Aprender un deporte, cómo comportarse alrededor de
una mesa o incluso cómo cepillarse los dientes forman parte de un aprendizaje
inconsciente e implícito en todos los seres vivos conocido como Aprendizaje
Social y que el psicólogo Albert Bandura ya descubrió hace unos décadas.
¿Puede un niño en edad infantil reaccionar de forma
violenta ante un muñeco? ¿Más aún cuando un adulto ha actuado de esta manera?
Así lo comprobó el psicólogo canadiense Albert Bandura, padre de la Teoría del
Aprendizaje Social, con el experimento del ‘Muñeco Bobo’ entre los años 1961 y
1963.
En este experimento, un grupo de adultos fueron
grabados mientras se relacionaban de manera violenta con un muñeco de plástico
y con apariencia de payaso. Después, un grupo de niños de entre tres y cinco
años de edad procedentes de la guardería de la Universidad de Stanford
visualizaron las imágenes y entraron en contacto con el muñeco. Por otra parte,
otro grupo de niños de la misma edad no las vieron. ¿El resultado? Los niños
que sí habían visto los comportamientos agresivos actuaron de la misma forma,
incluso idearon nuevas maneras de agresividad ante el muñeco; mientras que los
no las habían visto tuvieron una conducta tranquila y normal con Bobo.
Con este experiencia, Bandura pudo demostrar en qué
consiste la Teoría del Aprendizaje Social, también conocida como Aprendizaje
Vicario o de Observación. “Es un aprendizaje básico e inconsciente ya que
obtenemos información sobre las conductas y la manera de comportarnos a través
de la observación”, señala el psicólogo Rafael Guerrero.
El aprendizaje de un modelo
Tal y como indica Guerrero, esta teoría se centra
en el Aprendizaje Social inconsciente e implícito con el que contamos todos los
seres humanos y que está relacionado con las personas que conforman nuestro
entorno. “Aprendemos un modelo. No es lo que me cuenta el profesor sino cómo me
lo cuenta”.
Así, el psicólogo lo destaca como un aprendizaje
muy potente, que en el caso del aula, puede incluso conllevar una serie de
riesgos: “Un profesor está haciendo que 30 personas estén aprendiendo de manera
simultánea determinadas habilidades y eso tiene un riesgo. Si el docente lleva
a cabo un comentario desafortunado o una mala conducta ante sus estudiantes,
eso también se aprende”.
De este modo, los niños y los adolescentes son
capaces de extraer como enseñanzas las conductas, maneras de relacionarse con
los demás o comportamientos de los adultos en las distintas parcelas de la vida
(hábitos de higiene o formas de comportarse en determinados momentos, por
ejemplo) y sin darse cuenta de ello.
Guerrero pone como ejemplos la enseñanza de un
deporte o hábitos propios del entorno doméstico.“¿Cómo aprenden los niños a
cepillarse los dientes? Primero se dan cuenta del hábito y luego adquieren la
habilidad: cogen el cepillo, echan la pasta y se cepillan de la misma forma que
sus padres o hermanos…” O incluso la forma de comportarse alrededor de la mesa.
“La socialización comienza en la mesa. Aprendemos a comunicarnos, a
expresarnos, conocemos los tiempos de espera o incluso nos frustrarnos
alrededor de la mesa”.
Niños y adolescentes: los que más aprenden por
observación
Albert Bandura señala en su teoría la curiosidad y
las expectativas como un factor determinante para que este tipo de Aprendizaje
Social funcione. “El neonato viene con una emoción básica que se llama curiosidad,
la que te abre las ventanas para prestar atención y aprender”, explica
Guerrero. Es decir, el bebé va almacenando modelos y conductas de su entorno
adulto que, aunque no recuerde cómo las adquirió, les puede influir en el
futuro.
En relación a los niños con necesidades especiales,
como los estudiantes con autismo, Flor de Liz Santiago, trabajadora social y
experta en este trastorno, indica que estos niños también reproducen
comportamientos que han adquirido por observación, aunque se les enseñe de un
modo distinto: “Los niños con TEA, por ejemplo, aprenden mejor a través de las
imágenes porque para ellos son más visuales. Se puede enseñar a un niño con
autismo cómo tiene que lavarse las manos reproduciendo dicha conducta, pero con
ilustraciones. Para ello es necesario conocer las necesidades de cada uno, sus
áreas de fortalezas y sus limitaciones”.
La no necesaria figura del referente
Es cierto que los referentes, en el caso de los
adolescentes, juegan un papel importante a la hora de adquirir un modelo de
comportamiento o conducta. Sin embargo no es del todo determinante para
adquirir conductas que provengan de este aprendizaje. “Los adolescentes se
desvinculan de los padres para vincularse a otros modelos, que pueden no
conocer como su cantante o deportista favorito, pero también entre iguales”,
destaca el psicólogo.
Además
puntualiza que cualquier persona ‘lanza’ aprendizajes de manera constante y que
pueden ser captados sin necesidad de ser considerado un referente. “Se da a lo
largo de todo el proceso vital y tanto lo bueno como lo malo se puede aprender
a través de este tipo de Aprendizaje Social”.
Por:
Laura Román
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