Muchas veces me preguntan sobre
las “irreversibles consecuencias” de haber sufrido bullying o leo titulares
catastróficos del tipo “9 de cada 10 víctimas de acoso escolar se dejan
maltratar por sus parejas en la adultez”. Al responder insisto en que ningún
hecho en sí mismo vaticina un futuro del cual no se puede escapar, pero este
presagio determinista sigue apareciendo.
Como trabajo desde hace muchos
años atendiendo situaciones de bullying, suelo recibir correos, mensajes y
testimonios de jóvenes que me consultaron y a quienes ayudé en sus tiempos de
escuela. Chicos y chicas que ahora tienen más de 20 años me cuentan de sus
actuales estudios, noviazgos, viajes y preocupaciones, comunes a todos los
jóvenes de nuestra región. Aunque aparece en sus relatos el recuerdo de
momentos complicados y dolorosos que atravesaron, todos coinciden en un
aspecto: “qué bueno que podía hablar con vos”, “menos mal que me bancaste,
porque era un infierno”, “lo mejor fue cuando le dijiste a mis viejos que el
problema no era yo, y decidieron cambiarme a otro colegio”. Es decir que chicos
y chicas que fueron hostigados, lastimados, ninguneados, rescatan siempre la
posibilidad que tuvieron de hablar, de ser escuchados y “bancados”.
Hace unos días, caminando por
mi barrio me crucé con una mujer cuya cara me resultaba muy familiar, aunque no
la reconocí instantáneamente. Ella me sonrió y eso me trajo claramente el
recuerdo de su hija, una adolescente que me consultó hace años, alumna de un
colegio muy exigente y que estaba sufriendo del ninguneo intencional de todo su
curso. “Juana” (nombre ficticio) tenía por delante al momento de la consulta
los últimos 2 años de secundaria y no paraba de llorar. No la incluían, no se
incluía, no se quería ir (¡Había llegado casi hasta el final de un recorrido
dificilísimo! ¿Por qué irse?) Su familia estaba muy angustiada, porque no veían
salida; simplemente querían “aguantar” hasta el final de la escuela, pero eso
implicaba mucho sufrimiento para todos.
Trabajamos unos meses, me
acerqué al colegio, hice sugerencias, contuve a Juana y a sus padres. El
colegio también sentía que no tenía herramientas.
Hacia fin de ese año escolar,
Juana se tomó sus vacaciones y al disponer de tiempo comenzó a hacer
actividades extraescolares que le gustaban, la entusiasmaban y la amigaban con
partes de ella que tenía descuidadas. Surgió con fuerza su creatividad y
disminuyó el estrés.
En marzo –al reiniciarse el año
lectivo– Juana me mandó un mensaje. Estaba bien, no tenía mucho tiempo
disponible por la alta exigencia académica de su último año y no seguiría
viniendo a verme. Sabía que podía llamarme o venir, pero se sentía segura y me
pareció sumamente oportuno e importante sostener esa seguridad. No supe mucho
más de ella, en los meses siguientes cruzamos algún emoticón pero nada más.
Ahora su mamá, al encontrarme,
me dijo: “Mi hija es un éxito en tu carrera profesional; está feliz, en la
facultad. Nunca pensé que podía pasar esto”. Sin dudas fue una caricia al ego,
y el reconocimiento siempre llena el alma, pero no lo traigo por eso, sino
porque puede ser importante para muchos otros chicos que pasan por situaciones
similares.
La escuela en ese momento
sentía que no tenía herramientas… pero algo hizo, y probablemente hizo mucho.
Los padres sentían que no la
estaban ayudando, pero sin duda lo hacían al escucharla.
Yo me preguntaba si lo que
hacíamos era el mejor camino para Juana. Hoy parece que –dentro de lo que era
posible– fue el mejor.
Juana pudo, confió en sí misma,
salió adelante, se encontró con otros escenarios posibles y relativizó sus
vínculos con las compañeras. Se sintió sostenida y respetada. Insistí mucho en
ese momento para que se respetaran sus pedidos de “no intervención” con los
compañeros de colegio. Me parecía el mejor abordaje, porque surgía de las
propias posibilidades de Juana. Porque ella misma había encontrado esas
respuestas y recursos. No se los estábamos imponiendo.
Más allá de la anécdota
autorreferencial, pensemos en que HAY SALIDA para el bullying. Los vaticinios
de catástrofe que algunos buscan imponer no son tales. El hostigamiento entre
pares puede dejar huellas imborrables y sumir a un individuo en la más profunda
depresión, cuando nadie lo escucha. Pero si escuchamos a los chicos y actuamos
con responsabilidad profesional, podemos (y debemos) encontrar caminos que
sanen.
Fuente
artículo:
https://libresdebullying.wordpress.com/2016/07/10/bullying-hay-salida/
20 de julio de 2016 /
Por: Lic. María Zysman /
Fuente: https://libresdebullying.wordpress.com
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