viernes, 18 de septiembre de 2020

LO QUE ESTAMOS APRENDIENDO LAS Y LOS DOCENTES

 Estamos atravesando un acontecimiento en el marco de un cambio de época. Un acontecimiento no es una palabra cualquiera, tiene una larga tradición en la filosofía política. En este caso, sigo la perspectiva de Maurizio Lazzaratto quien afirma que un acontecimiento muestra lo que la vida tiene de insoportable, a la vez que abre a la creación de nuevas condiciones de existencia.

 


Trabajando con docentes en la Ciudad de Buenos Aires uno puede ver que hay mucha tristeza y agotamiento, cierta frustración con tonalidades emotivas muy presentes; hay mucho extrañamiento de los encuentros presenciales de los docentes, también una cierta incertidumbre mas allá de los meses transcurridos y del aprendizaje amasado en este tiempo. Es frecuente sentir que no estamos desplegando los mejores recursos, pero a la vez es posible ver en la escuela una potencia comunitaria muy marcada.

 

En esa potencia se inscribe, por ejemplo, toda la resignificación de las figuras de los preceptores y preceptoras como figuras de enlace, cuidando los vínculos escolares, que siempre fue importante y hoy más. Nuevamente: esta potencia de la escuela habilita la capacidad de democratizar, de plantear un plano ético entre los docentes, de abrirnos a la pregunta que nos conduce en las escuelas: ¿Cómo vamos a vivir juntos? Hoy esta pregunta está muy marcada y se hace visible en diversas experiencias. De ir a la búsqueda de los chicos y las chicas, de una insistencia de sus docentes, de los equipos de conducción, por conectar y seguir asegurando el derecho a la educación. En definitiva, la conciencia de  que la escuela es un espacio de ocupación y, a la vez, de construcción.

 

Tomemos lo que ocurre en las escuelas en relación al acceso a los bienes tecnológicos: es absolutamente frustrante para los docentes. Sabemos todos los que trabajamos en educación que buena parte de la población cuenta con 1 celular compartido entre todos los miembros de su familia (4 o 5). Los docentes hablan de cierta vida nocturna de la escuela, porque a veces es por la noche cuando los chicos pueden entregar sus tareas, es cuando les toca el turno con el celular. Es muy arduo para las y los estudiantes y también para sus docentes porque desorganiza las rutinas establecidas para los espacios de trabajo. Lamentablemente los medios masivos de comunicación, si bien considero que hay muy buenas producciones educativas en radio y en televisión, creo que no han logrado tener niveles de popularidad. Una pena, tal vez tengamos una vía para seguir explotando hasta que construyamos una sociedad más justa en términos de acceso a los bienes culturales. En este sentido, una de las mejores noticias en lo que va de este año tan incierto es el decreto presidencial que declara servicios públicos a la telefonía celular, a los servicios de internet y a la televisión paga y congela las tarifas de estos servicios hasta el 31 de diciembre.

 

Tenemos una oportunidad histórica de interpelar profundamente a una gramática escolar que viene evidenciando sus límites hace un tiempo. Insisto,  estamos transitando un acontecimiento en el marco de un cambio de época. El cambio de época, por supuesto, precede este acontecimiento y muchos de nosotros tenemos en mente otro tipo de escuela. A mi me parece que tenemos una oportunidad histórica. ¿Cómo se aprovecha? Animándonos a interrogar las representaciones que integran la subjetividad pedagógica más tradicional. Veo dos procesos en simultáneo. Por un lado: frustración, desconcierto. Y por otro, un interés por salir al encuentro y la certeza de aprendizajes nuevos, conquistados muy velozmente. 

 

La escuela secundaria, en particular, no tiene muchas tareas más interesantes que la capacidad de interrogar el mundo que compartimos con los chicos y chicas. Y ese mundo no se interroga en el aire ni en los estantes de una biblioteca; se interroga pisando un territorio determinado que es el de la escuela. Si no sirve para eso, para ponerle nombres a los procesos que vivimos, estamos desperdiciando la ocasión de construir sentido con los nuevos, como diría Hannah Arendt, con los que van llegando. Ahora, ¿cómo se hace? Soltando amarras; o sea, ya no ceñirnos a que somos sólo profesores y profesoras de una materia y que debemos enseñar los contenidos que nos competen por nuestra asignatura. Tenemos que pensarnos, como mínimo, como un área de conocimiento junto con nuestros colegas, transitar esa herida narcisista muy propia de la subjetividad pedagógica de creer que tenemos que enseñar determinados contenidos, a través de las secuencias habituales. Y también interrogar la creencia de que sólo nosotros podemos evaluar. Es momento de poner en valor lo que hemos aprendido y también de abandonar lo que ya no nos sirve en esta situación. Y que no nos viene sirviendo hace rato. 

