viernes, 29 de mayo de 2020

Carta a las maestras y maestros por la pandemia


  • El reto más trascendente no es concluir el ciclo escolar o agotar los programas de clases. Es más profundo: aprendamos de las circunstancias, trabajemos juntos, aprovechamos los recursos y valoremos el privilegio de la vida.

Cuando preparo las notas para esta colaboración leo que los rectores de las universidades públicas y privadas de México decidieron que el actual ciclo escolar no volverá a las aulas. Acordaron también que cada institución decidirá estrategias para la conclusión y evaluar a los estudiantes, atendiendo a las condiciones diversas en sus posibilidades de acceso a tecnologías y equipos; heterogéneas en un país enorme y asimétrico, con más de la mitad de la población en pobreza y miseria. Recientemente, el gobernador del Estado de Jalisco, uno de las más importantes por demografía, economía y política, decretó el fin del año escolar presencial.

Decirle adiós a las aulas es un acto responsable. Las escuelas son espacios donde explotan las ideas, la inspiración, donde se desarrollan los lenguajes, el pensamiento y la belleza, pero también son focos inigualables de infección en situaciones como las que ahora sufre el mundo.

Decirle adiós a las aulas es un gesto aplaudible cuando todavía siguen creciendo los infectados y las muertes se acumulan dramáticamente. Pero tenemos que seguir aprendiendo. Los maestros debemos procurar las estrategias, contenidos y actividades relevantes (subrayo, relevantes) para que los estudiantes consigan aprendizajes. Pero solos no pueden; el trabajo docente es siempre en equipo, hoy está más claro que nunca.

Los retos son colosales: México perdió décadas con experimentos fallidos en distintos gobiernos federales. La inversión millonaria tendría que haberse reflejado en mejores resultados. Si así hubiera sido, la pandemia nos habría tomado un poco menos desprovistos. Pero no hay tiempo para lamentos ni reproches, no ahora; solo nos queda intentar un esfuerzo inusitado para que los niños y jóvenes individualmente, y las instituciones y sistemas educativos aprendamos de la contingencia. La oportunidad de aprendizajes es extraordinaria.

Es posible educar en cuarentena, nos contaban en un seminario web hace algunas semanas dos expertos: Mariano Narodowski desde Argentina, y Mariano Fernández Enguita, desde España.
Un peligro que nos acecha es tratar de trasladar la rutina del aula a la casa. La casa no es el aula, y la experiencia del aprendizaje en casa no puede equipararse a la rutina de la escolarización. Educar en contingencia sanitaria es un desafío pedagógico inédito.

El primero de los retos que tenemos enfrente es el del acceso al mundo digital. El baile de cifras respecto al equipamiento tecnológico revela las disparidades entre niños, familias y escuelas. Si no todos tienen acceso a computadoras e internet, ¿cómo circularán las tareas, los contenidos, los programas de la casa de las maestras y maestros a la de los niños? Pero también entre los maestros hay desiguales accesos y usos.

Entonces se vuelven importantes dos tecnologías que en México se habían olvidado de la buena educación, en general; la radio y la televisión. Televisión y radio pueden jugar un papel crucial, que no sustituirá al mundo dominante de las otras tecnologías, pero podría ser un puente para que unos niños no se queden varados en la otra orilla.

El gran reto, para mí el más importante, es pedagógico. El proyecto educativo. La Secretaría de Educación Pública lanzó una estrategia nacional de educación a distancia sin probarse previamente, montada sobre dos gigantes del mundo tecnológico: Google y YouTube. ¡Quién diría que serían los vehículos sobre los que oficialmente se acercaría la instrucción a los niños mexicanos que tengan esa posibilidad!

Seguramente la experiencia tendrá buenos resultados en algunas escuelas; en otras, menos buenos, y en algunas, inevitablemente, malos o desastrosos. Dependerá de distintos factores. A la tecnología y al proyecto debemos sumar dos ingredientes: la actitud y preparación de los maestros, así como la voluntad y posibilidades en el hogar.

La pandemia es campo para aprendizajes de otra naturaleza, esos que llamaríamos “para la vida”, que es así como tendría que ser toda la educación. Porque la educación siempre tendría que prepararnos para la vida, porque las matemáticas, la historia, la literatura, la educación física o las ciencias tienen ese sentido final.

Cambio de tema para soñar un poco.
Quisiera pensar que cuando pase la cuarentena el campo pedagógico no quedará como las playas después del tsunami; o las casas, luego del terremoto.

Quiero imaginar que la pandemia desafió lo mejor de las maestras y maestros; que no lo vieron como más trabajo, sino como oportunidad para aprender enseñando, y mientras enseñaban, dándose cuenta de su ignorancia, trataron de remediarla.

Deseo que las maestras y maestros que habían perdido la ilusión que los llevó a una escuela por primera vez, la recuperen ante la necesidad de lograr que sus estudiantes, lejos, en otro lugar, sin muchos recursos, puedan aprender de forma significativa.

Me gustaría que los maestros en la secundaria o el bachillerato descubrieran que estudiar biología, química o ciencias puede despertar más interés ahora, para entender el funcionamiento del cuerpo humano, de las enfermedades, de las vacunas, del trabajo científico.

Que es un buen momento para entender la geografía, la historia de China y universal, o las disparidades delirantes en el país más poderoso del mundo, cuyo centro financiero, Nueva York, se derrumba por un bicho invisible.

Es un buen momento, también, para estudiar con las palabras generadoras de Paulo Freire, a partir de las cuales se analice una realidad y se aprenda uniendo textos y contextos; palabras como virus, solidaridad, globalización, transmisión, tecnologías, salud, cambio climático, humanidad.

Es el momento más apremiante que nos tocó a las generaciones de hoy. Un momento que nos exhibe en nuestra vulnerabilidad y que hace tener más claro que nunca, que los pueblos de la tierra, por encima de banderas y fronteras, nos necesitamos para la sobrevivencia.

Que es el mejor momento para desarrollar las emociones y valores de la solidaridad, la generosidad, el cuidado del otro, la responsabilidad por lo colectivo, la alegría, la resiliencia, el amor.
El reto más trascendente no es concluir el ciclo escolar o agotar los programas de clases. Es más profundo: aprendamos de las circunstancias, trabajemos juntos, aprovechamos los recursos y valoremos el privilegio de la vida.

La cuarentena no debe ser pretexto para que profesores y directores llenen reportes y evidencias para informes institucionales inútiles. O para recargar de tareas y tareas y tareas a los estudiantes.

Hoy más que nunca resuenan potentes aquellas palabras del maestro Paulo Freire: la educación tienen que ser una aventura, un desafío, no una canción de cuna, ni la tortura que perjudicará a los que menos tienen y más necesitan.



Por
Juan Carlos Yáñez
Fuente

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