domingo, 10 de noviembre de 2013

Los retos del ciberespacio: el lugar de la cultura escrita y de la educación



En muchos lugares se simplifica el problema de “inclusión digital” al de una simple “conectividad”, si bien el acceso a la red es necesario ¿Es suficiente para garantizar un acceso igualitario a los bienes culturales que se ofrecen? ¿Es posible que quién no logre una alfabetización plena en la cultura escrita, pueda lograr inclusión en la cibercultura?  ¿Cuál es el papel que le cabe al sistema educativo formal?


Tomando como referencia lo expuesto por Pierre Lévy, encuentro varios desafíos tanto para la cultura escrita como para la educación, a partir de la presencia de ambas en el ciberespacio.

a. La circulación de textos que no han pasado por un filtro (v.g. editores, redactores, comités científicos) tiene por lo menos, dos consecuencias: En primer lugar, ante la posibilidad que tienen todas las personas o grupos sociales de dar a conocer nuevas ideas y experiencias, sin contar para ello con el aval de los especialistas reconocidos (comités de las revistas científicas), el sistema de regulación de la ciencia está permanentemente puesto en cuestión. En segundo lugar, los individuos pueden acceder a las “fuentes vivas del saber” y articularse a comunidades virtuales dedicadas al aprendizaje cooperativo, sin necesidad de autorización alguna, al margen de los constreñimientos de las instituciones formales educativas.

Desde mi punto de vista, el dominio de la cultura escrita es, en este contexto, un factor decisivo. Saber leer (actividad que trasciende el dominio del código alfabético) permite tener criterios de selección de textos, establecer relaciones intertextuales, reconocer diferentes puntos de vista presentes en los textos y confrontarlos entre sí y con el punto de vista propio. De igual modo, producir textos que puedan ser comprendidos por otros permite compartir esas elaboraciones personales y ponerlas en discusión. El aprendizaje cooperativo exige también unos mínimos insumos en lo que respecta a los conocimientos procedimentales de la cultura escrita.

La cuestión sería, entonces, encontrar salidas a la relación paradójica que la cultura escrita tiene con la cibercultura y que describo a continuación. Por un lado, encontramos la emergencia de formas de escritura no canónicas -o que responden a cánones emergentes-, el “predominio” de la imagen sobre el texto, la proximidad con la oralidad –expresada en la dependencia del contexto de enunciación- y, en términos globales, la debilitación de la relación de los sujetos- especial aunque no necesariamente de los niños y jóvenes- con la cultura escrita. Por otro lado, encontramos la afluencia de textos de toda índole, la cual que exige un dominio del canon de la cultura escrita que permita la apropiación de conocimientos y la producción de nuevos conocimientos, por lo menos en lo que respecta a los textos alfabéticos que se encuentran en el ciberespacio.

Nunca antes los cánones de la cultura escrita habían estado en una situación de aparente vulnerabilidad (por lo menos eso es lo que parece estar sucediendo), pero nunca antes habíamos tenido la posibilidad de acceder a tantos textos escritos producidos en distintos lugares del mundo y en distintas épocas.

Tal vez la sensación de pérdida (uno de los imaginarios que circulan en torno a las tecnologías digitales) se derive de que la escritura y la lectura deben compartir un espacio que era sólo suyo (el de la cultura del impreso) con otras formas de expresión “multimodales” en el contexto del ciberespacio. Es normal que ello genere tensiones, conflictos, angustias; pero esto no nos puede llevar a la inmovilidad.

b. Formas de exclusión en la cibercultura
Como lo plantea Lévy, “todo sistema de comunicación fabrica sus excluidos” y, de manera más general, “cada universal produce sus excluidos (…) Lo universal sin totalidad [inaugurado por la cibercultura] no escapa a la regla de exclusión”. En la cibercultura, estar desconectado significa estar excluido, es decir, no participar “de la densidad relacional y cognitiva de las comunidades virtuales y de la inteligencia colectiva”. En lo que respecta a la cultura escrita en las sociedades occidentales, está excluido quien no domina los cánones de la lectura y la escritura alfabética. Si tenemos en cuenta que en la sociedad coexisten -bien sea de manera conflictiva o complementaria- la cultura escrita y la tecnocultura, es pertinente analizar el tipo de exclusiones que de esa coexistencia se pueden derivar.

Si la participación en la cibercultura tiene una dimensión cognitiva, como el mismo Pierre Lévy lo reconoce, la no participación en la cultura escrita (en tanto mediación cognitiva) representaría una forma de exclusión que no se suple por la interconexión. En el caso particular de la sociedad colombiana, existe la posibilidad de una doble exclusión, representada en la escasa o nula adscripción a la cultura escrita y en la falta de apropiación de la cibercultura particularmente en sectores vulnerables de la población.

