“Muchos jóvenes se preocupan poco por la pandemia, igual que mucha gente mayor que tampoco le preocupa demasiado el cambio climático”, explica José Ramon Ubieto. Con él hablamos sobre el riesgo de confinarnos en nosotros mismos por el miedo al virus y el auge del mundo online.
«Las
emergencias -catástrofes naturales, atentados o pandemias como la actual-
siempre hacen aparecer actitudes y sentimientos diversos», escribió el
psicólogo clínico y psicoanalista José Ramón Ubieto en un artículo reciente
en Catalunya Plural. Y es de las actitudes, los sentimientos, las
reacciones de los ciudadanos y la sociedad ante la pandemia que estamos
sufriendo de lo que hablamos aquí con este profesor de la Universitat Oberta de
Catalunya (UOC), articulista, escritor y miembro de la Asociación Mundial de
Psicoanálisis.
Cita a Freud
cuando le dijo a un amigo que «el optimismo es un presupuesto; el pesimismo, un
resultado». Usted dice que lo mejor es ser «pesimistas advertidos»…
Pesimista
advertido quiere decir que hay algo en la vida que es siempre imposible. Freud
tomó una frase de Kant. Kant decía que en la vida hay dos cosas imposibles, una
es educar y la otra es gobernar. Y Freud añadió una tercera, que era curar.
Imposible quiere decir no que no se pueda hacer ni que falten candidatos
–porque no faltan candidatos ni para políticos, ni para maestros, ni para
terapeutas– si no imposible. Imposible en el sentido lógico al que se referían
Kant y después Freud, quiere decir que son prácticas, tareas para las cuales no
tenemos un plan programado y una ciencia exacta. No sabemos cómo hay que educar
con precisión. Siempre hay algo que uno tiene que inventar en la educación y
además siempre hay algo ineducable. Tú puedes hacer todo lo posible
para que tu hijo o hija sea de una determinada manera pero siempre hay un punto
en el que ellos van a decidir, algo en que se educarán a su manera. Eso ocurre
en el gobierno. Por eso hay cárceles, porque hay personas que no responden a
ningún criterio de contrato social, de cumplir objetivos… Reconocer lo
imposible quiere decir que uno no puede pensar que las cosas siempre irán bien
porque está lo que no va a ir bien, está lo imposible. Pesimista advertido es,
simplemente, alguien que acepta que en la vida hay ese punto de imposible y
porque lo acepta, se pueden hacer cosas. Sabemos que no todo va a ser educable
y podemos enfocar la educación hacia todo lo que es posible educar, sabiendo
que habrá una parte de la educación que no se va a realizar. Parte del ideal
educativo no se va a realizar, igual que no se realiza con personas que vienen
a curarse aunque sabemos que no quieren curarse del todo, que hay una parte de
su funcionamiento que no quieren cambiar, que les va bien así. Todos tenemos un
incurable. A eso me refiero con ‘pesimista advertido’: saber que hay algo de lo
incurable, de lo ineducable, de lo ingobernable, que forma parte de la vida.
Hemos
renunciado a muchas cosas estos días: reuniones, abrazos, comidas fuera de
casa, deportes… ¿Lo acabaremos aceptando como normal?
Espero que
no. Estoy escribiendo un libro sobre cómo está cambiando el mundo y cómo lo
hará, en el post-covid, la salud, la educación, los lazos sociales. En él
planteo que no debemos olvidar nunca lo presencial. Hace poco, el profesor
Klaus Schwab, fundador y presidente ejecutivo del Foro Económico Mundial de
Davos decía que casi que se tenía que dar la bienvenida al Covid porque gracias
a él se podría resetear el capitalismo y a partir de ahora lo
presencial sería un poco obsoleto, se podría automatizar todo, la salud, la
educación. De hecho, ese será el título del próximo encuentro de Davos en 2021:
“Covid-19. El Gran reinicio”. Estamos en el dilema entre olvidar lo presencial
y entregarnos a lo virtual o mantener lo presencial como algo irrenunciable. El
cuerpo en la pedagogía es irrenunciable. Sin el maestro o la maestra en cuerpo
y alma no se puede educar bien.
¿Soportamos la situación actual
pensando que es transitoria y que pronto podremos volver a abrazarnos?
