El
sistema que debimos montar para mantener la continuidad del proceso educativo
tiene falencias importantes, producto del apuro, la falta de entrenamiento de
docentes y alumnos, la escasez de herramientas tecnológicas en los hogares y
varios otros factores. Resulta claro que el futuro de la educación no pasa por
mantener a los estudiantes en sus casas. Sin embargo, el mecanismo de clases
virtuales está generando aprendizajes fundamentales para que muchos de los
cambios obligados por la pandemia sirvan de base para construir un proceso
educativo distinto hacia adelante. Una encuesta que realicé y que incluyó a más
de 8000 personas, entre docentes, madres/padres y estudiantes, arrojó
resultados muy alentadores de cara al futuro y me gustaría mencionar algunos.
En primer
lugar, estos han sido tiempos de un enorme aprendizaje por parte de los docentes
y los chicos en el uso de plataformas tecnológicas. Prácticamente todos los
encuestados se sienten mucho más cómodos con estas herramientas ahora de lo que
estaban apenas dos meses atrás. Ese conocimiento quedará como legado de este
momento y servirá de base para mantener un mayor uso de tecnología hacia
adelante.
En
segundo lugar, las circunstancias nos forzaron a abandonar el método de
evaluación más habitual: la clásica prueba escrita a libro cerrado, con
respuestas que se aprenden de memoria y se olvidan un minuto después de que el
examen finaliza. En este contexto es imposible evitar que los chicos se copien
o directamente usen Google para dar la respuesta. Como resultado, la mayoría de
las evaluaciones están siendo a libro abierto o a través de la preparación de
monografías, alternativas generadoras de habilidades mucho más importantes que
la memorización de corto plazo.
En tercer
lugar, la falta de una computadora propia de muchos de los chicos argentinos
forzó a que muchas de las lecciones fueran grabadas en video, para que cada uno
pudiera verla en el momento que le resultara posible. Esto abre la puerta a la
posibilidad de invertir el sentido del aula: en vez de escuchar pasivamente al
docente en la escuela y hacer la tarea en casa, mover parte de la teoría a los
hogares para aprovechar al máximo la interacción social que posibilitan las
instancias presenciales.
Finalmente,
la otra gran noticia es que se rompió la inercia de no cambiar. Dos tercios de
los docentes y madres/padres encuestados desean que alguno de estos cambios se
mantenga una vez que la pandemia quede atrás y finalice el aislamiento.
Más allá
de los tiempos difíciles que tenemos por delante, quizás en diez años miremos
para atrás y nos sorprenda que la siempre postergada innovación educativa haya
sido finalmente acelerada por un peligroso organismo microscópico.
Por: Santiago Bilinkis
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