Cuando la relación con la cultura escrita es muy precaria, es posible que ello limite la participación activa y productiva en la cibercultura. Esto puede suceder en el caso específico de las comunidades virtuales cuyas redes se alimentan de la lectura y la producción de textos alfabéticos. En otras palabras, para cierto tipo de interacciones y construcciones cooperativas, no es suficiente con la interconexión y el dominio de los conocimientos procedimentales (el “saber hacer”) de la cibercultura. Es necesario, también, el dominio -en un cierto grado- de la cultura escrita con los conocimientos semánticos y procedimentales que le son propios.

El mismo Lévy lo reconoce cuando dice:
El problema del ‘acceso para todos’ no puede reducirse a las dimensiones tecnológicas y financiera, como algunos opinan habitualmente. No basta con encontrarse delante de una pantalla dotada de todas las interfaces asequibles que se quiera para vencer una situación de inferioridad. Hay que estar, sobre todo, en condiciones de participar activamente en los procesos de inteligencia colectiva que representan el principal interés del ciberespacio”.

Por eso, sostengo que el papel que juega la educación es crucial, en un doble sentido: como espacio que favorezca la relación con la cultura escrita y sus cánones, y como espacio que enriquezca y complejice los usos de las tecnologías; usos que traspasen las formas de sociabilidad informales (como sucede en el chat, en la mensajería instantánea o en algunas redes sociales) y promuevan el enriquecimiento de la inteligencia colectiva como proyecto social y cultural de largo alcance.

Una de las manifestaciones de la inteligencia colectiva es la producción y lectura de textos. La construcción y fortalecimiento de las comunidades virtuales pasa en gran medida por el texto alfabético y, en ese sentido, gran parte de sus alcances está determinado por la cultura escrita. Escritura y lectura son formas en que se expresa y se concreta la interconectividad e interactividad en el ciberespacio. Por supuesto, sin asumir la lectura y la escritura como instrumentos para una visión totalizadora, sino como prácticas comunicativas que promuevan y alimenten la inteligencia colectiva.

c. El ciberespacio, sinónimo de caos y confusión
En el ciberespacio los distintos usuarios pueden alimentar la red sin ningún tipo de restricción, sin intermediarios ni censuras institucionales o estatales. Como consecuencia de ello, no hay una instancia que garantice la validez de los datos disponibles.

Lévy se pregunta por el grado de credibilidad y confianza que podemos dar a las informaciones proporcionadas por el ciberespacio:
¿No estamos asistiendo “simplemente a una disolución cultural más bien que a un progreso, disolución que no puede servir, en último término más que para aquellos que ya tienen un punto de referencia, es decir, las personas privilegiadas por su educación, su medio, sus redes intelectuales privadas?”.

Aunque las califica de legítimas, Lévy plantea que estas preguntas parten de premisas falsas, pues: (a) Las páginas web dependen de instituciones reconocidas o son producidas por personas que firman sus contribuciones y argumentan la validez de sus planteamientos ante la comunidad de cibernautas. (b) En internet opera una especie de opinión pública. Las revistas, catálogos e índices en línea citan como ejemplos los mejores sitios; no es común que los cibernautas sean arrastrados a sitios de dudosa validez.
En cuanto al caos que tiende a desfavorecer a los que no cuentan con referencias personales o sociales sólidas, dice que se trata de un temor fundado sólo en parte: las personas o colectivos pueden orientar y ordenar por su cuenta jerarquías, selecciones y estructuras. Lo que definitivamente ha desaparecido, son “las selecciones, las jerarquías o las estructuras de conocimientos pretendidamente válidas para todos y en todo tiempo, a saber, el universal totalizante”. Para él, existen posibilidades técnicas que permiten dar un orden local y provisional al gran desorden global. “Además, no hay que representarse el ciberespacio poblado de individuos aislados y perdidos entre masas de informaciones. La red es, primero, un instrumento de comunicación entre individuos, un lugar virtual donde comunidades ayudan a sus miembros a aprender lo que quieren saber. Los datos no representan más que la materia prima de un proceso intelectual y social vivo y altamente elaborado. Finalmente, toda la inteligencia colectiva del mundo no dispensará jamás de inteligencia personal, del esfuerzo individual y del tiempo necesario para aprender, para buscar, para evaluar, para integrarse en diversas comunidades, aunque sean virtuales. La red no pensará nunca en nuestro lugar, y tanto mejor así”.


Extraído de
Ciberespacio, Educación y cultura escrita
Algunas reflexiones sobre el libro de Pierre Lévy “Cibercultura. La cultura de la sociedad digital”
Giovanna Carvajal Barrios
Profesora Escuela de Comunicación Social
Universidad del Valle

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