El
reconocido psicopedagogo italiano, Francesco Tonucci, no tiene dudas: la
cuarentena para prevenir la propagación del COVID-19 puede ser una oportunidad
única para la escuela, las familias y, principalmente, los niños y las niñas.
" Muchos no se han dado cuenta de que el colegio no funcionaba desde
antes, pero en esta situación se nota mucho ", sostiene el
investigador del Consejo Nacional de Investigación Italiano y responsable del
proyecto internacional "La ciudad de los niños y las niñas", para
quien la pregunta más importante para hacerse hoy es "si es posible hacer
lo mismo de siempre, cuando todas las condiciones han cambiado".
¿Cómo
sacarle el jugo al aislamiento obligatorio y convertirlo en una experiencia
pedagógica enriquecedora? La respuesta, para Tonucci, es sencilla : convertir la casa en un "laboratorio" donde
los padres sean los asistentes de los maestros y en el que cada espacio, desde
la cocina hasta un cajón de fotos viejas, se convierta en la oportunidad de
aprender algo nuevo.
-¿Cuáles
considera que son las falencias de la escuela que la cuarentena deja al
descubierto?
-No es
difícil imaginar que cambió todo. Este es el punto de partida. Si cambió todo,
la escuela no puede seguir igual que antes. La contradicción que yo encuentro
es que la escuela quiere demostrar que se puede seguir como antes y sigue
siendo una institución de clases y deberes, donde lo único que se modificó fue
el medio: en lugar de ser presencial, se hace de forma virtual. Ahí aparecen
preguntas como si se puede estar tantas horas seguidas frente a la pantalla, si
todos los niños son capaces de hacer los deberes de esa forma o si tienen la
tecnología adecuada para ello. Pero desde mi punto de vista, la pregunta más
importante es si es posible hacer lo mismo de siempre, cuando todas las
condiciones han cambiado.
-¿Cómo
debería transformarse y adecuarse la educación en este contexto?
-Albert
Einstein solía decir: "Si tienes deseos de cambio, no puede seguir
haciendo lo mismo". También decía que las crisis pueden ser una gran
oportunidad para las personas y los países, porque conllevan cambios. Si la
escuela estaba contenta y satisfecha acerca de cómo funcionaba, entiendo que
buscará seguir igual. Pero, desde mi mirada, ya no funcionaba antes, porque,
muchas veces, es una institución que se hace a pesar de los alumnos: todo se
decide desde afuera y sin tenerlos en cuenta. Los niños prácticamente no
existen, no aparecen en sus preocupaciones. Hay reglamentos, programas, libros
de textos y ninguno de estos instrumentos interroga los alumnos preguntándoles
qué quieren hacer, cuáles son sus deseos, aptitudes y capacidades. El artículo
29 de la Convención de los Derechos del Niño, que en la Argentina tiene
jerarquía constitucional, dice que el objetivo de la educación debe ser el
desarrollo de las capacidades y aptitudes de los alumnos hasta el máximo nivel
posible.
-¿De
qué forma se aplica en tiempos de aislamiento obligatorio? ¿Cómo aprovechar al
máximo esta situación para que los chicos y las chicas puedan seguir
aprendiendo?
-Mi
propuesta puede ser considerada casi banal: si la escuela la tenemos que hacer
en casa, aprovechamos la casa. Que el hogar se considere un laboratorio y los
padres, asistentes del laboratorio. Así, podemos afrontar además un segundo
tema: no solo la escuela no funcionaba bien antes, sino que vivía en un
conflicto constante con la familia, que siempre está lista para denunciar al
colegio. Ahora, la situación es nueva, la escuela se hace en familia, en casa.
Es necesario que le pida a los padres que ayuden a los niños y las niñas a
comprender y conocer cosas que no conocen, por ejemplo, cómo usar las máquinas
que hay en el hogar para vivir experiencias nuevas: poner la ropa a lavar o
secar, planchar, coser botones, desmontar un enchufe. Todo de forma segura y
asistidos por los padres, por supuesto. En definitiva, conocer este mundo que
es el de la casa haciendo operaciones que muchas veces los niños no hacen y,
cuando empiezan a hacerlas, solo las hacen las niñas porque se consideran
tareas femeninas.
