jueves, 26 de septiembre de 2013

Frente a la postmodernidad


El pensamiento postmoderno se presenta como único, arrollador, y tal vez como “el fin de la historia”. Como docente tengo que ubicarme, ¿Coincide con mi forma de ver el mundo? ¿Es posible pensar el mundo de otra manera? 
 


Para empezar, cabe señalar que la postmodernidad es irresponsable en sus excesos, legitima la opresión y la exclusión, dejando en pie al único discurso fuerte que aún queda: el del liberalismo a ultranza o neo liberalismo (en su vertiente o interpretación más extendida, en que la economía es el centro y único eje vertebrador) que, al menos en parte, se construye a partir de la constatación postmoderna de que no podemos establecer ningún principio regulador en un mundo fragmentado; así, la intervención estatal en la economía es imposible e inútil pues nadie puede predecir o saber que ocurrirá, la política queda negada: es imposible (Huerta de Soto).

Este mismo autor desde este liberalismo económico radical afirmará siguiendo los postulados de la escuela de Hayek, la falsedad de los esquemas que se establecen tratando de identificar causas y consecuencias generales, para centrarse en el hombre como sujeto creativo, empresario; él, es el único principio posible en el desarrollo de la ciencia, lo que imposibilita la predicción, la ciencia y, especialmente, el socialismo y la intervención política en la economía; la recuperación del sujeto epistemológico que postula la postmodernidad es utilizada aquí para situar al sujeto en el centro como empresario y creador; cada sujeto es propietario de su propio yo y, por tanto, lo que uno crea de la nada es de él, tiene derecho a ello y nadie puede plantear que lo reparta o que lo restrinja, entre otras cosas porque estaría violando un principio ético fundamental: la libertad, pero, también, porque se da la imposibilidad de utilizar óptimamente los recursos públicos, pues es imposible conocer y predecir causas y consecuencias. Así, de una tajada se justifican el fin de la política y la legitimación de la acumulación sin límites.

Se puede constatar, según Habermas, una estrecha relación entre neoconservadurismo y postmodernidad, aunque los neoconservadores parecen rechazar la postmodernidad por ser un conservadurismo distinto al que ellos postulan.

La postmodernidad, es conservadora porque al eliminar la conciencia histórica y afirmar el eterno retorno de lo igual, elimina, también, cualquier esperanza de mejorar la sociedad. El orden establecido y el sistema se toman como un hado frente al que es inútil e incluso contraproducente rebelarse... No hay nada que hacer, por tanto, no hagamos nada” (González, 1991: 181).

No hay, pues, esperanza de cambio. Es, en otra famosa versión de los hechos, el fin de la historia. Además, la postmodernidad, nos propone desconfiar de todos los discursos, con lo que la política, sea está de derechas o de izquierdas, es indiferente, todas las políticas y discursos son iguales, las ideologías han muerto. Pero, puede afirmarse que “mientras los filósofos postmodernos pontifican acerca de la negatividad del poder, los poderes (económicos) avanzan y se exhiben sin pudores ni vergüenzas” (González).

Poderes que legitiman la desigualdad y hacen cada vez menos libres a la mayoría en favor de la absoluta libertad de una cada vez más exigua minoría:
“¿no es esto llevar a su extremo la moral aristocrática nietzscheana? Así, se piensa la ética desde la aristocracia del mundo de hoy. Desde ella, suena de nuevo a falso todo el reconocimiento verbal a la multiplicidad de culturas y pueblos".(…)
“El reconocimiento que los postmodernos hacen a mi historia, mi cultura, etc. desde su primer mundo, suena al reconocimiento de mi derecho y su derecho a seguir desviviendo yo y viviendo ellos. Ellos piensan, quizás con razón, que no vale la pena salir de su presente para un futuro x; pero ¿Y nosotros?” (Ese nosotros se refiere a los países subdesarrollados desde donde el autor reflexiona sobre la postmodernidad,(Moreno).

Ante los excesos postmodernos, ¿Todo vale?, ¿Cabe hablar sin referente?, ¿Todos los discursos valen igual y son igualmente legítimos y validables?, ¿Es igual el discurso o la forma de conocimiento que desarrolla un médico que la que desarrolla un chaman, igual el discurso y la identidad del oprimido y del opresor?

Cuando se plantean los discursos débiles, la ausencia de seguridades, la ética light, la necesidad de reconocer la diversidad, se puede estar haciendo el juego a discursos nacionalistas excluyentes, a planteamientos segregadores, a planteamientos legitimadores de la opresión y de la desigualdad social.

Bucear y centrarse en la fragmentación, en la nada, en el vacío, obvia la atención a otros procesos y circunstancias que también se están produciendo hoy en nuestro mundo, como los procesos de globalización o el establecimiento de presupuestos universales desde el neoliberalismo capitalista sin oposición.

La postmodernidad se recrea en la fragmentación desde un planteamiento unidimensional, olvidando que estamos también en el tiempo de la globalización, lo que supone desarrollar una lógica de análisis parcial (Munné).

Por otra parte, si las realidades (formas de vida y formas de conocer) son esencialmente diferentes y así hay que reconocérselo, ¿qué principio asegura la comunicación entre formas de conocimiento y de vida diferentes? ¿O sólo cabe incomunicarse? ¿No hay una serie de principios básicos, una serie de normas fundamentales de convivencia universales que puedan servir de comunicación (Derechos Humanos)?

