«Me arruiné las
vacaciones». Francesco Tonucci sonríe al otro lado del teléfono y menciona una
agenda interminable de videollamadas (con colegas, funcionarios, periodistas)
que le impide un consumo típico de cuarentena, como libros o series. «Y va a
seguir, porque me preguntan mucho por el después», agrega en perfecto español.
Tonucci habla del Covid-19, como todos en estos días, pero especialmente de las
infancias y de la escuela en este contexto de crisis, ilusionado con que sirva
como oportunidad para cambiar el modelo educativo imperante.
Un currículum a las
apuradas dirá que es pedagogo, escritor, dibujante, investigador y creador del
proyecto internacional La Ciudad de los Niños y las Niñas, que se replica en
más de 200 localidades de todo el mundo –unas 30 en la Argentina–, en las que
se propone dar voz a los pequeños y brindarles espacios públicos donde puedan
jugar en libertad. Uno de los que habló con él esta semana fue el ministro de
Educación, Nicolás Trotta, que apoyó su iniciativa de que, cuando se abran
completamente las ciudades, se les deje el primer día solo a los chicos y
chicas, para que jueguen y las disfruten como nunca las vieron.
Francesco vive en
Roma, «con el miedo de una persona vieja como yo, y la preocupación de que no
se generen más problemas ahora que todo se empieza a abrir». Lo que más lo
angustia es que hace más de 70 días no puede ver a sus hijos y, sobre todo, a
sus nietos. «Estoy solo en mi casa, aislado, como todos, abriendo la puerta una
vez a la semana para comprar». Al segundo se corrige. De hecho, el miércoles
dio un paseo por su barrio, en la periferia de la capital italiana, por primera
vez en dos meses. «Hice tres kilómetros, paseando por calles y monumentos que
no conocía, cerca del Cementerio del Verano, que sorprendentemente tiene nombre
español y aquí nadie sabe qué significa. Después de 50 años de transitar una
ciudad que vive de manera caótica, con un movimiento espantoso, verla vacía es
un efecto muy fuerte… Qué poder tiene un virus para conseguir parar el trabajo
y el tráfico, dos dioses de nuestra cultura. Pensemos que aquí la contaminación
aérea produce el doble de muertos que el Covid».
-¿Qué le dice su nieta de doce años?
-Lo mismo que
estamos recogiendo de los chicos de nuestros Consejos de Niños de todo el
mundo. Cuando empezó todo este rollo, me golpeó mucho que todos buscaran
expertos para dar consejos a padres y maestros y nadie se preocupara por preguntarles
a los niños qué pensaban y qué proponían, por lo cual le pedí a alcaldes e
intendentes de nuestra red de ciudades, que convoquen al Consejo de Niños. Y lo
que sale de esos testimonios son tres cosas básicas. Lo principal: les faltan
los amigos. Esto ha sido mal interpretado, creyendo que decían «me falta la
escuela». Pero no: les falta la escuela porque es el único lugar donde se
encuentran sus amigos. Décadas atrás, se los encontraban en la calle, en el
tiempo libre, para hacer otras cosas, inventar, jugar, y en la escuela estaban
los compañeros de clase. Ya no es así: se perdió la calle. Lo segundo que dicen
en las encuestas es que les gusta pasar tiempo con sus padres. Es un regalo de
la pandemia. Muchos niños o no los conocían o los veían casi de casualidad.
Ahora tienen que compartir y participan de las cosas de la casa. Lo tercero:
todos manifiestan que están hartos de la tarea de manera virtual. Es algo que
la escuela no ha entendido que no debía hacer. Por eso propuse aprovechar la
casa para que sea un laboratorio, y que sean las acciones con los padres las
verdaderas tareas, no las del libro de texto. Aprender a cocinar, coser,
recuperar las fotos, pintar, y que la escuela trabaje con los niños sobre estas
experiencias. Si «hacen pasta” y nada más, no sirve; veamos si hay matemáticas
dentro de la cocina: hay pesos, proporciones, tiempos de cocción. O aprovechar
para hacer lengua, escribiendo recetas, que no es escribir cualquier texto,
debe ser útil para que otra persona que no me conoce pueda repetir el mismo
plato. Cuando el mundo se amplíe de nuevo fuera de las casas, me gustaría que
la escuela no perdiera este descubrimiento: que se puede trabajar sobre el
mundo, el barrio, las historias, la naturaleza y los problemas ambientales, y
no sobre los libros de textos.
