sábado, 28 de octubre de 2017

“INCONCEBIBLE”, TRES AÑOS SIN RESPUESTA POR AYOTZINAPA: CIDH

 A más de tres años de la desaparición de 43 estudiantes de la escuela de maestros de Ayotzinapa, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) y familiares de los jóvenes exigieron este martes al Estado mexicano respuestas sobre su paradero.

“Ya son tres años de dolor. Queremos verdad y justicia”, expresó Blanca Nava, madre de uno de los jóvenes estudiantes, durante el 165 período de sesiones de la CIDH que se desarrolla en Montevideo. Además dijo que debería dar “vergüenza” a los representantes del Estado mexicano la falta de resultados en las investigaciones del caso.
“Han fallado” y “están obstaculizando la investigación”, lanzó de su lado Emiliano Navarrete, padre de otra de las víctimas.
En tanto, desde la CIDH, el comisionado Luis Ernesto Vargas estimó “casi inconcebible” que haya pasado tanto tiempo sin establecer responsabilidades en la órbita del Estado.
El último fiscal designado para el caso, Alfredo Higuera, sostuvo que los familiares “tienen razón. Tres años es mucho” tiempo. El funcionario, que calificó el caso de “dramático y grave”, pidió a los familiares poder “trabajar cerca, unidos en lo posible” para saber “a ciencia cierta lo que les pasó a sus hijos”.
La audiencia, que tuvo lugar en el Congreso uruguayo en una sala repleta, es parte del seguimiento que la CIDH hace de esta desaparición masiva.
El caso de los 43 estudiantes, desaparecidos en Iguala, en el estado de Guerrero (sur) la noche del 26 de septiembre de 2014, cimbró a México con multitudinarias manifestaciones, además de desatar una condena general al gobierno del presidente Enrique Peña Nieto.
La fiscalía general concluyó que los estudiantes, que esa noche habían secuestrado autobuses de transporte para sus movilizaciones, fueron detenidos por policías corruptos que a su vez los entregaron a narcotraficantes, quienes los habrían asesinado y luego habrían incinerado sus restos que arrojaron a un río.
El grupo de expertos de la CIDH ha venido cuestionando esta conclusión al entender que no se sostiene en evidencia suficiente, y recomendó profundizar en otras líneas de investigación.


Fuente: http://insurgenciamagisterial.com/inconcebible-tres-anos-sin-respuesta-por-ayotzinapa-cidh/

lunes, 16 de octubre de 2017

NO DELATARÁS: ¿QUÉ HACER ANTE LAS MALAS PRÁCTICAS DOCENTES?

Lo que más hace que me cuestione mi trabajo son los adultos y su predisposición por acallar las malas praxis. ¿Hasta cuándo permitiremos que el “compañerismo” esté por encima de las buenas prácticas?