La postmodernidad puede, también, estar legitimando el individualismo en su vertiente más negativa, individualismo segregador y manipulador, y el nacionalismo negativo ante la ausencia de principios de comunicación entre el uno y los otros y la constatación de que todos los discursos son igualmente válidos.

Este río revuelto también arrastra a la democracia deslegitimándola “no hay valores absolutos a realizar mediante el diálogo, y por tanto, por medio de la democracia; como no hay un lugar definitivo al que nos dirigimos” (Vattimo).

La postmodernidad no es ingenua a la política, ni sus consecuencias son inocuas para la vida de las personas; “Cada experiencia es juguete de su objeto (Rubert De Ventos) ¿Cómo no ver aquí, tras la máscara de la actividad desenfrenada, la pasividad del sujeto ante el mundo? ¿No es éste un discurso de la aceptación, del sometimiento, si se le despoja de toda la pirotecnia verbal que lo enmascara? ¿A qué otra cosa lleva la declaración explícita de muerte para el relato de la emancipación?... Claro que así pierden sentido palabras como justicia, libertad, humanidad, comunidad y tantas otras, ahora relegadas al baúl de los recuerdos” (Moreno).

Con la postmodernidad parece que todo vale, no necesitamos referentes, la realidad no existe.
La disolución de todas las continuidades, de todos los universales, de todas las unidades, implica, por supuesto, la disolución de la ética; sin reglas generales, sin consenso posible sobre la conducta humana, la ética queda librada a la diversidad de lenguajes, a los consensos regionales y transitorios y en último término al individuo, ética fractal o del fragmento”. (…)

“La imposibilidad de una ética, no ya universal, ni siquiera general, es la imposibilidad de un consenso, diluye la misma posibilidad de “estar juntos”... aunque sea por un rato. ¿Sobre qué base de acuerdo? ¿Si no hay hombre ni en mí individuo ni en el otro?...Las éticas “blandas” si se las toma en serio, ¿en qué quedan?; La ética del juguete puede ser muy estimulante cuando el objeto del que uno se hace juguete es el prójimo o Dios, pero ¿en qué queda cuando el objeto es el poder o la propiedad? Los débiles, nosotros, no tienen derecho a existir.” (Moreno)

Por otra parte, la misma postmodernidad que niega principios, criterios y referentes, los utiliza para criticar y de-construir la ciencia positiva y para elevar, por ejemplo, a ciertos autores (referentes) y aportaciones a un lugar preeminente, a veces incluso idolatrado, en su propia forma de hacer las cosas (unos valen, otros no).

La postmodernidad (Munné) se posiciona contra la jerarquía y la autoridad y, así, crítica a los ídolos pero también crea sus propios ídolos y autoridades (por ejemplo, Lyotard, Baudrillard, Vattimo, Lipovetsky... y, en otro plano, Nietszche o Heidegger).

Negar ciertos efectos positivos del progreso y de la ciencia positiva es negar una evidencia incuestionable, si realmente desarrollamos esta idea, abogaríamos por volver a la era de piedra o por ponernos en manos de un chaman antes que en las de un médico o por encargar a cualquiera la construcción de nuestra casa o por destruir, incluso, el mismo canal de comunicación que utilizamos para comunicarnos; si se afirma que el positivismo, la modernidad, el progreso han muerto sin más ¿dónde esta la ambigüedad, los claroscuros y la ambivalencia o relativismo que se predican desde la postmodernidad?.

¿Cómo sin la ciencia positiva, la modernidad y la tecnología, podría haber avanzado la humanidad? ¿Cómo se habrían inventado, entre otras muchas cosas el teléfono, la imprenta, la penicilina... ?

¿No nos vale nada del positivismo? Es difícil creer que lo que se postula es un discurso débil desde estos presupuestos más bien “fuertes” y, desde luego, poco ambiguos o relativos. Por qué no defender que el positivismo es una opción más de interpretación de la realidad, tan válida como otras, tan válida como la postmodernidad que, también quiere y pelea por un puesto principal y dominante en el marco de las ciencias, tratando de postularse como la única y verdadera opción, aunque sea a su manera, lo que, implícitamente, la sitúa en la búsqueda de la razón, aunque la razón sea que no hay razón valida (por cierto que, ¿no cabría preguntarse, entonces, si tampoco lo es la postmodernidad?).

¿Por qué no plantearse recuperar lo válido de la modernidad y alguno de sus avances? Los excesos son siempre negativos y llevan a cometer errores de gruesa magnitud, la ausencia de ponderación radicaliza y hace perder el rumbo, evita ver los claro- oscuros y relativizar, dos de las aportaciones, por cierto, de la postmodernidad que, ella misma, parece olvidar al situarse en la nada y en el vacío.

Es necesario reconocer aspectos positivos en el que se erige, e identifica como el “enemigo” positivista, establecer diálogos y comunicaciones para el que, ni los unos, ni los otros, parecen querer estar dispuestos.

