Autor
Miguel Andrés Brenner
Facultad de Filosofía y Letras
Universidad de Buenos Aires
Abril de 2020
Por
razones de público conocimiento, la escuela pública en Argentina también sufre
de la cuarentena. A partir de aquí, los docentes “son instruidos
normativamente” para que utilicen ciertas plataformas a fin de continuar con el
proceso de enseñanza-aprendizaje. El problema acontece cuando “se instruye”
para usar plataformas tales como, por ejemplo, Google classroom.
Nadie de quienes tiene potestad de hacerlo alertan sobre el perfil pedagógico[1] de
la misma, mientras cada docente hace lo que puede, bien o mal, con mayor o
menor empeño. Pareciera que no existiera otro tipo de tecnología educativa, más
humana, lo que no es cierto. Google classroom se impone ante la urgencia, lo
cual también es comprensible, aunque ello, a un futuro cercano, debiera dar pie para revisar todas las prácticas
pedagógico-didácticas en el aula de la escuela pública. Sin embargo, al
respecto, acontece el “silencio” de quienes son responsables en el
establecimiento de condiciones laborales/pedagógicas más humanas.
Veamos,
en tal sentido, algunos considerandos muy puntuales, sin pretender que este
escrito se constituya formal académicamente, sino más que nada en una denuncia
que apela a lo utópico en vez de a lo distópico, que apela a una escuela digna
en vez de una escuela de la que el sabor frecuente sea el malestar en la
docencia.
Desde
la plataforma Google classroom:
a.
El
docente no puede crear su propio diseño de clase, que viene ya pautado.
El diseño de la clase viene pautado de manera tal que cada docente puede
reiterar el modo como da clases de manera tradicional-presencial con todos sus
vicios, empero lo que ocurre es que ahora lo hace digitalmente. “El problema es que el currículo rígido y con mandatos de aplicación en
fechas y horarios preestablecidos conspira contra esta nueva forma dialógica e
interactiva de aprender juntos. El sistema educativo construido sobre la lógica
de la máquina newtoniana (partes ensamblables, con periodos fijos de ciclos)
salta por los aires y no nos damos cuenta.”[2] Desde aquí, hacemos las
siguientes consideraciones.
b.
No hay posibilidad de retroalimentación
entre alumnos-alumnos, docentes-docentes, alumnos-docentes (en este último
caso, salvo con el formato tradicional).
En Google classroom hay un ítem para crear tareas y preguntas, sin embargo,
se presta al “copiar y pegar”, ahora de manera digital.
c.
Desde el punto de vista pedagógico, para
el docente, es un trabajo meramente individual, que no favorece la comunicación
entre docentes, no permite la socialización o mirada de los contenidos por
parte de otros docentes. O sea, cada materia no es una cuestión comunitaria,
sino individual, y se reiteran los “vicios” frecuentes de una llamada escuela
tradicional, donde las materias se dan compartimentadamente. No hay trabajo
colaborativo, ni crítico, ni creativo. Es decir, posibilita que un trabajo sea
visto por los alumnos (por cada alumno aisladamente), pero no por colegas
docentes.
d.
Permite
trabajar por módulos o unidades a través de temas, pero no a través de
problemáticas, con la complejidad de un trabajo crítico-creativo-colaborativo
desde una perspectiva ético-política. Importa la tarea individual para
mostrársela al docente, aunque nada más. Se presta a reiterar los vicios que
acaecen en una clase escolar tradicional. Por ej., el docente que tiene pocas
ganas de trabajar, simula; el docente que pretende ser exigente sobrecarga[3] de
trabajo a los alumnos. A veces, hay directivos que sugieren “no recargar a los
alumnos de tareas”. Y he aquí el
problema, pues pedagógicamente la cuestión no debiera reducirse a “recargar o
no recargar”, con un perfil netamente bancario en ambos casos.
f.
Cada
tarea es para hacer en casa, enviarla digitalmente al docente, quien luego hace
una devolución, pero no se da virtualmente la dinámica dialógica como dentro de
un espacio áulico. O sea, se mantiene el formato de “tareas”, antiguamente
llamadas “deberes”. Hay que tener en cuenta que existe en la actualidad otro
tipo de tecnología superadora del formato criticado.
g.
Importa
una constante revisión de los criterios pedagógico/didácticos referidos a la
enunciación de explicaciones, textos y consignas. Por ejemplo, si en clase me
doy cuenta, mediando la relación cara-a-cara, de que necesito realizar alguna
modificación, estoy a tiempo para efectuarla. En términos digitales, lo
“escrito, escrito está”. De ahí que se dé el requerimiento de una tecnología
que favorezca dicha evaluación/valoración, y comunitariamente, del propio
diseño y su ejecución conjuntamente otros docentes[4].
Quienes diseñaron la plataforma Google classroom no consideraron dicha
necesidad, y esto no es algo ingenuo desde un posicionamiento político
determinado.
h.
Por
otro lado, en la medida en que se apliquen “pruebas” o “tests” a los
alumnos por opciones múltiples, ello apunta a una especie de tecnicismo-positivista
propio de un enciclopedismo o modalidad bancaria tan criticada por Paulo
Freire.
i.
