- Joan Subirats, comisionado de cultura del
Ayuntamiento de Barcelona y teniente de alcalde, asegura que las
ciudades tardarán en volver a la normalidad y apunta a la incertidumbre de
cara a grandes celebraciones como La Mercè o fin de año: «Tenemos que
conseguir compaginar salud y disfrute».
Joan Subirats, catedrático de
ciencias políticas en la UAB, comisionado de Cultura en el Ayuntamiento de
Barcelona y sexto teniente de alcalde, plantea la crisis del coronavirus como
una antesala que abre un escenario de riesgos y posibilidades. El peligro de
ceder nuestra intimidad en pro del bien común y acabar cediendo a lógicas
controladoras y totalitarias se contrapone a la oportunidad de implementar las
redes de solidaridad.
Sea como sea, sin embargo, la
salida de la crisis, Subirats asegura que «no es tan fácil volver a la normalidad»
y, es más, considera que «quizás tampoco queramos volver a ella». ¿Cómo serán
las ciudades cuando podamos salir de casa en la nueva normalidad? ¿Tendremos
miedo unos de otros y primará el miedo al contagio antes que el contacto? Si no
se pueden retomar los espacios públicos y no se pueden hacer manifestaciones,
¿cómo será la protesta? Hablamos de cómo será, al fin y al cabo, nuestro trato
con la ciudad, con el otro, después de la pandemia
Hace unas semanas publicó un artículo en Ctxt en que citaba a
Boaventura de Sousa Santos, quien decía que la normalidad era una
crisis permanente. ¿Cómo cree que esta pandemia ha evidenciado que nuestra
normalidad era, precisamente, una excepcionalidad?
Boaventura dice que llevamos
mucho tiempo en crisis, pero el concepto crisis tiene un problema y es que da
la sensación de ser coyuntural. Una crisis es como si tuvieras, nunca mejor
dicho, una gripe: la tienes durante un tiempo y luego la superas. Pero la
organización mundial que impera actualmente fue gestada en 2008, desde el
discurso de que la superación de la crisis lo justificaba todo. Justificó los
recortes en sanidad pública, la precariedad laboral o los problemas de
vivienda. Ya lo dice Naomi Klein en La doctrina del shock: normalizamos
cosas que de normal no tienen nada.
Es ahora, que sufrimos una crisis
de otra magnitud, que hablamos de emergencia y de peligro vital. Esto lo
encontramos excepcional, pero no ha sido hasta esta excepcionalidad que hemos
redescubierto cosas que habíamos perdido durante la ‘normalidad’
anterior. Hemos redescubierto el tiempo, la importancia de servicios y
actividades en el hogar, la salud y la vida en relación al trabajo. La
normalidad debería ser más segura, pero ahora nos damos cuenta de que estábamos
rodeados de riesgos. Hoy, en esta excepcionalidad, aparentemente
deberíamos estar inseguros, pero resulta que hemos recuperado seguridades que
habíamos perdido.
El hecho de recuperar
seguridades, que entiendo que excluye a las personas enfermas, depende mucho de
las condiciones en que se viva esta excepcionalidad.
Evidentemente, las desigualdades
siguen existiendo.
Darnos cuenta de ello, no
significa necesariamente remediarlo. En 2008 se tiró de soluciones
cortoplacistas. ¿Cree que habremos aprendido algo?
La crisis del 2008 no tuvo el
nivel de esta. Fue muy grande y tuvo muchos efectos, pero no tuvo tanto impacto
sobre la cotidianidad. Esto nos está haciendo redescubrir, más que entonces, el
poder de la articulación comunitaria. Repensamos cosas que no tuvimos tiempo de
repensar en 2008, porque impacta mucho más en los hábitos y modos de vivir y
relacionarnos.
Existe el riesgo de hacer como en
2008 y volver al business as usual, reafirmando las desigualdades
de los que más sufrieron la crisis, rescatando a los bancos y recuperando el
sistema económico de la manera más ortodoxa posible. Pero creo que no
pasará. De aquella crisis surgieron movimientos globales como el 15M o
el Occupy Wall Street, de los que extrajimos aprendizajes que
quizás nos permitan resolver esta crisis de manera diferente.
La crisis ayuda a evidenciar
desigualdades e inseguridades, como la precariedad laboral, la crisis
habitacional o la violencia de género. Pero, para un cierto estrato social,
este confinamiento no ha supuesto sólo ponerlas de relieve, sino convivir con ellas
24 horas al día, 7 días a la semana.