La postmodernidad, además, se separa de la realidad, la niega, pudiendo padecer lo que Fromm llamó la alienación filosófica: la separación (por otra parte irresponsable) de esa realidad que niega: “rehuir lo concreto so capa de purismo, es una forma de escapismo intelectual y dogmatismo inútil” (Martín Baro).

La postmodernidad es elitista, es una especie de iglesia para iniciados, sus textos se recrean en la complejidad y en la separación de la mayoría, en el desarrollo de lenguajes crípticos que pretenden ser incomprensibles y lejanos del mundo. Y las élites están, hoy y siempre, ligadas a los mismos principios, a señalar que no todos somos iguales, que no todo discurso es igual, a legitimar y servir a ciertas posiciones de poder e intereses de modo implícito o explícito.

El hedonismo y la felicidad que postula es inmoral:

“el “refugio lúdico” que ahora se propone como alternativa a la militancia, no es sino la versión postmoderna de lo que siempre habíamos llamado “torres de marfil”, porque, naturalmente, el hedonismo es privilegio de los ricos del mundo” (González, 1991:182).

Se trata de ser feliz, de pasarlo bien, pero la diversión es, sólo “zumo de neón contra la depresión”, o “una especie de mueca en lugar de sonrisa” (Sabina). El hombre esta solo en el desierto y le invade un malestar difuso, su vida no tiene sentido, es absurda.

El sujeto postmoderno es frágil, siempre provisional, sin identidad personal, puro maquillaje:

Vattimo afirma que la postmodernidad lleva a cabo una cura de adelgazamiento del sujeto, yo me temo que se le ha ido la mano en la cura y que el sujeto ha adelgazado tanto, que ya es imposible verle” (González).

Con un mundo como el que hoy tenemos, repleto de injusticia y desigualdad, parece irresponsable negar la realidad y destruir cualquier principio comunicador.

Por otra parte, la posición más cómoda ante cualquier situación, es la de criticarlo todo, la de andar apostado, parapetado, esperando para destruir, de construir, criticar, eliminar... como parece hacer la postmodernidad por momentos.

¿Y qué decir en el terreno socio político de la posibilidad de legitimar, por ejemplo, un discurso racista o xenófobo desde el profundo relativismo moral inspirado en la postmodernidad? Así, el holocausto nazi valdría igual que la obra de Ghandi, el Main Kampft sería un discurso tan respetable y válido (en sus opiniones) como cualquier otra obra, lo que permite, por ejemplo, legitimar las teorías revisionistas del Holocausto.

Afirmar que la perspectiva del torturado y del torturador son visiones igualmente válidas, que después de un holocausto o un genocidio no hay ninguna verdad objetiva a determinar, que la búsqueda de la verdad constituye una ilusión propia de occidentales sujetos a la idea de la representación, constituyen coartadas, quizá peores que las leyes del olvido, la tergiversación del pasado o el silencio histórico... lleva además a la inhibición práctica... y a no intentar búsquedas para averiguar que es lo que verdaderamente sucede en la sociedad” (Reynoso).

El sujeto que surge de estos planteamientos es un sujeto esquelético, en una sociedad raquítica, un sujeto insolidario, una sociedad en la que predominaría el olvido del otro, el olvido del sufrimiento de los vencidos y maltratados por la historia (Blanco).



Extraído de
Fundamentos en humanidades
Universidad Nacional de San Luis
N° II (1/2000) / pp. 77 - 110
Frente a la posmodernidad
José Guillermo Fouce
Universidad Complutense de Madrid
 

miércoles, 18 de septiembre de 2013

La autorregulación y la metacognición


Sin duda alguna, cuando nos referimos a “Aprendizajes de Calidad”, o bien a la “Calidad Educativa”, entre otros, nos podemos referir a “Aprender a aprender”, esto nos lleva al metaaprendizaje ¿Cómo aprendemos? ¿Qué importancia tienen estas actividades? Los siguientes párrafos reflexionan sobre el tema.

El preciosismo de las palabras no debería volver misterioso un tema tan antiguo como es el hombre: la conciencia reflexiva sobre lo que él hace y piensa. Desde que Sócrates dejó esculpida para la historia su máxima metacognitiva, "sólo sé que nada sé", los filósofos no han dejado de tematizar el conocimiento humano como objeto de reflexión. Ello configuró un campo de saber denominado Teoría del Conocimiento, que en el siglo XX fue desplazado por la prestigiosa Epistemología, está ultima más dedicada al análisis de la producción del conocimiento científico que al conocimiento en general.

Fueron los fenomenólogos y existencialistas franceses quienes definieron la conciencia espontánea o "irreflexiva" como aquella que es absorbida por las cosas cuando me dedico a observarlas, como cuando me detengo en el cielo azul o me quedo absorto contemplando el horizonte o embebido en la construcción de un mueble o de una receta de cocina. Es también conciencia afectiva, nuestros sentimientos y rechazos. En cambio, por la conciencia reflexiva ponemos atención a lo que hacemos o pensamos como tema de reflexión, para indagar en qué estamos, cómo vamos, cómo lo estamos haciendo y cómo podríamos continuar en adelante.

