¿Qué es la docencia? ¿Profesión, apostolado o un trabajo? Todas estas miradas circulan en la sociedad. El los siguientes párrafos se reflexiona sobre la profesionalización docente ¿Por qué? ¿Qué rasgos básicos debería cumplir?
Forma parte del ideario moderno la valoración y búsqueda de
la formación profesional para los nuevos miembros de la sociedad. En este
contexto, ser profesional o desempeñar una profesión nos sitúa en un
determinado escenario de prestigio y de status social o, al menos, de cierto
orgullo personal por las competencias intelectuales, morales y económicas
desplegadas para llegar a ser un profesional. Y para los que no logran esta
categoría, preferentemente actores de clases populares y deprivadas, una
profesión (o “tener un cartón”) representa uno de los mayores anhelos para
alcanzar movilidad social.
Según esta descripción, tener una profesión es algo
dicotómico: se tiene o no se tiene. En los hechos, se es profesional y se goza
de ciertos privilegios, o no se es profesional y se está obligado a ocupar
puestos laborales menores, de baja estabilidad, exigua remuneración y mínimo
prestigio social. Entendiendo, con todo, que mientras más democrática llega a
ser la sociedad, más personas se sumarían al “carro de la victoria”, accediendo
a los beneficios de una creciente escolarización y a la obtención de una
profesión (preferentemente en universidades y centros de educación superior).
Sin embargo, hoy se acepta que haya profesiones que, como un
colectivo, no son tan profesiones como otras, generándose una demanda social de profesionalización que implica
procesos complejos y situados de legitimación social asociados a las distintas
tensiones epistemológicas, políticas y pedagógicas que la mutación
modernidad-posmodernidad nos ha venido planteando.
En este contexto, especialmente en el marco de la educación
pública, diversos diagnósticos sociales y pedagógicos han dado cuenta de una
formación y desempeño profesional de los profesores y educadores que los ubica
en el grupo de las profesiones menos profesionales. Esto es, como
semi-profesiones o, dicho con más optimismo, en proceso (forzado) de
profesionalización. En la reforma educacional chilena se ha hablado exactamente
de profesionalización docente. Algunos estudios recientes dan cuenta,
lamentablemente, de una tarea pendiente en esta materia, pese a los importantes
esfuerzos desplegados en la última década.
Con todo, si queremos comprender la raíz de la demanda de
profesionalización, es necesario situarnos en la perspectiva de la modernidad
como paradigma de base, escenario a partir del cual se define y legitima el
trabajo y las profesiones modernas. En efecto, en el mundo moderno el ejercicio
de una actividad laboral u oficio supone niveles altos de especialización y
preparación. Estamos hablando de una sociedad moderna, altamente dinámica y
compleja, caracterizada por la división del trabajo y la diferenciación de
roles y funciones, distante de un mundo premoderno donde la familia era central
y donde todos hacían de todo. Hoy día no todos podemos hacer de todo, no se
puede ser profesor, médico y abogado, a la vez. De hecho, nos preparamos y capacitamos en
instituciones reconocidas formalmente de modo de quedar habilitados para
incorporarnos en un ámbito laboral definido por la división social del trabajo
y por la exigencia de contar con papeles o documentos que avalen dicha
especialización.
Tener una profesión, por lo tanto, implica ocupar un
determinado lugar en la sociedad, implica poseer un status que depende de lo
que la sociedad valora. Así, podemos señalar que una profesión constituye la
manera moderna de ejercer una actividad legitimada, legitimidad que es
supraindividual, pre-existente y simbólica, es decir, responde al conjunto de
valoraciones y creencias que definen lo importante al interior de la
modernidad: racionalidad, experticia, universalidad, objetividad científica,
emancipación, control del entorno, prestigio social, etc.
El desafío de profesionalización docente es uno de los mayores
temas a abordar para lograr una transformación social y educacional profunda,
esto es así, pues, el profesorado se encuentra ubicado en alguna parte
intermedia del largo y sinuoso camino de construcción de la profesión docente,
y en ningún caso goza de plena legitimidad en cuanto profesional.
