“La utopía hoy es una necesidad para salir del
presente, una necesidad para revelarnos contra aquellos que nos dicen que el
presente es suficiente, que los valores, el modelo el sistema son
incuestionables. Las utopías se llevan mal con el poder. Porque las utopías
arrancan con una disconformidad con el presente, una crítica, un análisis
crítico del presente. El futuro está en nuestras manos: la utopía hoy es una
necesidad para salir del presente creando escenarios posibles.” Antonio
Rodríguez de las Heras (septiembre 1947-junio 2020)
En
abril, cuando estábamos pasando el peor momento de la pandemia causada
por la covid-19; cuando cada día, a media mañana, escuchábamos con
incredulidad unas cifras de contagios y fallecimientos que nos parecían
imposibles; cuando el único momento que teníamos para relacionarnos con otros
era los minutos que duraba el aplauso de las 8 de la tarde. Durante aquellos
quince días en los que prácticamente nadie pudo salir de casa y quienes salían,
lo hacían jugándose su vida por la de quienes nos quedábamos en casa; en esos
días en los que fuimos obligados por el virus, como dice Naomi Klein,
a pensar, muchos por primera vez, en las múltiples relaciones e
interdependencias, que sostienen nuestras vidas, y que permanecían ocultas
bajo el manto de un mal entendido desarollo y un bienestar basado en un consumo
irrespetuoso, desaforado y voraz. Aquellos días que nos vimos pensando por
cuántas manos y de quiénes había pasado ese objeto que nos llegaba 24h después
de haberlo deseado pero olvidado ya el motivo que nos llevó a comprarlo. Y
comprendimos hasta qué punto dependemos unos de otros. Durante aquellos días en
los que se mostraron en toda su crudeza las desigualdades que
nuestra normalidad produce, y se hizo visible
la precariedad económica, social, material y vital con la que vivimos
y fuimos plenamente conscientes de nuestra vulnerabilidad y fragilidad,
pero también de que esa vulnerabilidad no está homogeneámente distribuida, como
no lo están la incertidumbre, el miedo o la esperanza.
Portada
del documento La escuela que viene https://laescuelaqueviene.org/wp-content/uploads/2020/07/FS150620-entregable-laescuelaqueviene.pdf
En
esos días, de altísima incertidumbre, inquietud y exigencia para
docentes y escuelas (también para los alumnos y sus familias), tras
varias semanas sin poder ir y estar en las escuelas, cuando
más echábamos de menos las relaciones y los vínculos que éstas facilitan, y las
dudas sobre cómo sostener la educación escolar se nos
presentaban a diario, sin distinguir horarios, ni días de la semana, entonces,
decidimos parar para poner en marcha un proyecto para pensar
colectivamente la escuela, no con la intención de inventar otra escuela, ni
pretendiendo decirle a nadie lo que tenía que hacer, sino con la humilde
convicción, como dice Jorge Larrosa, de la importancia y necesidad
de pensar, una y otra vez, qué es la escuela, y qué hay que hacer para
defenderla. Decidimos hacerlo movilizando aquello que más nos estaba
faltando a todos en aquellos momentos: la conversación, la escucha,
la atención y el cuidado mútuo.
Durante
estos cuatro meses hemos aprendido muchas cosas. Hemos aprendido que
efectivamente no tenemos que reinventar la escuela, pero sí preguntarnos
continuamente por el sentido o los sentidos de la escuela.
Que la escuela tiene más sentido que nunca, pero que su sentido no
viene dado, ni está ganado de antemano, sino que tenemos que dárselo
nosotros. Hemos sido conscientes de lo importantes que son las escuelas en
nuestras vidas y lo necesario que es que no las dejemos solas ante los retos
del presente. Y hemos aprendido que la mejor manera de dar sentido a la escuela
es ampliando el debate e incorporando voces en
esta conversación (incorporar la voz de los alumnos es ya una urgencia). Hemos
aprendido, finalmente, como dice Philippe Meirieu, que ser
docente es una manera particular de estar en el mundo.
