Tres investigadores trazan un
panorama de los desafíos y las posibilidades de la educación a distancia.
El cierre de los centros
educativos -las escuelas primarias, secundarias y las universidades- fue una de
las primeras medidas que tomó el Gobierno Nacional para evitar la propagación
del coronavirus.
Ese cierre trajo alivio
–“cerrarlas constituye una de las intervenciones no farmacéuticas más poderosas
que se puedan implementar”, coincidieron los especialistas- pero también
desafíos implícitos en la contingencia. ¿Cuán preparados estaban, estudiantes y
docentes, para zambullirse en la educación a distancia? ¿Qué aprendimos en
estas semanas de aprendizaje, valga la redundancia, virtual? ¿Cuánto quedará de
la estela tecnológica cuando pase el temblor?
“Hasta que nos azotó la pandemia,
el trabajo más fuerte en la educación virtual superior era el aula
invertida y aprendizaje móvil –asegura Lourdes Morán, investigadora del CONICET
y especialista en Tecnología Educativa en ámbitos superiores-, es decir, las
aulas mixtas, combinadas, en las que los estudiantes van a la universidad a
tener aquellas prácticas que en solitario o en sus casas no pueden realizar, y
el docente experto lo orienta y ayuda con los errores en vivo. Todo el
desarrollo más bien teórico de lectura y aprendizaje más básico de comprensión
de contenidos, se les proponía que lo hicieran por fuera del ámbito
universitario”. A esa modalidad mixta o “blended”, explica, se llegó
después de casi veinte años de madurar distintas experiencias de inserción de
las nuevas tecnologías en la educación terciaria y universitaria.
Los contenidos digitales irrumpieron
en la escuela primaria y secundaria, en cambio, diez años atrás, con la
adopción de programas como Conectar Igualdad, para escuelas secundarias, o el
de Aulas Digitales Móviles y otros planes provinciales para la escuela
primaria. “Esos recursos que ya estaban disponibles permitieron que las
prácticas de la educación a distancia ahora se desplieguen de manera casi
inmediata: hay un enorme reservorio de materiales elaborados concienzudamente
para el acompañamiento pedagógico, fruto de una decisión estatal orientada a
diseñar plataformas como Educ.Ar o ABC, programas educativos y contenidos
propios, nacionales y de carácter público”, explica el investigador del CONICET
en el área de sociología de la cultura y TIC Sebastián Benítez Larghi, del
Instituto de Investigaciones en Humanidades y Ciencias Sociales (IdIHCS,
CONICET-UNLP).
La mudanza urgente de la escuela
primaria y secundaria al entorno virtual también encontró sus escollos, como
por ejemplo, la posibilidad de que todos los estudiantes pudieran conectarse
desde sus casas. “Ya hace tiempo sabemos que la (des)conexión, la
digitalización, es una nueva dimensión de la desigualdad: la crisis del
coronavirus no hace más que acentuarlo al punto de la obviedad”, advierte el
investigador del CONICET Nicolás Welschinger, especializado en sociología de
las tecnologías, educación y políticas de inclusión, con lugar de trabajo en el
Instituto de Investigaciones en Humanidades y Ciencias Sociales (IdIHCS,
CONICET-UNLP). “Y si no tenemos en cuenta este nivel de fragmentación, y no se
presentan propuestas integrales para hacer frente a esta emergencia, esta
situación de virtualización potenciará las desigualdades ya existentes”,
agrega. Y otro problema surgido en este contexto, señalan todos los
especialistas consultados, fue la necesidad de que se acompañe a los docentes
en el proceso de mudar los contenidos pedagógicos a las aulas virtuales.
Contigo en la distancia
¿Qué cuestiones deberían tenerse
en cuenta, entonces, para que en medio de la pandemia la educación a distancia
sea efectiva y potenciadora? En primer lugar, no dejar de considerar que el
estudiante está en un contexto emocional endeble, es decir, que esto no es solo
educación virtual sino que atravesamos una situación que a veces complica los
procesos de enseñanza y aprendizaje. “Reducir los niveles de incertidumbre,
ansiedad y expectativas desmedidas resulta fundamental en las actuales
condiciones de emergencia”, indica Benítez Larghi.
