Pedro -nombre simulado-, 19 años, abandonó la
Universidad porque no encontraba hueco durante el día. Su tiempo lo engullía el teléfono
móvil. Enganchado a la redes sociales, a las series, a los chats. Parte
del día y gran parte de la noche, hasta las 4 o las 5 de la madrugada.
Su madre llegó a tirarle un vaso de agua a la cara
en una ocasión, harta de verlo con el rostro pegado a la pantalla. Un incidente
más en una convivencia familiar rota por los insultos, los portazos y las
peleas causadas por el empleo descontrolado del móvil por parte de Pedro.
El Ministerio de Sanidad estima que un 18% de los
jóvenes de entre 14 y 17 años usa de modo compulsivo el teléfono, aunque
algunos expertos aún se resisten a catalogarlo de adicción y
prefieren el término abuso. Pero la OMS ya
considera el empleo desmedido de videojuegos una adicción. El
pasado viernes, el Consejo de Ministros anunció que la nueva Estrategia
Nacional de Adicciones incluye, por primera vez, las «adicciones sin
sustancia», es decir, a las tecnologías, al juego y a los videojuegos. El plan
se extenderá hasta 2024 y contará con más de mil millones de euros. Al lobo se
le ve ya algo más que las orejas.
«Uno de los indicadores de la existencia de un
problema es la pérdida de autocontrol», explica Joana María Solano,
terapeuta del Programa Ciber de Proyecto Hombre. «Si el profesor
repite a un alumno que deje el móvil y, al instante, el niño lo coge es una
falta de autocontrol qué debe alertarnos», subraya. Si algunos de los padres intenta
quitárselo de las manos y reacciona con agresividad, la señal también es
evidente. Quizás ya no se trata de una pataleta adolescente.
En el caso de Pedro, relata su madre -que prefiere
permanecer en el anonimato- a los 13 años empezó a reclamar un teléfono que
casi todos sus compañeros poseían. Además, Pedro no lograba integrarse en el
colegio y su carencia contribuía a la exclusión. La presión del entorno venció
y lo obtuvo con 13 años. También descubrió las redes sociales.
«Entendí que había un problema cuando una amiga suya
le dijo a su madre que mi hijo enviaba mensajes hasta las 5 de la madrugada»,
recuerda esta mujer. Los intentos de despegarle de la pantalla desembocaban
siempre en gritos, insultos y desprecios a la familia.
La conducta agresiva se generaliza en este
fenómeno. «El móvil sobreestimula el cerebro», remarca Solano, «que se
acostumbra a estar siempre en activo.Y si esto no se corta a tiempo, llegará un
punto en el que un menor no sabrá dormir sin mirarlo y sin los cascos puestos».
Cuando se intenta retirar el terminal -que muchos creen un derecho
inalienable-, el conflicto explota. Solano relata que otra paciente «mordió a
su madre» cuando le quitó el aparato.
Actualmente, el Programa Ciber de Proyecto
Hombre trata a 10 jóvenes por uso descontrolado del teléfono. «En un
aula escolar, si preguntas, solo un 10% de los alumnos duerme con el móvil
fuera de la habitación», explica Solano, «muchos descansan con el dispositivo
debajo de la almohada, mientras se carga. Algunos de mis chicos en tratamiento
te dirán que necesitan sentir el dispositivo pegado al cuerpo».
«Para los adolescentes, el teléfono es su mano
izquierda», escribía en una redacción otra chica en tratamiento en Proyecto
Hombre. Como una extremidad, un miembro más del cuerpo, que si les quitas, les
hace sentir incompletos y desconectados.
Cansada de luchar contra Pedro, su madre decidió
internarlo en un colegio en la península. Creía que alejarlo del entorno,
sujetarlo a una disciplina de estudio le beneficiaría. «Lo fue porque conseguí
que se sacará la Selectividad. Solo el 17% de estos chicos lo consigue»,
lamenta, «pero allí seguía consultando el móvil cuando cumplía con los horarios
impuestos por el centro». Tras tres años allí, Pedro regresó a la isla, y
continuó el abuso descontrolado. También se había acostumbrado a la libertad,
algo que de vuelta a casa, recriminaría con añoranza en numerosas discusiones a
sus padres.
