- Corren
por Internet fotos de escuelas en Francia, que han vuelto a abrir sus
puertas para “atender” a su alumnado. Sin embargo, creo que el término es
erróneo, creo que sería más correcto escribir “para guardar al alumnado”.
Esto se corresponde más con la realidad y la necesidad de hoy en día.
Las escuelas deben abrir, pese a las advertencias sanitarias, porque las
familias vuelven al trabajo, y el colegio debe cumplir con esa función social,
guardar al alumnado durante un tiempo. Esta afirmación es dura y difícil de
escribir para una docente de vocación que cree en un cambio en la educación a
todos los niveles. Pero es cierta. Esta sociedad, y al fin y al cabo nuestra
economía, no contemplan una verdadera conciliación familiar, no hay un tiempo
para el desarrollo de la infancia. Pero esto es otro tema sobre el que
reflexionar.
La cuestión es que, más pronto que tarde, las escuelas y los centros
educativos deben abrir pero ¿cómo? ¿en qué condiciones? La solución no es
fácil, eso lo sabemos, pero hemos entrado en una lucha: la ciencia contra la
ciencia.
El doctor Fernando Simón nos recuerda diariamente que debemos prevenir
los contagios y, para ello, no hay mejor mecanismo que el uso de
mascarillas, distancia de seguridad de dos metros e higiene. Por otro lado, la
ciencia en el ámbito de la educación defiende que el desarrollo integral del
alumnado a nivel cognitivo, físico, afectivo, social y emocional se produce,
principalmente, por la interacción con el entorno y con las personas que lo
comprenden. ¿Por qué todavía no ha intervenido ningún experto en educación? Así
pues, he aquí el quid de la cuestión. ¿Cómo vamos a hacerlo?
Viendo las imágenes de Francia, no puedo evitar pensar en que las
escuelas se van a convertir en centros penitenciarios. Aunque, pensándolo
mejor, tal vez antes ya lo eran, ¿o no? Timbre de entrada, salida y cambio de
clase, horarios marcados, tiempo limitado para el ocio y el esparcimiento del
alumnado, filas, silencio, orden… Muchos centros han evolucionado, pero en el
fondo, leyendo estas palabras, quien lea esto habrá podido retornado al
colegio. Sin embargo, para volver a abrir los centros, daremos un paso más
allá. Maestras y maestros guardando las distancias de seguridad entre sí y con
el alumnado; niñas y niños separados unos de otros, sin contacto, espacio
físico delimitado para jugar solos… ¿esto es posible?
Las personas que hayan respondido sí, hace mucho tiempo que no han visto
una escuela de cerca. Una escuela y, sobre todo, la de las edades comprendidas
entre 0 a 6, que es la que el gobierno pretendía reabrir en breve para sorpresa
de los docentes, está llena de lloros desconsolados que sólo se calman con el
abrazo de un maestro/a, mocos que ayudas a quitar o que enseñas cómo sonar;
riñas y peleas entre compañeros y compañeras; acompañamiento emocional; besos y
abrazos diarios y un largo etcétera. Si dejamos de hacer esto, si dejamos de
hacer nuestra labor, estaríamos desatendiendo a nuestro alumnado. Hoy en día, a
nadie se le ocurriría decirle a una médica o a un médico, a una enfermera o un
enfermero, que no atendiera a sus pacientes; entonces ¿por qué se lo vamos a
exigir al profesorado?
Cuando empezó el confinamiento, la sociedad pensó que sería cuestión de
unos días. El mundo podía detenerse, se entendía que gran parte de la economía
debía parar por el bien común, pero la infancia no. La educación no puede,
¡debe seguir! Cómo se nos ocurre tan siquiera plantearnos esto.
Docentes, familias y Gobierno entramos en una vorágine sin precedentes
en la educación. Docentes estresados, familias estresadas y niños y niñas… no
se sabe. Nadie les preguntó, total ¿qué sabrán si sólo quieren jugar todo el
día?
Desde el colegio hicimos aquello que mejor sabemos hacer: dar una
respuesta rápida. Improvisar con los pocos o muchos recursos que cada uno
tuviera. La privacidad de los docentes ha quedado expuesta, muchos sin
conocimientos han aprendido a marchas forzadas o simplemente, no tenían, al
igual que muchas familias, dispositivos y conexion ilimitada a Internet.
Hemos improvisado, porque tampoco nos habíamos planteado nunca cómo
sería la docencia on-line y, sobre todo, en las edades más
tempranas. Pero, tal vez, en algún momento, nos pasamos de frenada. Se han
mandado tareas como si todavía estuviéramos en los centros educativos,
siguiendo nuestra rutina diaria, incluyendo los 30 minutos para el recreo.
Sin embargo, muchos docentes y profesionales de la educación paramos y
reflexionamos; no estábamos llegando a todo nuestro alumnado. La “brecha
digital”, por no llamarla “brecha social” directamente, atañe a más de la mitad
de nuestro alumnado. Así pues, el problema no es, únicamente como piensa la
Administración, que nuestro alumnado no tenga acceso a Internet y necesite una
tablet o un ordenador. Si sólo somos capaces de ver esto, estamos siendo muy
ignorantes ya que sólo estamos viendo la punta del iceberg. El problema social
es mucho más grave, y la escuela on-line y a distancia, no
puede compensar esas desigualdades que ya sabíamos que teníamos en nuestras
aulas y que debido a la pandemia se han incrementado, si cabe, un poco más.
Por lo tanto, paremos una vez más, busquemos un consenso y no nos
dejemos presionar por agentes externos. Dejemos de una vez de utilizar la
educación como moneda de cambio en la batalla política. No podemos permitir que
el derecho a la educación que toda la infantia tiene, se utilice políticamente.
El fin no justifica los medios.
Una escuela no es una guardería. Nosotros y nosotras no guardamos nada.
Los docentes y las escuelas deberían ser el lugar de encuentro donde se geste
el cambio social que ha de venir, por lo tanto, hay que tratar a las personas
que trabajan en los centros y a los niños y niñas con dignidad y respeto. No
vale que se abran centros educativos convertidos en centros penitenciarios, no
vale que releguemos la educación y la simplifiquemos a “contenidos y aprobados
o suspendidos”, no vale pensar que se está perdiendo el tiempo en casa y que
las escuelas abran para dejar allí a las niñas y niños para reactivar la
economía. Eso no es una escuela. Eso tiene otro nombre.
Si ahora le preguntamos a cualquier miembro del Gobierno si volvería a
gestionar la crisis igual que lo ha hecho, su respuesta, seguramente, sería no.
Así que la nuestra como docentes debería ser la misma. No.
Necesitamos tiempo para aprender de nuestros errores, trabajar de manera
conjunta con la Administración para crear nuevas soluciones a los problemas que
hemos encontrado y sentar las bases de una nueva educación. Creemos nuevos
espacios y redes de ayuda para atender a las familias que más lo necesiten
fuera de la escuela. Ahora es el momento de cerrar esos centros penitenciarios
y viejos modelos de educación y repensar el modelo donde el niño y la niña
sean, de verdad, el centro de la vida en las escuelas.
Y hasta septiembre ¿qué?
Dejemos que niñas y niños recuperen, poco a poco y con cautela, aquellas
libertades que les arrebatamos hace meses.
Fuente
https://eldiariodelaeducacion.com/2020/05/21/bienvenidas-bienvenidos-a-un-nuevo-curso-penitenciario/
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