¿Por qué apostar por
la escuela en el SXXI? ¿Qué sentido podemos otorgar a “vivir en democracia”?
¿Las competencias para “vivir con el otro” se adquieren? ¿Y a vivir en la
diversidad?
En las condiciones actuales, una pregunta que nos podríamos
formular es si resulta posible seguir apostando por la escuela. Y nos
atrevemos a responder que sí: que su función tiene carácter de imprescindible
más que en ningún otro ámbito (aun reconociendo como pendiente su contribución
para universalizar la democratización de la enseñanza y lograr el pleno
desarrollo de las potencialidades de todos los alumnos como sujetos y
ciudadanos).
Hoy dependemos más de la escuela que de la familia para la
formación de los ciudadanos, como dependemos también más de los hospitales que
de nuestras familias para el mantenimiento de nuestra salud, como lo hace
explícito Fernández Enguita. Esta función indelegable está relacionada con
potenciar en los alumnos el ideal democrático, la construcción de los valores
que lo sustentan y de las capacidades necesarias para hacerlo posible. En este
sentido, es importante que la escuela fortalezca todos los niveles de
participación, de diálogo y de comunicación para propiciar experiencias de
aprendizaje, en los que la vivencia del ejercicio ciudadano sea una realidad.
Guillermo Hoyos señala, parafraseando a Habermas, que sin intersubjetividad del
comprender, ninguna objetividad del saber, lo cual significa que lo previo a
todos los procesos cognitivos son procesos de interrelación social, de
reconocimiento del otro como diferente en su diferencia y, por tanto, como
interlocutor válido. La educación, como mediación entre lo privado y lo
público, como proceso de aprendizaje de ciudadanía, debe –reafirma
identificarnos a todos en lo que somos semejantes, es decir, en que somos
diferentes y como tales capaces de competencias comunicativas: diferentes en su
diferencia e interlocutores válidos. En este punto señala el papel
irreemplazable de la escuela, como mediadora entre lo privado, la familia, y lo
público, la sociedad civil. La escuela tiene su propia institucionalidad para
poder cumplir con toda autonomía esta función de preparar ciudadanos.
En lo cotidiano de la vida escolar es donde los niños y las
niñas adquieren una comprensión directa sobre qué significa vivir en
democracia. Tanto es así, que, en donde haya discriminación, poco importa
estudiar sobre derechos; en donde reinen actitudes excluyentes poco abiertas a
la aceptación y valoración de la diversidad, poco importa pregonar una cultura
multicultural. Esto muestra una vez más que las competencias para vivir con
otros se adquieren no solo como resultado de la instrucción directa sino
también, y especialmente, de las oportunidades que pueda brindar la escuela de ponerlas
en práctica en el día a día escolar. En las ocasiones de escuchar a otros, en
las de ponerse de acuerdo, en las de manifestar el desacuerdo, en las de
aceptar las diferencias, se recrean competencias y actitudes que podrán ponerse
en juego en la relación de cada uno con los otros, dependiendo tanto de la
organización y cultura de la escuela, como de las formas pedagógicas
utilizadas, como del conocimiento explícito de contenidos.
Seguramente, será en la escuela donde los niños y niñas
vivan las primeras experiencias de aproximación a la diversidad existente en la
sociedad: allí se verán enfrentados a la necesidad de convivir de forma
sistemática con personas de distinto origen, con las que puede tener poca
relación fuera del ámbito escolar. La escuela puede ofrecer el espacio donde
sea factible poner en práctica conductas y sentimientos que hagan posible la
convivencia con la diversidad del otro. Si bien las familias pueden predicar el
respeto por el otro, la práctica efectiva se alcanza en la escuela. Además ,
es en la escuela donde los niños viven por primera vez la experiencia de tener
que enfrentarse a situaciones que les exigirán adaptarse a normas en un marco
de relación menos afectiva y más impersonal. Esta contemplación de las normas
es un requisito que, necesaria e inevitablemente, cualquier sociedad demanda a
sus miembros. Estas instituciones, comenta Lidia Fernández, son las que, al
marcar lo permitido y lo prohibido, muestran al individuo el poder y la
autoridad de lo social, el riesgo y la amenaza implícita en la trasgresión, el
beneficio y el reconocimiento de la obediencia. Es necesario señalar además –continúa
que, si bien las instituciones en su aspecto de lo instituido configuran la
trama de sostén de la vida social y el andarivel por el que transcurre el
crecimiento de los individuos, inevitablemente se confrontan y entran en lucha
con los desvíos que conforman el cuestionamiento y la posibilidad de concreción
de lo instituyente. Cuando el niño llega a la escuela para aprender y para convivir
con otros bajo pautas regulativas distintas de las que tuvo hasta ese momento,
no comienza desde la nada, sino que ya dispone de un cuantioso muestrario, que
tendrá que regular y adaptar a las nuevas condiciones y circunstancias; en el
interjuego de la tensión entre organización e individuo, se cristalizarán los
rasgos que lo constituirán como sujeto individual a la vez que socializado.
