Probablemente, todos los educadores coincidiríamos en el hecho que los
contenidos que transmitimos con afán a nuestros alumnos son cada vez más
inciertos. Nos enfrentamos a un cambio económico, tecnológico y, por
supuesto, social. Las profesiones y oficios de antaño desaparecen
eclipsados por nuevos perfiles profesionales que no podíamos ni soñar. En este
contexto debemos preguntarnos: ¿qué tenemos que enseñar?, ¿qué necesita
saber un alumno para incorporarse con éxito a la sociedad?
Nuestro
fin debería ser formar personas competentes, capaces de movilizar conjuntamente“habilidades
prácticas, conocimientos, motivación, valores éticos, actitudes, emociones y
otros componentes sociales y de comportamiento”(OCDE, 2000). Un reto
formidable. Podemos observar que los conocimientos solo son una pequeña porción
de este objetivo, por tanto, debemos de fijarnos unas metas encaminadas a
consolidar facultades como la atención, la memoria o la concentración, es
decir, proporcionar estrategias facilitadoras del estudio.
El
aprendizaje fundamental debe ser enseñar a aprender, es decir, enseñar
a pensar de forma estructurada: qué tenemos que aprender, cómo tenemos
que hacerlo y en qué fase de este proceso nos encontramos. Quizás alguno de
nuestros lectores puede estar preguntándose: ¿enseñar a pensar? ¿Pensar no es
una actividad natural? Les propongo que resuelvan este sencillo problema: Un
bate de beisbol y una pelota valen 1,10 euros. Si el bate cuesta un euro
más que la pelota, ¿cuál es el precio de la pelota? Un 50% de los
alumnos de Harvard fallaron la respuesta. ¿Y ustedes? Les sugiero que se
aseguren en este enlace.
Habrán
observado que el pensamiento automático no es siempre el más eficaz. Por tanto,
es un valor de futuro enseñar a pensar de forma estructurada, instruir en la
importancia de la autoregulación para conseguir un aprendizaje más eficaz
y duradero.
Vamos a
detallar algunas sencillas estrategias:
- Fomentar la autoestima del
alumnado: solo si el alumno cree que puede desarrollarse académicamente y
alcanzar los objetivos marcados, será capaz de enfrentarse al aprendizaje
con garantías de éxito.
- La motivación (a
poder ser intrínseca): los alumnos tienen que desear aprender, tienen que
estar dispuestos a esforzarse para conseguir un objetivo.
- La emoción:
solo si hay emoción puede haber aprendizaje, según nos demuestran los
últimos avances de la neurociencia.
- La clarificación terminológica:
asegurarnos que las palabras que usamos en clase tienen para los alumnos
el mismo significado que para nosotros.
- La metacognición:
es la reflexión sobre el proceso de aprendizaje y la mejor forma de
aprender. Se basa en la capacidad de reconocer el objetivo (qué aprender),
planificar el método necesario (como hacerlo), aplicarlo, comprobar su
eficacia, y validarlo como estrategia útil. Algunos métodos para
desarrollar esta competencia pueden ser:
- Bases de
orientación: resumen de los pasos que tenemos que seguir para resolver un
problema o actividad.
- Rúbrica: tabla con
doble entrada que permite pautar la tarea a resolver y, por otra parte,
graduar el nivel de aprendizaje. Podemos acceder fácilmente a bancos o
a generadores de rúbricas, como Rubistar.
- La autoevaluación
y coevaluación, mediante las cuales los alumnos toman conciencia de sus
aciertos y de sus errores.
Construir
un sólido esquema cognitivo es la mejor destreza que podemos proporcionar a
nuestros alumnos. El conocimiento no tiene fin, debemos entrenarles
para que no desfallezcan en este largo trayecto.
Por: Rosa Vásquez
Fuente artículo: http://blog.tiching.com/ensenar-a-pensar-el-aprendizaje-del-futuro/
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