Es evidente que la desigualdad
juega un papel en los efectos de esta crisis. Se ve, no sólo en las
condiciones físicas o materiales con las que la gente es capaz de subsistir,
sino también en la distribución de los contagios. No es verdad que el virus sea
democrático.
Por eso no será tan fácil volver
a la normalidad y, además, la pandemia nos deja la reflexión de que no queremos
volver a la normalidad. Después de las grandes crisis nunca se vuelve a lo que
había antes: después del 11S vimos un cambio brutal en la seguridad del mundo
y, ahora, es posible que se incorporen medidas de control tecnológico de la
población. Se nos plantean peligros y oportunidades y que la salida sea mejor o
peor dependerá de la atención que prestemos a los más perjudicados. Podemos
acabar en un escenario con un control brutal de la conducta o en otro en que se
haya recuperado la importancia de la red.
¿Corremos el riesgo de ceder los
datos sobre nuestra intimidad de manera voluntaria, en pro del bien común?
Es una posibilidad. Las
aplicaciones móviles que han creado la Generalitat y el Gobierno son apps en
las que, de manera voluntaria, explicas cómo te encuentras. Puede parecer
evidente que ahora hay que hacerlo, ya que contribuye sólo a tener más
controlada la salud pública. Pero, a la vez, no sabemos si estos datos
pueden ser usados de manera negativa.
En China, por ejemplo, cuando una
persona en un vagón de tren tiene unos niveles de temperatura altos, que se
detectan a través de un sensor, se avisa a los teléfonos de todos los
pasajeros. Esto se puede ver como una intromisión brutal, pero también es
una garantía para la salud pública. Es lo que Focault denominaba
biopolítica, la capacidad de control. Normalmente no cederíamos tan
fácilmente nuestra intimidad, pero cuando hablamos de salud, la cosa cambia.
Lo que no podemos hacer es dejar
de politizar el debate, es un error pensar que estamos ante un problema
estrictamente técnico o científico. Y cuando digo politizar no quiero decir
hablar sobre si lo hace mejor Junts per Catalunya, el PP o el PSOE. Quiero
decir discutir sobre quién gana y quién pierde con cada decisión, cuáles son
los costes y los beneficios y cómo se distribuyen. Que no hay nada neutral.
¿Cómo cree que nos
relacionaremos, una vez acabe el contagio? Ahora que hablaba del vagón en
China, ¿cree que mandará el miedo al contagio? Y si es así,¿ esto podría aumentar
las desigualdades y discriminaciones sociales?
Históricamente esto ya ha pasado:
el barrio judío de Barcelona se destruyó en el siglo XIV porque corrió la voz
de que la peste se había originado allí. En la India existe el rumor de que una
buena parte de la pandemia nació en una mezquita y, con todo el conflicto que
hay entre hindúes y musulmanes, esto es un barril de pólvora. En estas
situaciones, buscar un culpable es sencillo y eso se notará a la larga. Nos
costará volver a salir al espacio público para celebraciones multitudinarias.
Hasta que no seamos inmunes al virus o haya una buena parte de la población con
inmunidad adquirida, no recuperaremos la normalidad del uso de los espacios.
Es un aspecto del
desconfinamiento que deberá ser regulado, sobre todo teniendo en cuenta las
ganas que tenemos de recuperar el contacto. Será una decisión científica,
médica y política, que deberá buscar la manera en que no acabe repercutiendo
más sobre unos que sobre otros. Y aquí, la vuelta a la escuela también tendrá
un papel importantísimo.
¿Las diferencias en el acceso a
la tecnología y el tiempo y capacidad que tienen las familias para acompañar a
los niños en el estudio durante el confinamiento generarán desigualdades que
perdurarán en la vida académica de los niños y niñas?
Sabemos que el grado de éxito
educativo depende de la formación de las familias. Es una variable
importante, así como la disponibilidad de aparatos tecnológicos. Y habrá
que continuar con estos debates en el futuro, ya que se deberá reforzar el
equipamiento tecnológico de la sociedad cuando salgamos de esta pandemia. Al
igual que en el siglo XIX se hicieron redes de saneamiento y alcantarillado,
mañana se requerirá una red abierta para la ciudadanía, democrática, y no
controlada de manera privativa.
