domingo, 5 de febrero de 2012

La Educación en épocas de globalización y consumismo

En los siguientes párrafos, transcribo una parte del reportaje al filósofo español Emilio Lledó, donde se refiera a la escuela, relacionada con su contexto y la reflexión, el consumismo y la historia.



¿Qué puede hacer la escuela en un contexto poco propicio para la reflexión?
La educación debe fomentar la reflexión, la curiosidad por el lenguaje, por el significado de las palabras. Se trata de convertir en lengua viva, en una lengua de preguntas, el lenguaje que hemos heredado y que maravillosamente llamamos materno. Eso mismo es lo que hacían los viejos sofistas cuando preguntaban qué era la belleza, qué el bien, qué la justicia. La educación tiene que servir para aprender la virtud, en el sentido de areté, y promover la reflexión. Reflexionar es convertir la palabra en un espejo donde uno se ve.
Especulativo viene de especulum, que es espejo. El mundo es un espejo, como el lenguaje, pero tenemos que vernos en él. Esa visión de nuestro yo, de nuestra personalidad, en el espejo nos incita a dialogar con ella a través de las palabras.
El lenguaje materno es el gran espejo que nos entrega la sociedad, pero hemos de convertirlo en una lengua matriz, crea dora, individual. Porque somos lo que hablamos y lo que pensamos, pero cada uno distintamente, aunque haya esas maravillosas coincidencias en una sociedad que está conformada en unos cuantos ideales de evolución, progreso, de justicia y que son comunes. Precisamente la existencia de estos ideales universales, compartidos por todos, justifican la necesidad de globalizar no sólo la economía sino la justicia y la educación.

Sin embargo, este deseo choca a menudo con una realidad que en algunos casos es muy dura.
Sí. Sobre muchas de las crueldades, de los atentados terroristas y de las muestras de fanatismo de las que nos informan los medios de comunicación planea la pseudoteoría
de las identidades. Yo sólo creo en la identidad democrática, que tiene como fundamento la justicia, la solidaridad, el no fanatismo, frente a las pseudopatrias con las que se pretende defender las realidades más repugnantes y antisolidarias.
Tenía razón Samuel Johnson cuando dijo que la patria es el último refugio de los canallas.

La escuela no es la única fuente de información para los niños y al mismo tiempo está casi aislada en su función educadora ante la poderosa industria de consumo.
Nunca como ahora la escuela ha tenido tanta importancia en la sociedad. Es el espacio en el que se dispone de la libertad mental todavía no machacada por los medios de comunicación y esa poderosa industria de consumo. De ahí también que en la actualidad la misión del maestro sea tan delicada, comprometida y difícil.
Hay que educar para tener lo suficiente para vivir y no ansiar más allá de lo necesario, con apetito insaciable, tal como aconsejaba Epicuro al distinguir entre los bienes necesarios y los superfluos. No cabe duda de que la idea de dotar a cada escolar con un ordenador representa un gran negocio para los fabricantes de estos aparatos. Además, creo que es un error pensar que los estudiantes van a educarse porque dispongan de un ordenador. La educación es otra cosa.

¿Qué puede hacer la educación en un contexto tan poco educativo?
Merece la pena recordar la tesis kantiana de que el hombre es aquello que la educación hace de él. Las preguntas que debemos plantearnos son: ¿qué educación?, ¿para qué educar? Pues bien, pienso que la educación consiste en identificarnos con esos sueños de la Ilustración griega, francesa, del Renacimiento, que han pretendido hacer progresar la justicia, el bien, la verdad. Es cierto que estos sueños se pueden convertir en pesadillas si observamos que hay millones de niños trabajando y sin escuela, que padecen hambre, que no disponen de agua. Recuerdo las críticas malintencionadas que se hicieron al ex presidente Lula cuando dijo que su primer objetivo era que los niños brasileños comieran tres veces al día. Efectivamente, no se puede educar ni impulsar ideales en los niños si tienen hambre.

¿No cree que uno de los problemas de la educación escolar es la doble moral, que por un lado se la alabe y defienda en público, pero que en privado se le preste poca atención?
Qué duda cabe que la educación es lo verdaderamente esencial. Hegel, que especula sobre cuestiones tan interesantes, decía que estaba harto de que se le hablase de la justicia, de la bondad y de la importancia de la educación y pedía que se le enseñara de una vez para siempre a realizarlas. Estas palabras, en boca del filósofo de la especulación, del autor de la Fenomenología del espíritu y Elementos de la filosofía del derecho, me parecen espléndidas. Respondiendo a la pregunta de Hegel habría que decir que es la política la encargada de realizar esos ideales.
Por ello es necesario reivindicar la necesidad de la política. Aristóteles sostiene que lo más importante de la ciencia del saber es la política porque es la más arquitectónica y las abarca a todas. Si el político no es lo bastante decente como para darse cuenta de que su misión consiste en obrar para los demás, tendrá que dedicarse a otra cosa. En Grecia se tomaban tan en serio la misión del político que incluso llegaron a plantearse si éste podía ser feliz puesto que su ser era darse a los otros.

Los profesores echan de menos una mayor colaboración de las familias en la tarea educadora.
Muchas veces las familias desatienden la educación por las preocupaciones relacionadas con el bienestar material y por la carencia de ideales. Es verdad que la sociedad de consumo acaba consumiendo al consumidor. Una posible solución a este problema es la comunicación, reflexionar y leer. ¡Cuánto tenemos que agradecer a los grandes escritores, que nos hacen pensar y hablar y salir de nuestras pequeñas preocupaciones y deseos! Algunos amigos míos me han aconsejado que me vaya desprendiendo de mis libros, pero quiero que me acompañen mientras viva. Son mis compañeros. Algunos incluso me riñen porque los tengo abandonados.

Hannah Arendt decía que la escuela era el único lugar donde los niños y jóvenes podían conocer el pasado.
El profesor tiene que comunicar el tiempo pasado y la Historia de forma fresca y viva e incluso punzante, de manera que provoque reflexiones. Si se olvida el pasado no podremos tener presente y menos aún futuro. Esa obsesión por el olvido del pasado me parece digna de psicoanálisis. Yo soy mi pasado. Si no recordara, perdería mi identidad. Si el individuo perdiese su identidad, perdería de inmediato su historia.


Autor por Jaime Fernández
Revista de los trabajadores de la enseñanza CCOO
Emilio Lledó (Sevilla, 1927) es filósofo y académico de la RAE. Tras licenciarse en filosofía, se marchó a Alemania en 1952, país en el que residió catorce años. Allí fue profesor en la Universidad de Heidelberg, teniendo como maestros a Hans-Georg Gadamer y Karl Löwith. Tras ejercer de catedrático de Filosofía en Secundaria, obtuvo la cátedra universitaria que empezó desempeñando en la Universidad de La Laguna, luego en Barcelona y en la UNED. Es autor de numerosos libros, entre los que destacan Filosofía y lenguaje (1970), El epicureísmo (1984), Silencio de la escritura (1991), por el que obtuvo el Premio Nacional de Ensayo, El surco del tiempo: Meditaciones sobre el mito platónico de la escritura y la memoria (1992), Ser quien eres. Ensayos para una educación democrática (2000) y Elogio de la infelicidad (2005).

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