Todo el
mundo piensa eso. Tiene esa ilusión. Lo que nos está castigando ahora, lo que
nos está produciendo la tristeza Covid, es que, no tiene dead
line claro. Cuando hay un atentado terrorista, un huracán, una
catástrofe natural, un terremoto, todo el mundo sabe que hay un dead
line. Puede tardar unos días, pero cuando detengan al terrorista, cuando el
huracán pase, recogeremos los restos del naufragio, pero ya se habrá acabado,
será un lapso de tiempo corto. El problema con el que nos encontramos ahora es
que, como que no hay un dead line, no sabemos cuándo acabará. Iba a
ser a final de año, ahora ya seguramente será entrado el año 2021, quizás en
abril, quizás en junio o septiembre… Como hay esa imprecisión, eso hace que nos
esté costando un poco más mantener los ánimos, porque se está alargando, pero
todo el mundo cree que esto volverá a ser como era.
La pandemia
¿ha acentuado la solidaridad entre las personas o nos hemos vuelto más
egoístas, encerrados en nosotros mismos, en nuestros países?
Daniel Defoe
escribió el texto El diario de la peste que es muy interesante
porque te das cuenta de que, en realidad, no hemos cambiado tanto. Habla, por
ejemplo, de la caridad que se generó en Londres en relación a las personas más
vulnerables, pero explica también que tan pronto como terminó la peste también
se acabó la caridad. Cada uno volvió a lo suyo. Y aquí no será muy distinto.
Espero que quede parte o alguna de estas cosas nuevas que se van creando –no de
caridad, porque eso no tiene mucho futuro–, de colaboración, de prácticas
colaborativas. Que quede, por ejemplo, una sensibilidad clara de qué es lo
esencial para nuestras vidas: la sanidad, la educación, el cuidado de los
trabajadores en el teletrabajo y todas las formas de precariedad laboral… Eso
sí lo espero. Grandes cambios subjetivos, no creo.
Ha escrito
que «no hay una experiencia colectiva compartida. Cada uno lo vive de una
manera» y señala tres tipos de efectos: la depresión, la inhibición social y la
rabia. ¿Predomina alguno de estos tres efectos?
Normalmente
los afectos se suceden cuando una crisis dura un cierto tiempo. Es como una
especie de recorrido que todos hacemos. Lo primero que todos tuvimos fue
perplejidad. ¿Qué es eso que está ocurriendo? ¿Es algo de los chinos? ¿Algo que
puede venir aquí? Cuando vimos que podía venir aquí empezamos a angustiarnos, a
tener miedo. ¿Qué será eso? Después ya empezamos a tener, por un lado, rabia
por no haber podido evitarlo y, por otro lado, también tristeza porque
empezamos a ver las pérdidas, la gente que se moría, los trabajadores que se
quedaban en paro… No es que una vaya necesariamente detrás de otra y mucho
menos colectivamente. Aparecen siempre simultáneamente y con intensidades
diferentes. La rabia extrema es una negación de todo lo demás. Es el caso de
los negacionistas. Muchos de ellos no quieren aceptar ninguna de las pérdidas
y, por tanto, desarrollan una postura de negación absoluta, que es una negación
psíquica muy evidente. Cuando uno tiene un problema grave puede pensar que no
existe y negarlo. La negación es el fruto de una rabia intensa, sumada,
lógicamente, a otra serie de influencias ideológicas, tecnológicas… Las redes
sociales están impactando en la pandemia. Es muy importante cómo las fake
news, las burbujas de filtro, todos estos sistemas de la vida algorítmica
están influyendo en la percepción que tenemos y en los sentimientos.
Que los más
vulnerables sientan esa rabia parece comprensible. Están más maltratados que
nunca. Los confinan en hogares donde no pueden guardar ningún tipo de
distancias. Se juegan más la vida.
Sí, claro.
Lo que nos ha demostrado la pandemia es que las clases sociales todavía
existen. Eso ha ocurrido en todas las epidemias. Daniel Defoe explica muy bien
cómo rápidamente, cuando en Londres se empezaban a tomar las medidas de
confinamiento por la peste, se iban a la campiña inglesa todos los que podían y
se quedaban en la ciudad los que no podían hacerlo porque tenían que trabajar
con su cuerpo y su presencia en el día a día y no tenían gente que lo hiciera
por ellos. Si bien el virus no distingue entre clases sociales –puede contagiar
al presidente de los Estados Unidos y al último refugiado de Lesbos- las
respuestas a la pandemia sí que dependen de las condiciones sociales. Si uno
tiene acceso o no a la sanidad, en qué condiciones, cómo vive el confinamiento,
qué conexión tiene para poder mantener su trabajo y su educación… Eso es
evidente.