En cuanto a los efectos que
tendrá la pandemia en los niños, dependerán de nuestra capacidad de trabajar
durante los meses posteriores. El verano será un escenario importantísimo: las
colonias y el ocio pueden ser una gran herramienta para eliminar los efectos de
la pandemia y las dificultades que se hayan adquirido estos meses. Ahora bien,
habrá que garantizar un acceso democrático de la mano de ayudas públicas. El
ocio será un elemento central para reducir los efectos de la pandemia.
Durante estos meses, parece que
la situación ha cambiado pero los contenidos y la manera de estudiar se ha
mantenido. ¿Cree que es momento para replantear metodologías pedagógicas?
La crisis actual pone más de
relieve esta necesidad, pero ya hace tiempo que tenemos un problema en el
sistema educativo. Hay que introducir más elementos artísticos,
experimentales, propios de una lógica que no se base en la reproducción del
conocimiento. Hay un gran desajuste entre el cambio de época que vivimos,
llena de incertidumbres, y los currículos escolares. Necesitamos
incorporar estas palabras mágicas, como la creatividad, la innovación o la
emprendeduría para educar personas que sean flexibles en épocas cambiantes,
como la nuestra. Y eso, la Covid-19 nos lo demuestra.
Habla de la necesidad de
introducir más arte y cultura a la educación. Precisamente la cultura
tiene un papel relevante durante este confinamiento. Estamos acostumbrados
a consumir cultura gratis y estos días se está demostrando cuán vulnerable es
el sector. ¿Es momento para dar más voz a la cultura?
La situación lo requiere. La
cultura es determinante en el momento que vivimos, pero a la vez vive en una
precariedad crónica. Hemos asumido una cultura de acceso libre que no
tiene en cuenta la supervivencia de los creadores. Hay que poner de
relieve la importancia de la subsistencia económica de la cultura, no sólo en
términos de presupuestos: debemos asumir que vale un precio que hay que pagar.
Pero lo que está claro es que es
un sector que saldrá muy tocado de esta crisis. Todavía ahora no tenemos claro
cuál es el futuro de grandes eventos como festivales o fiestas. Tenemos Sant
Jordi aplazado hasta junio. Y se nos viene la duda acerca de cómo celebrar
grandes fiestas como el Grec, la Mercè o, incluso, fin de año. Somos muy
conscientes de que los efectos del coronavirus se prolongarán en el tiempo y
tenemos que encontrar el equilibrio entre la necesidad de recuperar el pulso de
ciudad y los requerimientos sanitarios: entre la salud y el disfrute.
Recuperar los espacios públicos
es recuperar la soberanía como ciudadanía. Al principio de la entrevista
hablaba de los aprendizajes de la crisis del 2008, a través del 15M o el Occupy
Wall Street. Ambos basados en la movilización. Si en un futuro cercano
se imposibilitan las manifestaciones o la movilización, ¿cómo será la protesta?
En todo el mundo padecemos la
misma excepcionalidad y creo que se generarán procesos de cooperación y
aprendizajes globales cruzados. Esto se dio en 2008 con el Ocuppy y
creo que se volverá a dar, aunque no de forma física. Las redes serán un
elemento importantísimo, pero la movilización en la calle se seguirá dando y
tendremos que valorar los riesgos. Volvemos a lo que hablábamos antes: en
momentos de incertidumbre existe el riesgo de que se valore la seguridad y la
salud pública por encima de todo; puede que las lógicas autoritarias aprovechen
esta incertidumbre para delimitar las posibilidades de la protesta.
Estos días se da el debate sobre
la presencia del ejército en las calles. Por un lado la imagen violenta y
de gasto público asociado a los militares y por otra las tareas de desinfección
de la UME. ¿Qué pesa más?
Hay que pensar en la capacidad de
aprovechamiento político que unos y otros puedan hacer de este
debate. Pero creo que ahora lo que corresponde es aprovechar todos los
recursos disponibles para hacer frente a una situación excepcional que puede
superarnos. En este sentido, me sorprende la politización de este debate,
que nos distrae de los verdaderos objetivos de estos días.
Esto, sin embargo, no significa
ser naif y que nos dé igual de dónde venga la ayuda y quién
nos la ofrezca. No comparto la retórica militarista a las ruedas de prensa y no
simpatizo con cómo la monarquía se aprovecha de la situación para intentar
salir de la situación patética en la que está. Pero son detalles relativamente
pequeños en relación a la dimensión del problema. Es absurdo que haya buques
hospital militares o dispositivos de desinfección y que no los usemos. Y eso no
justifica la existencia del ejército.
por
Sandra Vicente
Fuente
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