El objetivo del neoliberalismo emocional, que
algunos denominan “neuroliberalismo”, es el refuerzo del yo, su mejor
adaptación a la realidad competitiva. Mientras olvida lo que le ocurre al resto
de las personas.
Analizaba en el anterior artículo Pedagogía
del egoísmo y neoliberalismo emocional la actual revolución
individualista que “normaliza”, naturaliza e, incluso, exalta las posiciones
ideológicas del “egoísmo” como una virtud y quiebra, además, la posibilidad
misma de una matriz comunitaria de solidaridad social.
Este neoliberalismo emocional no busca sólo la
conversión de los espíritus; pretende también la transformación de las
conductas. Esta es, en lo esencial, la función de los dispositivos de
aprendizaje, sumisión y disciplina, tanto económicos, como culturales y
sociales, que orienta a las personas a “vivir y gobernarse” bajo la presión de
la competición, de acuerdo con los principios del cálculo del máximo interés
individual.
De este modo se ordena al sujeto que se someta
interiormente, que vigile constantemente sobre sí mismo, que trabaje sobre sí
mismo con el fin de transformarse permanentemente, de conseguir una mejora de
sí, de volverse cada vez más eficaz en conseguir resultados y rendimientos. La
economía se convierte en disciplina personal. El sometimiento del deseo exige e
instituye el deseo por el sometimiento.
Surge el ‘doer’. Ser ‘doer’ se convierte en
tendencia. El ‘doer’ es una persona luchadora que consigue lo que quiere y no
le importa sacrificarse hasta límites insospechados porque su meta es lo
primero. Es la actual figura heroica de la nueva “clase trabajadora”, porque
aguanta sin dormir y a base de cafeína para trabajar como si fuera dueño de la
empresa, pero cobrando como un becario, o incluso pagando por trabajar y
adquirir experiencia laboral. Una nueva forma de convertir la explotación y la
pobreza en una manera de ser emprendedor y superarse a sí mismo.
El coaching, al pensamiento positivo,
la programación neurolingüística (PNL), el análisis transaccional y múltiples
procedimientos vinculados a una escuela o un gurú, son las medicinas y técnicas
neuroemocionales que ayudan al emprendedor, al ‘doer’, a conseguir un mejor
dominio de sí mismo, de las propias emociones, del estrés, de las relaciones
con clientes o colaboradores, jefes o subordinados. El objetivo, por tanto, de
este neoliberalismo emocional, que algunos expertos denominan
“neuroliberalismo”, es el refuerzo del yo, su mejor adaptación a la realidad
competitiva. Saberes psicológicos, con un léxico especial, autores y autoras de
referencia, métodos particulares, modos de argumentación de aspecto empírico y
racional y un ingente negocio pseudoeducativo que se introduce en todos los
campos de la educación.
La fuente de la eficacia está en el interior de uno
mismo, asegura el “pensamiento positivo”. Los problemas, las dificultades, se
convierten de este modo en una auto-exigencia, pero también en una
auto-culpabilización, ya que somos los únicos responsables de lo que nos
sucede. De hecho, las “crisis” se convierten en auténticas oportunidades de
demostrar la valía personal y la capacidad de recuperación, como en los reality
shows tipo “El jefe infiltrado” o “Pesadilla en la cocina”, o en los spots
publicitarios. Nos envuelve y nos enseña a vivir la servidumbre como si fuera
una actividad liberadora. La misión de la vida se convierte en tener “éxito” y
demostrar constantemente que se ha triunfado; nada puede impedir conseguir los
sueños; no hay excusas.
En un panorama laboral y social fragmentado y
competitivo, con una precariedad que mantiene a la mayor parte de la población
al borde del precipicio, la ideología de la automotivación, junto con el
consumo de psicofármacos (su consumo se ha triplicado desde que comenzó la
crisis), hace hoy la función de lo que ayer era el capataz que vigilaba el
destajo en la fábrica. Hoy es el propio deseo, acoplado al deseo del capital,
que, junto con el miedo a quedarse atrás y solo, coloniza la mente colectiva.
Son “los juegos del hambre” revestidos con lenguaje de coaching.
Se busca así crear ciudadanía “liberada” de
cualquier obligación moral vinculada al sentimiento de solidaridad colectiva.
Como en las nuevas reformas laborales, donde es el trabajador o la trabajadora
individualmente quien tiene que negociar con su empleador las condiciones de su
contrato, eliminando el respaldo colectivo que se consiguió hace años a través
de los sindicatos. Se trata de darles “opciones individuales” para que elijan.
No se pretende pensar en el bien común, sino en la ventaja de la elección
personal que se puede conseguir.
Bajo el pretexto de las “opciones en libertad”, el
funcionamiento del sistema lo que tiende a generar es cálculo y egoísmo. Ya no
se trata de mejorar lo colectivo con el esfuerzo común pensando en el bienestar
de la comunidad, sino en la capacidad y el talento individual de elegir con
acierto la mejor oportunidad para cada persona. Se ha impuesto socialmente así
el principio ‘neodarwinista’ en esta competición a la que nos empujan
constantemente para conseguir la mejor elección, donde “el ganador se lo lleva
todo”.
Esta deriva neoliberal está corroyendo
efectivamente los fundamentos del proyecto de educación pública entendida como
un derecho básico y esencial desde el nacimiento y a lo largo de toda la vida.
Frente a la concepción de una educación pública como la garantía del derecho
universal a la educación en condiciones de igualdad y democracia, dado que es
la que más y mejor asegura la igualdad y la convivencia democrática de personas
con distintas procedencias socio-culturales; y, por tanto, la que mejor
contribuye a la equidad y la cohesión social. Se alza, ahora, un modelo
educativo que, efectivamente, orienta a las personas a formarse bajo la presión
de la competición, de acuerdo con los principios del cálculo del máximo interés
individual: itinerarios, reválidas, rankings, selección, esfuerzo,
excelencia, competitividad, rendimiento, etc., etc.
Así vemos, como un escaso contrato social,
conseguido tras la segunda guerra mundial, con la lucha de la clase obrera, en
una zona muy restringida de Europa, y durante un brevísimo período de tiempo,
está siendo rescindido, sin siquiera preaviso. Están desapareciendo de forma
fulgurante los mecanismos de protección colectiva, que denominamos Estado
Social o de Bienestar, sin apenas alarma social o protestas colectivas
significativas, dopados con el prozac y el fútbol televisado, asumiendo la
precariedad y el saqueo como ritos habituales a los que hay que someterse para
esperar un día quizá “prosperar” y enseñándonos de esta forma a asumir, incluso
desear la servidumbre.
La corrosión del carácter se va instalando en
nuestra conducta, al igual que se acomoda la impunidad en el imaginario
colectivo, como línea inalterable de continuidad. Ya ni siquiera el horror del
genocidio de los refugiados, o de la masacre continuada en Gaza, el Sáhara o
Yemen, o la violación y asesinato constante de mujeres conmueven a una sociedad
europea occidental, que vive para sí misma y sus deseos impulsados por la
increíblemente lucrativa industria de la publicidad. Mientras la extrema
derecha se asienta en los parlamentos de buena parte de la Unión Europea y se
acuerda crear “guantánamos” como respuesta a la crisis de las personas
refugiadas.
Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/blog/2018/07/17/pedagogia-del-egoismo-y-neoliberalismo-emocional-2-3/
Por
ENRIQUE DÍEZ GUTIÉRREZ
Profesor de la
Facultad de Educación en la Universidad de León.
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