Sin lugar a dudas, la infancia tiene que ser el centro de la atención de
los planteles escolares y de la política educativa, pero no por ello pierde
prioridad la formación y actualización de los profesores.
¿Quiénes tienen la responsabilidad de lograr aprendizajes en los
alumnos? Los docentes.
Para institucionalizar la formación de maestros, se fundaron las
escuelas normales, con el fin de impulsar el desarrollo de la educación
primaria. Del siglo XIX al XX, las normales fueron consolidando sus funciones,
siempre acotadas por las políticas educativas en turno. Por ser instituciones
públicas no universitarias, han demostrado solidez y resiliencia ante los
cambios de cada política educativa o cada cambio de sexenio.
Pensemos en los primeros 100 años del normalismo. Se han hecho balances
y se ha acentuado el señalamiento por sus debilidades; asimismo, se omite la
mención de sus logros; por ejemplo, desde que se conforma la educación como
garantía individual en la Constitución de 1917, las escuelas normales son
instituciones que ya se venían haciendo cargo de la preparación de los
profesores. El normalismo alimentó la cobertura de educación primaria del siglo
XX en zonas urbanas, rurales e indígenas. Durante las transformaciones
educativas ocurridas a partir de 1940, las escuelas normales estuvieron a
disposición de cada generación de políticas educativas, y han tenido
modificaciones de acuerdo con las condiciones económicas del país y conforme a
las variantes demográficas que tienen efectos en su matrícula.
Alberto Arnaut ha hecho una revisión detallada de la profesión docente,
desde los orígenes del normalismo mexicano hasta las décadas recientes. En su
libro Historia de una profesión. Los maestros de educación primaria en
México, 1887-1994, ha realizado una exploración cronológica de la
formación docente, con clasificaciones históricas ancladas a sucesos o
documentos trascendentes. En su análisis va marcando la tendencia de la
política educativa para el magisterio hasta 1994. Sin embargo su análisis lo ha
continuado durante 20 años después, y se ha mantenido en el diálogo constante,
en foros y conferencias. Desde esa mirada, Arnaut nos recuerda los tres
elementos sustantivos de la formación docente: una formación general,
humanística, científica y social; una formación pedagógica y didáctica, y una formación
basada en la observación, reflexión y práctica en condiciones reales de trabajo
docente.
Hay que hacer notar que todas las carreras habilitan académicamente para
el ejercicio de alguna profesión, pero muy pocas mantienen una estructura
medular de práctica, como las facultades de medicina y las escuelas normales.
Esta fusión de teoría y práctica se ha modificado conforme a planes de estudio
de formación docente, pero en las normales siempre ha prevalecido la noción de
la práctica docente.
El servicio social es un requisito para todas las carreras, pero las
estancias de prácticas o prácticas profesionales se han asumido con carácter
optativo para muchas profesiones. Dichas actividades de práctica profesional
ofrecen a los alumnos oportunidades de validar su preparación. En el contexto
real se enfrentan a las necesidades para las cuales debieran estar preparados y
demandan de cada practicante un proceso de reflexión sobre su
profesionalización.
Esta es una de las principales ventajas que ofrece la formación docente
normalista. La aplicación de planes de estudio para educación básica demanda
coherencia para todo el sistema educativo, es decir, requiere líneas de acción
articuladas en tres sentidos indispensables: el modelo curricular, la formación
docente (para profesores de nueva generación) y la actualización del magisterio
(para habilitar a los maestros en servicio).
Desde antes de la Ley General del Servicio Profesional Docente habían
llegado, a educación básica, maestros que no tenían la formación normalista y
se percibían diferencias en su quehacer profesional. En el mejor de los casos,
en algunas escuelas se emprendían esfuerzos de acompañamiento entre profesores
para fortalecer las estrategias de enseñanza de los que no habían tenido
experiencia en prácticas docentes.
La experiencia emanada de normalistas, con prácticas profesionales como
antecedente inmediato a su egreso, ha sido uno de los elementos más valiosos en
el funcionamiento de las escuelas de educación básica. La reforma de Peña Nieto
abre la oportunidad para que muchos egresados de alguna licenciatura, sin
prácticas docentes en condiciones reales de trabajo, se hagan cargo de la
enseñanza en educación básica.
¿En qué se traduce todo esto? En un debilitamiento de la plantilla
docente, porque los prelados (sin formación normalista) tendrán que practicar en
su primer año de servicio, lo que tendrá serias repercusiones en los
aprendizajes de sus alumnos. Esto también representa una forma de
autosacrificio, ya que se está debilitando la veta normalista que alimentaba a
la educación básica. También se convierte en un reto para las universidades,
porque tendrían que generar líneas de acentuación profesional para que
cualquiera con título universitario tenga la preparación para poder ejercer una
plaza docente. Asimismo, es una desventaja laboral para los profesores
universitarios de nuevo ingreso, ya que el Servicio Profesional Docente no ha
consolidado su estrategia de formación continua, y las debilidades en los
profesores idóneos tendrán que ser atendidas de manera individual y no en forma
institucional.
El derecho superior de la niñez a una educación de calidad pasa de ser
una prescripción a una promesa no cumplida. Existen muchos ejemplos de que los
maestros idóneos saben contestar exámenes de oposición, pero no atienden con
eficiencia la compleja tarea de los docentes. Entonces, hay que recurrir a la
sabiduría popular para resaltar las diferencias: las prácticas docentes
normalistas hacen eficientes a los maestros.
Por: Alberto Sebastián Barragán
Fuente: http://insurgenciamagisterial.com/la-practica-hace-al-maestro/
No hay comentarios:
Publicar un comentario