Normalmente,
no se atribuye al profesor el rol de desarrollar la inteligencia de sus
alumnos, pero si pensamos en cómo es alguien inteligente, veremos que es quien
tiene buen pensamiento: asocia ideas, identifica patrones, resuelve problemas
creativamente, analiza las variables de una situación compleja, empatiza y
visualiza una situación desde otra perspectiva, argumenta, sintetiza, tolera la
incertidumbre cuando la solución no llega rápido, lee comprensivamente,
aprovecha los recursos de manera óptima, reflexiona y transfiere ideas entre
distintos escenarios.
Todas
estas habilidades se pueden enseñar en forma explícita en la escuela,
integrándolas en una asignatura. Por ejemplo, un profesor de historia puede
enseñar a sus estudiantes a analizar las causas de la Segunda Guerra Mundial y
luego a encontrar un patrón que explique las causas de otras guerras o
revoluciones.
También puede enseñar a sus alumnos a evaluar la confiabilidad de las
fuentes de información o a analizar críticamente las razones de Truman para
lanzar la bomba atómica. Si las habilidades asociadas a la inteligencia (o al
buen pensamiento) se pueden enseñar, entonces la inteligencia es “aprendible”,
modificable y, por lo tanto, incremental.
Carol
Dweck, profesora de la Universidad de Stanford, quien ha teorizado
exhaustivamente sobre estos temas, explica que las personas pueden tener dos
mentalidades respecto a la inteligencia: creer que es fija o creer que es
incremental.
De acuerdo
a sus investigaciones, aquellos que creen que la inteligencia es fija (que se
nace con ella y poco podemos hacer para incrementarla) tienden a atribuir sus
experiencias de fracaso a su escasa habilidad y asociarlos a una
debilidad ajena a su control (“yo soy así”, “todos en mi familia somos así”).
A su vez,
esto conduce a evitar las oportunidades que pueden conducirlos a fracasar, lo
que impide su aprendizaje posterior. Por ejemplo, si un niño de primero
básico se convence de que es “malo” para aprender matemática porque le falta
inteligencia y con eso se nace o no se nace, es muy probable que deje de
trabajar en clases y que, en consecuencia, sus resultados sean efectivamente
tan bajos como él espera. Este niño se siente de manos atadas, es “malo” para
los números y no hay nada que pueda hacer para evitarlo.
Por el
contrario, las personas que creen que la inteligencia es incremental tienden a
perseverar después de los fracasos porque consideran que el esfuerzo y la
práctica pueden conducirlos a aumentar sus capacidades y que mientras se
esfuerzan su cerebro está haciendo nuevas sinapsis, tal como lo demuestra Dweck
en uno de sus experimentos.
En el
mismo ejemplo, si este niño atribuyera sus bajos resultados en matemática a su
falta de estudio, y no a su falta de capacidad, entonces se esforzaría por
trabajar más hasta conseguir los resultados que sueña.
Creer de
verdad que la inteligencia no es algo fijo, sino algo modificable tiene
importantes consecuencias dentro de la sala de clases. Un profesor con
mentalidad de inteligencia incremental aplaude el esfuerzo de sus estudiantes
(“bien, se nota el estudio”), más que sus talentos (“usted es tan inteligente”)
y no etiqueta a sus estudiantes de acuerdo a los resultados que obtienen en la
prueba de diagnóstico (“no hay caso con este niño”), sino que está atento a lo
que necesita cada uno para conseguir resultados exitosos (“Juan necesita practicar
más la carrera con obstáculos”, “quizás Ana comprendería mejor la estructura de
un ensayo si participara en un debate”).
Tan
necesario como que los profesores se convenzan de que sus estudiantes pueden
aprender, es que tengan las herramientas para enseñarles. Todos los profesores
pueden potenciar la inteligencia de sus estudiantes, si han aprendido cómo
hacerlo. Este es un excelente desafío para quienes serán mentores de profesores
novatos y para quienes imparten instancias de capacitación docente.
Muchos
excelentes profesores han sido testigos de cómo cambia la creencia de los
estudiantes sobre su propia capacidad cuando viven la experiencia de que su
inteligencia es modificable.
“¿Sabe,
profe? Yo nunca había entendido cómo se ponían los tildes hasta ahora, trataba
de ‘achuntarle’ pero nunca me salía”. Descubrir que lo que siempre habían
considerado cierto de pronto se derrumba tiene consecuencias enormes para el
aprendizaje. Todas las barreras que los anteriores fracasos habían levantado se
desvanecen y en su lugar aparece un inmenso paraíso de posibilidades.El
estudiante que aprende lo que nunca creyó que aprendería se siente capaz de
aprenderlo todo. Qué importante es que encuentre en ese momento a otro
excelente profesor.
El debate
público ha tocado muchas veces el problema de la equidad en educación, el de
cómo brindarles a todos los estudiantes chilenos el acceso a las mismas
oportunidades. Creo que el principal factor de equidad es la promoción de la
inteligencia de nuestros estudiantes y la enseñanza de habilidades y actitudes
que harán de ellos ciudadanos pensantes y participantes, independientemente del
lugar en que hayan nacido.
Sabemos
que el talento se reparte sin mirar de qué material está hecha la cuna y que
las diferencias futuras se explican por cuánto se ha potenciado y pulido ese
talento inicial. Autores como Reuven Feuerstein y David Perkins han estudiado
estrategias de enseñanza que incrementan la inteligencia de los estudiantes y
fomentan su aprendizaje.
En Chile
hay también investigación y resultados en esta línea, por ejemplo, en el
trabajo de Cecilia Assael, miembro del Centro de Desarrollo Cognitivo de la
Universidad Diego Portales. Un estudio de la Universidad reportó que las
estudiantes que habían participado en su Programa de Enriquecimiento
Instrumental—basado en las teorías de Feuerstein—durante séptimo y octavo
tenían un rendimiento entre un 19% y un 41% superior a lo esperado para su
edad.
Para hacer
justicia a nuestros estudiantes, solo falta decidirse y demostrar consecuencia.
Hagamos que la promoción de sus capacidades sea verdaderamente prioridad en la
sala de clases. Los profesores podemos más y somos capaces de aprender, eso no
está en cuestión.
27 de julio de 2016 /
Por: Josefina Santa Cruz /
Fuente:
http://opinion.cooperativa.cl/