“Formación y
docencia” son dos nociones que, en sí mismas, implican sus respectivas
complejidades tanto en su estudio como en la práctica misma, debido a ello, una
de las grandes interrogantes que se suscitan hoy en día es revalorizar la
función y el sentido de lo que implican las palabras: “formación docente”, y
digo la palabra sentido porque como consecuencia de los tiempos actuales,
(incluyendo políticas educativas, avances tecnológicos, situaciones sociales,
económicas, culturales) las políticas y modus operandi de los programas de
formación docente empiezan a experimentar ciertos cambios que, de una u otra
manera, están promoviendo una mirada convencionalista y mercantilista de la
misma.
Una de las primeras y principales situaciones que está
promoviendo cambios en la percepción y sentido de los programas y procesos de
formación docente son referente a la aparición de los medios tecnológicos e
informáticos y su inserción en el ámbito educativo en tanto propicia determinados
cambios en los desempeños docentes tanto en su concepción como en su práctica
misma. Al respecto Imbernon afirma que:
…la aparición y
utilización generalizada en el mundo de eficaces medios de comunicación e
información de masas ha desplazado el modelo tradicional docente hacia nuevos
planteamientos de comportamiento que exigen, en primer lugar, un conocimiento
exhaustivo y real no sólo de usos, sino también de alcances a partir de la asistencia
sistemática de la revolución tecnológica.
Situación por la cual no es extraño que los programas de
formación docente que actualmente se implementan respondan a específicas
demandas que no se poseían en años anteriores, sin embargo, lo preocupante no
es el cambio en sí mismos, sino el enfoque y sentido que socialmente se le esté
brindando; lo cual propicia que hoy en día la formación docente se encuentre
pasando por una de las crisis más importantes que haya enfrentando: el auge de
su mercantilización, esto es, los programas de fortalecimiento a la docencia
son concebidos como meros requisitos crediticios para la obtención de mejores
salarios y beneficios, en palabras de Ferry diríamos que hemos auspiciado “el mercado de la formación, donde la
formación se vende y se compra, ya sea en jornadas de talleres, en planes de
formación, en paquetes, en videocassettes o en terminales de computación”.
Cabe aclarar que lo desfavorable de esta mercantilización de
la formación docente no es tanto la acción, sino el significado que le
brindamos a la formación docente, al grado de únicamente considerarla como mero
requisito cuantificable para obtener ganancias académicas y/o económicas.
Recordemos que la formación, efectivamente, de acuerdo con sus raíces griegas y
alemanas, representan un medio pero no para los fines que hoy en día se
persiguen, sino para el logro de una autorrealización, del encuentro del cuerpo
y alma, del paso del ser humano al ser espiritual, encuentro y proceso que no
se compra ni se vende, pues implica un trabajo para sí mismo, apoyándonos de la
reflexión y concienciación.
Por lo tanto concebir y por consiguiente brindarle ese
sentido a nuestra formación docente implicaría situarnos como investigadores no
solo de los espacios educativos en donde laboramos (Diker), sino también de
nuestra propia vida, al fin de organizar encuentros más cotidianos de nuestro
cuerpo y alma que nos permitiera dimensionar y valorar la profesión docente
desde perspectivas distintas; nos permitiría, pues, situarnos, en palabras de
Donald A. Schön, como profesionales reflexivos desde y sobre nuestra práctica,
lo cual implicaría renovar continuamente nuestras miradas y lecturas que
hacemos de nuestro desempeño docente, miradas que quizás nubladas por la
cotidianidad no nos permite ver los vicios que solemos repetir una y otra vez y
que poco a poco degradan la imagen y sentido de la profesión docente:
Cuando alguien reflexiona desde la acción se convierte en un
investigador en el contexto práctico. No es dependiente de las categorías de la
teoría y la técnica establecidas, sino que construye una nueva teoría de un
caso único. Su encuesta no está limitada a las deliberaciones sobre unos medios
que dependen de un acuerdo previo acerca de los fines. No mantiene separados
los medios de los fines, sino que los define interactivamente como marcos de
una situación problemática. No separa el pensamiento del hacer, racionalizando
su camino hacia una decisión que más tarde debe convertir en acción. Dado que
su experimentación es un tipo de acción, la implementación está construida
dentro de su investigación en curso. De este modo, la reflexión desde la acción
puede seguir adelante, aún en situaciones de incertidumbre o de un carácter
único, porque no está limitada por las dicotomías de la racionalidad técnica
(Schön).
Así, nuestro compromiso como docentes, es que concibamos
precisamente nuestra formación docente como una actividad diaria de realizar,
en cada palabra, reacción,
planeación; en fin en cada momento de nuestra práctica docente,
convirtiéndonos de esta manera en ese profesional reflexivo que propone Schôn,
no como lineamiento de una política educativa, sino como un llamado de nuestro
compromiso docente que se activa con las miradas encontradas de los estudiantes
que nos brindan el sentido de nuestro ser y sentirnos docentes. Para ello,
quizá nuestra primera tarea sea reconocer que la docencia, efectivamente, no es
una profesión, sino una forma de vida, porque:
… más que funciones o profesiones. El carácter funcional de la
enseñanza lleva a reducir al docente a un funcionario. El carácter profesional
de la enseñanza lleva a reducir al docente a un experto. La enseñanza tiene que
dejar de ser solamente una función, una especialización, una profesión y volver
a convertirse en una tarea política por excelencia, en una misión de transmisión
de estrategias para la vida.
La transmisión necesita, evidentemente, de la competencia,
pero también requiere, además, una técnica y un arte… Necesita lo que no está
indicado en ningún manual, pero que Platón ya había señalado como condición
indispensable de toda enseñanza: el eros, que es al mismo tiempo deseo, placer
y amor, deseo y placer de transmitir, amor por el conocimiento y amor por los
alumnos… (Morín).
Tenemos que ser conscientes del pasado que hemos heredado y
que forma parte del presente, un presente que si bien es producto del pasado no
se reduce a ello, toda vez que tenemos la posibilidad de cambiar y de hacer
algo para transformarla, siendo protagonistas y no reproductores de nuestra
profesión, la tarea no es fácil, pero tampoco es imposible; tenemos que
concebir la formación docente como una oportunidad de desprofesionalizarnos,
permitiéndonos que la docencia vuelva a significar el deseo y el amor a la
enseñanza y hacia lo educativo, reflejándose en cada acción emprendida, en fin
que nos permita, recíprocamente, alimentar el eros docente.
Extraído de:
Formación docente continua… en busca de la redignificación
profesional
Magaly Hernández Aragón
Maestra en Educación, campo Formación docente por el
Instituto de Ciencias de la Educación de la Universidad Autónoma
“Benito Juárez” de Oaxaca (ICEUABJO). Profesora de Asignatura en la
Licenciatura de este Instituto.
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