Otros
problemas tienen que ver con la conectividad, con el tipo de instrumentos
tecnológicos[5]
que cada alumno tiene, con el tener o no en el hogar un espacio propio para
poder estudiar, con el acompañamiento o no de los padres y la calidad efectiva
de dicho acompañamiento, con la habituación o no al uso de los medios digitales
más allá del entretenimiento, con la interpretación de las consignas de trabajo
o de las lecturas propuestas dentro de una realidad en la que la mayor parte de
los alumnos de los sectores populares en la actualidad egresan del sistema
escuela aún como semianalfabetos.
TODA
TECNOLOGÍA VALE DENTRO DE UN CONTEXTO DE RELACIÓN CARA-A-CARA Y QUE NO REITERE
LOS VICIOS DE UNA CLASE TRADICIONAL. Al respecto, existen tecnologías adecuadas,
válida, para ser usadas en calidad de instrumentos o medios dentro de un marco
valorativo ético/político pleno de humanidad.
Desafíos.
Dada la inesperada pandemia y cuarentena social, aparece la importancia para,
luego del presente lapso, revisar comunitaria, crítica y creativamente, las
prácticas pedagógicas en el aula de la escuela pública, con el acompañamiento
de supervisores que sepan en tal sentido más que los docentes, que los
orienten, más allá de la asfixiante normatividad debido al tsunami normativo
(valga la redundancia). Sin embargo, tengamos en cuenta que el presente malestar
en la docencia no predispone para el desafío propuesto, aunque existen
voluntades que batallan contra viento y marea para hacer realidad el derecho a
la educación. Sin embargo, vale la expresión de Antonio Gramsci: “con el
pesimismo de la inteligencia, pero el optimismo de la voluntad”. Es que en la
historia no todo se encuentra dicho, y de ahí un fuerte hálito de esperanza es
posible.
Al
común de los docentes “se le tiró” una herramienta digital. ¿Será la misma,
luego de transcurrido el actual momento, motivo para una superación?
Es
necesario como desafío, para superar el silencio como ausencia pedagógica,
apreciar y/o luchar contra un marco de valores propios del neoliberalismo/capitalista,
dándole un sentido crítico/creativo/colaborativo-comunitario a la utilización
de las plataformas digitales en educación.
Además,
consideremos que el perfil último económico/político del home-learning o
enseñanza on-line, entrelazado con el home-office[6], dentro
del presente neoliberalismo, significa el trabajo por proyectos, la
remuneración por proyectos, la no vigencia de un contrato laboral con la
empresa y la pertinente dependencia, la no existencia de sindicatos que defiendan
los derechos de los trabajadores, porque la única relación sería la del
individuo con la empresa que, luego de ejecutado el proyecto, cesa en su
relación con la misma, hasta el diseño y ejecución de un nuevo proyecto.
Como
señala Paulo Freire: ¿enseñar para qué?, ¿a favor de qué?, ¿a favor de
quiénes?, ¿en contra de qué y en contra de quiénes?
Apéndice
Valga
comentar que Google actúa como medio de espionaje al servicio del poder
hegemónico, pues espía a niños y adolescentes en el colegio y en sus casas[7] a
través de las plataformas digitales que ofrece en el mercado. El servicio es
supuestamente gratuito, sin embargo, la intimidad de niños y adolescentes es
vendida como insumo mercantil para las necesidades políticas y económicas de
quienes lo demanden.
¿Y
por dónde pasa también la función mercantil de Google classroom? Tiene un
límite de almacenamiento, por lo que quien requiera aumentar el mismo debe
“pagar”[8].
[2] Bonilla-Molina,
Luis (2020). “Coronavirus: Google y la NASSA en la reingeniería educativa.” http://otrasvoceseneducacion.org/archivos/342434
(consulta: 4/4/2020)
[3] Si se
visibilizan, al menos en algo, críticas o quejas, son las de algunos padres o
madres.
[4] Dicho
espíritu también debiera existir en el aula concreto de la escuela pública.
[5] La brecha social también existe en
países del “primer mundo”, como por ejemplo, en España. https://www.xataka.com/otros/ninos-tecnologia-ninos-acceso-a-educacion-escuela-a-distancia-esta-acentuando-brecha-social (consulta: 4/04/2020) Ver en el mismo
sentido: https://www.elcorreo.com/sociedad/educacion/ensenanza-online-agranda-20200329213348-nt.html?ref=https:%2F%2Fwww.google.com%2F
(consulta: 4/04/2020). O bien en
el caso de Nueva York, aunque obviamente no con el dramatismo de nuestros
países sojuzgados (empero, pensemos que maltratar a un solo alumno/persona, es
un crimen). https://eldiariony.com/2020/03/21/300-mil-alumnos-pobres-no-tienen-tecnologia-o-ni-siquiera-una-casa-para-nuevas-clases-por-internet-en-nueva-york/ (consulta: 4/04/2020)
[6] Trabajo
en casa.
[7] https://www.elmundo.es/tecnologia/2020/02/25/5e5459fcfc6c8366368b4577.html
(consulta: 4/04/2020). Podemos acudir a muy diversas fuentes de información al
respecto.
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