El fracaso escolar es un fracaso social,
no individual. Es esencial, y más eficiente, la potenciación de mecanismos
compensadores.
El fracaso escolar es un fenómeno que
provoca una indudable preocupación social, y es lógico que así suceda.
Constatar que tras una larga etapa de escolaridad básica y obligatoria hay un
porcentaje notable de jóvenes que no alcanzan los objetivos formativos
previamente establecidos puede y debe legítimamente considerarse un fracaso, no
solo de ellos mismos, sino también de nuestro sistema educativo. De hecho, buena parte de las discusiones
que tienen lugar en torno a este fenómeno se refieren a la medida en que debe
considerarse un problema individual, social o del propio sistema educativo.
Quizás convenga señalar antes de seguir
adelante que está lejos de existir un acuerdo general acerca de qué debe
entenderse por fracaso escolar. La
frecuente utilización mediática del término no hace sino agravar los
malentendidos en torno al mismo. Con
ánimo de clarificación, cabe distinguir tres fenómenos que suelen englobarse
bajo esa denominación. El primero consiste en la ausencia de titulación al
finalizar la educación básica, circunstancia que cierra muchos caminos
posteriores a quienes la sufren, no solamente en el plano académico sino también
en el profesional o en las posibilidades de inserción laboral. El segundo,
normalmente denominado abandono escolar temprano, representa la
salida del sistema educativo por parte de muchos jóvenes sin haber llegado a
obtener una titulación postobligatoria, considerada cada vez más en el ámbito
internacional el nivel formativo mínimo que debiera tener cualquier ciudadano.
El tercero consiste en la obtención de resultados insuficientes en las pruebas
de evaluación del rendimiento llevadas a cabo por organismos nacionales o
internacionales.
Como puede apreciarse, no solo son
distintos esos tres modos de aproximarse al fracaso escolar, sino que también
lo son los instrumentos que se utilizan para cuantificarlos y las cifras
resultantes. No debe sorprender, en consecuencia, que el debate social y
mediático se centre muchas veces en las distintas facetas del fenómeno y en sus
cifras respectivas, lo que suele redundar en una mayor confusión y en la
ausencia de un diagnóstico compartido capaz de permitir la búsqueda de
soluciones realistas. Y es esa ambigüedad la que además impulsa a que las
responsabilidades sean prioritariamente atribuidas al individuo, a la sociedad
o al sistema educativo.
En mi opinión, la responsabilidad del fracaso
puede atribuirse en proporciones variables a todos y cada uno de ellos. No cabe duda de que hay personas
que son parcialmente responsables de su fracaso escolar, si bien hay que
reconocer que en su mayor proporción la responsabilidad recae sobre todo en el
entorno social y en el propio sistema educativo. Incluso puede atribuirse parte
de la responsabilidad del fracaso, por ejemplo, en el caso del abandono escolar
temprano, al sistema productivo, por mostrarse incapaz de demandar una mayor
formación a los jóvenes e incitarles a abandonarla en etapas tempranas.
No obstante, conviene señalar que el
debate en torno a quién tiene la responsabilidad (y cuánta) en la aparición del
fracaso escolar es poco productivo y no suele ayudar a resolverlo. Al
contrario, muchas veces tiende a enconar las posiciones. Más provechoso resulta
buscar vías de solución a los problemas planteados. Es lo que han hecho
diversas personas e instituciones, cuyas aportaciones nos han ayudado a enfocar
adecuadamente la cuestión. Y a este respecto no me resisto a recomendar la
consulta del informe titulado El fracaso escolar en el estado de las
autonomías, elaborado por el Colectivo Lorenzo Luzuriaga y
coordinado por Manuel de
Puelles (Las Rozas, Wolters Kluwer, 2012), que aborda de manera precisa y rigurosa el
fenómeno y propone vías para evitarlo.
Si hay algo que sobresale de la lectura
de ese informe, es que tras el fenómeno del fracaso escolar en sus diversas
acepciones subyacen factores tanto de carácter exógeno como endógeno al sistema
educativo. Si los primeros requieren políticas de largo alcance para
abordarlos, los segundos deben ser objeto de atención cercana por parte de los
educadores y los responsables del sistema educativo. Es en ellos en los que
tenemos que centrar nuestra actuación y nuestras políticas escolares.
A este respecto, hay que insistir en
que el fracaso escolar
no es una realidad que se produce de modo instantáneo, sino un proceso
paulatino y continuado de “desenganche”. Los malos estudiantes suelen comenzar por
plantear problemas de aprendizaje o de conducta, continúan repitiendo algún
curso y terminan abandonando tras superar la edad de escolarización
obligatoria, muchas veces sin haber obtenido la titulación correspondiente.
La práctica alternativa a ese proceso
de fracaso anunciado e inevitable, que como muchos países han demostrado
resulta mucho más eficaz, consiste
en esforzarse por detectar los problemas de aprendizaje, de conducta o de
cualquier otro tipo tan pronto como se manifiesten, para actuar de manera
específica sobre ellos en cuanto haya ocasión. La detección y la recuperación
resultan además tanto más eficaces cuanto más tempranas sean, sin esperar a que
los problemas se hayan enquistado. Nuestro sistema educativo ha tenido algunas
experiencias positivas de programas orientados en esa dirección, como puede ser
el caso de los planes de refuerzo, orientación y apoyo que con el nombre de
PROA se pusieron en marcha en 2005. La experiencia de éxito escolar que han
vivido muchos de sus beneficiarios, puesta de manifiesto en evaluaciones
rigurosas del programa, puede contribuir al cambio paulatino de nuestras
prácticas de recuperación, todavía insuficientes, para hacerlas más semejantes
a las que se llevan a cabo en otros países que experimentan un valioso progreso
educativo. Aunque la solución del problema del fracaso también exigiría introducir
cambios en algunos otros aspectos, como los relativos al modelo de titulación
al final de la ESO, la extensión de la educación infantil en las edades más
tempranas, la concepción menos enciclopedista del currículo o la renovación
metodológica de los procesos de enseñanza y aprendizaje, no cabe duda de que
hacer más
hincapié en la detección temprana, la prevención, el refuerzo y la recuperación debería ayudarnos a minimizar un
problema que atenaza a nuestro sistema educativo.
Fuente:
http://educacionabierta.org/el-fracaso-escolar-no-es-una-realidad-que-se-produce-de-modo-instantaneo-sino-un-proceso-paulatino-y-continuado-de-desenganche/
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