En muchos lugares se
simplifica el problema de “inclusión digital” al de una simple “conectividad”,
si bien el acceso a la red es necesario ¿Es suficiente para garantizar un acceso
igualitario a los bienes culturales que se ofrecen? ¿Es posible que quién no
logre una alfabetización plena en la cultura escrita, pueda lograr inclusión en
la cibercultura? ¿Cuál es el papel que
le cabe al sistema educativo formal?
Tomando como referencia lo expuesto por Pierre Lévy,
encuentro varios desafíos tanto para la cultura escrita como para la educación,
a partir de la presencia de ambas en el ciberespacio.
a. La circulación de
textos que no han pasado por un filtro (v.g. editores, redactores, comités
científicos) tiene por lo menos, dos consecuencias: En primer lugar, ante la
posibilidad que tienen todas las personas o grupos sociales de dar a conocer
nuevas ideas y experiencias, sin contar para ello con el aval de los
especialistas reconocidos (comités de las revistas científicas), el sistema de
regulación de la ciencia está permanentemente puesto en cuestión. En segundo
lugar, los individuos pueden acceder a las “fuentes vivas del saber” y
articularse a comunidades virtuales dedicadas al aprendizaje cooperativo, sin
necesidad de autorización alguna, al margen de los constreñimientos de las
instituciones formales educativas.
Desde mi punto de vista, el dominio de la cultura escrita
es, en este contexto, un factor decisivo. Saber leer (actividad que trasciende
el dominio del código alfabético) permite tener criterios de selección de
textos, establecer relaciones intertextuales, reconocer diferentes puntos de
vista presentes en los textos y confrontarlos entre sí y con el punto de vista
propio. De igual modo, producir textos que puedan ser comprendidos por otros
permite compartir esas elaboraciones personales y ponerlas en discusión. El
aprendizaje cooperativo exige también unos mínimos insumos en lo que respecta a
los conocimientos procedimentales de la cultura escrita.
La cuestión sería, entonces, encontrar salidas a la relación
paradójica que la cultura escrita tiene con la cibercultura y que describo a
continuación. Por un lado, encontramos la emergencia de formas de escritura no
canónicas -o que responden a cánones emergentes-, el “predominio” de la imagen
sobre el texto, la proximidad con la oralidad –expresada en la dependencia del
contexto de enunciación- y, en términos globales, la debilitación de la
relación de los sujetos- especial aunque no necesariamente de los niños y
jóvenes- con la cultura escrita. Por otro lado, encontramos la afluencia de
textos de toda índole, la cual que exige un dominio del canon de la cultura
escrita que permita la apropiación de conocimientos y la producción de nuevos
conocimientos, por lo menos en lo que respecta a los textos alfabéticos que se
encuentran en el ciberespacio.
Nunca antes los cánones de la cultura escrita habían estado
en una situación de aparente vulnerabilidad (por lo menos eso es lo que parece
estar sucediendo), pero nunca antes habíamos tenido la posibilidad de acceder a
tantos textos escritos producidos en distintos lugares del mundo y en distintas
épocas.
Tal vez la sensación de pérdida (uno de los imaginarios que
circulan en torno a las tecnologías digitales) se derive de que la escritura y
la lectura deben compartir un espacio que era sólo suyo (el de la cultura del
impreso) con otras formas de expresión “multimodales” en el contexto del
ciberespacio. Es normal que ello genere tensiones, conflictos, angustias; pero
esto no nos puede llevar a la inmovilidad.
b. Formas de
exclusión en la cibercultura
Como lo plantea Lévy, “todo
sistema de comunicación fabrica sus excluidos” y, de manera más general, “cada universal produce sus excluidos (…) Lo
universal sin totalidad [inaugurado por la cibercultura] no escapa a la regla
de exclusión”. En la cibercultura, estar desconectado significa estar
excluido, es decir, no participar “de la
densidad relacional y cognitiva de las comunidades virtuales y de la
inteligencia colectiva”. En lo que respecta a la cultura escrita en las
sociedades occidentales, está excluido quien no domina los cánones de la
lectura y la escritura alfabética. Si tenemos en cuenta que en la sociedad
coexisten -bien sea de manera conflictiva o complementaria- la cultura escrita
y la tecnocultura, es pertinente analizar el tipo de exclusiones que de esa
coexistencia se pueden derivar.
Si la participación en la cibercultura tiene una dimensión
cognitiva, como el mismo Pierre Lévy lo reconoce, la no participación en la
cultura escrita (en tanto mediación cognitiva) representaría una forma de
exclusión que no se suple por la interconexión. En el caso particular de la
sociedad colombiana, existe la posibilidad de una doble exclusión, representada
en la escasa o nula adscripción a la cultura escrita y en la falta de
apropiación de la cibercultura particularmente en sectores vulnerables de la
población.