Los
aprendizajes que listo a continuación, pertenecen al ciclo de reflexión sobre el sentido
de la escuela. Hemos tratado de recoger las palabras
(literales en muchos casos), las ideas, las frases, los comentarios y la
conversación generada por todas las personas que generosamente han colaborado
en esta primera parte del proyecto La
escuela que viene de la Fundación Santillana. Son corales en su gestación. Recogen
también la voz de muchas otras personas que han estado presentes a través de
sus libros, artículos y ponencias.
Hemos
tratado de recoger el proceso que ha supuesto el proyecto en una
publicación que puedes descargar desde aquí. Encontrarás los
artículos que han escrito Inés Dussel, Daniel Brailovsky, Claudia
Costin, Leda Muñoz, Rebeca Anijovich, Alejandro Pereyras, Alejandro Uribe,
Monse Poyatos, Hilda Muñoz, Ángeles Soletic, Carola Silvero, Lea Sulmont, Lucía
Acurio, Yanina Fantasía, Hugo Díaz, Tamara Díaz, Paula Barros, y mis
compañeros de viaje Alfredo Hernando y Alejandra Cardini.
Encontrarás,
también, los tres bloques de aprendizajes, relacionados con cada
uno de los ciclos que hemos tratado (el sentido de la escuela, la evaluación y la escuela digital), y
un texto corto final, escrito a modo de manifiesto, escrito
conjuntamente con mis compañeros de viajes en este proyecto: Alejandra
Cardini, Iván Matovich y Alfredo Hernando.
Cada uno de los puntos del manifiesto, pretende solamente ser una invitación a
seguir conversando.
Una
recopilación de todo lo que hemos hecho (mesas virtuales, Focus group,
artñiculos, visuals de los encuentros,…) la puedes encontrar, además de en la
publicación, aquí.
Nada
hubiera sido posible, sin el equipo de trabajo que ha estado detrás. Además de
Alejandra, Iván y Alfredo, Paloma Moruno, Loli García, Lucía Alvarez han
sido claves en la facilitación y documentación (no dejes de ver los relatos
gráficos de Lucía); Alicia Villas y Lola Delgado en
la comunicación; el Torreón del Sol, en la realización de los
directos, y Sal del Camino Studio en la web y la maquetación
del documento. Y, por supuesto, todas las personas que han (que habéis)
colaborado y participado de una u otra manera.
Por
último, y aunque suene a tópico, quienes habéis experimentado la fuerza que
tiene un buen equipo de trabajo sabéis que los proyectos no se juegan
en el terreno de las ideas, ni en el de los recursos económicos,
ni siquiera en el de las capacidades profesionales de los implicados. Donde
realmente se la juegan es en el tipo de relaciones que se
establecen entre las personas implicadas, y ahí, todo el mérito corresponde
a Manuela Lara, Silvia Perlado, Nilda Palacios y Miguel
Barrero. Espero que os guste el documento (descarga aquí).
La escuela que tiene sentido es la escuela del
sentido
El
sentido de la escuela es que tenga sentido para todos y todas. La escuela que
tiene sentido es la que ayuda a los estudiantes a dar sentido a su vida
escolar. La que ayuda a todos los estudiantes a dotar de sentido a los saberes
que promueve. No la que los suprime, ni los disminuye, ni los simplifica, sino
la que busca constantemente otras maneras de presentarlos. La que sabe que no
se trata de responder solo a los intereses de los alumnos, pero que tampoco
podemos abandonar la pretensión de interesarles. Si algo necesita la
escuela es sentido. Tener y ofrecer sentido.
La
escuela es un lugar de esperanza
Tuvimos
que dejar de ir a la escuela para ser conscientes de las múltiples
desigualdades sociales, económicas, de capital cultural, tecnológicas que
atraviesan lo educativo y las dificultades vitales que experimentan muchos
niños y jóvenes. Se tuvo que suspender la escuela para darnos cuenta del papel
que juegan las escuelas y las maestras suspendiendo las desigualdades, los
destinos prefijados y las profecías del fracaso. Para evidenciar que no
todas partimos en igualdad de condiciones y para ser plenamente
conscientes del papel que la escuela juega atenuando nuestras
fragilidades. La COVID19 no cambiará la escuela que tenemos, pero sí nos
permite soñar con la escuela que queremos.
