La evaluación del trabajo docente debe cumplir
algunos pasos, como no tener consecuencias laborales o servir para la búsqueda
e implementación de mejoras en la práctica.
La evaluación de la calidad de la educación ha aumentado su presencia en
los últimos años de manera muy notable. Han proliferado diversos sistemas de
calidad así como las pruebas externas de rendimiento del alumnado. Siguen
siendo, sin embargo, poco frecuentes las experiencias de evaluación de
la práctica docente, lo que no deja de sorprender ya que constituyen la
pieza esencial del proceso. Los factores de calidad del centro -liderazgo,
participación, comunicación, planificación de los proyectos pedagógicos- son
fundamentales en la medida en que favorecen las condiciones necesarias para que
los procesos de aula se desarrollen de la mejor forma posible. Pero la
influencia directa sobre los alumnos y alumnas se produce en la interacción que
tiene lugar durante las actividades de enseñanza y aprendizaje. Si no
llegamos a desentrañar la actividad diaria de la clase, difícilmente podremos
entender las causas de los resultados de aprendizaje de los estudiantes.
Es fácil, no obstante, comprender por qué se produce esta contradicción. El
aula se vive, al menos en nuestro sistema educativo, como un espacio
privado. Los docentes no estamos acostumbrados a que otras personas estén
presentes en nuestras clases. Por otra parte, nos cuesta entender que la
evaluación de la práctica que realizamos no es un cuestionamiento de nuestro
trabajo sino una herramienta para su mejora. La falta de cultura de
este tipo de evaluación lleva a vivirla como una amenaza personal. Hay que
tener en cuenta, por último, que valorar la actividad docente es más difícil
que evaluar otros procesos. No es de extrañar, por tanto, que sea una práctica
poco frecuente, que, sin embargo, cuando se lleva a cabo resulta de gran valor.
Poner en marcha un proceso de este tipo implica ante todo aclarar cuál
es su función: decir para qué queremos evaluar la actividad docente y qué se va
a hacer con la información obtenida. El uso fundamental es, sin duda, la mejora
de esta práctica. No se trataría por tanto de una vía para extraer
consecuencias laborales de la evaluación. Ese uso, si bien es por
supuesto legítimo, no tiene sin embargo por qué mezclarse con la función
formativa. Los docentes que se implican en un proceso de esta naturaleza deben
tener claro que no tendrá repercusiones laborales si queremos que confíen y
colaboren en su desarrollo.
Esta confianza implica asimismo utilizar un procedimiento que garantice
que la información recogida permite valorar la complejidad de la actividad que
realizan los docentes. Ello supone partir de un modelo explícito de buena
práctica y hacer converger distintas fuentes de información y técnicas de
evaluación tanto cuantitativas como cualitativas. Al definir las dimensiones
que van a ser objeto de análisis, se dibuja un modelo de buena práctica docente
que los profesores tienen que compartir como una meta deseable,
independientemente de que su tarea diaria se corresponda en mayor o menor
medida con él. Las prioridades que se establecen en el conjunto de las
dimensiones guiarán después el plan de mejora.
La evaluación debe recoger la perspectiva del conjunto de los
colectivos implicados en los procesos de enseñanza y aprendizaje: alumnado,
familias, responsables académicos y el propio docente. Por supuesto, no
todos ellos pueden valorar las mismas dimensiones, pero cada uno aporta una
visión específica y complementaria que contribuye a enriquecer la comprensión
de la práctica analizada. La valoración de familias y estudiantes suele hacerse
a través de cuestionarios, pero resulta muy valioso completarla, si es posible,
con algún grupo de discusión. El autoinforme que realiza el docente cuya
actividad se evalúa le ayuda a tomar conciencia y a sistematizar su propia
visión, que puede luego contrastarse con la que ofrecen el resto de los
instrumentos. La observación del trabajo en el aula, realizada por
expertos externos al centro o por otros compañeros cuando la cultura de la
evaluación se ha asentado en la institución- es una pieza esencial del
proceso de evaluación. La observación requiere de una guía elaborada a partir
de las dimensiones del modelo de buena práctica y resulta mucho más útil cuando
se completa con el análisis de los materiales y pruebas de evaluación que
utiliza el docente. Asimismo, es necesario recoger el punto de vista de las
figuras que coordinan los equipos de los que forma parte el profesor o
profesora cuya práctica se está valorando: director y/o jefe de estudios,
coordinador de ciclo o director de departamento didáctico. En este caso, la
técnica más adecuada sería la entrevista individual o colectiva.
Se trata, sin duda, de un enorme esfuerzo que sólo tiene sentido si la
información que se obtiene de esta multiplicidad de procedimientos se pone al
servicio de la elaboración de un Plan de Mejora. El apoyo a esta fase de
planificación es tan importante como el de la recogida de datos. Es ingenuo
pensar que un centro que no tiene tradición evaluativa y que está sometido a la
presión de falta de tiempo que caracteriza a todos los colegios e institutos
vaya a poder llevar a adelante la elaboración de un Plan de Mejora que
aproveche al máximo la evaluación sin un protocolo claro de actuación. Junto con
un cronograma realista, la clave está en combinar la reflexión
individual con la colectiva. Cada docente debe analizar sus resultados a la
luz del conjunto de los de su ciclo, etapa y/o departamento. Los datos
personales basta con que sean conocidos por el propio docente y la dirección
del centro. El resto puede presentarse en un informe con resultados globales. Todo
docente debe identificar dos o tres mejoras en su práctica y estas han de
analizarse con los compañeros de curso o etapa, configurando así un
Plan de Mejora conjunto.
El curso pasado, en los tres centros de FUHEM se llevó a cabo una
evaluación que reúne las características descritas, inserta en un marco más
amplio en el que se ya se contaba con información de los procesos de centro y
del rendimiento académico del alumnado. La valoración de los docentes del
proceso ha sido muy positiva. Consideran adecuados los procedimientos y creen
que la información recogida ofrece una imagen ajustada y les resulta útil para
mejorar su práctica. En este momento se encuentran inmersos en la elaboración
del Plan de Mejora con un apoyo constante y sólido de las figuras de liderazgo
del centro. Cuando a su vez se vayan evaluando periódicamente su puesta en
marcha, tendremos el indicador más valioso del grado en el que la evaluación
haya cumplido su función.
Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/blog/2017/03/29/la-importancia-de-evaluar-la-practica-docente/
Por: Elena Martín
Doctora en psicología por la Universidad Complutense de Madrid.
Catedrática de psicología evolutiva y de la educación en la Universidad
Autónoma de Madrid.
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