El siguiente artículo trata el tema de las “Innovaciones pedagógicas”. Muchas veces, desde el “poder académico”, o del burocrático, se exalta la figura del “docente innovador”, pero ¿Qué cambios son los necesarios? ¿Están relacionados con el simple uso de las nuevas tecnologías? ¿O a otras formas de construir el conocimiento?
Iniciemos con la idea de varios escritores actuales en
relación con que Internet les reitera permanentemente a los docentes que no
hace falta ir a la escuela para adquirir información. El proceso de transmisión
sobre el cual basan su pedagogía en la actualidad cientos de docentes está
haciendo una mella profunda en la educación anquilosada. En consecuencia, inmersos
en la sociedad de la información y con este modelo educativo reinante, las
instituciones educativas —incluidos algunos sectores universitarios— no serían
un lugar apto para la innovación.
Ahora bien, es importante recalcar, como lo afirmó el
profesor Raúl Barrantes en su presentación durante el VII Foro Pedagógico en la
Universidad de La Salle, que la innovación de ninguna manera se opone a la tradición. No es la
voz de la resistencia al cambio a la se hace alusión aquí, sino a la crítica a
la levedad con la que se introduce la expresión innovación pedagógica en los
espacios académicos, disfrazando con software y hardware el mismo modelo
transmisionista, verticalizado, homogeneizante, al cual durante décadas los
movimientos más impactantes de la pedagogía desde el siglo XIX han buscado
transformar.
Un ejemplo para pensar: en agosto del 2012 se divulgó con
amplia difusión mundial el documental La
educación prohibida, los comentarios, los documentos reflexivos, las
declaraciones de estudiantes y maestros, incluso de algunos directivos, comprometiéndose
con este proceso de transformación de la escuela, se reciben como brotes de la
primavera en pleno invierno.
Esta imagen también se puede vincular al legado de Celestin
Freinet con sus Invariantes Pedagógicas; en ellas se evidencia la pedagogía de la Escuela Moderna,
una pedagogía, materialista, global, creadora, productiva, cooperativa, vital,
crítica, social y popular; centrada en quien aprende. Esta pedagogía marca un
hito que atraviesa la historia en el tiempo y la geografía de las naciones; de Francia
a Europa y a Latinoamérica, demostrando cómo las prácticas innovadoras
requieren de insistencia, permanencia, comunicación y disposición, antes que de
aparatos o tecnologías de punta.
Pero, es necesario que se retome la idea con la que
iniciamos: volver al modelo de escuela anquilosada con impostaciones de
innovación en las aulas aludiendo estar a tono con la sociedad de la información. De
unos años hacia acá, quizá fuertemente desde el documento de la Unesco sobre
las sociedades del conocimiento, algunos muy pocos docentes han hablado o se
han interesado por restituir los propósitos de conceptualizar estas (en plural)
como sociedades en las que se incluyen dimensiones sociales, culturales,
económicas, políticas e institucionales, desbordando así la idea de sociedad,
de-la-sociedad de la
información. Es más, el texto insiste en preferir la
expresión sociedades de saber o de conocimiento a sociedad de información. ¿Qué
ha pasado entonces? ¿Dónde se perdió la ruta?
El documento en mención continúa enfatizando que las
sociedades de conocimiento son más plurales y permiten comprender la
complejidad y el dinamismo del cambio de época al que asistimos. En otro de sus
apartes afirma categóricamente que el conocimiento es importante no solo para
el crecimiento económico, sino también para el desarrollo y el empoderamiento
de todos los sectores de la sociedad (Unesco, 2005).
Hacer esta diferenciación cuando se habla de innovación en
la docencia es darle un marco a la tarea de la creación, transformación,
reconstrucción, que no se queda en el reduccionismo tecnológico, suponiendo que
para innovar hace falta tener una infraestructura adecuada, amplia y robusta
que permita desarrollos avanzados. Si bien tener equipos e Internet facilita
algunas cosas, no es la herramienta por sí misma la que favorece o permite la
innovación, en eso coinciden algunos sectores sociales y solo algunos maestros.
En consecuencia, en el marco de las sociedades del conocimiento
versus la sociedad de la información, movimientos como el de Educación
Prohibida, con un documental sencillo, que quizá se queda muy corto a la
realidad de las escuelas latinoamericanas en las cuales cientos de maestros han
de ser innovadores ante los entornos abundantes de pobreza y donde la
infraestructura brilla por su ausencia, son un pequeño grito desesperado que
fragmenta “la escuela” en su interior.
La puesta en escena de un discurso juvenil lleno de
reclamos, de desesperanzas, de desinterés por el proceso escolar, que
cotidianamente se escucha en las instituciones educativas de básica y media,
tanto como en las universidades, denota un sinnúmero de angustias que viven los
maestros hoy en día. Se les exige innovar; es más, se les dota de laboratorios
sofisticados para poner en práctica sus conocimientos, recién adquiridos, sobre
usos tecnológicos, de modo que muestren resultados innovadores (de contenidos y
formatos), en un corto tiempo; ahora bien, lo que no se fomenta es el proceso
pedagógico, la esencia neural de toda innovación que merezca llamarse
pedagógica.
No se acude al desarrollo pedagógico, ni se propicia la
creatividad; tampoco se reconoce el tiempo dedicado a la reflexión que modifica
el currículo para hacerlo flexible, no por los créditos, sino por los intereses
y las necesidades del contexto. La innovación premiada es aquella que muchas
veces, no todas hay que decirlo, obnubila por su fastuosidad de aparatos o
diseño aun sin interés didáctico o pedagógico.
Si la escuela no es ya lugar para transmitir información, si
no le hace el juego a la sociedad que se centra el control de los datos, sino
que procura la construcción colectiva de conocimientos, el diálogo de saberes,
etcétera, tendremos lugar para la innovación pedagógica. Consideren el
escenario posible: la escuela dedicada a fomentar el espíritu dialogal y
crítico; maestros y maestras empeñadas en consolidar comunidades de
conocimiento auténticas, de las mismas que hablaba Freinet, por ejemplo. Una
escuela que acuda a las herramientas cuando las considere necesarias y según
las intensiones formativas. Entonces, dejaremos de considerar que la tiza y el
tablero son obsoletos o que jugar con plastilina, arcilla o barro ya no es necesario.
Llamaremos a esta innovación pedagógica: pertinente. Este
apellido, tan de moda por este tiempo en Latinoamérica, asume la
responsabilidad de ser arriesgada por las posibilidades amplias que plantea a
las comunidades educativas en las que se le permita ser; también asume el deber
social de comprometerse con una apuesta política.
Ninguna innovación pedagógica que se pueda llamar pertinente
es aséptica, tiene en su médula una intencionalidad, una ideología, de la que
se reviste y a la que alude para lograr procesos dinámicos de transformación
coherentes con los fundamentos de las sociedades de conocimiento a las que urge
transitar.
“No se vierte vino nuevo en odres
viejas”, no se ha de lograr una verdadera innovación pedagógica sin una
transformación real en la escuela, “de otro modo el vino rompe las odres, y se
pierde el vino”. La innovación pedagógica especialmente aquella fundada
exclusivamente en la tecnología, bajo el mismo modelo inmodificable, no será
más que una moda pasajera sin frutos, árida y fugaz.
Extraído de
Actualidad Pedagógica N.º 60 julio-diciembre del 2012, pp.
9-12
Daysi Velásquez Aponte
Editora
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