La conciencia explícita sobre lo que sabemos, pensamos o hacemos podría llamarse metaconciencia, y cada acto de conciencia intencional y reflexiva sobre algún conocimiento podría denominarse en general "metacognición", como lo vienen haciendo durante los últimos veinte años numerosos investigadores y psicopedagogos dedicados al estudio ya no sólo del conocimiento, sino del aprendizaje como proceso cognitivo, bajo dos aspectos principales (Brown):
1. Como conocimiento "declarativo" que obtiene el sujeto aprendiz de sus procesos cognitivos sobre lo que sabe, sobre lo que entiende menos o lo que entiende mejor, lo que es claro o confuso, quién le explica y argumenta mejor, con más claridad y persuasión, qué tarea o materia le es más difícil de aprender, de solucionar o de recordar.
2. Como regulación "procedimental" de los procesos cognitivos, es decir, cuáles procedimientos y estrategias adopta conscientemente el aprendiz para facilitar su proceso de aprendizaje y culminar con éxito su tarea de comprender un texto, solucionar un problema, recordar una fórmula, etc. Estas estrategias autorreguladoras pueden ser de tres órdenes:
De planificación, anticipándose a las dificultades y previniendo posibles tácticas para enfrentar las dificultades; de control, monitoreando de alguna manera el desarrollo de la tarea mediante revisiones, rectificaciones y constataciones sobre la marcha; y de evaluación de resultados, al final de la tarea, chequeando la eficacia de las estrategias utilizadas (Brown).

Ambos aspectos de la metacognición, así tan genéricamente enunciados, son categorías tan abstractas que parecen un menú más apto para filósofos y epistemólogos de la Pedagogía que para educadores propiamente hablando. Sobre todo, habrá que empezar a distinguir con precisión qué será lo cognitivo y qué lo metacognitivo, o cuál es la naturaleza y función de las actividades cognitivas. Pues como ya dijimos, la idea de la metacognición que nos ocupará se refiere más a los conocimientos que las personas tienen sobre su propia cognición, motivándolas a prever acciones y anticipar ayudas para mejorar su rendimiento y resolver mejor los problemas. Así por ejemplo, un estudiante de escuela primaria puede dominar las tablas de multiplicar (capacidad cognitiva) y, sin embargo, no ser capaz de utilizar ese recurso para resolver un problema sencillo de aritmética elemental, porque no reconoció la situación planteada como un campo de aplicación de la multiplicación (capacidad metacognitiva).

Lo que más interesa en el estudio de la metacognición es ver la relación entre lo que el sujeto sabe y lo que logra realizar en la solución del problema o de la tarea propuesta, es decir la regulación de la cognición y del aprendizaje, qué actividades, procedimientos y procesos permiten al aprendiz culminar con éxito la solución de los problemas escolares o vitales. La explicación última que encuentra Piaget al desarrollo progresivo y constructivo de la inteligencia del niño no es biológica ni hereditaria, sino principalmente interna al sujeto, un factor interior sin plan preestablecido, ni determinista, pero que estimula la innovación a partir del avance precedente. Tal mecanismo interior no es otro que "un proceso de equilibración en el sentido cibernético de una autorregulación, es decir, una serie de compensaciones activas del sujeto en respuesta a las perturbaciones exteriores y de una regulación a la vez retroactiva (feedback) y anticipadora" (Piaget).

Obsérvese que Piaget no se refiere simplemente al mundo de los estímulos externos, o a la transmisión exterior que se conecta según los conductistas con la conducta del sujeto, sino que lo importante es que ese estímulo exterior "perturbe" la interioridad cognoscitiva y genere el "desequilibrio", el conflicto cognitivo, para que el sujeto se movilice, evalúe la situación creada y busque interiormente nuevos niveles y reorganización de equilibrio mental, mediante el juego activo de compensaciones y de "información de retorno", que permite que el sujeto vaya procesando las aristas, contradicciones e incoherencias en un proceso de autorregulación y ajuste interior más o menos consciente, hasta restaurar el equilibrio perdido. Así, toda nueva acción tiene la doble posibilidad de reproducir el pasado y de innovar e inaugurar nuevas posibilidades no previstas en la acción anterior. La acción presente inaugura el futuro, y éste no está destinado a repetir el pasado, sino a abrirse a la innovación, a la creación, al aprendizaje.

Para Piaget las actividades y compensaciones que autorregulan la cognición, que son parte sustancial de la metacognición, ocurren de manera consciente y como actividad planeada cuando el pensamiento superior, lógico formal ya se ha desarrollado. En los estadios inferiores de desarrollo cognitivo las autorregulaciones pueden ser menos concientes.

Ahora bien, como el proceso de desequilibrio reequilibración no tiene fin en la vida de un sujeto, las regulaciones implementadas hoy, mañana podrían ser reconsideradas y ser objeto de revisión mediante nuevas autorregulaciones, y así sucesivamente; es decir, lo que hoy consideramos "metacognitivo" luego será cognición subordinada a nuevas estrategias metacognitivas.

Precisamente porque en el constructivismo todo está en reconstrucción permanente, no tiene tanta importancia esta contraposición entre cognición y metacognición, aunque la distinción entre ambos conceptos se haya convertido en rica fuente de elaboraciones psicopedagógicas.