-¿Qué
otros espacios del hogar puede ser útiles para aprender nuevas habilidades?
-La
cocina, por ejemplo, es un laboratorio de química: no hay duda de eso. Allí se
pesan los ingredientes, se mezclan, hay que cocinarlos usando distintos
métodos. Me gustaría que la escuela le propusiera a los chicos, por ejemplo:
"Para mañana, cada uno tiene que preparar una salsa, según la costumbre de
cada familia. Luego, hay que compartirla, valorarla entre todos los miembros
del hogar y escribir una receta". De esa forma, se están tratando muchas
disciplinas típicamente escolares, como física, química y literatura, pero de
una forma distinta. Otro ejemplo es la historia: los cajones de la casa están
llenos de historia, la de los niños, a través de fotografías y desde su nacimiento.
Con los padres, las pueden recorrer juntos, ponerlas en orden, hacer líneas de
tiempo y, con todo eso, cuando vuelvan a clase pueden hacer un libro con la
historia de cada alumno.
-Sin
dudas, esta es una experiencia inédita no solo para los adultos, sino también
para los chicos y las chicas. ¿Cómo podemos ayudarlos a "pasar en
limpio" sus emociones en un contexto tan particular?
-Una
buena manera sería que la escuela le sugiera a cada niño o niña hacer un
diario. Estos niños están viviendo una experiencia que esperamos sea única en
su vida. Ellos no verán la hora de que termine para olvidarla, pero yo creo que
sería una lástima que lo olviden, porque están viviendo experiencias y
sentimientos raros en un mundo pequeño, que es la casa. El otro día hablé con
el Ministro de Educación de la Argentina [Nicolás Trotta] y me decía que le
envío cuadernos a los niños. Sería bueno que uno de esos cuadernos sea para un
diario personal y, si los chicos quieren, que sea secreto, porque tienen
derecho a una vida íntima, reservada. Quizás la escuela pueda preguntarse:
"Si es secreto, ¿cómo puedo evaluarlo?". Bueno, no lo evalúa: lo
regala a los niños. Cuando hablo con los chicos y las chicas siempre les digo
que hacer un diario vale la pena, porque dentro de muchos años lo van a poder
leer con sus hijos y será una gran emoción.
-Usted
suele decir que la escuela no consigue promover el hábito de la lectura en los
niños, ¿por qué?
-La
escuela nunca alcanza a obtener un amor por la lectura y esto es un fracaso que
yo denuncio siempre, una gran falta, porque sería el regalo más grande que
podría hacer a sus alumnos y alumnas: darles el amor, placer, gusto, la
necesidad de la lectura. Pedirles que aprovechen este tiempo para leer libros
es fundamental: cualquiera, los que encuentren en casa, no importa que sean
para adultos siempre que los padres los aprueben. Si en el hogar no hay libros,
que la escuela encuentre la manera de hacérselos llegar. Es importante que
puedan leerlos no para hacer resúmenes o fichas, sino como regalo, no como un
deber. Si quieren, pueden luego compartirlo con los maestros, hacer por ejemplo
un debate sobre qué les pareció lo que leyeron.
-Como
padres, ¿qué puede hacerse para fomentar ese hábito?
-Un
hábito especial puede ser la lectura en familia: que todos los días se busque
un horario, puede ser media hora, y un rincón de la casa donde se lea un libro
juntos, en voz alta, como si fuera un espectáculo teatral, una telenovela. Un
poco cada día hasta terminar un libro y luego empezar otro. Estoy convencido de
que estas son experiencias de gran valor emocional y, por lo tanto, educativo,
que puede aprovechar la escuela, porque la buena escuela es la que se construye
sobre el mundo de los niños. En este momento, el mundo de los niños es pequeño:
su casa. Si se hace esta experiencia y se aprende a implementarla, cuando se
termine la cuarentena se puede seguir haciendo una escuela de este tipo sobre
el mundo grande: la calle, el barrio, la ciudad. En definitiva, el mundo donde
deberían vivir su vida los niños y las niñas, que no es solamente su casa ni su
escuela.
Por: María Ayuso
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