“Esta
pandemia nos da la oportunidad de hacer la innovación que ya sabíamos que
teníamos que hacer, solo que ahora lo hemos visto más claro”, reflexiona.
Martín cree que no hay que dramatizar excesivamente sobre los meses de clases
presenciales perdidos (“casi nada es irreversible en Educación”), pero sí
aprovechar, todos, para hacer una reflexión, desde el Ministerio hasta las
familias, sobre los procesos de enseñanza-aprendizaje. Una reflexión activa y
dirigida, especifica. Si no, no pasará. Hablamos con esta experta sobre cómo ha
afectado el confinamiento a los más pequeños y qué lecciones podemos sacar de
la situación excepcional que hemos vivido estos meses.
¿Cómo afecta a los más
pequeños estar seis meses sin pisar un colegio?
Creo que debemos
ser prudentes y saber que no lo sabemos. No se puede hacer afirmaciones
categóricas. Hay estudios interesantes y que dicen algunas cosas, por ejemplo,
el de Bonal sobre las desigualdades. Bonal explica cómo se ha puesto de
manifiesto la desigualdad, de manera que no podemos afirmar que para todos ha
supuesto lo mismo. Para unos ha significado más dificultades que para otros en
esta etapa. Una dificultad que tiene que ver con el nivel sociocultural en el
acceso a trabajar online. Pero no solo eso, la dificultad de seguir
las clases es más obvia. El nivel sociocultural de la familia marca diferencias
significativas respecto a las horas que han estado conectados, el tipo de
extraescolares o no que han mantenido… Es decir, lo que ya sabíamos: no es solo
lo socioeconómico, también lo sociocultural (se medía el nivel de estudios de
la madre) es una variable que influye muchísimo en el aprovechamiento educativo
de los hijos.
¿Es irreversible lo
que se ha perdido estos meses?
Más allá de lo que
los estudios, ahora más coyunturales, han puesto de manifiesto, desde la
psicología del desarrollo se pueden resolver algunas cuestiones. Lo que sabemos
es que la plasticidad del aprendizaje del alumnado apunta siempre a que casi
nada es irreversible. No ha pasado nada que un alumno no pueda retomar. Es
importante señalar esto, porque hay algunos titulares de “La generación de la
Covid-19”, como si fueran a estar negativamente marcados. No hay nada
irreversible, pero tenemos que saber que si se han producido algunos desfases
en aprendizajes concretos deberemos compensarlo. También sabemos que lo que sí
ha pasado es que estas circunstancias han puesto de manifiesto que la escuela
es fundamental. Es importante destacarlo porque había voces que decían –con
datos detrás– que había otros escenarios educativos que estaban empezando a
cobrar importancia. Y es cierto, pero eso no niega que sin escuela hay
determinados aprendizajes, determinados aspectos del desarrollo que no se van a
producir. Uno aprende a hablar fuera de la escuela, pero no a leer y escribir
fuera de ella. Y la alfabetización cambia la mente. Hay partes del desarrollo
garantizadas por vivir en sociedad, por la crianza, pero también hay
determinados aspectos que solo se aprenden porque hay una instrucción
intencional y creo que esto se ha puesto de manifiesto ahora. La escuela tiene
una función epistémica. Es decir, la escuela coge la realidad y la trae para
hacerla objeto de reflexión. En la escuela no se cocina para comer, se cocina
porque al cocinar entendemos la química, las cantidades, que necesitamos el
comercio… Esta función epistémica en la que no hacemos cosas para resolver
problemas sino para entender el mundo y por qué actuamos como actuamos es absolutamente
peculiar y es la función que justifica que tengamos que obligar a los alumnos a
ir a la escuela, porque es un derecho. De no hacerlo estamos socavando la
igualdad de oportunidades. Y eso convierte en deber para la sociedad ofrecer la
escuela con igualdad de oportunidades para todos.
Uno aprende a
hablar fuera de la escuela, pero no a leer y escribir fuera de ella. Y la
alfabetización cambia la mente
¿Qué hemos
aprendido a nivel educativo durante el confinamiento?