-¿Cree posible un cambio en la escuela después de la pandemia?
-Clases y tareas en
este tiempo son cosas que no tienen sentido, porque vivimos situación
extraordinaria, no puede ser que la escuela siga como antes. Pero esta manera de
interpretar la educación y la escuela no debe ser sólo en tiempos de crisis y
coronavirus, sino para siempre. Los cambios cuestan. Normalmente, las
estructuras intentan quedarse iguales para siempre. La escuela italiana adoptó
como lema en esta crisis: «La escuela continúa». Sería un “seguimos como
antes”. Y es algo paradójico: ¿cómo que no cambia nada si cambió todo para
todos? Pero si la mayoría piensa que la escuela no tiene que cambiar, vendrá
agosto u octubre y todo seguirá igual. Tenemos que aprovechar esta oportunidad
para lanzar una idea nueva de una escuela que corresponda a lo que nuestra
sociedad necesita.
-¿Y qué necesita?
-Por ejemplo, la
diversidad. En la escuela hay niños de culturas y lenguas diferentes, minorías
indígenas, niños con discapacidades, de diferentes sectores sociales, niños
pobres que en este momento manifiestan limitaciones porque no tienen aparatos
tecnológicos para conectarse con la escuela. El tema de fondo es que hay
una idea equivocada de que la escuela debe ser para iguales, entonces todas las
veces que alguien no es igual a los demás se considera un problema. Y la verdad
es que los niños son diferentes uno del otro, por lo cual si queremos hacer una
propuesta educativa democrática y eficaz, tenemos que hacerla para diferentes,
y no para iguales. Lo dice la Convención de los Derechos del Niño, a la que
Argentina adhirió hace 30 años con carácter constitucional: la educación no
tiene como objetivo que todos consigan los mismos resultados. El propósito de
la escuela y la familia en conjunto debe ser que los chicos descubran sus
aptitudes, vocación y talento, sus inteligencias, y una vez que cada uno
descubrió su camino, ofrecerle los instrumentos adecuados para desarrollarlo
hasta el máximo nivel posible. Por eso tiene que haber diversidades en la
escuela, y trabajar sobre lo bueno que cada uno tiene, no sobre lo malo. Con
los mismos textos para todos, pensados desde un ministerio casi siempre desde
la capital del país, la escuela está dejando afuera a un porcentaje enorme de
alumnos que no nacieron para ser literatos o matemáticos, que quieren ser
músicos, pintores, deportistas, arquitectos o mecánicos. Hay una injusticia.
Una propuesta igual para desiguales.
-¿El Covid-19 es una oportunidad para pensar en una escuela diferente?
-La crisis, como
dijo Albert Einstein, puede ser una bendición, porque produce progresos. Espero
eso, especialmente para casos como el de la Argentina, donde las autoridades
parecen motivadas a impulsar cambios y no la conservación. Las escuelas que
mejor funcionan en el mundo, como las de Finlandia, no tienen exámenes; hay
muchas menos horas de cursada a lo largo del año; empiezan la primaria a los 7
años y no hay tareas. Se hace mucho hincapié en repetir o pasar de año, y eso
no es lo central. Cuando empecemos de nuevo, tendremos que inventar una escuela
que hoy no existe. No es verdad que vamos a poder volver a la escuela de antes;
porque el virus nos obligará, con las condiciones de distancia y de cuidado, a
pensar cosas totalmente distintas. Aquí, por ejemplo, hemos analizado la
posibilidad de dividir las clases en dos grupos, uno en casa y otro en la
escuela, e ir rotándolos. Pero lo principal es que tenemos que idear una
escuela pensada de otra manera. La debilidad es que se funda en una base
jerárquica y que los de la misma edad saben lo mismo, creyendo que cuando
empiezan el proceso escolar no saben nada y después empiezan a saber lo que los
maestros supieron pasarles. El mérito del aprendizaje se pone siempre en los
niños: si no aprenden, no se castiga al docente que no supo enseñarles, sino al
alumno que no tuvo capacidad o no quiso aprender. Podemos abandonar la idea de
la clase con pupitres en la que los alumnos escuchan y repiten, y pensar que
trabajen entre ellos. Si tenemos grupos de 6 a 12 años, hasta se pueden manejar
solos, por lo cual un profesor puede lanzar propuestas, o crear grupos de
trabajo que luego supervisa. En este momento, donde tenemos que enfrentar una
situación nueva y problemática, mezclar edades lo haría mucho más fácil.