Autor
Rafael Flórez Ochoa
Universidad de Antioquia, Colombia

jueves, 12 de septiembre de 2013

La postmodernidad: rasgos fundamentales


Sabemos que pocas ocupaciones en el mundo son tan sensibles a los cambios sociales, como la Docencia, y nuestros días se caracterizan por las modificaciones ¿Transitamos una etapa “Postmoderna”? Creo que no podemos asegurarlo ¿En qué consiste el relato postmoderno? En los siguientes párrafos se describen sus características principales ¿Coincide con nuestra manera de pensar?  
 


En primer lugar, cabría decir que la postmodernidad surge y se constituye como oposición a la modernidad rechazada y negada: modernidad filosófica (la visión realista y representacionista de la ciencia) y modernidad sociológica (industrialización, urbanización, capitalismo, división del trabajo, dominación de la técnica y el individualismo, consumo, medios de comunicación de masas).

Hablamos de postmoderno porque consideramos que, en algún aspecto suyo esencial, la modernidad ha concluido” (Vattimo); sin embargo, los postmodernos consideran falsa la idea de progreso y, por tanto, no se postulan a sí mismos como superadores de la modernidad, simplemente aparecen después de ella.

Cabe recordar, para empezar, que ya desde los años 20, además de las críticas y el malestar que se desarrolla en el seno de la ciencia pueden, también, recapitularse y recogerse diversas manifestaciones sociales de insatisfacción con el mundo de la modernidad en sus vertientes sociales, culturales y políticas; un mundo vivido por muchos como con vacío espiritual, sin sentido, siendo el romanticismo una de las primeras reacciones antimodernas, reacción que planteaba la vuelta al pasado, luego los hippies, la revuelta de mayo del 68, el movimiento ecologista... movimientos todos, muy diferentes entre sí, pero que tienen en común el rechazo a la modernidad; sin embargo, puede decirse que, aunque otros precedieron a los postmodernos en la desilusión con la modernidad, éstos convierten el desencanto en “epidemia generalizada”.

En lo que respecta a la epistemología, la postmodernidad supone, también, la consagración de todo un proceso crítico con respecto a la forma moderna o positivista de concebir la tarea investigadora: así lo señala Munné, se ha desarrollado todo un proceso de desnaturalización, abstracción, generalización, de simplificación de la realidad, de adornar la naturaleza para evitar la ambigüedad, adornos, desnaturalizaciones y razones: ciencia.

La ciencia positiva se ha desarrollado buscando principios fuera de la realidad que expliquen a está, bajo la creencia de que el mundo puede ser comprendido. Primero se simplificaba la realidad, centrándose en lo ordenado (lo no ordenado se cambiaba o se destruía, el desorden se abandonaba, lo imperfecto era irrelevante y opuesto a la verdad y, por tanto, necesariamente excluido).

Lyotard, uno de los autores clásicos de la postmodernidad al elaborar su informe La condición postmoderna por encargo del gobierno canadiense señalará que la postmodernidad niega la existencia de reglas de conocimiento, sólo hay procesos sociales, negociación, la verdad es fruto del consenso, la alcanzan los sujetos y siempre esta sujeta a límites. Todo lo cual coincide con los planteamientos ya revisados del segundo Wittgenstein (Burillo).

Si bien la postmodernidad “no es susceptible de una definición clara y, menos todavía de una teoría acabada”, puede decirse de la misma que es “una especie de talante, de nuevo tono vital” (González).

Aunque resultaría muy poco postmoderno tratar de definir o delimitar qué es lo postmoderno, lo mismo resulta necesario para una comprensión adecuada del momento epistemológico que hoy vivimos, vamos a tratar de recuperar los rasgos básicos de la postmodernidad:

1. Disolución de la noción de fundamento. Fin de la metafísica. La base esta necesariamente en lo lingüístico. Abandono de la ciencia que se apoya en hechos observables.

2. La verdad sí que puede seguir usándose como acuerdo intersubjetivo contingente pero no sobre el mundo sino prescindiendo del mundo: todos los discursos son equivalentes, se puede decir lo que se quiera decir.

3. Pérdida de sentido del todo, de los grandes relatos (la emancipación y el progreso de la especie humana, la ciencia, la historia como motor, sentido y fin). Toda afirmación universalista queda desacreditada (pensamiento débil, incertidumbre, resurgir de los localismos y nacionalismos). La historia, por ejemplo, sólo existiría en los libros de texto y habría sido inventada por los historiadores, sólo hay múltiples narraciones, la historia se desprende de su duración y se enrolla en un permanente presente, los grandes relatos mueren, el fragmento los sustituye. Lyotard, por ejemplo, señala que “simplificando al máximo se tiene por postmoderna la incredulidad a los meta relatos” no hay criterios únicos de validez, sino sólo criterios locales y contextuales, los consensos son imposibles.

4. La sociedad, se concibe como escenario de luchas discursivas, de textos.
El lenguaje dice lenguaje, de unas palabras e interpretaciones a otras, nunca se sale de ahí. La comunicación es caótica, fragmentada, el mundo mismo también se disuelve en fragmentos, lo real deja de tener sentido, se convierte en fábula. Con esta fragmentación del lenguaje, distintos lenguajes se liberan, estamos en un mundo de dialectos, en un mundo de valores diversos, las diferencias se liberan y los que no tenían voz pueden hablar.

