Seleccionada entre los 50 docentes candidatos al Global Teacher Prize,
Mariela Guadagnoli asegura que enseñar consiste en preparar a los alumnos para
la vida y guiarlos en el descubrimiento de sus fortalezas. Profesora en una
escuela técnica de Gálvez, Santa Fe, Mariela y sus estudiantes ya están
pensando en conjunto la vuelta a las clases presenciales.
Mariela Guadagnoli es arquitecta por formación y docente por vocación.
Apenas se recibió, hace más de 20 años, la llamaron para trabajar en una
escuela periférica de Gálvez, una ciudad de 25.000 habitantes en el centro de
Santa Fe. Empezó con pocas horas, implementando el aprendizaje basado
en proyectos –que entonces no se llamaba así–, y nunca más abandonó el
aula.
Maestra de enseñanza técnica en construcciones de la Escuela de
Educación Técnica Profesional N° 456 “Hipólito Yrigoyen”, Mariela es una de los 50 docentes nominados al Global Teacher Prize, el
premio que entrega todos los años Fundación Varkey. Mientras espera la
definición de los 10 finalistas, intercambia experiencias con los otros
nominados: docentes de todos los continentes, que comparten la pasión por la
enseñanza y, más específicamente, el desafío de adaptarse a los cambios
que trajo la pandemia. En estas semanas, Mariela prepara también la vuelta
a clases presenciales con sus estudiantes, aún sin una fecha precisa.
–¿Cómo son tus intercambios con los nominados de otros países, en este
contexto que plantea desafíos similares para todos?
–Yo digo que somos distintos pero iguales. Estamos todos atravesando la
misma situación, con realidades distintas. En cuanto al acceso a las
tecnologías, nosotros en Sudamérica tal vez estamos un poco más complicados,
tenemos muchos chicos desconectados. Pero en general, usamos herramientas
parecidas. Y tenemos una mirada compartida de la educación. Pensamos en
preparar a nuestros alumnos para la vida, educarlos para sobrellevar todos
los cambios de esta sociedad líquida. Los profes de otros países viven
situaciones muy similares; está bueno ver que no estamos tan mal ni tan lejos
de todo.
–¿De qué manera estás encarando la continuidad pedagógica?
–Hay realidades diferentes de acuerdo a las distintas escuelas. Yo
trabajo en una escuela pública de gestión privada: ahí son muy pocos los que no
se conectan, y no por falta de conectividad. Pero en las escuelas
públicas tenemos el 50% de los chicos conectados. Si bien nosotros
buscamos estrategias nuevas para llegar, la falta de conectividad nos excede.
Yo aproveché esta etapa de cuarentena para hacer cursos y aprender nuevas
aplicaciones y readaptar las prácticas para seguir contactando a los chicos y
motivándolos. Hemos llevado material escrito, pero hay chicos en zonas de mucha
vulnerabilidad que ni siquiera tienen los espacios adecuados para llevar
adelante su educación. En esos casos es muy difícil. La escuela para
esos chicos es una solución, es el espacio donde pueden cambiar su vida.
–¿Cómo están preparando la posible vuelta a clases presenciales?
–Hace más de un mes hicimos un mapa de intereses con los chicos para ver
cómo estaban, qué les preocupaba, y salió mucho esto de la vuelta a la escuela,
cómo iban a ser los protocolos para volver. Sobre la base de las preocupaciones
que ellos plantearon, empezamos a trabajar ese protocolo con los chicos.
En eso siempre insisto: para que ellos estén comprometidos –y no solo
“participen” de su educación–, hay que trabajar con ellos, atender sus
necesidades. Hace poco tuvimos una entrevista con una escuela de Uruguay, por
Zoom, para saber cómo volvieron ellos y que los chicos les hicieran preguntas.
Ya armaron el plano de la escuela con la disposición de los bancos, para
ver cuántos pueden entrar, cómo hacer los ingresos. Así se van
sintiendo un poco más seguros de ver cómo será ese regreso. Los
involucramos en este problema que se nos plantea a todos, escuchando sus voces,
sus miedos, y haciéndolos parte.
–¿Cómo está impactando esta situación en los chicos?
–Lo que ellos están necesitando es el encuentro humano en la escuela, el
contacto con sus amigos. Lo que más extrañan son los vínculos, y
creo que es lo valioso de la escuela. Si no podríamos seguir con la educación
virtual. Pero hay algo que pasa en la escuela que no va a pasar nunca en la
virtualidad: el vínculo humano.
Ahí es donde cada docente tiene que transformar su práctica, porque si
yo a mi alumno le doy a leer un libro y eso lo puede hacer tranquilamente en su
casa, no tiene sentido que lo hagamos en la escuela. Pero si yo en la escuela
hago una práctica con ellos a partir de lo que leyeron, ahí es donde para ellos
se vuelve importante ir a la escuela. Creo que esta etapa de educación
virtual nos tiene que hacer repensar lo que pasa dentro de los salones.
–Hoy se habla mucho de aprendizaje basado en proyectos (ABP). ¿Cuáles
son las claves para implementar bien esta metodología?
–Muchas veces escuchamos hablar de “proyecto” y en realidad es una
actividad integrada. El ABP implica que yo les dé a los chicos un desafío cuya
respuesta aún no tengo definida, o que las respuestas puedan ser varias. El
docente primero tiene que conocer a los alumnos con los que está trabajando,
conocer el aula, ver qué potencialidades tienen los alumnos. Además, generar
un entorno de confianza y de apoyo recíproco, donde todos puedan
opinar tranquilamente, donde nada de lo que se diga va a recibir burlas, sino
que será un punto de partida para que surjan ideas. Por otro lado, fortalecer
el trabajo en equipo.
