- «Me gustaría que en septiembre las escuelas no
se preocuparan por saber si sus alumnos se acuerdan de las clases que han
recibido por pantalla o de lo último que aprendieron antes de la
cuarentena, sino de todo lo que han aprendido estos meses en casa, que han
sido muchas cosas». Hablamos de la pandemia y sus consecuencias con
Francesco Tonucci.
“Tengo 80 años y es la primera vez que he
vivido una experiencia así, imagínate lo que ha sido para los niños”, comenta
Francesco Tonucci, pedagogo italiano, alter ego del dibujante Frato, y una de
las voces mundialmente más respetadas en materia de infancia. La cuarentena le
ha dejado recluido en casa durante tres meses y le ha aclarado la agenda, pero
ha estado tan activo como siempre en su lucha por que los adultos escuchemos
más a los niños, sin filtros ni prejuicios. Y que las ciudades se desarrollen
pensando en ellos y no en los coches o las prisas. Hace unos días Tonucci
participó en un webinar sobre la importancia de la participación infantil en el
marco del proyecto Alimentando el Cambio, que promueven la Fundación Ashoka y
Danone, junto con la Sociedad Española para el Estudio de la Obesidad (SEEDO) y
el Ministerio de Educación y FP.
¿Cómo ha llevado
estos meses?
Los viejos y los
niños hemos sido los más afectados por este virus. Nosotros, porque el virus
nos mata, y los niños porque no podían entenderlo. Yo he estado tres meses
encerrado y sin ver a mis hijos ni mis nietos, y lo raro fue ver cómo mi
agenda, que en marzo estaba llena de viajes y compromisos, se vació de repente.
Aunque ahora ya se ha vuelto a llenar. Lo que me sorprendió mucho es que, en
esta situación de dificultad y de crisis, se ha generado una audiencia mucho
mayor de la habitual. Yo he participado en conferencias virtuales en las que
había 70.000 y 100.000 personas escuchando. Para llegar a un público así yo
tengo que viajar mucho, y cada vez me cuesta más hacerlo. En realidad, cada vez
que se borra un viaje de mi agenda para mí es una pequeña alegría.
¿Qué lecciones
deberíamos sacar de esta situación?
Antes de que
empezara esto todos estábamos, por suerte, reflexionando y preocupados por el
medio ambiente. Pero ahora parece que esa preocupación ha desaparecido, Greta
ya no es noticia, sino algo del pasado. Y sin embargo es un tema que sigue ahí,
encima de nosotros, con toda su gravedad. Y probablemente las dos cosas estén
relacionadas, y no sea casual que donde más ha afectado el virus es donde más
contaminación hay. Es decir, en nuestras ciudades más desarrolladas y más
ricas. Este es un virus rico, que viaja en avión, y por eso llega rápido y a
todas partes, mientras que antes los virus eran más lentos porque viajaban en
barco. Pero, a la vez, ha afectado especialmente en los lugares de mayor masificación,
donde vive la gente en peores condiciones. Y esto me lleva a pensar que ocurre
lo mismo en las zonas de monocultivos intensivos, en los que es más probable
que ocurra algo grave. Y que sobre todo este virus ha afectado donde tenemos el
monocultivo de ancianos, en las residencias. Es decir, la pérdida de diversidad
se convierte en debilidad. Y esta lógica vale también para la escuela, que
establece grupos de edad homogéneos, lo cual la vuelve más frágil.
¿Los niños no
deberían estar agrupados según su año de nacimiento?
Por supuesto que
no, por el principio que comentaba: a menor diversidad mayor empobrecimiento.
El error de tener niños iguales es que te lleva a pensar que efectivamente son
iguales. Y no lo son, pero lo pensamos, y los libros de texto y los programas
escolares están hechos con este criterio. No hay ninguna otra experiencia en
nuestra vida cotidiana donde se reproduzca este esquema de grupos homogéneos de
edad. Ni en la familia, ni en el trabajo… Siempre que doy una charla en un teatro
le pregunto al público cómo se sentiría si, al entrar, a cada uno le mandáramos
a una fila en función de si está en los treinta, los cuarenta o los cincuenta
años. No tendría sentido y más de uno se rebelaría.