Además de que la
escuela es imprescindible, también hemos aprendido algunas cosas específicas
del alumnado. Lo que tenemos que hacer es utilizarlo para dos grandes metas: en
unos casos para compensar, pero en otros para aprovechar lo que hemos visto de
distinto. Se está destacando en exceso la idea de que hay alumnos vulnerables
que necesitan ser compensados. También hemos descubierto que son capaces de
aprender de otra manera, hemos descubierto competencias que desconocíamos de
ellos, la importancia de lo emocional… Hemos de aprovechar lo aprendido sobre
cómo aprenden nuestros alumnos para no volver a enseñarles igual, sino
enseñarles mejor.
Hemos aprendido –ya
lo sabíamos, pero ahora se ha visto de manifiesto– que los alumnos son
distintos y hay que atender a la diversidad. Hemos tenido que hacer tutorías
diferenciadas para cada uno. Eso, que parecía imposible y que no lo hacíamos
porque teníamos todo el grupo delante, hemos podido comprobar que hay que
hacerlo de manera diferenciada. La atención a la diversidad no es solo para
alumnos con discapacidad. Todo ser humano es diferente de otro y aprende de
manera distinta. Está comprobado, y tiene consecuencias para el futuro
esenciales. Hay que reforzar la acción tutorial (los centros lo están haciendo
ya), quién necesita que reforcemos y quién está al nivel que queríamos para
empezar. Esta atención individualizada es fundamental, y hemos aprendido además
que las TIC nos pueden ayudar no para grabar clases, justo para lo contrario:
para individualizar la enseñanza.
También hemos
descubierto la importancia de lo emocional. Todos los profesores hemos
comprobado que lo que les estaba pasando a los alumnos estaba influyendo en su
aprendizaje, aunque tampoco hacía falta una pandemia para entender que el
estado emocional del alumnado siempre influye en su aprendizaje.
Hemos aprendido que
un alumno ahora nos parece otro alumno. Hemos descubierto cosas de ellos que el
aula tradicional no permitía ver. He oído a muchos docentes sorprenderse por lo
bien que se organizaba algún alumno por sí solo. Claro, no se veía porque se le
daba todo organizado, pero ahora se ha visto quién podía y quién no. Esta es
una idea esencial. Las personas no somos, estamos. Una misma persona puede
comportarse de maneras distintas en distintos contextos. Un alumno en una clase
de Lengua puede no estar motivado, pero lo ves en un taller de teatro hablar,
escribir… Y ahora hemos visto a los alumnos en distintos contextos, que se les
ha ocurrido hacer tareas que la escuela nunca plantea, pero que ellos en un
contexto más abierto, con su familia o con otros medios de aprendizaje, han
aprendido. Necesitamos actividades más abiertas, no tan academicistas, y que
alumnos con distintos estilos encuentren espacios para aprender de otras
maneras.
También hemos
aprendido la importancia de las familias. Un alumno es diverso entre otras
cosas por la familia que tiene. No podemos mandarle los mismos deberes.
Contaremos con un apoyo que hay que exprimir al máximo y no poner topes al
aprendizaje. Hay que saber que el contexto familiar es una fuente de recursos.
A veces de ausencia de recursos también, pero tenemos que actuar con cada uno
dependiendo de las familias. La familia también nos ha conocido mejor a
nosotros, han visto la escuela de manera más descarnada y se han dado cuenta de
lo terriblemente aburridas que son algunas de las tareas que se encargan. Puede
servir esto para colaborar más con las familias también.
Hemos de aprovechar
lo aprendido sobre cómo aprenden nuestros alumnos para no volver a enseñarles
igual, sino enseñarles mejor
¿Cómo sacar
provecho de estos aprendizajes?
Todas estas cosas
no se van a convertir por sí mismas en aprendizajes a no ser que nosotros
reflexionemos sobre ellas. Esto tiene una doble función: los docentes deben
reflexionar sobre esto para adaptar su enseñanza a una mejor enseñanza. No
podemos seguir enseñando igual que antes porque hemos tenido oportunidad de
aprender nuevos elementos que siempre han estado en el aprendizaje, aunque no
los veíamos. Pero es igualmente importante hacer reflexionar al alumnado sobre
lo que ha pasado estos meses con su forma de aprender. Se dice, y yo lo
comparto, que la competencia por excelencia que la escuela debe enseñar es
“aprender a aprender”. Debemos garantizar que al acabar la etapa obligatoria
toda persona va a ser capaz de seguir aprendiendo. Para que alguien pueda
aprender a aprender tiene que haber reflexionado sobre qué es aprender y sobre
cómo es él o ella como aprendiz. Por eso enseñar a aprender a aprender no es
solo que los alumnos aprendan a aprender, también que piensen cómo aprenden.