La escuela que no deja a nadie atrás
En
estos meses de pandemia, se ha reafirmado el sentido de la escuela como espacio
público, democrático y de igualdad. Como un lugar guiado por la equidad y
orientado hacia la justicia y la construcción de lo común. La escuela que
necesitamos es aquella que se conecta con su contexto, involucra a su comunidad
e imagina futuros posibles en los que todos caben. La que crea oportunidades y
ofrece posibilidades. Ahora más que nunca, la escuela necesita soñar su
futuro para poder acompañar el futuro de todos y cada uno de sus
estudiantes. La escuela que tiene sentido es la que no deja a nadie atrás.
La computadora no es una escuela
La
computadora no es la escuela, pero sin la conectividad y sin los ordenadores
hubiera sido aún más difícil de lo que ha sido dar continuidad a lo escolar.
Hemos aprendido lo importante que es que haya políticas sociales que garanticen
el acceso a todos de dispositivos adecuados, conectividad y recursos
educativos. Hemos aprendido también lo necesarias que son las competencias
digitales y las pedagogías digitales para hacer un uso pedagógico de
la tecnología. Lo importante y urgente que es repensar las prácticas de
enseñanza y establecer un diálogo enriquecedor entre lo presencial y lo
virtual, lo analógico y lo digital, lo sincrónico y lo asincrónico. No será
dando la espalda a la tecnología que hallaremos el camino de la escuela que
viene.
La escuela somos nosotros
La
escuela es un lugar de encuentro alrededor de algo común (el
conocimiento, las relaciones, los afectos). En la escuela no todo es decir o
hacer, también es importante lo no dicho y lo no hecho. La escuela está llena
de gestos mínimos, que muchas veces nos pasan desapercibidos pero que son
fundamentales en la relación pedagógica. La escuela resulta del encuentro entre
los cuerpos. En la escuela se sucede una especie de coreografía de los
cuerpos. Y cuando no estamos juntos, como ha sucedido en estos meses, todo
es mucho más difícil. La escuela está formada por profesores y alumnos, y donde
se encuentren ahí estará la escuela.
La escuela comprometida
Hemos
visto cómo, en lo peor de la crisis, han sido el compromiso, la
paciencia y la capacidad de adaptación de los docentes lo que nos ha
permitido afrontar la adversidad y sostener, mejor o peor, lo escolar. Hemos
visto también cómo, en ese esfuerzo por mantener la escuela, el compromiso de
las familias y la puesta en marcha de redes de apoyo entre docentes, la
movilización de las comunidades educativas y el apoyo de redes vecinales y de
otros agentes sociales también han sido determinantes. Hemos aprendido
que sostener la escuela es un compromiso común y compartido.
La escuela sola no puede, todos educamos
Hemos
comprendido que la escuela no es un lugar cualquiera de aprendizaje,
y que los aprendizajes que en ella se producen no son iguales a los que se
producen en la calle, con los amigos o con la familia. Hemos aprendido lo
difícil que es escolarizar los hogares. Hemos visto que la escuela como
dispositivo público es mucho más importante de lo que pensábamos, pero también,
hemos comprendido, que la escuela sola no puede. Que el principal reto
educativo no es realmente (o exclusivamente) educativo, sino social. Que la
escuela es fundamental para darnos aire, pero que necesita urgentemente que,
entre todos, le demos aire, y que necesitamos desarrollar nuevos modos de
participación de las comunidades educativas en la escuela, especialmente de las
familias. También, por supuesto, de otros actores. Lo escolar pertenece a la
escuela, pero atender a lo escolar ya no es una tarea exclusiva de la
escuela.
La escuela es más que el aprendizaje
La
escuela no es solo un lugar de aprendizaje. Aprendemos en cualquier
sitio, pero en la escuela no solo aprendemos. La escuela es mucho más que lo
que sucede dentro de las aulas. Es más que un lugar de transmisión de
conocimientos. La escuela encarna la responsabilidad de ejercer una crianza
respetuosa de niños y mayores, creando un vínculo afectivo y de apego emocional
entre todos los que la habitan, priorizando su bienestar y desarrollo con el
objetivo último de mejorar la sociedad. Con la suspensión de la escuela, que no
de la actividad escolar, desapareció el espacio de igualdad, cuidado y
protección que supone la escuela para muchos niños y jóvenes. También se perdió
el encuentro con los otros, con la alteridad, con lo diferente y los
diferentes, con el conflicto, los roces y su gestión. Fuimos plenamente conscientes
de que en la escuela aprendemos a estar juntos para hacer cosas en
común.