Las dos principales
referencias de mi formación como maestro y pedagogo son de clases en las que
había mezcla de edad. En primer lugar, la experiencia de Freinet, un maestro
que en tiempos de entreguerras tenía un aula de 40 niños de 4 a 16 años y que
tenía muy poca voz y salud, porque era tísico, y al que con sus 10 minutos de
voz al día no le quedó más remedio que imaginar una escuela en la que los
alumnos se enseñaran entre ellos. La otra experiencia es la de Don Milani y su
escuela de Barbiana, cerca de Florencia; también él era una persona enferma,
que murió joven, y también aquí los mayores ayudaban a los más pequeños. Y en
ambas experiencias los mayores también aprendían cosas de los pequeños.
Desde hace años el
lugar de los amigos es la escuela, cosa que es una equivocación grave, porque
el lugar de los amigos tiene que ser la calle
Algunas voces han
considerado que los niños han sido los grandes olvidados de esta crisis.
¿Comparte esta opinión?
Totalmente. Es lo
primero que denunciamos desde el proyecto de la Ciudad de los Niños. En Italia,
casi la mitad de los 30.000 muertos son ancianos que vivían en residencias,
pero desde el principio todos notaron que los niños y las niñas eran los que
vivían esta experiencia de la manera más difícil, porque era difícil para ellos
entender el sentido y soportarlo. Vivir encerrados en casa, sin poder conectar
con sus amigos… Cuando en Italia se empezó a hablar de los niños lo que nos
sorprendió es que empezaron a salir en televisión mis colegas psicólogos para
dar consejos a los padres y mis colegas pedagogos para dar consejos a los
maestros. Y nadie pensó en hablar con los niños. Nosotros lo primero que
hicimos fue invitar a los alcaldes de las ciudades de nuestra red internacional
a hablar con los niños, a enviarles mensajes y convocar los consejos de niños y
niñas. Y entonces empezamos una investigación, proponiendo un cuestionario a
estos niños y niñas para que nos dieran su punto de vista de lo que estaba
pasando. Y salieron tres elementos, que fueron siempre los mismos al margen del
país donde se realizó la encuesta. El primero es que los niños echaban de menos
a sus amigos. A veces escribían que extrañaban la escuela, y algunos
periodistas explicaron que, por primera vez, los niños echan de menos su
escuela, pero en realidad era a los amigos. Lo que pasa es que desde hace años
el lugar de los amigos es la escuela, cosa que es una equivocación grave,
porque el lugar de los amigos tiene que ser la calle. Hace poco Frato dibujó
una viñeta en la que se decía que de la escuela han desaparecido los recreos, las
entradas y salidas… y se han quedado solo los deberes y las clases. Es decir,
que la escuela ha quedado reducida a lo que no gusta.
¿Y qué otras dos
cosas decían los niños?
Lo segundo que
dicen es que lo han pasado bastante bien con sus padres, es decir, que nunca
antes habían tenido a sus padres tanto tiempo para ellos, y que la experiencia
les ha gustado, porque han hecho y han aprendido cosas juntos. Y lo tercero que
salió es que están hartos de deberes, y están cansados y aburridos de seguir
clases a través de una pantalla.
La primera semana
parecían unas pequeñas vacaciones, porque iba a ser poco tiempo, pero luego ya
se vio que iba para largo, y claro, había que seguir el temario…
Yo me atreví a
proponer a la escuela que considerase la casa como un laboratorio; es decir, si
el mundo de los niños se ha reducido a su casa, y lo están pasando bastante
bien con sus padres, ¿por qué no pedimos a los padres que ayuden a la escuela,
asumiendo una especie de papel de asistentes en este laboratorio nuevo que es
la casa? Había que cambiar la naturaleza de los deberes y renunciar por un
tiempo al programa, los libros de texto y los deberes tradicionales. Hagamos
otra cosa. Pidamos a los padres que ayuden a la escuela, pero para hacer con
sus hijos las mismas cosas que hacen siempre: poner una lavadora, tender la
ropa, plancharla, cocinar… La cocina se tenía que considerar como un
laboratorio de ciencias, y que un maestro les dijera a sus alumnos que para
mañana el deber es preparar una pasta, y que cada semana haremos un plato
diferente, y la escuela trabajará sobre estos deberes, porque trabajará sobre
la matemática de la pasta, las cantidades, el peso, la duración de la cocción,
la temperatura… o incluso el lenguaje de la receta… Esto se lo propuse a muchos
países.