La
precariedad laboral lleva a eso.
Yo tengo
contacto con Latinoamérica porque participo en jornadas y conferencias y en
muchos lugares de allí, sobre todo en los barrios periféricos de grandes
metrópolis, como Buenos Aires o Santiago de Chile, si no vas a trabajar cada
día, no comes. La posibilidad de mantener la distancia y el confinamiento
afectan a la vida, a la supervivencia. Justo al contrario, para nosotros el
confinamiento, la distancia nos puede dar la vida, pero las personas que
necesitan salir a trabajar porque no tienen ninguna cobertura tienen que elegir
entre enfermar o vivir.
El teletrabajo se ha disparado.
¿Qué repercusiones tiene esta explosión del teletrabajo? ¿Cómo afecta nuestra
psicología?
El
teletrabajo será uno de los grandes cambios de la pandemia. Tras ella quedará
un aumento de lo virtual, en muchos ámbitos. En el de la salud, ya estamos
viendo ahora mismo cómo la gente se contacta telefónicamente con sus médicos.
En el de la educación, las universidades ya ofrecen mucha enseñanza on
line. En el mundo del trabajo habrá una generalización del teletrabajo en
todos los sectores donde sea posible. Lógicamente hay ámbitos en los que no lo
será. Hay que cultivar el campo, transportar la comida, cocinarla… hay aspectos
que no se pueden afrontar con teletrabajo. En todo lo demás va a ser muy
importante. Las empresas verán sus ventajas para disminuir sus gastos de
viajes, inmobiliarios… La duda es en qué condiciones quedarán los
teletrabajadores. Hay muchas personas que tienen buenas condiciones laborales
si teletrabajan pero la precariedad en el teletrabajo ya existía antes: las
teleoperadoras y mucha otra gente. Empieza a haber legislación. Hay que ver
cómo se regula. Desde el punto de vista psicológico, el mayor desafío del
teletrabajo es el aislamiento que puede provocar. Los profesores que se dedican
exclusivamente a la docencia on line ya hace un tiempo que lo
experimentan: desde la obesidad por pasar tanto tiempo en casa hasta el burn
out (quemado profesional) por no tener el contacto presencial directo
con otros compañeros en la oficina y no poder compartir una discusión, un
conflicto, un dilema. Todo eso tiene efectos. El aislamiento siempre tiene
efectos sobre las personas. Los otros son una referencia. A la que nos hemos
desconectado de los otros ha habido efectos de tristeza, de desorientación, de
confusión… seguro que el teletrabajo tendrá ese tipo de efectos.
¿Los
ciudadanos se sienten protegidos por sus gobernantes o tienen la impresión de
que los han abandonado, por incompetencia o mala fe?
La
desconfianza en los dirigentes ya venía de antiguo. Eso es lo que, entre otras
cosas, dio tantos éxitos al populismo y a líderes como Trump, Bolsonaro, Orban…
estos líderes se apoyaban en una desconfianza generalizada de la población
respecto a sus dirigentes. Apelaban a que sólo ellos se preocupaban por los
ciudadanos de sus países. En realidad, era un cinismo porque hemos visto que lo
que les preocupaba era su propio bienestar, en primer lugar. Ese cinismo,
encarnado por los dirigentes y sustituyendo a la legitimidad democrática
tradicional, ya nos indicaba que la desconfianza era un sentimiento creciente.
