Estaba tumbada en la camilla escuchando a Esther.
Hablábamos de lo que yo debía empezar a hacer, de las herramientas que eran
recomendables que pusiese en funcionamiento, de los pasos que tenía que dar.
Esther hizo un breve silencio, trago saliva y me dijo:
“Pero ya sabes que no debes iniciar este proceso
con esfuerzo, porque el esfuerzo solo conduce al fracaso”
Nada más escuchar aquella frase, no la entendí muy
bien, es más, pensé que se había equivocado porque año tras año, día tras día,
mis profesores, mis familiares, mis superiores se habían empeñado en decirme
justo lo contrario, se habían empeñado en decirme que “el esfuerzo es sinónimo
de éxito”. La miré fijamente a los ojos y le dije
“Esther, ¿te he entendido bien?, ¿estás afirmando
que el esfuerzo solo conduce al fracaso?”
A lo que ella me contestó que efectivamente no se
había equivocado.
La frase que me dijo Esther resuena en mi cabeza de
forma insistente debido al debate que está teniendo lugar en nuestro país con
respecto al tema de los deberes. Gracias al tremendo esfuerzorealizado
por la activista Eva Bailén, el tema de los deberes está ocupando
un papel central en los medios, lo que está provocando una reflexión nacional
sobre su eficacia y sobre la necesidad de su existencia. No quiero ahondar en
este post sobre mi posición sobre los deberes (si alguien le interesa este tema
puede consultar aquí), sino sobre el
significado que el término esfuerzo tiene dentro del contexto de la pedagogía
tradicional, así como el significado que en las pedagogías del siglo XXI
debería de tener.
En la pedagogía tradicional el
término esfuerzo tiene un significado muy concreto: está unido al dolor, al
sufrimiento, al malestar. A la “letra con sangre entra”, a la idea de que
adquirir conocimiento tiene que ver con la ansiedad, con el miedo, con la
evaluación; tiene que ver con procesos de violencia simbólica que acaban
haciéndonos identificar que la adquisición de conocimiento es un
proceso doloroso que solo es posible que le guste a gente rara,
a los empollones, a los geks. El resto de los estudiantes, es decir
el 95%,, son incapaces de identificar el conocimiento que se supone que
deberían adquirir en los contextos educativos con el placer. El placer está en
otro sitio, en Final Fantasy, en Juego de Tronos, en la amistad, pero de ningún
modo en el colegio o en el instituto, lugares absolutamente alejados de lo que
realmente les gusta.
Este falso vínculo entre esfuerzo y dolor, tal y
como dice Esther, solo puede conducir al fracaso, porque este esfuerzo mal
entendido solo produce resultados momentáneos, superficiales, cosméticos,
resultados que cesan con el tiempo, que no permanecen, que se olvidan. Como
pasa con las dietas. Realizamos grandes esfuerzos por perder unos kilos, somos
disciplinados, sufrimos y aguantamos el tirón. Y adelgazamos. Pero al cabo del
tiempo, los kilos vuelven, es decir, fracasamos, porque hemos abordado la dieta
mediante un proceso de esfuerzo doloroso en vez de aplicar un
proceso de esfuerzo placentero que desplazaría el concepto de
“dieta” consiguiendo que cambiemos de forma profunda nuestra manera de
alimentarnos, puede que para siempre.
Pero, volviendo a la educación, resulta que, dentro
de lo que denominamos la revolución educativa, las pedagogías
alternativas o la nueva educación, el término esfuerzo no puede significar lo
mismo. La neuroeducación nos dice que “solo se aprende lo que se ama”.
Según este principio, solo aprendemos aquello que nos produce placer,
porque el amor hacia algo, como ocurre con el amor hacia alguien, está
relacionado con la afinidad, con la pasión, con el entusiasmo.
Y es que cuando la adquisición de
conocimiento se vincula con el placer, el esfuerzo doloroso se
convierte en esfuerzo placentero y resulta que este último es
intrínseco en vez de extrínseco. El esfuerzo placentero nos
lo pedimos a nosotros mismos, no lo desarrollamos para contentar a los demás,
de tal manera que se convierte en un proceso natural, autodireccionado, que
desarrollamos de manera orgánica, lo cual no quiere decir que no incluya
factores como la perseverancia, el tesón o la disciplina. Lo que ocurre es que
todos estos mecanismos en cuanto los relacionamos con el placer, parece que se
diluyen, parece que tornan de forma. Y no es así en absoluto. Pensemos en
cualquier cosa que nos guste mucho hacer: seguro que somos capaces de hacerla
durante mucho tiempo, de hacer pausas y retomarla una y otra vez
(perseverancia), levantarnos temprano o acostarnos tarde, aguantar bajo la
lluvia, incluso entrenar una y otra vez (disciplina).
El esfuerzo placentero potencia
la disciplina, desarrolla la perseverancia, el orden, el tesón, la insistencia,
pero, y esto es lo más importante de todo, sin que nadie nos obligue, nos
castigue, nos haga sufrir. Desarrolla todas estas competencias tan
importantes para el proceso de aprendizaje de manera profunda y significativa,
no solo para aprobar el examen. Por todas estas razones, debemos recuperar el
placer como el motor de cualquier proceso de aprendizaje, tanto en la educación
formal como en la informal, tanto en el jardín de infancia como en la
universidad. Cuando acometemos los procesos con placer, el esfuerzo, la
perseverancia, la persistencia y la constancia aparecen de manera automática,
sin presiones ni dolor, llegan por la pasión, por el deseo, por el entusiasmo,
en vez de llegar por el miedo, por el dolor, las represalias o los castigos.
Y, por favor, no seamos simplistas y
pensemos que el placer en la educación solo puede tener lugar en las
disciplinas “locas” relacionadas habitualmente con las humanidades. No
pensemos que todo esto vale solo para los artistas y las filósofas pero que un
médico, un químico o una ingeniera han de rendirse al dolor para aprender. De
manera muy acertada, un amigo médico me comentaba hace unos días el sinsentido
del MIR, un examen “tipo test” que consigue que los futuros médicos de este
país lleguen a sus centros de destino sabiendo aprobar exámenes tipo test, pero
no sabiendo hacer mucho más.
Y es que Esther tiene toda la razón, el
esfuerzo mal entendido solo lleva al fracaso, nos lleva a mantenernos a
determinado nivel durante determinado tiempo, justo para pasar el examen, la
prueba, el control, pero, una vez pasado este proceso, aquello por lo que nos
hemos esforzado se evapora, como la dieta, porque no ha pasado a configurarse
como un proceso interno, autodirigido y apasionado. Si queremos que el
esfuerzo sea realmente sinónimo de éxito, debemos darle un significado nuevo,
un significado que nos remita al placer, a la efervescencia, al goce, de
manera que los deberes se conviertan en placeres y el proceso educativo en un
verdadero proceso de aprendizaje porque hoy más que nunca es necesaria una
cultura del esfuerzo, pero de un esfuerzo del siglo XXI.
POR MARÍA ACASO
Fuente: http://www.mariaacaso.es/deberes-no-placeres-si-el-significado-del-termino-esfuerzo-en-la-educacion-del-siglo-xxi/
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