Ya sabemos que es
difícil convencer a los maestros de que dejen sus costumbres. Yo les decía que
estamos en un momento raro, y nadie os controla demasiado, con lo que podéis
aprovechar para intentar una cosa nueva, y que si funciona, adelante, y si no lo
hace, cuando vuelvas a la escuela vuelves a lo de siempre. Me consta que quien
lo probó lo valoró muy bien, porque este laboratorio gustó a los niños y
también a las familias, ya que no tenían que ayudar a los hijos a hacer cosas
que no sabían hacer. Y, sobre todo, gustó a quienes tenían situaciones más
complicadas de falta de dispositivos. Pero esta fase ya está acabada y ahora
nos asomamos a la segunda, que es pensar qué hacemos ahora.
Eso le quería a
preguntar. Aquí ha habido un debate muy fuerte porque la mayor parte de niños
estarán seis meses sin pisar su centro educativo, ya que en España se han
abierto los centros en junio pero de forma muy limitada, han ido muy pocos
alumnos.
En Italia no se ha
abierto nada.
Pues aquí hay quien
sostiene que esa desconexión de tantos meses traerá mayor desigualdad y un
incremento en la tasa de abandono escolar prematuro. Me gustaría saber su
valoración.
No sé si eso
ocurrirá, pero si lo hace sería una prueba de que la escuela no es la que se
necesita. Uno no pierde a sus amigos por estar seis meses sin verles, al
contrario, cuando les vuelves a ver es una fiesta. Si la escuela pierde alumnos
porque ha ocurrido este incidente significa que no era lo que la ley ofrece y
promete, y luego diré por qué me refiero a la ley. Yo creo que en este tiempo
los niños y las niñas han aprendido mucho, y me gustaría que la escuela ahora
no se preocupara de saber si se acuerdan de las clases que han tenido por
pantalla, o si se acuerdan de lo último que aprendieron antes de la cuarentena.
Me gustaría que trabajara intensamente sobre todo para saber lo que ganaron en
términos de competencias. En nuestros cuestionarios muchos niños han dicho que
han aprendido a cocinar, o a quedarse solos, o a hacer menos cosas que las
deseadas… ¡Esto son temas enormes! A nivel emocional se puede trabajar
muchísimo, han tenido que asistir a escenas impresionantes, con montones de
muertos, y es probable que muchos niños hayan perdido a alguien de su familia.
Hay que reflexionar sobre esto y es un trabajo enorme al que creo que la
escuela tiene que sumarse. La escuela no tiene que hacer psicología, yo nunca
les he pedido a los maestros que hicieran de psicoterapeutas, pero hay que
exigirles que el mundo entre en la escuela. Por eso propuse la casa como laboratorio,
porque el mundo de los niños había quedado restringido a su casa. Una
sugerencia que daba durante el confinamiento es que los niños tuvieran un
diario secreto, un lugar donde desahogar sus sentimientos, alguien con el cual
hablar, y, si querían, tenerlo secreto. Porque los niños lo van a olvidar todo,
tienen una capacidad de resiliencia más fuerte que la nuestra, pero han vivido
una experiencia muy rara y tener memoria de esta experiencia puede ser
interesante para ellos, para reelerlo pasado mañana con sus hijos.
Una buena escuela
debe tener las puertas abiertas para que puedan entrar las experiencias de los
niños
Dice que los
maestros no tienen que hacer de psicólogos, pero a la vez se da mucha
importancia al acompañamiento emocional que tendrán que hacer en septiembre,
para poder evaluar las secuelas que este periodo haya podido dejar en cada uno
de sus alumnos. ¿Esto no les obliga a ser un poco psicólogos?
Las emociones
forman parte del mundo de los niños, y como tal son competencia de la escuela.
La cuestión es si la escuela se ocupa únicamente de sus disciplinas o si lo
hace del mundo de los niños. En mi opinión, una buena escuela debe tener las
puertas abiertas para que puedan entrar las experiencias de los niños. En este
caso ha sido lo que han vivido dentro de casa, pero espero que mañana sea lo
que vivirán fuera de casa y de la escuela. El mayor regalo que podrían tener
los niños después de esto es que sus padres les den más autonomía, para que en
su memoria se junten la tristeza del confinamiento con la conquista de la
autonomía, esa sería la mejor forma de que les quede un buen recuerdo de esta
experiencia. Y esto también vale para la escuela. Freinet propuso el texto
libre, que es exactamente esto: si te ha ocurrido algo importante fuera de la
escuela, escríbelo y llévalo a la escuela. La escuela tiene muchas fuentes,
pero la más importante debería ser el mismo niño. Por lo que, claro, el niño
tiene que explicar sus emociones, pero esto no es un tema de psicología, el
maestro no tiene que tratar de interpretarlas, sino facilitar que se puedan
expresar.