La pandemia ha puesto de relieve las insuficiencias de los dirigentes. Es
llamativo que ya sabíamos que esta pandemia se iba a producir. Hay muchos
informes que lo advertían. La CIA, en 2015, elaboró un informe que pronosticaba
que alrededor de 2025 habría una infección respiratoria muy grave que acabaría
siendo una pandemia. Se ha adelantado un poco. También lo predijeron la
Fundación Bill Gates y muchos estudios que nos decían que eso iba a ocurrir. La
sorpresa es que prácticamente no había planes de contingencia. Nadie sabía
dónde encontrar mascarillas. Nadie sabía cómo organizar una respuesta sanitaria
de emergencia. Lo cual quiere decir que la imprevisión de los dirigentes ha
costado vidas y ha hecho que las cosas fueran peor. La gente es consciente de
todo esto y, por tanto, hay una indignación y una rabia que se tendrá que ver
cómo manejan los responsables políticos. Eso pasará factura cuando todo esto
acabe.
Se ha acentuado el conflicto
entre los jóvenes y el resto de la sociedad. Se les acusa de no tomar en serio
la gravedad de la pandemia porque a ellos la Covid-19 les hace menos daño que a
los adultos y los viejos
Otro
cronista de la peste es Giovanni Bocaccio. Su Decamerón es un
relato de la peste bubónica, que asoló toda Europa, también Italia. Bocaccio
habla de la pasión de los jóvenes por gozar la vida intensamente puesto que
sabían que muchos de ellos iban a morir. Ahora lo que ha ocurrido no es la
resignación ante una muerte que no era percibida así pero sí la mezcla de
varios aspectos. Por un lado, la necesidad que tienen los jóvenes del contacto
social, que es una necesidad diferente de la que tenemos los mayores. Nosotros
podemos aislarnos pero para los jóvenes el contacto es fundamental para
reconocerse entre ellos. Los jóvenes son sus propios influencers.
Para ellos, los que marcan los itinerarios de sus vidas son sus otros,
los otros iguales, sean influencers famosos o sean compañeros
de su grupo. Y luego están en una edad en la que se tienen que iniciar en todo,
en los consumos, en la sexualidad, en la diversión, en el riesgo. Además
coincidió que era el verano. Para ellos, la distancia social tiene que ver más
con la pérdida de vida que con la supervivencia. Para ellos, perder la vida es
perder el contacto. Tenemos que tener una visión un poco comprensiva. También
hay una cierta hipocresía. ¿Por qué no nos preocupamos los mayores por el
cambio climático, cuando todos sabemos que es el próximo desastre al que vamos
a asistir? Ya lo estamos viendo en los incendios y en muchos fenómenos
climáticos. Los mayores no nos preocupamos por el cambio climático porque
muchos de nosotros pensamos que esto apenas nos va a tocar. En cambio, las
manifestaciones de Fridays for Future y otros movimientos
parecidos son de gente joven porque saben que sí que les va a tocar. Cuando a
veces criminalizamos a los jóvenes diciéndoles que no están respetando las
normas hay una parte de razón evidente en lo que decimos pero también tenemos
que esta pandemia nos preocupa sobre todo a los mayores porque afecta a nuestra
existencia pero no nos preocupamos del futuro de los jóvenes. Hay que tratar
esta pandemia con una cierta perspectiva y hay que ayudarles a protegerse. Por
otro lado, hay que evitar hablar de ‘los jóvenes’. ‘Los jóvenes’ no existen,
como no existen ‘los de 60 años’. Hay personas de 60 años de muchas clases. Hay
jóvenes que se han saltado todas las normas y han sido muy irresponsables pero
también hay jóvenes que llevan mascarilla, que han creado muchas iniciativas
cooperativas en relación a la pandemia, a ayudar a los otros. Matizaría esas
visiones simplistas que salen en los medios criminalizando a un sector. Es como
si habláramos de ‘los chinos’. Hay mil y pico millones. No podemos hablar de
‘los chinos’.
El SIDA
provocó graves problemas en las relaciones sexuales entre personas
homosexuales. ¿El Covid-19 está provocando un efecto parecido en el conjunto de
los ciudadanos, especialmente los más jóvenes?