Los motivos para que alguien se plantee, e incluso decida, ser maestro, maestra, pueden llegar a ser muy dispares. Hay quienes fantasean con una clase en silencio, espaldas erguidas y ojos bien atentos al docente. Se imaginan a ellos mismo paseándose por la clase, dando un discurso que automáticamente se refleje en los cuadernos o en la resolución de una batería de ejercicios. Hay quienes visualizan un escenario totalmente antagónico: una clase en ebullición, donde el alumnado ha tomado el control de la clase, donde estos se mueven de un lugar a otro, accediendo a todos los rincones de la clase, gestionando y llevando a cabo el trabajo de manera autónoma. Otros se decantan por las risas frescas y espontáneas de los pequeños, por sus juegos y sus descubrimientos. Hay quienes han puesto su mirada en aquellos con más dificultades, aquellos a quien les tiembla la voz cuando se le hace una pregunta, o aquellos otros a quienes se les escapa la mirada por la ventana porque las paredes del aula y el retumbar de las voces en un espacio cerrado no les convence o agrada.
En las expectativas iniciales de cualquier profesor, es la relación (unilateral, bidireccional, etc.) con los alumnos lo que nos empuja hacia esta profesión. Son los alumnos y solo ellos, quienes están presentes en nuestro imaginario. Pero una vez dentro de la escuela, uno se da cuenta de que la realidad dista mucho de esto. Ser profesora o profesor implica por igual el contacto con estudiantes que con adultos, pero esto pocas veces se piensa, pocas veces se enseña o se explica.
¿Y qué implica esto? Implica muchas cosas; por ejemplo, que hay que consensuar el trabajo que se haga en el aula, la metodología, los contenidos, incluso los materiales. No existe una enseñanza “mía”, en tanto que, generalmente, hay que acordarla con lo que llamamos un “paralelo” (el profesor o profesora de la otra clase). Por no hablar de otros muchos más acuerdos que implican la línea general de una escuela. Con ello quiero decir que ningún profesor es totalmente “libre” ni dueño de la enseñanza que ejerce. En ocasiones puede ser beneficioso: trabajar al lado de alguien con quien se tiene afinidad, de quien se aprende y descubren cosas interesantes. Otras veces, sin embargo, nos encontramos trabajando, codo a codo, con la antítesis de nosotros mismos; con el antagonista de nuestras ideas, metodología e incluso principios.
El trabajo con los alumnos puede ser agotador: estar a su nivel de energía, estar en disposición y capacidad de manejar los distintos ritmos en el aula, resolver y afrontar los conflictos, problemas o dificultades que cada una de las personitas que habitan el aula puedan tener. Pero, personalmente, el desgaste más corrosivo al que me he enfrentado ha sido el de lidiar con compañeras y compañeros que me colocan ante disyuntivas morales y éticas que raramente se manifiestan o se abordan entre el profesorado.
¿Qué hacer cuando eres testigo de prácticas en el aula más que dudables? ¿Qué hacer cuando somos conocedores de actitudes que van en contra de la integridad y el respeto hacia los alumnos? Existe un pacto tácito de no delatar, de no acusar a un compañero/a; algo así como una “camaradería” entre profesores (también las existe en otros colectivos, como médicos o políticos, por ejemplo.), que te obligan a mantener en secreto cosas que te corroen por dentro; en pro de ese supuesto “respeto” que se deben entre sí los docentes.
Acusar a un compañero/a de estar haciendo cosas intolerables o, si más no, cuestionar su manera de tratar a los alumnos, por ejemplo, está mal visto en nuestra profesión. De todos modos, aunque una lo quisiera hacer, tampoco hay muchas alternativas. Dirigirse a dirección a contar lo visto es ser un delator. Si esto trasciende entre el claustro, serás apartada y mirada con recelo. También se te podrá tachar de altiva (¿quién se ha creído que es?). Dirección está, en este contexto, atada de manos: siempre será su palabra contra la tuya. Eso, si no se da el caso de que hacen aquello tan practicado entre nuestra sociedad: hacer la vista gorda. Al fin y al cabo, nadie es perfecto, este docente tiene plaza fija (habría que redactar un informe bien feo y desagradable, y eso es ser un traidor)… En fin, que nadie quiere enredarse en estos berenjenales.
La única (tampoco definitiva) opción, es que los alumnos hablen con la familia y que esta haga llegar sus quejas a dirección o inspección. En este caso, el profesor/a puede recibir un aviso. Pero seamos realistas, estamos hablando de trato, por lo que muchas veces ni los propios alumnos son conscientes de que están siendo menospreciados. Decirle a una alumna o alumno, literalmente, que su trabajo es una mierda, llamar idiota, vago, corto a alguno, preparar un mal examen y culpar al alumnado de su fracaso en vez de asumir las culpas, reñir a gritos… Si una da vueltas por las escuelas, se encuentra con cosas de estas.
Lo más desgastante y frustrante de mi trabajo es enfrentarme a toda la injusticia y al encubrimiento de esta que rodea el mundo de la infancia; a todo el abuso, digámoslo claramente. Lo que más hace que me cuestione mi trabajo son los adultos y su predisposición por acallar las malas praxis.
¿Hasta cuándo permitiremos que el “compañerismo” esté por encima de las buenas prácticas?


Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/blog/2017/10/09/no-delataras-que-hacer-ante-las-malas-practicas-docentes/
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