Ahora los alumnos han tenido experiencias reales de aprender de otra manera. La
gente dice: “La escuela tiene que hacer aprendizajes con actividades
auténticas”. Pues toma autenticidad. Ahora han tenido que aprender con
actividades en casa, cosas nuevas. Muchos niños han hecho cosas de música en
sus balcones o les han escrito a sus abuelos. Eso es autenticidad. Pero tienen
que darse cuenta de que al hacer eso igual han aprendido mejor. Han visto que
servía para algo, que los demás les felicitaban… Se han sentido competentes
para hacer cosas que antes no hacían. Yo he hablado con padres que me decían
que sus hijos no se consideraban grandes estudiantes en la escuela, pero se han
leído no sé cuantos libros durante la pandemia o han escrito cosas para sus
amigas. La oportunidad ahora es hacer actividades que les lleven a ellos a
tomar conciencia de cómo han aprendido, cómo se han sentido al aprender así,
cómo se han sentido al ver que lo que en la escuela no les motiva pero en su
casa, de otra manera, sí. Esta reflexión es esencial para aprender a aprender.
Esto se tiene que programar –los docentes proponemos momentos en septiembre que
les permitan, planificada e intencionalmente, reflexionar–
El problema es que
luego los profesores apenas dan para sacar las clases adelante, igual no les da
tiempo a dedicar ratos a reflexionar. ¿Crees que se aprovecharán estas
enseñanzas?
Lo urgente no debe
comerse lo importante. Es comprensible que ahora las urgencias estén en
imaginarse al menos cómo va a ser la vuelta desde el punto de vista de la
organización de ratios, espacios, calendario… Pero espero y confío –y creo que
la ministra es consciente– en que el Ministerio tenga una responsabilidad de
crear una línea de discurso. Esta es la tarea desde el punto de vista
educativo. Cuando se da dinero para programas de cooperación territorial se
puede marcar la finalidad [algo que finalmente no ha pasado con los 2.000
millones de euros del fondos europeos para la Educación]. El Ministerio tendría
la responsabilidad de marcar y aunar el discurso a las comunidades, pero luego
estas deben seguirlo. La siguiente pieza son los equipos directivos. Yo estoy
trabajando con algunos y noto claramente la diferencia entre quién está solo en
“voy a usar el gimnasio” –que hay que estar en esto–, y quien además está
pensando en aprovechar la ocasión para empezar a trabajar por ámbitos y no por
materias, empezar con la docencia compartida, un plan de acción tutorial…
Alguien que ha recuperado parte de este discurso. En los planes que se les pide
a los centros para comienzo de curso, además de estas medidas sanitarias,
ratios, etc. debe haber un proyecto que haga hincapié en las líneas pedagógicas
que van a seguir.
Has mencionado las
tutorías antes, la oportunidad para darles una vuelta. ¿Son una herramienta a
la que se podría sacar más partido, quizá individualizarlas?
El seguimiento de
la acción tutorial tiene por una parte la exigencia de que cuando se esté en
clase enseñando se utilicen unas metodología ajustadas (por ejemplo, si están
trabajando en grupos voy pasando para ver qué necesita cada uno). Pero, además
de este ajuste durante el proceso de enseñanza-aprendizaje, tenemos horas de
acción tutorial. Lo que pasa es que no siempre se utilizan bien. Hay que
trabajar esta idea de cómo vamos, cómo aprendemos. Hay centros con tutorías
individualizadas, aunque es difícil meterlo en horarios. Además está la idea de
montar un PROA en el que luego por la tarde o en los recreos pueda atender de
manera más individualizada a alumnos con niveles de aprendizaje distintos… Son
espacios de individualización. A veces las familias han venido haciendo este
acompañamiento, pero otras no. Hay muchas maneras de individualizar. Estos
planes de los que hablamos, desde metodologías más individualizadas a programas
más individualizados. La tutoría individual sería maravillosa.
Por Daniel Sánchez
Caballero
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