse en el siglo XVII, en sociedades muy distintas en las que se empieza
a hablar de derechos humanos, de derechos universales, que se formularán
explícitamente en las revoluciones francesa y norteamericana.
Uno de sus primeros proponentes fue el gran educador
centro-europeo Jan Amos Comenius, quien tuvo la osadía y la visión de futuro de
sostener que había que enseñar “todo a todos”, y todos incluía también a las
mujeres, algo en verdad revolucionario en ese momento. Además, Comenius ha
tenido una influencia gigantesca dentro de la historia de la educación, pues
fue el primero que generalizó el uso de ilustraciones en los libros de texto.
Antes, los libros destinados a la enseñanza no tenían dibujos o ilustraciones,
pero Comenius, en el libro que tituló Orbis sensualium pictus, representaba el
mundo en imágenes para que los niños pudieran acompañar las palabras con
imágenes.
A finales del siglo XVIII se estableció un sistema de
escuelas estatales en Prusia, y desde finales del siglo XIX cada vez se hablaba
más de implantar una educación para todos, pero lograrlo ha requerido muchos
años y todavía hay numerosos países en el mundo que están lejos de haber
conseguido escolarizar a todos sus niños y jóvenes.
Los progresos
Si examinamos la situación de la enseñanza en la actualidad,
podemos ver que se han realizado enormes progresos, porque se ha visto que el
nivel educativo tiene una gran influencia sobre el desarrollo económico y
social de un país y muchos estudios muestran cómo el aumento de la escolaridad
repercute directamente sobre la renta per cápita.
Más educación, además, suele garantizar mejores perspectivas
laborales desde el punto de vista individual. La persona que ha estudiado más
tiene mejores posibilidades de conseguir trabajo, muchas veces no en lo que ha
estudiado, pero sí más posibilidades de estar empleado, y hoy los países
realizan enormes esfuerzos para tener escolarizada a toda la población, a los
niños y las niñas durante muchos años.
Entonces, la prolongación de la escolaridad es un hecho
característico de nuestro tiempo: en muchos países la escolaridad obligatoria
supone permanecer en los centros educativos durante un mínimo de diez o doce
años, desde los seis años de edad hasta los dieciséis o dieciocho. Además, se
tiende a ampliar la escolarización también por abajo en la llamada educación
preescolar, o escuela infantil. Hay un movimiento que lleva a extender el
periodo de escolarización incluso desde los dos años por abajo, y luego por
arriba se sigue extendiendo, de tal modo que dentro de unos años quizá la gente
terminará de estudiar a los treinta años, al hacer una licenciatura, una
maestría, un doctorado, estudios posdoctorales, es decir, se pasará buena parte
de la vida en los centros educativos.
Algunas dificultades
Todo esto nos tiene que llevar a ser optimistas respecto a
los cambios que se han producido en la educación, pero al mismo tiempo no debe
hacernos olvidar que siguen existiendo una serie de dificultades que voy a
mencionar de manera rápida, como, por ejemplo, el escaso aprendizaje de los
contenidos que se transmiten en la escuela o el aumento excesivo de contenidos
escolares (que es algo en verdad preocupante, pues cada vez hay más cosas que
estudiar). Se van introduciendo nuevas materias, se va hablando de los temas
transversales, idiomas extranjeros, educación para el consumo, educación vial,
tecnologías de la información y la comunicación, educación para la salud,
educación sexual, educación para la igualdad y la tolerancia, educación para la
ciudadanía, y podríamos seguir añadiendo temas, porque cada vez que hay algún
asunto que tiene importancia social se intenta introducirlo en la escuela y
convertirlo en una materia escolar. A todo esto hay que añadir como problemas
la violencia en las escuelas y el maltrato entre iguales, la pérdida de
prestigio del profesor, el abandono escolar, entre otros.
La pregunta que nos tenemos que plantear es: ¿estamos
proporcionando una educación que sea realmente democrática? Como hemos
comentado, las escuelas han aparecido en sociedades que no eran democráticas y
se basan más bien en un modelo absolutista en el que el profesor desempeña el
papel del Rey Sol. Esas escuelas se han consolidado durante mucho tiempo
funcionando al servicio de la preparación de los ciudadanos en esas sociedades,
y sabemos que la función de la educación, como había señalado Durkheim, es la
socialización sistemática de la generación joven. La educación consiste, pues,
en socializar a los nuevos miembros de la sociedad para que adquieran unas
características parecidas a las de los miembros adultos de esa sociedad.
Hoy, podemos percibir que existe una contradicción entre el
tipo de educación que se proporciona en las escuelas y el modelo de sociedad al
que formalmente se aspira, porque las escuelas no son instituciones que hayan
nacido en sociedades democráticas, que tengan en su origen una vocación
democrática, y lo que tendríamos que conseguir es constituir escuelas que sean
democráticas, que preparen a los individuos para funcionar en una sociedad
democrática como auténticos ciudadanos, y no como súbditos. Además, debemos
preparar a nuestros alumnos para desenvolverse en una sociedad que cambia muy
rápidamente. Por eso se habla de que la escuela más que transmitir unos
conocimientos bien establecidos, tiene que enseñar a aprender y a adaptarse a
situaciones cambiantes.
Autor
Juan Delval
Extraído de: La escuela para el siglo XXI
Juan Deval
Doctor en Filosofía. Catedrático de Psicología Evolutiva y
Educación en la
Universidad Autónoma de Madrid. Sus líneas de investigación
versan sobre el desarrollo del pensamiento infantil, especialmente en lo
relativo a la lógica, a la formación del pensamiento científico y a la
construcción de nociones sociales, así como a su aplicación a la formación de
conocimientos en la escuela.
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