Si la crítica viene de un compañero o compañera docente, es que le corroe la envidia. Si la crítica viene de un gurú educativo, es porque no entra en el aula. Si la crítica viene de los responsables bancarios que practican el mecenazgo educativo disfrazado de charlas y premios, es porque buscan controlar la educación desde la empresa privada. Pero para mejorar, hay que aceptar la crítica. Puede que no de los ejemplos anteriores. Quizá tengamos que aprender a practicar la autocrítica, ¿no creen?
El cuerpo docente no es
intocable, como muchos manifiestan. No somos un sol en torno al cual gira
nuestro alumnado. Somos trabajadores y trabajadoras que nos hemos formado en
unos estudios reglados para poder enseñar a generaciones y generaciones de
niños y niñas que pasan por nuestras escuelas. Pero esa formación inicial no es
suficiente. Basta con preguntar a cualquier educador o educadora, es un trabajo
en el que se aprende con la experiencia. Y la formación permanente parece
últimamente relegada a cursos que no van en conexión con las necesidades reales
del aula. Se han colado conceptos tales como el mindfulness o
los coaches. Pero, oigan, que yo lo que quiero es que me enseñen a
enseñar. Y que me enseñen a enseñar bien. Y que me enseñen a enseñar mejor.
No hay año que no escuche a un
docente indicar que el alumnado no sabe hacer tal o cual cosa, a lo que yo
siempre respondo si le hemos enseñado a hacerla. En una sociedad donde
cualquiera opina sobre educación, al más puro estilo de la crítica de los
entrenadores de fútbol, no son pocas las voces que indican que en la escuela
debemos enseñar tal o cual bobada nueva. Desde enseñar a cocinar, pasando por
las declaraciones de hacienda o a comprender una factura del gas. No, señores y
señoras, en la escuela no tenemos que enseñar más de lo que ya hay regulado. Lo
que tenemos es que enseñar mejor.
Volviendo al tema de si el
alumnado sabe o no sabe, lo primero que huelga dejar claro es que nadie aprende
por ciencia infusa. Si el alumnado no sabe estudiar, tendremos que plantearnos
enseñarles técnicas de estudio. Si el alumnado no sabe redactar correos
electrónicos, habrá que dedicar sesiones a ello. Si el alumnado no sabe algo y
está dentro del currículo o se lo estamos exigiendo, quizá primero deberíamos
exigirnos a nosotros mismos habérselo enseñado. Y, si no lo hemos hecho,
ponernos manos a la obra cuanto antes.
Pero claro, para eso hay que
ejercer la autocrítica. Y eso duele, y mucho. Pero no podemos estar acusando
constantemente a factores externos del nivel de aprendizaje del alumnado. Que
son enormes, lo son. Que condicionan mucho, lo hacen. Pero que nosotros también
somos uno de esos factores es una realidad que debemos enfrentar. Y, una vez lo
hemos hecho, viene la siguiente pregunta: ¿estoy enseñando bien? Claro que
habrá un sector docente que no se lo ha preguntado en su vida, que con llegar y
soltar su clase magistral o hacer su escape room educativo
-pues la autocrítica nada tiene que ver con las metodologías utilizadas, sino
con la persona- ya se va a su casa encantado de la vida. Pero hay otro sector,
diría que mayoritario, que sí nos lo preguntamos muy a menudo. Digo mayoritario
porque no hay nada más que ver las redes sociales. Me encantaría saber cuántas
palabras hay escritas en la red sobre educación por docentes, cuántas búsquedas
de recursos se hacen semanalmente, cuántas horas de auto formación
personales se dedican, o los miles de recursos que se comparten cada curso.
Puede que no lo sepa (aún), pero puedo afirmar que son muchos, muchísimos. Solo
hay que asomarse un ratito a Internet para verlo.
Entonces, si la mayor parte del
cuerpo docente busca la mejora, formarse, aprender y compartir… ¿dónde está el
verdadero problema? Si tuviera esa respuesta me postularía a un puesto
educativo de importancia -que no, claramente no-. Pero tengo mis sospechas, que
se dirigen directamente hacia tres puntos principales: el exceso de burocracia,
la falta de horas de coordinación entre iguales y el currículo tan absurdamente
mal organizado con el que nos encontramos.
La burocracia no para de crecer
cada curso, y el profesorado siente que se lleva una gran cantidad de horas que
podría estar dedicando a preparar sus clases. Lo ve como una pérdida de tiempo,
papeles inoperantes destinados a contentar a equipos directivos e inspecciones
educativas. Ojo, que esta que lo afirma y aquí escribe lleva más cursos de
equipo directivo que de docente sin cargo, y tiene una especial debilidad por
realizar esos papeleos, y por hacerlos bien. Pero no vive ajena a lo que ve y
escucha alrededor.
Si aquellos que comparten etapa y
áreas en que imparten docencia no tienen sesiones específicas de coordinación
dentro de su jornada laboral para dedicar tiempo a estos menesteres, y aquí
hago referencia más expresa a las jornadas de educación infantil y primaria,
resulta imposible realizar formación entre iguales. Y que no menten las horas
de dedicación exclusiva, porque aparece la carcajada. Esas horas se las lleva
la burocracia.
Y el currículo, ese del que se
habla tanto estos días… Que si antes se estudiaba más, que si contenidos versus competencias,
que si pruebas externas… La idea del currículo cíclico pintaba bien, pero ha
derivado en repetir lo que enseñamos una y otra vez, en teoría, en creciente
nivel de dificultad. Pero no funciona, en eso estamos de acuerdo muchos
sectores implicados en esto de la educación. No funciona porque nos vemos
atragantados con los saberes que se pretende que se impartan cada curso. Y
porque, en muchas ocasiones, no se corresponde lo que se debe enseñar con la
etapa madurativa en que se encuentra el alumnado. Y así, no nos queda espacio
para las técnicas de estudio, los emails o lo que fuere.
Corremos y corremos como caballos desbocados para terminar el libro, digo, el
currículo vigente del curso.
Si tienen en mente la ratio, las
dificultades familiares, el alumnado que no quiere aprender… sí, yo también los
tengo. Todo eso, y más. Pero, aún así, me sigo preguntando muy a menudo si lo
estaré haciendo bien. Y le pregunto a compañeros con más experiencia cómo lo
hacen ellos. Y pregunto en redes sociales, leo, me formo. Porque en este
trabajo, una vez que empiezas a impartir clase no se termina el camino. Apenas
acaba de empezar. Y porque creo firmemente que el alumnado se merece lo mejor
del profesorado. Pero unos no quieren darlo porque viven en su burbuja de
erudición dado que siempre lo han hecho así y nadie les puede convencer de lo
contrario, y otros nos pegamos de cabezazos contra una pared luchando contra un
sistema que no rema en nuestro favor. Y, sin embargo, seguimos adelante. Y
creamos redes virtuales de colaboración docente, porque en esta profesión no
hay mejor aprendizaje que el que se da entre iguales. Ni gurús, ni coaches,
ni cursos de mamandurrias. Queremos formación docente de calidad, dentro y
fuera del centro. Queremos tiempo para poder realizarla, para poder hablar y
compartir. Porque de eso va nuestro trabajo. Porque así es como realmente
aprendemos a enseñar.
Y ahora, dejo aquí esta pregunta
para quien la lea y desee hacérsela. Si me permites tutearte, ¿hace cuánto no
te preguntas si lo estás haciendo bien?
Por: Bárbara Menéndez Iglesias
Fuente
https://eldiariodelaeducacion.com/2020/12/10/los-docentes-quieren-ensenar-mejor/
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