La socialización del sujeto en una particular cultura
escolar es una cuestión que nos plantea en toda su integridad la complejidad
del papel de la escuela en este tema, pues la pertenencia cultural previa del
sujeto puede entrar, en ocasiones, en tal grado de incompatibilidad con sus
condiciones, valores y expectativas, que tenga como resultado el abandono de la
escuela por parte de este. La obligatoriedad de la educación poco puede hacer
cuando el sujeto capta significados, imágenes, miradas en la vida cotidiana
institucional en los que no está incluido.
En los párrafos anteriores mencionábamos la complejidad del
contexto social y cultural, las dificultades que tiene la escuela para operar
en él y la necesidad de actualizar y potenciar su función en la instalación de
una convivencia, que haga posibles aprendizajes democráticos más allá de estas
dificultades. La variedad de factores que están en juego en esta consideración
hacen suponer que las estrategias o programas por implementar, deben
posibilitar intervenir en todos los niveles respetando las particularidades de
cada caso. Aprender a convivir en la escuela es un aprendizaje en el que están
involucrados profesores, alumnos, auxiliares, padres, como el sistema educativo
general, que enmarca las distintas acciones que realiza la escuela. Los
profesores tienen que aprender a convivir con sus alumnos, pues en cada grupo se
produce una situación inédita, que hace que los recursos, las iniciativas, las
maneras de relacionarse y los efectos sean únicos. Un mismo tema, un mismo
ejemplo, no tendrá la misma repercusión en un grupo que en otro, en una escuela
que en otra. Por su parte, el alumno deberá aprender a contemplar la
adquisición y valoración de los contenidos académicos curriculares prescritos,
al tiempo que deberá ir aprendiendo a trabajar con otros en grupo, a
escucharse, a respetarse adquiriendo la convicción y el hábito de que no hay
derechos sin responsabilidades y de que el ejercicio de los derechos debe
acompañarse con la responsabilidad de los actos. Todos están implicados en una
relación en la que no hay excepciones, pero sí responsabilidades distintas.
A modo de síntesis
La escuela como espacio público de construcción de lo
público tiene la responsabilidad de promover espacios de convivencia, en los
cuales el desarrollo de habilidades, conocimientos, actitudes, destrezas y
valores ayude a la comprensión e instalación de procesos democráticos, y a
moverse en ellos para participar activa y cívicamente en la concreción de un
mundo más humano con personas también más humanas. Este desarrollo de la
persona como ciudadano no debe competir con la adquisición académica, sino que
la debe complementar, darle sentido y anclaje, revalorizando la necesidad de
promover los valores humanos más elementales. La educación, sin ser la única
vía para esto, es sin duda muy significativa. Sin educación no será posible el
análisis, la reflexión, la interiorización crítica ni la asunción de los
valores necesarios para promover acciones transformadoras. Es la educación la
que posee el encargo social de formar a las personas en la adhesión y práctica
de valores humanos universales. La convivencia en el ámbito escolar puede
iniciar este recorrido.
Hacer esto implica incidir sobre distintos aspectos de lo
educativo, que abarca desde los contenidos curriculares hasta la organización
misma de la escuela.
Implica , asimismo, una genuina transformación, que incluye
crear lazos comunes respetando tanto el desarrollo individual del educando como
la promoción de procesos, en los cuales sea posible recrear en el aula el
debate sobre lo que entendemos por justo, por legítimo, y construir los
espacios para el ejercicio cotidiano de esa práctica democrática, ya que son
las acciones diarias las que permiten vivir y fijar lo aprendido. Se apoya
también en un conocimiento solvente del docente de los contenidos curriculares
como de estrategias metodológicas, que le ayuden a enseñar mejor, a favorecer
la integración y la creación de contextos saludables. Conlleva visualizar al
docente como sujeto fruto de una biografía única e irrepetible y que, en
función de ella, necesitará asumir y reflexionar acerca de lo que le pasa, para
construir con su propia historia la experiencia de hacer posible la transmisión
de aprendizajes. Importa también crear condiciones para que la formación de los
alumnos pueda ir más allá de la obediencia y de la heteronomía, para avanzar hacia
una autonomía responsable. Supone una participación genuina de la comunidad
educativa como también la implementación de actividades extracurriculares, que
ofrezcan a los estudiantes la posibilidad de involucrarse en su comunidad.
Encierra también la creación de vínculos con otras áreas del Estado. Todos
estos aspectos y muchos otros no mencionados comprometen procesos a más largo
plazo, puesto que el trabajo con valores, actitudes y comportamientos demanda
tiempo. No podemos negar que lo anterior expresa muchas aspiraciones y que,
para lograrlas, implican cambios profundos desde lo político hasta el interior
de la escuela; no obstante, reconocer la situación donde estamos y saber adónde
queremos llegar nos exige insistir en la construcción y en la búsqueda de
nuevas opciones y comprensiones, para hacer que esta distancia pueda reducirse.
Extraído de:
El desafío de la convivencia escolar: apostar por la
escuela.
Autora: Alicia Tallone
EDUCACIÓN, VALORES Y CIUDADANÍA
Bernardo Toro y Alicia Tallone, Coordinadores
Metas Educativas 2021: la educación que queremos para la
generación de los Bicentenarios
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