Hace meses, tanto él como su madre empezaron a
acudir a terapia. Las peleas continuaban. Pedro había
abandonado la facultad y se había convertido en un nini pegado
siempre al teléfono. «No entiendo en qué hemos fallado. Le hemos dado buena
educación, oportunidades, viajes», lamenta esta mujer, «o quizás ése fue el
problema, tenerlo todo fácil y que no valore las cosas».
Solano insiste en la importancia de los límites.
«Si se pacta una hora, es una hora de móvil. No más», subraya. También es muy
importante el modelo que los padres constituyen para los niños. «Cae por su
propio peso que si un padre está siempre pegado a la pantalla,
queda desautorizado para pedirle a su niño lo contrario», lamenta, «los móviles son
el regalo estrella de las comuniones.Los profesores de Instituto alucinan
cuando ven a alumnos de 12 años con un teléfono de 1.000 euros».
La terapia también intentará que el niño establezca
una serie de pautas para controlar su vida. También desempeñará, junto a la
familia, un trabajo de autoconocimiento para determinar los motivos por los que
el móvil sirve para tapar sus frustraciones. Mediante atención personalizada,
«realizamos un profundo trabajo interior». Durante los encuentros, el objetivo
es que tomen conciencia de sus debilidades, factores de riesgo y de control del
tiempo, sobre todo, del ocio. La falta de medidas a este problema puede ser la
antesala a otro tipo de adicciones que faciliten la evasión.
A diferencia de drogas como la cocaína, de cuya
adicción el enfermo debe alejarse para rehabilitarse, ¿cómo se aparta a alguien
de algo tan normalizado como el móvil? «Sí puede lograrse la rehabilitación y
no, no se les aparta del móvil. Se les enseña a usarlo de manera responsable»,
aclara la terapeuta. No obstante, insiste en que la terapia «no es un proceso
lineal, tiene altibajos».
Pedro empezó a trabajar hace unos meses, un éxito
del tratamiento. Pero se acaba de comprar un móvil de más de 1.000 euros. Su
madre admite que durante su época de nini enganchado al móvil,
le echó de casa en varias ocasiones. «Me avergüenza admitirlo. No podía tener a
alguien que no contribuía en nada y que sólo miraba una pantalla. Además, él
cree que no tiene ningún problema. Toda esta situación me produce mucho dolor,
a pesar de los avances de la terapia», admite.
Claves
SÍNTOMAS
- Contenido. Muchas horas en redes sociales, chats o en YouTube forman parte
del abuso.
- Tiempo. Es un indicador del problema, pero relativo. Algunos adolescentes
usan el móvil para los deberes. Pero demasiadas horas es una señal de
alarma.
- Pérdida de autocontrol. El profesor le pide que deje el móvil y al segundo lo coge.
Reacciona con rabietas cuando se le pide en casa que lo deje.
- Incumple responsabilidades. Falla en el colegio y no participa en casa.
- PREVENCIÓN
- El terminal se presta. Al entregárselo, se le debe aclarar que no es un regalo y que
los padres también accederán.
- ‘Apps’ de control parental. El niño será
informado de su instalación para que sepa que estará controlado. Forma
parte del ‘pacto’ de la entrega.
- Asumir responsabilidades. Los adolescentes deben adquirir compromisos acordes a su edad.
- Organizar el ocio. El tiempo libre no debe ir ligado a un dispositivo. Excursiones,
deporte en equipo… También es sano un rato para aburrirse, lo que estimula
su creatividad.
Autor:
Carmen Morales Puiseguir
Fuente
de la Noticia:
http://www.elmundo.es/baleares/2018/02/13/5a82a99622601d8f4e8b465c.html
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