-¿Cómo están los niños en estas semanas en las que les cambió el mundo?
-No se los escucha,
en casi ningún lugar, excepto en países como Finlandia o Nueva Zelanda, que no
casualmente son liderados por políticas mujeres, que desde el principio les
hablaron a los niños. Los niños valen poco porque no votan. No están en
agenda. Y si la escuela quiere modificar la relación con ellos, no puede
repetir siempre lo mismo. El tema central es si la escuela es consciente de que
hay que cambiar: así como era ya no funcionaba desde antes de la pandemia. No
es que antes funcionaba bien y entonces lamentamos no poder seguir como antes.
No. Muchos niños se aburrían, no seguían la clase, y después olvidaban lo que
habían aprendido. Era una estructura débil, incluso en el aula. Por eso me
gustaría una escuela donde todos los espacios se utilicen como talleres y
laboratorios, con muchísimas propuestas distintas: baile, música, física,
huertas, ir moviendo a los grupos. En estas épocas puede ser útil la idea de la
jornada escolar como un recorrido y no como una estancia. Hace 30 años que lo
propongo, pero ahora parece que llegó el momento en el que a los gobiernos que
me consultan les parece viable. Algo bueno habrá hecho este virus maldito.
Que las ciudades sean para los niños
Una de las
propuestas de Tonucci para estos tiempos de pandemia apunta a que, el día que
«reabran» las ciudades, cuando todo vuelva a una mínima normalidad, se las
entreguen por 24 horas a los niños y las niñas. «Lo lanzamos como proyecto
internacional de la Ciudad de los Niños. La gente puede firmar la petición en
nuestra página lacittadeibambini.org/o en nuestro Facebook. Lo que decimos es que esta crisis tuvo
errores sanitarios, víctimas (sobre todo nosotros, los viejos), y ha tenido
campeones, que son los niños. Porque resistieron al virus, no por mérito de
ellos solos, claro, pero viven esta temporada muy larga, encerrados en casa,
que les significa algo incomprensible, y lo están haciendo muy bien. Darles un
día la ciudad vacía para que jueguen y la disfruten en libertad, como nunca han
podido, y como les gusta a ellos, sin tráfico, peligros ni contaminación, es el
regalo que les podemos hacer a modo de agradecimiento».
Hizo llegar su
iniciativa a los 200 alcaldes de las localidades que forman parte de la red
internacional, entre ellas varias argentinas. Tonucci menciona a Arrecifes y a
Rosario, una de las históricas desde que el proyecto de la Ciudad de los Niños
arrancó en mayo de 1991, con la idea de que «los niños asuman un papel activo
en el proceso de cambio, participando de forma concreta en el gobierno y en la
delineación de su ciudad, apropiándose de nuevo del espacio urbano».
También le comentó
al ministro de Educación, Nicolás Trotta, la iniciativa de liberar un día las
ciudades para los niños: «Prometió que se iba a sumar a la petición, igual que
Rosario o Neuquén. Es más una decisión política que educativa. Sé que es una propuesta
muy utópica, pero lamentablemente todo el tiempo que proponemos algo para
niños, es utópico».
Pruebas Pisa
Afirma
Tonucci: «La escuela sigue siendo la escuela de lengua y matemáticas, y el
resto es algo que si hay, hay, y si no, no importa, como las Pruebas Pisa que
toman estas dos o tres competencias y las miden por igual en todos los países
sin tener en cuenta las diferentes realidades. El niño mapuche ve distinto la
vida del que vive en Palermo o en una villa miseria, todos tienen el mismo derecho
de aprender, y lo hará mejor cuanto más pueda examinar su propia
realidad».
Fuente: Gustavo
Sarmiento para https://www.tiempoar.com.ar/
No hay comentarios:
Publicar un comentario