La escuela de los vínculos y los afectos
Si
algo caracteriza al aprendizaje escolar es que es una actividad esencialmente
social, pública y compartida. La escuela está hecha de relaciones, vínculos y
afectos. Es un lugar creado y cuidado por quienes lo habitamos. En
la escuela aprendemos de otros y junto a otros. La escuela es el hogar de los
aprendizajes compartidos. Es un lugar de encuentro entre generaciones que
alimenta al mismo tiempo la individualidad y lo colectivo. Que nos alienta a
desarrollarnos como personas y como comunidad, en lo personal y lo común,
para decir yo y hacer el nosotros.
La escuela de la mirada, la escucha y el balbuceo
Si
algo hemos echado de menos en estos meses son las miradas (tanto
las atentas, como las perdidas) y los sonidos de la escuela. Los silencios y
los gritos, los susurros, las voces, las risas y los llantos. También nos
faltó la lengua de la escuela, que no es la lengua natural, ni la
común, ni la que hablamos en casa o con los amigos. La escuela
trabaja con la mirada y habilita otras miradas que no son las cotidianas. El
aprendizaje también ocurre con la mirada. La escuela nos permite también
silenciar nuestra voz para escuchar la de los otros, comenzando por la de
maestras y maestros, pero no solo. Pero también escuchar(nos) de
otra manera, deteniendo el tiempo, sin prisas, sin urgencia, sin esperar nada a
cambio. En la escuela, finalmente, aprendemos a balbucear, a poner
en la propia voz algo que uno todavía no domina. A hablar otros lenguajes. La
escuela trabaja con la mirada, las voces y el habla. Y mirar, escuchar y
balbucear, como pensar y aprender, son cosas que hacemos con el cuerpo
y entre cuerpos.
La escuela es un tiempo y un espacio diferenciado
Hemos
aprendido que la escuela es un lugar diferenciado. La escuela
nos da un tiempo (intensificado, ritualizado, separado del
tiempo común) y un espacio (común, compartido, especializado,
diferenciado) liberados para dedicarnos a la tarea de ser estudiantes, para
aprender a ocuparnos de nosotros, los otros y del mundo. También para dejar de
ser hijos y hermanos, para ser, por un rato, solo estudiantes, compañeros e
iguales. Un tiempo y espacio organizado en torno a actividades que provocan una
conversación intergeneracional, de encuentro en torno al conocimiento. Un
tiempo y un espacio en el que, en principio, cualquiera puede aprender
cualquier cosa.
La escuela de lo difícil pero importante
El
aprendizaje escolar no es cualquier tipo de aprendizaje. La escuela es
un lugar irremplazable en el desarrollo de nuestra capacidad para comprender el
mundo y poder actuar sobre él. Distribuye ciertos conocimientos para que cada
generación no tenga que empezar de nuevo. La escuela es esa conversación con
los que aún no han nacido, para prepararlos, para ayudarlos a vivir en este
mundo. Es el espacio de lo complejo, de lo importante y relevante para nuestras
sociedades. Por eso es cada día más necesario repensar colectivamente los
objetivos y los sentidos de lo que se aprende en las escuelas.
