Publico un artículo que invita a reflexionar sobre el valor de los conocimientos generados por las prácticas docentes, y la necesidad de miradas críticas sobre lo que ocurre en el aula.
Un tema recurrente, y escabroso, ha aparecido desde el
inicio de esta pequeña (o grande) revolución pedagógica. Han surgido toda una
serie de personas, instituciones y organizaciones a los que se ha denominado
“expertos/as educativos”. Con nombres
rimbombantes, con hashtags llamativos, y
con un gran marketing, especialmente en las redes sociales, hemos sido
avasallados con una serie de especialidades, teorías, modelos y métodos a cual
mejor.
Sin embargo, no puedo dejar de sorprenderme, cuando
compruebo la facilidad con la que se otorgan los títulos: experto, gurú.. o cuando cualquier persona, sea del campo que
sea, se atreve a dar su opinión sobre lo bien o lo mal que lo hacemos los
docentes en el aula. Lo siento, pero la palabra experto o gurú no me termina de
convencer, y a los ajenos a la materia, me cuesta creerlos si no han pisado un
aula en su vida.
Mi intención con este post no es descubrir a nadie, ni tirar
de la manta. No quiero acusar, pero como afirma Víctor Cuevas, parece que
tuviéramos que pedir perdón a los expertos por hacerlo lo mejor posible en el
aula.
¿Qué criterios me hacen dudar de algunos expertos
educativos?. Pues, en primer lugar, el sentido común. ¿Cuánto tiempo ha estado
esa persona trabajando en un aula?, ¿esa persona, publica o ha publicado
evidencias de lo que realiza o ha
realizado en su aula?, ¿cuánto tiempo lleva poniendo en práctica esa
experiencia?. La razón de todas estas preguntas es, que no pocas veces he
encontrado supuestos expertos, sin evidencias de aula, ni tiempo suficiente
como para poder dar una visión de largo recorrido. De hecho, os recomiendo que
os paséis por las diferentes webs de muchos expertos/as y/o proyectos de gran
renombre. Sería interesante comprobar cuantos muestran evidencias de sus
proyectos, evidencias de aprendizaje del alumnado, o mejor aún, cuantos
muestran los fallos y errores que han cometido hasta conseguir mejorar.
El segundo criterio es ¿qué hay detrás de ellos?. Sabemos
que la revolución pedagógica está llena de innovaciones, y algunas de ellas
parecen ser bastante caras o ir de la mano de empresas que venden aparatos,
tecnologías o libros, que nos permite mejorar nuestra práctica educativa. Mis
dudas aparecen cuando el experto nos vende una supuesta mejora acompañada de su
libro, sus cursos, o una tecnología vendida por la propia empresa que
subvenciona sus cursos.
El tercer criterio es ¿lo qué vende o predica, lo ha creado
esa persona o esa empresa?.Varias veces me he encontrado con copias más o menos
descaradas de lo que han hecho otros docentes. Otras veces he llegado a encontrar
materiales de docentes, que las propias editoriales habían copiado, o peor aún,
encontrar una web que vende libros a través de un sistema de comercio
electrónico. Libros como el manual creado por Pujolás y Lago, que se cedió de
forma solidaria por los creadores del programa Cooperar para Aprender.
Termino apostillando que deberíamos ser más humildes (me
incluyo yo mismo) y más críticos. Si no lo somos, puede que nos acabe pasando
como en ese corto de animación tan famoso, que sólo nos acaben vendiendo humo.