Otro asunto para atender en el
ámbito superior, según Morán, es tener presente que la educación es un hecho
vincular y que al ser virtual, los educadores deberían chequear y verificar de
manera casi constante que el estudiante esté siguiendo la clase. “Todos los
medios y caminos que podamos fortalecer con los estudiantes para la
comunicación es una buena decisión: más allá del campus, tener un foro, redes
sociales o grupos de WhatsApp, contribuye para ver cómo se desarrolla el
proceso de comprensión de los alumnos con el contenido”, sugiere. En esa misma
línea, Welschinger, dice que en las escuelas primarias y secundarias “ya se
empiezan a ver experiencias en donde se abren espacios de interacción entre
docentes, directivos, familias y estudiantes en grupos de redes sociales y
mensajería instantánea, gestionados o promovidos por las asociaciones
cooperadoras escolares”.
Los investigadores también
remarcan la necesidad de que los docentes revisen continuamente sus
metodologías. “Si algo pone de manifiesto la tecnología –indica Morán– es que
para aprender en línea hay que apostar por la innovación metodológica. Una
clase magistral de un docente universitario que expone ya no se sostiene. Los
tiempos deben ser más breves, con videos de todo tipo: teóricos, de
demostraciones, de prácticas; lecturas orientadas, ejemplos ilustrativos,
consignas claras y donde los estudiantes tengan una participación activa”.
Benitez Larghi, en el ámbito del primario y secundario, completa el panorama:
“Aunque resulte imposible suplantar las dinámicas y aprendizajes que se dan en
las clases presenciales, es necesario que la gestión del tiempo al interior de
las familias se redistribuya, para dejar bien definido quién, cuánto y cómo
dedicarse a orientar a chicos y chicas de primario y secundario en el estudio
hogareño sin reproducir estereotipos y desigualdades de género existentes”.
Según Morán, no
solo los docentes, sino también los estudiantes, deberían estar dispuestos a
cambiar los modelos tradicionales y encontrar roles más participativos, para
que esta situación que se dio en la emergencia se traduzca en un cambio a nivel
educativo que perdure. “Cuando
todos los ojos se posaron en la educación virtual, a raíz de la pandemia, los
pedagogos estamos replanteándonos qué nos faltó resolver de la educación
puramente virtual que ahora nos impacta tan fuertemente para poder llevar a
cabo nuestra tarea”, reflexiona. “Aunque si logramos hacer un cambio entre las
instituciones, el equipo docente y los estudiantes en su rol, creo que vamos a
tener un camino muy interesante para la educación del futuro”, avisora.
Welschinger coincide: “La situación desatada a raíz de la crisis del
coronavirus está interpelando a la escuela de modo urgente sobre su capacidad
de responder a un desafío con el que desde hace años la educación viene
lidiando: qué hacer con ese huracán llamado digitalización”.
¿Será posible que aquel “tercer
espacio” que debería crearse en un entorno virtual, a medio camino entre la
escuela y las redes, haya surgido en este contexto para ya quedarse? “Lo que se
está produciendo en la escuela primaria y secundaria con la pandemia es la
formalización de estrategias informales que los docentes ya tenían, como grupos
de Whatsapp para dar clases, grupos de Facebook, y tutoriales de Youtube para
conectarse con los estudiantes”, dice Welschinger. “Me parece que es algo que
puede llegar a perdurar luego de la pandemia y sería bueno, porque el objetivo
debería ser el de extender la jornada educativa ya que sería muy beneficioso
para combatir esa desigualdad del sistema educativo. Pero hay que generar
conciencia de que para eso se necesitan recursos. Es un desafío sobre el que
hay que trabajar porque la crisis desatada también podría llegar a agravar la
desigualdad si no se continúan los esfuerzos realizados hasta ahora”, agrega.
Como conclusión, para Benítez Larghi, “los aciertos y errores de hoy servirán
de aprendizaje para seguir repensando los sentidos de la educación y de la
escuela en las sociedades contemporáneas por venir”. El futuro tendrá, como
siempre, la última palabra.
Por Cintia
Kemelmajer