En este contexto, el profesional no es quien simplemente
ejerce una actividad, porque eso es más bien cumplir o desarrollar un oficio o
actividad cualquiera. Y ser profesional no es sólo ser eficiente porque, como
hemos insinuado, también es eficiente quien vende plantas, perfumes o
alfombras. De este modo, no es automáticamente profesional el profesor que
llena el libro de clases cuando hay que completarlo o el profesor que llega
responsablemente a la hora, que tiene cero faltas en su hoja de vida o que
suele vestir de corbata y chaqueta. No hay aquí necesariamente un profesional
que es tal debido a la legítima congruencia que muestra con los valores más
conspicuos de la modernidad.
Si queremos operacionalizar de mejor modo lo que significa
ser profesional podemos recurrir a los siguientes parámetros de
profesionalización (o rasgos básicos de la constitución de un profesional):
• Preparación o calificación: esto alude
a la condición de tener dominio formal y sistemático sobre el propio tema, es
decir, que los médicos estudien medicina, los abogados sepan sobre leyes y
filosofía del derecho, que los arquitectos aprendan sobre arquitectura, etc. En
el caso de la Pedagogía, supone que los pedagogos sepan de Pedagogía.
• Clausura cognitiva: este es un parámetro
más exigente que el anterior en cuanto se demanda un claro dominio, experticia
o apropiación de un conocimiento en particular. Remite a la idea de una parcela
de la realidad -o de un modo de ver dicha realidad- que sea de interés y
dominio exclusivo, no de otras profesiones. Es decir, la profesión exige contar
con un enfoque o recorte propio de la realidad.
• Autocontrol o autorregulación: se
refiere a la Ética, a la constitución profesional por la vía de poseer un
conjunto discernido y aprobado de normas y principios de comportamiento
propios. Las profesiones deben, en este sentido, ser capaces de normar o
regular lo que está prohibido, permitido y exigido en sus respectivas acciones
laborales, en el ejercicio de su rol profesional. Pasa lo mismo en
Arquitectura, Psicología, Pedagogía: las profesiones tienen o deben tener un
Código de Ética conocido, vigente y respetado.
• Poder e influencia social: el poder es
básicamente “lograr que otros hagan lo que yo quiero que se haga” y la
influencia, por su parte, supone la versión del poder basada notoriamente en el
elemento simbólico. La fuerza genera poder, la riqueza, también, pero la
inteligencia y la consistencia moral generan, más bien, influencia. Ambos tienen
relación pues, a través de ellos, logramos que otros escuchen y modifiquen su
conducta según nuestras demandas éticamente orientadas, fuertemente
argumentadas y demostradas. En este contexto, las profesiones están llamadas a
cumplir un rol social: desde la legítima defensa de sus intereses corporativos
hasta desarrollar una labor de servicio público, de orientación e influencia
social en el resto de la
sociedad. Una profesión fuerte y creíble posee un gremio o
agrupación con poder e influencia social.
• Estatus epistemológico (o
cientificidad): Esto remite a uno de los parámetros más relevantes de las
profesiones: la capacidad para producir saberes propios. Como las profesiones
tienen que ver con el mundo moderno y lo que se valora hoy día es la producción
de conocimiento científico (a la manera de las ciencias naturales, positivistas
o dominantes, o sea, con leyes universales, con objetividad, etc.), las profesiones ameritan tener sostenida
actividad científica.
En suma, la profesionalización pretende dar cuenta de una
dinámica compleja de modificación de la labor de los educadores en los nuevos
contextos socio- educativos, empero, la profesionalización debe ser
re-significada a partir de la pregunta por el enfoque paradigmático que subyace
en ella. Esto es así puesto que, de suyo, hay una profesionalización enmarcada
en la lógica de la modernidad que omite cuestiones cruciales de la lógica
pedagógica más transformadora.
En este sentido, en lo que sigue, la autonomía profesional
es mostrada como una dimensión relevante de la profesionalización docente que
quiebra la mirada positivista y tecnocrática de buena parte de las demandas de
profesionalización existentes.
Extraído de:
Autonomía profesional y reflexión del docente: una
resignificación desde la mirada critica
Domingo Bazán y Loreto González
Universidad Humanismo Cristiano
Domingo Bazán es Profesor de Cs. Naturales y Biología. Dr.
En Educación.
Loreto González es Educadora Diferencial y Psicóloga.
Magíster en Investigación Educativa.