 

Tenemos que asumir un posicionamiento ético, político, pedagógico. Eso supone ponerle nombre a lo que ocurre en la sociedad que vivimos. Fomentar, pertenecer, alimentar espacios colectivos de pensamiento.  ¿Cómo lo  llevamos adelante? Los docentes efectuamos el derecho a la educación de los chicos y las chicas. ¿Qué quiere decir eso? ¿Cuáles son los recursos de los que disponemos en este lugar en el que estamos parados? ¿De qué se trata? ¿Por dónde transcurren las relaciones pedagógicas? ¿A través del WhatsApp? ¿Durante la entrega de alimentos? ¿Generamos algún tipo de red y encuentro, garantizando la distancia para no enfermarnos? Esto no tiene respuesta de antemano. El lugar en el que enseñamos, en la actualidad, puede marcar diferencias significativas.

 

Pensar la escuela como territorio puede desestabilizar a las y los colegas. Porque la potencia de ese territorio es indeterminada no puede conocerse de antemano. Del mismo modo que no puede anticiparse una vida antes de vivirla. El mayor obstáculo que vengo advirtiendo es cuando nos anclamos en la reproducción de lo conocido, cuando tratamos de seguir haciendo escuela de una manera mas parecida a la escuela edificio (como contraposición a la escuela territorio). Ahí nos frustramos, nos desgastamos y terminando comprobando la imposibilidad de esa reproducción. Cuando no podemos reproducir hay que crear. 

 

Los docentes somos trabajadores de la cultura y capaces de pensar y nombrar la situación en la que enseñamos. Y agentes del estado. Cada uno, cada una verá cómo lidiar con la tensión que le genera esa afirmación, ya sea que nos desempeñemos en la gestión pública o gestión privada. Ser agentes del Estado supone tomar decisiones, no ser una mera correa de transmisión inmediata de la macro política a la construcción situacional. En el medio, la normativa actual nos brinda muchísimos aspectos para enmarcar las decisiones más creativas en términos de enseñanza. Pero argumentar y asumir decisiones suele generar temor. Esos resquicios existen y hay muchas escuelas que lo hacen.

 

Educar es un acto político. Siempre. Por decisión o por omisión. Coincido en que la inercia del sistema no ayuda, no favorece la innovación. Spinoza dixit lo que existe persevera en su ser. Lo que uno debería esperar es que la inercia sea la condición del movimiento. Para cancelar la inercia habría que contraponerle una fuerza mayor. Esta coyuntura es propicia en este sentido, las fuerzas del mundo tuercen las rutinas más naturalizadas. Y es un buen momento para recordar que lo administrativo nunca puede estar más ponderado que lo pedagógico en una escuela. Lo administrativo es un recurso de organización de lo pedagógico y no al revés. Y muchas veces, se invierten las prioridades. 

 

Esta situación puede ser una oportunidad. Ojalá estemos a la altura de restablecer las relaciones en la escuela. Ojalá no nos olvidemos rápido. Ahí habrá que poner en valor esta experiencia y tratar de que quede en la memoria como un aprendizaje colectivo. Ojalá la vuelta a la normalidad no nos haga olvidar la certeza de que nos necesitamos. No nos haga olvidar que el miedo en la escuela tiene efectos nocivos. El miedo es lo que tiñe el lazo social en su conjunto y que, en mi criterio, lo deberíamos asociar directamente a un modo de vida con principios neoliberales donde el otro aparece como competencia, una amenaza, y no como un socio potencial. Si sumamos ese clima de competencia e individualismo creciente que vemos desde el último tercio del siglo XX en adelante; y si a eso le acoplamos la industria del juicio, y la difusión ubicua de las cámaras, y la seguridad, se arma un cóctel que puso a la escuela en un lugar muy complejo. Las familias se posicionan frente a la institución en una defensa de sus hijos, que no siempre es la mejor manera de ayudarlos a crecer.

 

Lo que ocurre es esta idea de prevención ante el otro como un enemigo. Un cuidado pervertido. El cuidado es indispensable en cualquier relación pedagógica. Pero el cuidado se pervierte en términos de seguridad, de securitización. 

 

La pandemia nos dejó solos. Con los cuerpos de los demás lejos. Esos cuerpos lejanos se volvieron tan necesarios. Tengo experiencias con escuelas que salieron a buscar a sus estudiantes como no lo hacían hacía mucho tiempo. Como no sé si lo habían hecho alguna vez. Entonces, en esta línea de las paradojas, de que en el proceso de securitización y de judicialización, el cuerpo del otro es vivido en términos de amenaza. El ASPO y esta reclusión domiciliaria nos hizo ver una realidad evidente: que poco podemos sin los demás. Que nada podemos, diría. Espero que esto nos ayude para no pensar el modo de vida en términos de patrones de consumo, ideas de éxito, acumulación obscena. Se trata de poder empezar a construir una buena vida. En una buena vida, sí o sí hay un otro detrás, sin que esto niegue el conflicto que es inherente a toda relación humana. Una cosa es la necesidad de transcurrir conflictos y otra cosa es pensar que todos los que están ahí están para perjudicarme. 

 

 

 

 

 

Por Marcela Martinez

Fuente

http://www.revistaaji.com/lo-que-estamos-aprendiendo-las-y-los-docentes/?fbclid=IwAR0AmwbhANLWc0WRowSt-Aqr113VyRiFcXfk8swO1suJHalh9h5Ya1qJQFQ

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