¿Dónde está localizado el conocimiento en nuestra sociedad? ¿Cómo ha cambiado la relación entre los conocimientos y las personas? ¿Qué implicaciones tiene el hecho que el conocimiento esté en una red? ¿Cómo afecta este fenómeno a la Educación?
Esta difusión y presencia del conocimiento fuera de las
instituciones dedicadas en exclusiva a su creación y transmisión puede también
considerarse como una característica de la sociedad informacional (sociedad transformacional,
o del cambio intrageneracional, e informacional, o del conocimiento, son, hasta
cierto punto, una misma cosa, puesto que es la reflexividad cada vez más
extensa e intensa de las relaciones del hombre con la naturaleza y con los
demás hombres lo que genera la aceleración del cambio). En la era de la
información, el conocimiento impregna hasta tal punto todos los procesos y
productos, todas las actividades económicas y sociales, que resulta
impracticable su confinamiento en instituciones, grupos y actividades
especializados. Podemos decir así, de nuevo, que está en la ciudad, en toda la
sociedad misma, una vez que ésta alcanza cierto grado de densidad.
Pero esto implica una nueva distribución del conocimiento y
unas nuevas relaciones entre sus poseedores, así como entre éstos y los no
poseedores. En la sociedad tradicional, preindustrial, el conocimiento no común
estaba depositado en grupos tales como los gremios artesanales o las castas
sacerdotales. En la sociedad moderna, industrial (capitalista o burocrática),
se concentró en las jerarquías de las organizaciones. El taylorismo, con su
empeño en reunir, codificar y poner a disposición de la dirección el
conocimiento hasta entonces en manos de los trabajadores, fue el intento más
sistemático en este sentido. La mayoría de los grupos ocupacionales no pudieron
resistir a esta ofensiva, pero las profesiones sí, al menos las más poderosas
de ellas. Las más débiles, como el magisterio y, en menor medida, el
profesorado de enseñanzas medias, situadas en algún lugar a mitad de camino
entre el trabajo proletarizado y las profesiones en sentido fuerte, se vieron
abocadas a una larga y amarga pugna por conquistar o mantener su autonomía
profesional, pugna que todavía dura, con más ruido que nueces.
En la sociedad del informacional, posmoderna, el
conocimiento está en las redes. Quiere esto decir que rara es la organización
capaz de controlar el inventario de la información y los conocimientos
necesarios para el desarrollo de sus objetivos. La constante generación de
información adicional y de conocimiento nuevo impide su acumulación en las
jerarquías organizacionales y obliga a recabar la cooperación de quienes los
poseen, que en parte son también quienes los crean. Cualquier iniciativa de
cierta ambición requiere el concurso de personas y grupos que no forman parte
de una única organización, ni de un equipo definido, y exige, por tanto, la
cooperación entre personas y grupos no sometidos a una autoridad común, pero sí
capaces de cooperar en los términos de una relación igualitaria, en el sentido
de estar basada en el reconocimiento recíproco y en la autonomía de las partes.
En lo que concierne a la educación, esto implica que los
conocimientos necesarios para el proceso ya no son monopolio de la institución
escolar ni de la profesión docente. Casi para cualquier iniciativa precisan
éstas de la cooperación, en configuraciones de geometría variable, con
personas, grupos y organizaciones del entorno que poseen ciertos tipos de
información y de conocimiento en una medida inalcanzable para la escuela y el
profesorado (y que, aunque fuera alcanzable, sería un disparate dilapidar
tiempo y medios en ello cuando se pueden conseguir los mismos resultados
mediante la cooperación). Igual que las empresas recurren a la externalización
(outsourcing) de las actividades que otros realizan con mayor eficacia y a
menor coste que ellas, reservándose tan sólo las actividades en las que cuentan
con una ventaja competitiva, los centros escolares se ven empujados a
externalizar lo que otros saben y pueden hacer mejor y a reservarse sólo
aquello en lo que cuentan con una ventaja competencial, es decir, aquello para
lo que cuentan con competencias y capacidades superiores.
Esta dispersión del conocimiento rompe también, en buena medida,
la divisoria profesionales / legos. Existen legos, claro está, y en particular
legos en todos los saberes, trabajadores sin cualificaciones de valor, jacks of
all trades, masters of none, aprendices de todos los oficios y maestros en
ninguno que, en la economía informacional, están condenados a llevarse la peor
parte si es que se llevan alguna, abocados al trabajo precario, rutinario y sin
perspectivas si es que no al desempleo y la marginación: no se trata en modo
alguno de desdeñar la nueva divisoria social, que gira en torno a la
desigualdad en la distribución del conocimiento. Pero, al mismo tiempo, el
ejercicio profesional y la labor institucional en cualquier ámbito singular
requieren constantemente del concurso de otros profesionales y otras organizaciones,
lo cual rompe el viejo monopolio profesional-institucional. Así, institutos y
escuelas, profesores y maestros, se ven forzados a colaborar con los servicios
sociales y los trabajadores sociales, con las instituciones sanitarias y las
profesiones de la salud, con las instituciones y los cuerpos policiales, con
profesiones diversas y empresas de distintos sectores. Esos otros conocimientos
y sus detentores están, en todo caso, fuera de la organización y, a menudo, de
la profesión, y la cuestión es si están simplemente fuera de alcance o si
forman parte de redes accesibles y son susceptibles de ser incorporados a
proyectos comunes, pilotados tal vez por los educadores pero basados en formas
de cooperación no jerárquicas.
Extraído de
Educar es cosa de todos: escuela, familia y comunidad
Mariano Fernández Enguita
Universidad de Salamanca
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