5. La interpretación se encontrará en el centro, interpretación que será siempre de un texto, que debe ser coloreado; así, las palabras y el texto (una foto, un cuadro, una obra musical...) sólo adquieren sentido dentro de un contexto y no existiría una interpretación unívoca. No obstante, dentro de esta concepción general cabría una versión fuerte (vale cualquier cosa porque “me da la gana” o me lo parece) y una débil (el texto tiene sus derechos y exigencias, hay que interpretarlo pero el texto, como tal, existe, y debe ser respetado).

6. Relativismo y pluralismo. Revalorización de lo minoritario, lo mayoritario se pone bajo sospecha. La ética ha muerto, no hay imperativos categóricos posibles, el principio de placer lo domina todo, desaparecen las barreras, nada está prohibido, hay que ser feliz, eso es lo importante.

7. Si la modernidad consagró el texto, como práctica escrita, ahora se reivindicará la palabra oral, lo escrito esta muerto, no puede defenderse. Incluso se habla del paso del valor de la palabra al valor de la imagen.

8. Relevancia de la hiperrealidad, de la realidad virtual donde podemos enmarcar la célebre frase de Baudrillard de que la “guerra del golfo, no existió, fue una hiper realidad”.

9. Disolución de fronteras entre disciplinas. La realidad no es parcelable. Se disuelven las diferencias entre la verdad, la bondad y el arte como tres grandes categorías clásicas. Pérdida de peso, de prestigio del intelectual y el pensador.

10. La realidad objetiva según la postmodernidad es una construcción discursiva, no hay un conocimiento directo del mundo; del mundo hablamos convencionalmente (lo que no es lo mismo que arbitrariamente señalará este autor). Todo es práctica social, construcción.

11. La postmodernidad es una consecuencia de la democracia, de tomarse en serio al sujeto, de concederle libertad y pensamiento.

12. Nihilismo sin tragedia. No hay lágrimas en el entierro múltiple de la razón, el progreso, la modernidad o las grandes doctrinas o valores, el pensamiento débil es bueno y positivo ya que tratar de buscar un sentido único y total para la vida conlleva el riesgo de apostar por “todo o nada”, sin embargo, el que poco apuesta, poco pierde; por otra parte, las grandes cosmovisiones enterradas son potencialmente totalizadoras, tratando de ganar adeptos, sin embargo, el que piensa débil es necesariamente tolerante.

13. Reflexividad. Las ciencias sociales son, sobre todo, conciencia de la materia, la materia haciéndose consciente, lo que llevaría a los investigadores al desarrollo de la profecía autocumplida.

14. Pérdida de legitimación y deslegitimación de las instituciones y lo público. El Estado pierde prestigio y atributos, igual que la familia o la iglesia.

15. Sin historia, sin referentes, no hay obligaciones, el futuro es inexistente, no hay tampoco deudas con el pasado, tan sólo existe el presente, ni raíces, ni proyectos. Las personas erramos por siempre, sin fin, ni objetivo alguno, lo cual, por otra parte, es visto como positivo y se constituye en una ocasión para la realización humana, eso sí, asumiendo que sólo existe y cuenta el presente, es la vuelta al carpe diem, al presentismo. Con las grandes teorías y doctrinas enterradas de la mano de la razón, sólo queda la posibilidad de lo débil o lo light, de lo fragmentario: “yo ahora y aquí, digo esto”.

16. Individualismo psicologísta y hedonista: vivir lo mejor posible, a la carta, sin represión ni identidades adscritas, con elevadas dosis de tolerancia (más bien ambigüedad) ante eventos contrarios. El hedonismo vuelve al centro (antes Prometeo identificaba a los modernos, ahora a partir de constatar que Prometeo era, más bien, Sisífo se postula a Narciso como el nuevo prototipo de héroe con el que identificarse); hay que disfrutar de la vida sin empeñarse en emprender viajes históricos hacia tierras prometidas inexistentes, sólo cabe refugiarse en uno mismo, es el tiempo del yo y del intimísmo, de la ausencia de ideales. Con la muerte de la razón, se pasa del homo sapiens al homo sentimentalis, el sentimiento esta por encima de la razón, es, el “siento, luego existo”; la sensibilidad, la subjetividad sustituyen a la razón, no se debe, ni se puede, pensar.

17. El individuo aparece fragmentado. El sujeto, no guiado por ningún principio sigue lógicas múltiples y contrarias entre sí, no esta integrado, no es coherente, cada uno elabora “a la carta” los elementos que le sirven, tomando de acá y de allá, según le parece, sin preocuparse por la coherencia; se prueba y se cambia rápidamente, nada sorprende, todo vale, no hay porque aferrarse a nada demasiado tiempo. El placer es breve y puntual, el sexo frío, las relaciones superficiales y no duraderas, además, no son excluyentes o no tienen por qué serlo.

18. Indiferencia con rostro de tolerancia. Sin la razón no se puede llegar a ningún consenso social, cabe todo, todo tiene su público, incluso las mayores extravagancias, tampoco existe, ni es posible, la verdad, ni la justicia, sólo hay infinitas micro colectividades heterogéneas entre sí, el fragmento es elogiado y constituido como el principal elemento. El bien común no existe. Hay que vivir y dejar vivir, más que guiados por la tolerancia guiados por la indiferencia.