¿Qué le ha parecido
la gestión de los distintos gobiernos en relación a la pandemia y la infancia?
¿Ha tenido la ocasión de comparar lo que hacían en distintos países?
He notado una
sensibilidad distinta en distintos países. En países como Nueva Zelanda o
Suecia las autoridades han celebrado encuentros virtuales con niños. También vi
que en España hacían algo así. En Argentina me llamó el ministro de Educación,
al que yo no conocía, y me pidió que le explicara lo que pensaba, y luego
organizó un encuentro público en el que participaron más de 100.000 personas.
En Italia, en cambio, nada de esto ha ocurrido. Lo hicieron algunos alcaldes
respondiendo a nuestra invitación, pero a nivel nacional no.
Pero lo que estoy
viendo, sobre todo, es que estamos pensando en cómo podemos volver a lo de
antes. Y, por tanto, lo que ahora nos preocupa es qué cosas raras tenemos que
hacer durante este tiempo de espera provisional, que esperemos que sea breve.
Ahora mismo se van a abrir los cines, y se están preparando para que haya
siempre espacio entre butacas. Esto no es preparar algo distinto para mañana,
sino pasar la temporada problemática a la espera de volver lo más pronto
posible a lo de antes, a cuando sea posible ocupar todos los sitios. Y así en
cualquier ámbito. Y lo mismo está ocurriendo en educación, lo cual me parece un
error. Los de la sala de cine pueden pensar que lo que tenían antes ya estaba
bien, pero no entiendo cómo la escuela puede pensar lo mismo. En una encuesta
que se hizo pública durante la cuarentena, Italia aparecía en el penúltimo
lugar en un ranking de analfabetismo funcional. Tenemos un 30%
de jóvenes que son analfabetos funcionales, es decir, que aprendieron a leer y
a escribir, pero que ni escriben ni leen. También tenemos en Italia un
porcentaje muy alto, mayoritario, de niños que no quieren ir a la escuela, que
sufren cuando van a la escuela, y algunos lo somatizan hasta ponerse enfermos.
La mayoría se aburre, y cuando un niño se aburre en la escuela tampoco aprende
o su aprendizaje es superficial. Con este resultado, si en lugar de una escuela
fuera una empresa, debería cerrar. La Seat no podría existir si el 30% de sus
coches salieran mal de la fábrica. Einstein decía que si queremos que algo
cambie no podemos seguir haciendo siempre lo mismo. Pues ahora lo que estamos
haciendo son cosas raras, como dividir un grupo en dos, para poder seguir
haciendo lo de antes cuando todo pase.
Antes me hablaba de
la ley ¿A qué se refería?
El psicopedagogo
Jerome Bruner decía que lo peor de la escuela es que los niños se aburren y que
de esto hay que salir a toda costa, porque, decía, si se aburren no puede ser
educación. Por eso, para no hablar de deseos que vayan a ser calificados de
utópicos yo me refiero a la ley. En la Constitución italiana se dice que el
objetivo de la educación es el pleno desarrollo de la personalidad, y este
principio está recogido también en el artículo 29 de la Declaración de los
Derechos del Niño, que es un tratado internacional y está por encima de las
legislaciones nacionales. El artículo de la escuela es el 28, ahí se habla de
la escuela pública, gratuita y obligatoria. Pero el artículo 29 habla de
educación, e involucra las responsabilidades de la familia y de la escuela. Me
gustaría que se asumiera este artículo como una refundación de una nueva
relación entre familia y escuela, querría ver a estas dos entidades sentadas en
una mesa, leyendo este artículo y preguntándose: “¿Cómo lo hacemos?”. Porque el
artículo habla de desarrollar la personalidad de los niños, y sus aptitudes
psíquicas y físicas hasta el máximo nivel posible. Y esto, lo que significa no
es que los niños consigan los resultados que han previsto los adultos, sino que
cada uno pueda descubrir su vocación y recibir por parte de la familia y de la
escuela las herramientas para poder desarrollarla hasta el máximo nivel posible.