La escuela de los múltiples saberes
La
escuela nos pone ante el mundo. Lo escolar abre ventanas, descubre mundos y nos
expone al mundo. Nos hace visible lo invisible (lo que no conocíamos), pero
también lo visible (nos ayuda a ver lo conocido, pero de otra manera). No sólo
nos hace conocer las cosas, también nos pone en relación y nos vincula con las
cosas. Nos pone, además, en disposición de poder prestar atención compartida
hacia las cosas del mundo. Pero, el problema es que no a todos (muchos se
quedan fuera) y no sobre todas las cosas. A pesar de lo inabarcable que es el
currículo, quedan fuera muchos saberes. Durante el confinamiento,
nos hemos cuestionado la estructura y pertinencia del currículo escolar y nos
hemos preguntado qué es realmente importante enseñar y aprender en la escuela,
qué es lo imprescindible y lo deseable. Durante el confinamiento, hemos visto
cómo cobraban protagonismo asignaturas que suelen estar menos valoradas como la
música, el arte o la educación física. También hemos experimentado la utilidad
de abordajes más multidisciplinares y la pertinencia de aunar saberes comunes y
saberes particulares, saberes estandarizados y saberes alternativos, saberes
conservadores y saberes transformadores, que nos permitan incluir a más (a
todos) en la alegría del aprendizaje.
La escuela de la autonomía
Durante
el confinamiento hemos visto lo importante que son la autonomía y
la autogestión. Al desaparecer el espacio físico de la escuela, el tiempo
pautado y reservado a lo escolar, las rutinas y casi todo lo que de directivo
tiene la escuela, se hizo más difícil sostener la motivación basada en lo
externo. También se puso en riesgo la posibilidad que otorga la escuela de
lograr una autonomía intelectual y afectiva, tanto de los niños
respecto a sus familias, como de las familias respecto a sus hijos. Hemos
comprendido que la escuela no es solo un lugar disciplinario, también es
un lugar de emancipación. Hemos aprendido lo importante que es
desarrollar algunas habilidades transversales como la autonomía para el
aprendizaje, la gestión del tiempo, reflexión crítica, la atención o el cuidado
de uno mismo y de los otros.
La escuela que cierra brechas
El
confinamiento ha visibilizado las múltiples desigualdades sociales,
económicas, de capital cultural y tecnológicas que atraviesan y
condicionan lo educativo. A la escuela llegamos con mochilas cargadas, no
siempre de experiencias y objetos positivos. A pesar de las dificultades
crecientes que la escuela tiene para compensar estas desigualdades, hemos
comprendido mucho mejor el papel insustituible que juegan las escuelas y los
maestros luchando contra la naturalización de las desigualdades y negándose a
aceptar las profecías del fracaso y los destinos prefijados. Hemos aprendido,
lo importante que es dar respuesta a las desigualdades de acceso y uso, para
ofrecer igualdad de oportunidades.
La escuela limitada
Hemos
aprendido que la escuela juega un papel determinante en la lucha frente a las
desigualdades, pero también que, en muchos casos, desatiende estas
desigualdades, las naturaliza o las refuerza. Hemos visto cómo aún encontramos,
en muchos lugares, una escuela que pretende dar respuestas indiferenciadas ante
lo diferente. Que falla a la hora reconocer que lo realmente
excepcional es la igualdad. Hemos aprendido lo importante que es reconocer
las diferencias, poner altas expectativas en todos y todas y asumir una
responsabilidad compartida sobre el aprendizaje de cada uno de los alumnos. Lo
importante que es que la escuela proponga a los estudiantes experiencias de
aprendizaje con sentido. Lo importante y complejo que es encontrar el
equilibrio entre el para todos y el para cada uno.
Más escuela, pero otra escuela
Pensando
sobre el sentido de la escuela, hemos aprendido que la escuela tiene
más sentido que nunca. Pero también que su sentido no está
asegurado de antemano. Que hay que buscarlo y trabajarlo. Hemos aprendido
que queremos volver a la escuela, pero no a la misma escuela, sino a una
escuela comprometida con el éxito de todas y que no deja a nadie atrás. Una
escuela capaz de trabajar simultáneamente lo individual y lo colectivo. Y hemos
comprendido que esa escuela pasa seguramente por cambios en su organización, en
la gestión de los tiempos, los espacios y los agrupamientos, en las didácticas
y las metodologías, en el currículo y la manera de abordarlo, en la cultura de
la evaluación, en las culturas docentes y, no menos importante, en la relación
de la escuela con el exterior.
Por
Carlos Magro
Fuente:
https://carlosmagro.wordpress.com/2020/07/18/la-escuela-somos-nosotros/
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