Los chicos toman determinados riesgos, hay cosas que no sabemos si van a
salir bien o mal. Ahí entra otro concepto del ABP: desterrar el miedo
al error. El error es un punto para seguir avanzando. Es todo un proceso de
razonamiento, reflexión, relacionar diferentes conocimientos, integrar teoría y
experiencia, trabajo colaborativo. En ese proceso, se resuelven muchos
conflictos que tienen que ver con las relaciones de los chicos. Además,
cada proyecto lo podemos encarar desde el enfoque tecnológico, desde lo
ecológico, lo económico, lo social, lo cooperativo.
Lo más importante es escuchar a los estudiantes y estar abiertos a las
propuestas de ellos. Por eso el docente tiene que estar predispuesto para
trabajar de esa manera, respetando los tiempos de los chicos.
Muchas veces por ansiedad les resolvemos las cosas, pero hay que dejar que
ellos renieguen, se equivoquen y vuelvan a hacer.
Al comienzo es difícil, porque cuando la idea no está definida, parece
un caos, una nebulosa de ideas distintas, no sabemos para dónde ir. Yo digo que
los docentes tenemos que pactar con el caos para trabajar en ABP. Hasta que
encontramos el eje, el objetivo y por dónde marchar. Y después ellos solos
llevan adelante la clase. A mí me han llamado alumnos un domingo a la noche
para decirme: “May, mañana que tenemos que hacer esto porque nos falta el
análisis de absorción de líquido de los adoquines, que se hace así”. Y yo les digo:
“Perfecto, mañana la clase la dirigís vos”. Así fuimos andando este proceso. Les
damos confianza en ellos mismos, ven que cada aporte que hacen sirve para
nuestro proyecto y colabora con el grupo. Cuando lo lográs, es hermoso verlos a
ellos empoderados.
–También requiere de parte del docente y de los directivos cierta
flexibilidad en cuanto al currículum, ¿no?
–Totalmente. Y comprender que los chicos aprenden distinto, y
aprenden diez veces más. Estaba leyendo La educación en un mundo
líquido, conversaciones de Riccardo Mazzeo con Zygmunt Bauman. Ahí hablan
de qué tan importantes son los contenidos, si los conocimientos se van
modificando. Yo tengo que estar preparada para adaptarme a los cambios del
mundo, y ser flexible para darme cuenta de que lo que yo sé puede ser refutado.
Es muy difícil hacerles entender esto a docentes que se formaron en una escuela
muy rígida, basada en contenidos y planificaciones cerradas.
Con los alumnos hicimos adoquines descontaminantes del aire,
una experiencia que impulsamos con una tutora investigadora que había hecho su
experiencia en Holanda. Ella me mandó el material para que trabajara con los
chicos, y para mí era chino básico. Pensé: me tengo que poner a estudiar. Pero
decidí trabajarlo con los chicos, entonces lo fuimos descubriendo juntos. Diego
Golombek habla del “no sé inteligente“, me encantó esa definición: no es
“no sé” y no avanzamos, sino “no sé” y vamos a hacerlo juntos, a buscar,
investigar. Ahí aparece el ABP: enseñarles competencias y herramientas
para que los chicos puedan solos después encontrar su propio proyecto de vida.
Que ellos vayan descubriendo para qué son buenos, en qué tienen habilidades y
fortalezas. De esa manera, reconociendo las inteligencias múltiples, nadie
queda excluido de la escuela.
Ese proyecto recibió muchos premios. Nos presentamos en la feria
nacional de ciencias y salimos premiados, no me podían creer que eran alumnos
de segundo año porque el nivel era altísimo. Las evaluadoras me decían:
“Tuvimos que estudiar para poder evaluarlos”. Al año siguiente, recibimos un
premio del Conicet, otro de la Universidad Nacional del Litoral a jóvenes emprendedores.
Hoy estamos trabajando con el municipio para que esto sea un emprendimiento
local. Algunos ex alumnos siguen trabajando en el proyecto porque están
comprometidos. El alcance que puede tener la educación cuando la
encaramos de esta manera no tiene límites.
–¿Cómo te imaginás la escuela post pandemia? ¿Qué te gustaría que
cambie, y qué no?
–Vamos a extrañar mucho la escuela con los vínculos antiguos, reunirnos
y abrazarnos. Espero que eso algún día se recupere. Lo que más
extrañamos es el contacto humano, esas cosas distintas que pasan en la
escuela y que no las voy a encontrar en ningún libro.
Creo que lo que llegó para quedarse es desestructurar un poco la
escuela. El trabajar por proyectos, integrando las distintas materias. Las nuevas
tecnologías también llegaron para quedarse. Los chicos me dicen:
“¿Podemos seguir presentando las cosas en Classroom?”.
Otra cosa que la pandemia dejó en evidencia es que los docentes
tienen que capacitarse permanentemente, como en cualquier profesión. En las
escuelas una escucha: “A nosotros no nos formaron para esto”. Siempre discuto
con mis compañeras de trabajo: uno tiene que seguir preparándose para los
nuevos desafíos. Los chicos que tenemos hoy en el aula no son los mismos que
teníamos hace 20 o 30 años.Tenemos que prepararnos para que esos chicos
aprendan.
Es la sociedad líquida de la que habla Bauman: todo se
transforma con tanta rapidez que, si no estamos preparados para adaptarnos, nos
quedamos afuera. La escuela tiene que preparar a los chicos para adaptarse,
en vez de darles tanto contenido, que está disponible con un clic en el
celular. En ese sentido, algo bueno que nos va a dejar la pandemia es que nos
puso a repensar qué estábamos haciendo.
Por Alfredo Dillon
Fuente
No hay comentarios:
Publicar un comentario