Cuando la relación con la cultura escrita es muy precaria,
es posible que ello limite la participación activa y productiva en la cibercultura. Esto
puede suceder en el caso específico de las comunidades virtuales cuyas redes se
alimentan de la lectura y la producción de textos alfabéticos. En otras
palabras, para cierto tipo de interacciones y construcciones cooperativas, no
es suficiente con la interconexión y el dominio de los conocimientos
procedimentales (el “saber hacer”) de la cibercultura. Es
necesario, también, el dominio -en un cierto grado- de la cultura escrita con
los conocimientos semánticos y procedimentales que le son propios.
El mismo Lévy lo reconoce cuando dice:
“El problema del
‘acceso para todos’ no puede reducirse a las dimensiones tecnológicas y
financiera, como algunos opinan habitualmente. No basta con encontrarse delante
de una pantalla dotada de todas las interfaces asequibles que se quiera para
vencer una situación de inferioridad. Hay que estar, sobre todo, en condiciones
de participar activamente en los procesos de inteligencia colectiva que
representan el principal interés del ciberespacio”.
Por eso, sostengo que el papel que juega la educación es
crucial, en un doble sentido: como espacio que favorezca la relación con la
cultura escrita y sus cánones, y como espacio que enriquezca y complejice los
usos de las tecnologías; usos que traspasen las formas de sociabilidad
informales (como sucede en el chat, en la mensajería instantánea o en algunas
redes sociales) y promuevan el enriquecimiento de la inteligencia colectiva
como proyecto social y cultural de largo alcance.
Una de las manifestaciones de la inteligencia colectiva es
la producción y lectura de textos. La construcción y fortalecimiento de las
comunidades virtuales pasa en gran medida por el texto alfabético y, en ese
sentido, gran parte de sus alcances está determinado por la cultura escrita.
Escritura y lectura son formas en que se expresa y se concreta la
interconectividad e interactividad en el ciberespacio. Por supuesto, sin asumir
la lectura y la escritura como instrumentos para una visión totalizadora, sino
como prácticas comunicativas que promuevan y alimenten la inteligencia
colectiva.
c. El ciberespacio,
sinónimo de caos y confusión
En el ciberespacio los distintos usuarios pueden alimentar
la red sin ningún tipo de restricción, sin intermediarios ni censuras
institucionales o estatales. Como consecuencia de ello, no hay una instancia
que garantice la validez de los datos disponibles.
Lévy se pregunta por el grado de credibilidad y confianza
que podemos dar a las informaciones proporcionadas por el ciberespacio:
¿No estamos asistiendo
“simplemente a una disolución cultural más bien que a un progreso, disolución
que no puede servir, en último término más que para aquellos que ya tienen un
punto de referencia, es decir, las personas privilegiadas por su educación, su
medio, sus redes intelectuales privadas?”.
Aunque las califica de legítimas, Lévy plantea que estas
preguntas parten de premisas falsas, pues: (a) Las páginas web dependen de
instituciones reconocidas o son producidas por personas que firman sus
contribuciones y argumentan la validez de sus planteamientos ante la comunidad
de cibernautas. (b) En internet opera una especie de opinión pública. Las
revistas, catálogos e índices en línea citan como ejemplos los mejores sitios;
no es común que los cibernautas sean arrastrados a sitios de dudosa validez.
En cuanto al caos que tiende a desfavorecer a los que no
cuentan con referencias personales o sociales sólidas, dice que se trata de un
temor fundado sólo en parte: las personas o colectivos pueden orientar y
ordenar por su cuenta jerarquías, selecciones y estructuras. Lo que
definitivamente ha desaparecido, son “las
selecciones, las jerarquías o las estructuras de conocimientos pretendidamente
válidas para todos y en todo tiempo, a saber, el universal totalizante”.
Para él, existen posibilidades técnicas que permiten dar un orden local y
provisional al gran desorden global. “Además,
no hay que representarse el ciberespacio poblado de individuos aislados y
perdidos entre masas de informaciones. La red es, primero, un instrumento de
comunicación entre individuos, un lugar virtual donde comunidades ayudan a sus
miembros a aprender lo que quieren saber. Los datos no representan más que la
materia prima de un proceso intelectual y social vivo y altamente elaborado.
Finalmente, toda la inteligencia colectiva del mundo no dispensará jamás de
inteligencia personal, del esfuerzo individual y del tiempo necesario para
aprender, para buscar, para evaluar, para integrarse en diversas comunidades,
aunque sean virtuales. La red no pensará nunca en nuestro lugar, y tanto mejor
así”.
Extraído de
Ciberespacio, Educación y cultura escrita
Algunas reflexiones sobre el libro de Pierre Lévy “Cibercultura.
La cultura de la sociedad digital”
Giovanna Carvajal Barrios
Profesora Escuela de Comunicación Social
Universidad del Valle
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