Óliver Jiménez, formador e investigador en
mindfulness y gestión emocional, analiza por qué sufrir estrés durante el
proceso de aprendizaje puede repercutir de manera muy negativa a la hora de
afianzar conceptos y contenidos.
Pablo acaba de recibir la calificación de su primer
examen de matemáticas. Es una nota de sobresaliente, así que su profesora lo
felicita delante de todos sus nuevos compañeros mostrándolo como modelo a
seguir en su asignatura. Cualquiera podría pensar que Pablo debe estar muy
contento con su nota y, sobre todo, por empezar así su nueva etapa. Para Pablo,
es todo lo contrario. Piensa que a partir de ahora tendrá que sacar siempre un
sobresaliente en esa asignatura para cumplir con la expectativa de su nueva
profesora, siendo cualquier otro resultado un tremendo fracaso. Sobre todo,
desde que sus padres se han divorciado y está viviendo con su madre en un lugar
diferente, lo que hace que la situación sea especialmente difícil. Desde el
punto de vista de Pablo, sentirse estresado por ello es muy lógico, sobre todo
teniendo en cuenta el cúmulo de circunstancias que se dan en su vida en ese
momento, pero de mantenerse en el tiempo ese nivel de alerta y activación,
Pablo podría desarrollar un estrés negativo. Esta es una manera de demostrar
que el estrés infantil impacta sobre el proceso de aprendizaje.
El concepto de estrés, debido a su extendido uso de
forma coloquial o a su mal uso, suele ser confundido con otros conceptos (por
ejemplo, con el de ansiedad), lo que conlleva en muchas ocasiones a patologizar
situaciones puntuales de estrés, como pueden ser la vuelta al trabajo después
de las vacaciones, o enfrentarse a un mal resultado. Ello implica que valoremos
frecuentemente el estrés como algo negativo que hay que evitar en todo momento.
Sin embargo, el estrés que podemos experimentar en estas situaciones es
totalmente adaptativo y necesario, lo que nos ayuda a lidiar con las nuevas
demandas del contexto que tenemos que afrontar.
El
lado positivo del estrés
El estrés se puede definir como la respuesta
(cognitiva, fisiológica y conductual) que da nuestro organismo cuando el
entorno al que nos exponemos es evaluado como desbordante, ya sea por falta de
recursos o por suponer una amenaza para nuestro bienestar (Lazarus y Folkman,
1984). La respuesta de activación fisiológica, cognitiva o conductual
(dependiendo de la duración y la intensidad), puede provocar un estrés puntual
que sea adaptativo y nos permita desarrollar nuevas herramientas para afrontar
la situación (ej: aumentar nuestros momentos placenteros, priorizar tareas o
pedir ayuda), o un estrés negativo (distrés) que puede incluso llegar a
ocasionarnos algún trastorno psicofisiológico o psicosomático, como pueden
taquicardia, asma bronquial, psoriasis, etc… (Labrador y Crespo, 1993).
Es por ello que el estrés negativo depende
totalmente de la vivencia personal, lo que hace que una misma situación pueda
ser evaluada de forma totalmente opuesta por personas diferentes. Por eso Pablo
estaría experimentando su sobresaliente como algo estresante, aunque para
cualquier otro sería una situación positiva y digna de celebración.
Pablo podría tener una serie variada de conductas
como respuestas al estrés: evitar la situación (poner excusas para no ir clase
de matemáticas), sentir hostilidad, llorar, bloquearse ante problemas que antes
solventaba, o la más frecuente, experimentar cansancio, agotamiento o ansiedad
(Sapolsky, 2015). Todas
estas respuestas tendrán consecuencias negativas en el entorno familiar y
escolar, por lo que Pablo podría experimentar un deterioro en la relación con
sus compañeros, ver la escuela como una amenaza o pensar que no puede afrontar
o soportar las demandas del nuevo contexto. Jermott y Magloire (1985)
relacionan altos niveles de estrés prolongados en el tiempo con una disminución
del sistema inmunitario, haciendo a Pablo más susceptible de caer enfermo y reducir
su asistencia a clase, lo que podría afectar a su rendimiento académico, su
autoestima o sentirse fracasado o indefenso frente a las demandas del nuevo
contexto, entrando en un círculo vicioso que incrementaría el estrés.
En el caso concreto del aprendizaje, cuando nuestro
organismo se encuentra bajo una amenaza (real o subjetiva), la reacción
funcional y adaptativa es la de abordar de forma inmediata dicho peligro e intentar
solventarlo, por lo que nuestra atención y recursos van destinados a ello,
afectando al modo en que pensamos, sentimos y actuamos. Pablo entraría en ‘modo
supervivencia’, pasando a un segundo lugar (o dejando de lado) todo lo
relacionado con el proceso de aprendizaje: memorización de contenidos a corto y
largo plazo, la atención sostenida, la retención de conceptos novedosos, la
resolución de problemas, entre otros. Un estudio reciente pone de manifiesto
que los estudiantes de entre 6 y 8 años que experimentan altos niveles de
ansiedad en matemáticas, sufren una reducción en el uso de la memoria de
trabajo, impidiendo solucionar problemas complejos de forma eficaz, aunque
posean una gran capacidad para solventarlos (Ramirez, Chang, Maloney, Levine y Beilock,
2016).
El aprendizaje de Pablo, por tanto, se ve afectado
al estar puesta su atención en los pensamientos, emociones o sensaciones
relacionadas con la fuente de su estrés, experimentando frecuentemente
culpabilidad por la separación de sus padres o pensar habitualmente que tiene
que sacar buenas notas para agradar a sus nuevos compañeros. Por ello es normal
que Pablo se sienta agotado o fatigado a diario, duerma mal y experimente
tristeza o ganas de llorar constantes.
” El aprendizaje
se ve afectado al poner la atención en pensamientos, emociones o sensaciones
relacionados con la fuente de estrés “
Es normal, por tanto, que Pablo se distraiga con
facilidad, sienta frustración o desarrolle conductas hostiles que antes no
mostraba, experimentando continuamente una gran inestabilidad emocional y
viéndose perjudicado, una vez más, su proceso de aprendizaje y adaptación al
nuevo entorno, desarrollando menor flexibilidad a los cambios y experimentando
una peor relación con sus profesores, sus compañeros y el entorno educativo
(Jensen, 2003).
Por ello es importante la realización de
intervenciones preventivas en los entornos escolares que doten (tanto a
docentes como a su alumnado) de herramientas que reduzcan la exposición de
forma continua a experiencias estresantes, minimizando su impacto a fin de
lograr una mayor salud psicológica a corto y largo plazo.
Por:
Educación 3.0
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