19. El retorno de los brujos, de la magia y de una religión light, a la carta, hecha de mezcla de principios de aquí y de allá sin preocuparse por la convivencia entre elementos incoherentes. Es, el boom del esoterismo y las ciencias ocultas, en un comercio que aumenta sin cesar, es, el surgimiento de sectas destructivas, de mitos y manías... de no creer en Dios parece pasarse a creer en todo.

En resumen, los elementos claves de la postmodernidad serían: el descreimiento absoluto (no creer en nada ni en nadie, ni en convicciones, ni políticas, ni religiosas, ni morales), la incertidumbre como categoría epistemológica general, la complejidad y el desencanto.

Así cabe afirmar que
sintetizando, la postmodernidad señala el carácter obsoleto y ambivalente de la ciencia positiva que, ya no sirve, el fin del progreso (y en este sentido el fin de la historia, uno de los pocos universales que todavía quedaban vivos de la modernidad) y el desprecio por la tecnología” (Munné).

Así, frente al modernismo que prioríza las palabras sobre las imágenes, el postmodernismo priorizará la sensibilidad visual, frente a la creencia en la existencia de realidades substanciales, se valorará ahora, la forma más que los contenidos. Ante una visión racionalista o progresiva de la cultura, se planteará el mismo valor de lo de hoy que lo anterior, frente a la necesaria distancia de la realidad que debe asumir el espectador, el sumergirse en la realidad; frente a convencer, argumentar o vencer, seducir, insinuar, confundir, no identificar, frente a los límites entre disciplinas, la disolución de los mismos. En resumen, frente a la racionalidad y la seguridad, la incertidumbre asimilada que ya se encuentra, de por sí, instalada en el sujeto.



Extraído de
Fundamentos en humanidades
Universidad Nacional de San Luis
N° II (1/2000) / pp. 77 - 110
Frente a la posmodernidad
José Guillermo Fouce
Universidad Complutense de Madrid

martes, 3 de septiembre de 2013

Rol Docente: Su importancia social



¿Qué debe hacer un docente en momentos de confusión como los actuales? ¿Aceptar como verdaderas, las ideas de “inclusión” presentadas? ¿Naturalizar la fragmentación social? ¿Ignorar la descomposición social? En los siguientes párrafos, la autora hace referencia al rol docentes ante esta emergencia.


Rol docente: tarea de "salvación" pública
Quebradas las narrativas de inclusión, mal suplantadas por los relatos de fragmentación, se avivan los sentimientos de soledad y desamparo. El sujeto en este contexto debe luchar solo para encontrar un sentido y en su fracaso crece la evasión tanto en la diversión superflua como en el suicidio. En la vivencia de soledad aumenta la violencia en virtud de que el sujeto cree depender sólo de sí mismo para defenderse. La violencia genera el des-vínculo; el desvínculo, el caos. El caos es la antítesis de la vida. El caos es muerte, disolución del conjunto por ausencia de la Ley que, andamiada en los valores, une fraternalmente a los sujetos en un proyecto social.

Es en este marco que Edgar Morin se "atreve" a definir al rol del educador como misión:
... Freud decía que hay tres funciones imposibles por definición: educar, gobernar, psicoanalizar. Y es porque son más que funciones o profesiones. El carácter funcional de la enseñanza lleva a reducir al docente a un funcionar o. El carácter profesional de la enseñanza lleva a reducir al docente a un experto. La enseñanza tiene que dejar de ser solamente una función, una especialización, una profesión, y volver a convertirse en una tarea de salvación pública, en una misión...

En su argumentación el autor recupera el Eros (el amor) como condición indispensable de toda enseñanza, y alude a la confianza en sí mismo y en los otros, y a la creencia en las posibilidades de la cultura y de los sujetos. Creencia en la capacidad de reconstruir y reconstruirse mutuamente.

P. Bourdieu nominaba al fracaso escolar como "mortalidad escolar", consecuencia nefasta del "malentendido" entre docentes y alumnos, paradoja de un espacio que pensado para dar vida, condena por ausencia de comprensión, a la muerte.
Adjetivar como "vivo" a un niño implica en el discurso escolar que se lo considera inteligente, creativo. Ser "vivo" es sinónimo de comprender la situación y actuar de modo acorde. El término pierde toda connotación peyorativa cuando ese comprender y ese actuar están andamiados por la ética.

Pensar en la enseñanza como una tarea de salvación pública remite al concepto de la vida. Hablar de salvarse es hablar de vivir. Y vivir, tal como hemos venido sosteniendo apoyados en diversos autores, es atribuir sentido a la existencia. Y de eso precisamente se trata la tarea de enseñar. La labor docente confía en su posibilidad de desfragmentar los mensajes para hacer comprensible el mundo. Se propone favorecer a través del diálogo la comprensión crítica necesaria para que los sujetos en formación puedan intervenir activa y responsablemente en el mundo. La tarea de enseñar es ayudar a otros a incluirse en la escena pública a partir de una voz fecunda en argumentos válidos y valiosos. Ayudar a recordar lo importante, a desechar lo superfluo, a detectar las contradicciones, a elucidar los conflictos cristalizados como dilemas.