Ha producido
un efecto curioso. La pandemia ha promovido el consumo de porno on line,
que ya era muy alto. Lo ha aumentado. Ha favorecido muchos contactos via on
line. Pero también es muy interesante lo que explican compañías como Badoo,
Tinder y las aplicaciones de citas que se han dado cuenta de que muchos usuarios
han mantenido el uso de esas aplicaciones como lugares de conversación o una
mezcla de conversación y algunas prácticas sexuales on line. Se ha
visto que el sexo también necesitaba de algún añadido. Ya lo sabían. Tinder
tuvo que recordar a la gente que esa aplicación era para que se encontrasen y
tuviesen sexo, no para que hablasen. Incluso hicieron una campaña con
testimonios de usuarios de Tinder que decían que se habían encontrado y tenido
sexo. Se dieron cuenta de que la gente, en realidad, no siempre quiere solo
sexo sino también una conversación, sentirse en intimidad con el otro, sentir
algo de afecto, de amor. No todo se reducía al sexo. La pandemia ha demostrado
que algunas de estas aplicaciones se han mantenido porque la gente quería fantasear
con otros a distancia.
El psicólogo clínico y
psicoanalista José Ramón Ubieto | Pol Rius
¿Hay algún
consejo, algún criterio a seguir para combatir el miedo? Hay personas, sobre
todo gente mayor, que hace muchos meses que prácticamente no salen de casa
Por mi
trabajo hablo con muchas personas. Algunas son mayores. Algunas han perdido a
su pareja. Y me comentan las dificultades que tienen para salir. Hay cosas que
no deberíamos hacer y algunas que podríamos hacer. Lo que no deberíamos hacer
es quedarnos paralizados y entregarnos a la nostalgia, pensar qué bonito era el
mundo antes de esto. Eso aumenta la desazón. A las personas mayores siempre les
digo que retomen las actividades ajustadas a las posibilidades actuales. Si
antes salía tranquilamente sola a dar la vuelta a todo el barrio, ahora salga
acompañada y dé una vuelta a la manzana. Haga algo. No se quede en casa. Aunque
sea poco, eso le ayudará. No olvidar lo presencial. No renunciar a los
encuentros. Es mejor vernos seis que no vernos ninguno. Es mejor vernos en el
exterior, con mascarilla y con distancia, que no vernos. Mantener lo presencial
es fundamental. No hay que renunciar tampoco a todos los placeres que podamos
obtener, sean sexuales hasta cocinar o ir a la montaña. El miedo y la culpa
engordan siempre con la renuncia. Contra más nos confinemos nosotros mismos,
contra más renunciemos, más culpables y más miedosos nos sentiremos. La manera
de combatir el miedo es mantener una cierta normalidad, limitada en los
objetivos –lo imposible que decía al principio- , pero porque aceptamos lo
imposible podemos lo posible. Si nos encerramos, eso no nos ayudará nada.
¿Cómo se
imagina el fin de esta pesadilla? ¿Nada volverá a ser como antes de la
pandemia, como avisan algunos?
Cada gran
cambio de estos deja cosas que quedan. No ha sido el fin de un mundo. El
filósofo coreano Han hablaba del fin de un mundo, no del fin del mundo. No ha
sido el fin del mundo y tampoco estoy seguro de que haya sido el fin de un
mundo. Habría que ponerse de acuerdo en lo que quiere decir eso. Está claro que
habrá cosas que cambiarán y me parece que lo que cambiará es un aumento de lo
virtual sobre lo presencial, pero también está en nuestras manos, porque el
destino no está escrito, matizar esos cambios. La gente va a seguir tomando
decisiones que influirán un poco en ese futuro que no está escrito. Si todos los
profesores aceptan que lo on line sirve mejor que lo
presencial eso traerá efectos dañinos para la educación. Si la gente acepta que
es mejor que los periodistas no hagan entrevistas presenciales y que todo se
resuelva por mail eso afectará al periodismo, a los lazos
sociales… El teletrabajo cambiará inevitablemente el mundo laboral. Eso es
seguro. Ya lo está haciendo. Habrá cosas de salud y de educación que también
pero el grado de cambio dependerá de las respuestas de la gente. Imagino que el
final, el dead line, lo pondrán las vacunas, cuando el miedo al
contagio sea escaso. Quedarán las últimas personas que les costará un poco
salir y volveremos rápidamente a la normalidad, con algunos cambios,
inevitablemente. Pasó con el Sida. Se volvió a la normalidad pero la gente se
lo pensaba dos veces antes de no usar preservativo al tener relaciones
sexuales. Ahora pasará lo mismo.
Por Siscu Baiges
Fuente
https://eldiariodelaeducacion.com/2020/10/14/sin-el-maestro-o-la-maestra-presentes-en-cuerpo-y-alma-no-se-puede-educar-bien/
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