Diversos autores le han puesto nombres distintos a esto que la ley llama
aptitudes. Yo lo llamo “aquello para lo uno ha nacido”. Con lo cual, la escuela
no puede ser solo la de la lengua y las matemáticas, porque si es así va a
excluir a muchos alumnos. No los va a expulsar, pero los va a excluir.
La escuela no puede
ser solo la de la lengua y las matemáticas, porque si es así va a excluir a
muchos alumnos
¿Pero entonces cree
o no cree que va a haber algún cambio, o que volveremos a lo de antes?
Un consejero de
Educación de una comunidad autónoma española me preguntó lo mismo. ¿Cómo puedo
favorecer el cambio?, me decía. Presuponía que la mayoría de los maestros no
quiere cambios y que solo una minoría se atreve a hacer cosas. Yo le contesté
que es muy sencillo: usted tiene que ponerse al lado de los que cambian, que
los que cambian se sientan privilegiados, apoyados por el consejero, por le
ministro; es decir, yo no puedo obligar a todo el mundo a cambiar, pero sé que
la escuela lo necesita, los niños lo necesitan y la ley lo pide, pues aquellos
que se pongan manos a la obra tendrán más apoyo, y llegarán a ser ejemplos para
que más personas se muevan.
¿En qué dirección
deberían ir esos cambios?
La escuela que yo
imagino no está hecha de aulas. Pensar en aulas supone utilizar menos de la
mitad del espacio de la escuela, y además son espacios cerrados, todas iguales,
con el mismo mobiliario, y volvemos a lo de antes, si no hay diversidad no hay
vida. En la casa cada espacio tiene una finalidad muy clara, y lo mismo en los
espacios donde trabajan los científicos, los artistas, los artesanos… Lo que yo
propongo es renunciar a las aulas para tener laboratorios, de manera que
cualquier espacio de la escuela se aproveche para hacer cosas distintas.
Pero no es solo la
escuela la que se tiene que hacer cargo de la reapertura, esto es cosa de toda
la comunidad. Lo que propongo es que se cree una mesa que no sea ministerial,
sino de ciudad, en la que se sienten el alcalde, los docentes, los padres y los
alumnos… ¡es muy importante que no falte nadie! En Italia estamos esperando a
que sea la ministra quien nos diga cuáles son las reglas nuevas. Si a los niños
les damos reglas que vienen de arriba intentarán librarse de ellas, siempre ha
sido así, es casi imposible que respetes una regla que no reconoces como tuya.
Como ha participado
en el webinar de ‘Alimentando el cambio’ imagino que en el ámbito de la
alimentación también pensará que hay que cambiar cosas.
De todas las cosas
que se están diciendo en Italia, posiblemente la que más me gusta es la
propuesta de que se coma en el aula. Yo hace 50 años que lo digo, porque siento
una gran aversión hacia los comedores escolares.
¿Y eso?
Muchos de los
problemas de la mala alimentación tienen que ver con el comedor. Son lugares
donde se concentra demasiada gente, hay demasiado ruido, y se tira demasiada
comida ¡Todo es negativo! La comida tiene que ser un momento de placer, de
estar a gusto, de estar juntos, de compartir un tiempo… Y de hacerlo con mucha
autonomía. En muchas escuelas te dicen lo que tienes que comer, cómo y en
cuánto tiempo. Cuando yo pregunto por qué os gusta el comedor, muchas veces me
contestan que allí los niños pueden socializar, pero eso es absurdo, porque en
una comida socializas con los cuatro que tienes al lado. Cien niños en un
comedor no tiene nada que ver con socializar.
Yo hace muchos años
fui responsable de formación de una escuela infantil en Livorno, en la que
pasamos a comer en las aulas. Y el comedor lo transformamos en un estupendo
taller de arte. Y como las cocineras no querían servir a los niños, solo
llevaban a las aulas las fuentes con la comida, con lo que los niños se
levantaban con su plato y se servían de lo que querían y la cantidad que
querían, y tras unos cuantos días de aprendizaje ya no se tiró nada de comida.
Comían lo que se servían y lo pasaban muy bien, preparaban las mesas… fue un
cambio total.
Por Victor Saura
Fuente
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