martes, 2 de junio de 2020

Bienvenidas, bienvenidos, a un nuevo curso penitenciario


  • Corren por Internet fotos de escuelas en Francia, que han vuelto a abrir sus puertas para “atender” a su alumnado. Sin embargo, creo que el término es erróneo, creo que sería más correcto escribir “para guardar al alumnado”. Esto se corresponde más con la realidad y la necesidad de hoy en día.

Las escuelas deben abrir, pese a las advertencias sanitarias, porque las familias vuelven al trabajo, y el colegio debe cumplir con esa función social, guardar al alumnado durante un tiempo. Esta afirmación es dura y difícil de escribir para una docente de vocación que cree en un cambio en la educación a todos los niveles. Pero es cierta. Esta sociedad, y al fin y al cabo nuestra economía, no contemplan una verdadera conciliación familiar, no hay un tiempo para el desarrollo de la infancia. Pero esto es otro tema sobre el que reflexionar.

La cuestión es que, más pronto que tarde, las escuelas y los centros educativos deben abrir pero ¿cómo? ¿en qué condiciones? La solución no es fácil, eso lo sabemos, pero hemos entrado en una lucha: la ciencia contra la ciencia.

El doctor Fernando Simón nos recuerda diariamente que debemos prevenir los contagios y, para ello, no hay mejor  mecanismo que el uso de mascarillas, distancia de seguridad de dos metros e higiene. Por otro lado, la ciencia en el ámbito de la educación defiende que el desarrollo integral del alumnado a nivel cognitivo, físico, afectivo, social y emocional se produce, principalmente, por la interacción con el entorno y con las personas que lo comprenden. ¿Por qué todavía no ha intervenido ningún experto en educación? Así pues, he aquí el quid de la cuestión. ¿Cómo vamos a hacerlo?

Viendo las imágenes de Francia, no puedo evitar pensar en que las escuelas se van a convertir en centros penitenciarios. Aunque, pensándolo mejor, tal vez antes ya lo eran, ¿o no? Timbre de entrada, salida y cambio de clase, horarios marcados, tiempo limitado para el ocio y el esparcimiento del alumnado, filas, silencio, orden… Muchos centros han evolucionado, pero en el fondo, leyendo estas palabras, quien lea esto habrá podido retornado al colegio. Sin embargo, para volver a abrir los centros, daremos un paso más allá. Maestras y maestros guardando las distancias de seguridad entre sí y con el alumnado; niñas y niños separados unos de otros, sin contacto, espacio físico delimitado para jugar solos… ¿esto es posible?

Las personas que hayan respondido sí, hace mucho tiempo que no han visto una escuela de cerca. Una escuela y, sobre todo, la de las edades comprendidas entre 0 a 6, que es la que el gobierno pretendía reabrir en breve para sorpresa de los docentes, está llena de lloros desconsolados que sólo se calman con el abrazo de un maestro/a, mocos que ayudas a quitar o que enseñas cómo sonar; riñas y peleas entre compañeros y compañeras; acompañamiento emocional; besos y abrazos diarios y un largo etcétera. Si dejamos de hacer esto, si dejamos de hacer nuestra labor, estaríamos desatendiendo a nuestro alumnado. Hoy en día, a nadie se le ocurriría decirle a una médica o a un médico, a una enfermera o un enfermero, que no atendiera a sus pacientes; entonces ¿por qué se lo vamos a exigir al profesorado?

Cuando empezó el confinamiento, la sociedad pensó que sería cuestión de unos días. El mundo podía detenerse, se entendía que gran parte de la economía debía parar por el bien común, pero la infancia no. La educación no puede, ¡debe seguir! Cómo se nos ocurre tan siquiera plantearnos esto.
Docentes, familias y Gobierno entramos en una vorágine sin precedentes en la educación. Docentes estresados, familias estresadas y niños y niñas… no se sabe. Nadie les preguntó, total ¿qué sabrán si sólo quieren jugar todo el día?

Desde el colegio hicimos aquello que mejor sabemos hacer: dar una respuesta rápida. Improvisar con los pocos o muchos recursos que cada uno tuviera. La privacidad de los docentes ha quedado expuesta, muchos sin conocimientos han aprendido a marchas forzadas o simplemente, no tenían, al igual que muchas familias, dispositivos y conexion ilimitada a Internet.

Hemos improvisado, porque tampoco nos habíamos planteado nunca cómo sería la docencia on-line y, sobre todo, en las edades más tempranas. Pero, tal vez, en algún momento, nos pasamos de frenada. Se han mandado tareas como si todavía estuviéramos en los centros educativos, siguiendo nuestra rutina diaria, incluyendo los 30 minutos para el recreo.

Sin embargo, muchos docentes y profesionales de la educación paramos y reflexionamos; no estábamos llegando a todo nuestro alumnado. La “brecha digital”, por no llamarla “brecha social” directamente, atañe a más de la mitad de nuestro alumnado. Así pues, el problema no es, únicamente como piensa la Administración, que nuestro alumnado no tenga acceso a Internet y necesite una tablet o un ordenador. Si sólo somos capaces de ver esto, estamos siendo muy ignorantes ya que sólo estamos viendo la punta del iceberg. El problema social es mucho más grave, y la escuela on-line y a distancia, no puede compensar esas desigualdades que ya sabíamos que teníamos en nuestras aulas y que debido a la pandemia se han incrementado, si cabe, un poco más.

Por lo tanto, paremos una vez más, busquemos un consenso y no nos dejemos presionar por agentes externos. Dejemos de una vez de utilizar la educación como moneda de cambio en la batalla política. No podemos permitir que el derecho a la educación que toda la infantia tiene, se utilice políticamente. El fin no justifica los medios.

Una escuela no es una guardería. Nosotros y nosotras no guardamos nada. Los docentes y las escuelas deberían ser el lugar de encuentro donde se geste el cambio social que ha de venir, por lo tanto, hay que tratar a las personas que trabajan en los centros y a los niños y niñas con dignidad y respeto. No vale que se abran centros educativos convertidos en centros penitenciarios, no vale que releguemos la educación y la simplifiquemos a “contenidos y aprobados o suspendidos”, no vale pensar que se está perdiendo el tiempo en casa y que las escuelas abran para dejar allí a las niñas y niños para reactivar la economía. Eso no es una escuela. Eso tiene otro nombre.

Si ahora le preguntamos a cualquier miembro del Gobierno si volvería a gestionar la crisis igual que lo ha hecho, su respuesta, seguramente, sería no. Así que la nuestra como docentes debería ser la misma. No.

Necesitamos tiempo para aprender de nuestros errores, trabajar de manera conjunta con la Administración para crear nuevas soluciones a los problemas que hemos encontrado y sentar las bases de una nueva educación. Creemos nuevos espacios y redes de ayuda para atender a las familias que más lo necesiten fuera de la escuela. Ahora es el momento de cerrar esos centros penitenciarios y viejos modelos de educación y repensar el modelo donde el niño y la niña sean, de verdad, el centro de la vida en las escuelas.

Y hasta septiembre ¿qué?

Dejemos que niñas y niños recuperen, poco a poco y con cautela, aquellas libertades que les arrebatamos hace meses.



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