Los griegos equiparaban el olvido a la muerte. Muertos estaban aquellos que obligados a beber en la Fuente de Lhete, perdían la memoria. Muertos. Sombras condenadas a vagar sin rumbo. Perdidos. Darse por perdidos es la antítesis de sentirse a salvo. La vida es esperanza. La muerte es desesperanza que va de la quietud al movimiento sin finalidad. ... la descomposición (social) se ve sobre todo en la desaparición de las significaciones, la evanescencia casi completa de los valores... (Castoriadis).

Entonces, el primer paso que inicia el movimiento de un enseñante es recordar su finalidad, su posibilidad de contribución, su importancia, más que nunca en los tiempos donde pareciera que el disvalor ha venido para quedarse. Recordar el poder que implica recordar para volver a construir. "...Entre todas las creaciones de la historia humana, una es singularmente singular: aquella que permite a la sociedad cuestionarse a si misma..." (Castoriadis)

El cuestionamiento remite a la reflexión. Reflexionar sobre la finalidad de nuestros actos es abrazar una causa, construir una ilusión para sí y para los otros, con los otros.
Recuperar la ilusión es recuperar el prestigio. El prestigio no es lo dado sino lo sentido. El prestigio docente es sinónimo de la ilusión de creer que el cambio es posible, que su contribución al conjunto social es importante. Esa confianza en el poder de su acto de trabajo es la que lleva a seleccionar los qué enseñar, a elegir los más adecuados cómo, a preocuparse por la coherencia entre la finalidad y las estrategias, por el proceso y el contenido del trabajo de enseñar.

La voz del narrador recupera las historias, las anuda, las liga, para formar al sujeto social acorde al tipo de sociedad que considera deseable. El contenido no es aleatorio, es fundante. Pero la selección no puede perder de vista la finalidad: favorecer la lectura del mundo de modo crítico para posibilitar una acción reflexiva y responsable orientada por los valores que le dan sentido al concepto de comunidad.

La complejización del saber construido llevó necesariamente a la especialización, y el deseo de su democratización, a la creación de espacios y personas particularmente formadas para ello. Escuelas y maestros, de modo sistematizado, asumieron el rol del sabio de la tribu. La responsabilidad, ayer concentrada en una persona, se configuró como tarea de muchos con el mandato de armonizar para favorecer la comprensión.
Pero el sueño de armonía devino en pesadilla de fragmento. Y el fragmento hirió de muerte al significado. Muchos creyeron que cantidad era sinónimo de calidad, confundiendo selección con superficialidad y al intentar emprender el viaje cargando sobre sus hombros todo el "peso" de los detalles por considerarlos fundamentales para poder llegar a destino, el exceso de carga les impidió el movimiento. Teoricistas que olvidan el eidos político de la educación.
...(es necesario) proceder a una revisión de los saberes enseñados con el propósito de reforzar su coherencia y unidad... tomar como objeto constante de reflexión la relación nueva que puede y debe ser instaurada entre lo que es necesario mantener del pasado y la adaptación no menos necesaria al futuro... (Bourdieu).

La superposición de saberes escasamente articulados obturó la comprensión y con ello el sentido de la tarea de enseñantes y aprendientes. La abundancia de los qué enseñar fue relegando al olvido la importancia del para qué, arrastrando a los actores al sufrimiento de moverse en un laberinto en el que acecha la "muerte" del entendimiento. El para qué es el "hilo de Ariadna" símbolo de colaboración y ayuda que permite asumir el riesgo y sostener la esperanza de llegar a lugar deseado. El "hilo de Ariadna" anuda la ilusión.

Bourdieu, preocupado por la educación de los jóvenes en Francia, conciente del papel de la cultura en el proceso de construcción de una democracia inclusiva, proponía
poner un poco de unidad en los saberes transmitidos....buscar la unidad sobre todo del lado de la historia, hacer de la historia la ciencia matricial: historia de las ciencias, historia de las ideas, historia de la literatura, historia de la filosofía, historia del arte... para poder ofrecer a sus estudiantes esta unidad genética que arranque al saber transmitido de la pura contingencia...

Evadir "la pura contingencia" que inhibe la comprensión profunda conlleva necesariamente articular el trabajo de los formadores. Así como la vida física sólo es posible a partir del encuentro con otro, la vida psíquica e intelectual también surge de la colaboración. La empresa de educar convoca a la integración de voluntades. Y la integración sólo es posible en el diálogo fecundo. Diálogo con los pares, diálogo con los alumnos, diálogo social.

Recuperar la naturaleza política de la educación implica recuperar el entusiasmo, término cuya raíz etimológica en-theo ("en dios") sugiere la potencialidad creadora del rol del educador. Creador que realiza su propio ser en el mundo asumiendo el trabajo de darle ser, existencia, a algo nuevo.



Extraído de
ROL DOCENTE: Su importancia social
Prof. Mg. CRISTINA NOSEI
Profesora en Historia. Magíster en Evaluación, Universidad Nacional de La Pampa Especialista en Análisis Institucional y Animación Sociocultural de la Universidad Nacional de Salta. Profesora Adjunta de las cátedras Didáctica y Práctica Educativa, Facultad de Ciencias Humanas, UNLPam.

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