¿A qué se llama “inteligencia”? ¿Es desarrollable? ¿Cuáles son las distintas visiones sobre el tema? ¿Qué puede hacer la escuela? ¿En qué consiste la idea de una Escuela cono instrumento de cambio social?
En primer lugar, a modo de marco de referencia, comenzaremos
transcribiendo la definición del término inteligencia, del latín
“intelligentia”, según la Real Academia Española:
-Capacidad de entender o comprender
-Capacidad de resolver problemas
- Habilidad, destreza y experiencia
Así es como la define también Gardner, como una capacidad, y
añade que, además, se puede desarrollar. Es esto último un aspecto clave en
nuestra función como educadoras y educadores. Es importante tener en cuenta qué
concepción tenemos del constructo inteligencia y las implicaciones educativas
que del mismo se derivan, ya que incide en su posterior evaluación y
desarrollo. Este concepto se señala como crucial, puesto que si en algo hay acuerdo
es en la falta de acuerdo y en la existencia de polémica acerca del constructo inteligencia.
La teoría de Gardner se ve orientada como crítica hacia el
concepto tradicional de Inteligencia y al constructo IQ (Intelligence Quotient)
o Cociente Intelectual. En oposición a una visión reduccionista de la
inteligencia, el autor propone un enfoque de Inteligencias Múltiples. Define la
inteligencia como: “capacidad de resolver
problemas o de crear productos que sean valiosos en uno o más ambientes
culturales” (Gardner). El autor identifica ocho tipos de inteligencia, pero
no niega que puedan existir más (Inteligencia musical, cinética-corporal, lógico-matemática,
lingüística o verbal, espacial, interpersonal e intrapersonal. Posteriormente, este
mismo autor, incluyó una octava denominada inteligencia naturalista). No es nuestra
intención detenernos demasiado en esto; señalaremos simplemente que lo que Gardner
y sus colegas definen como inteligencia intrapersonal e interpersonal se
encuentra relacionado directamente con la inteligencia emocional. Es muy
importante que esta inteligencia sea desarrollada.
Antes de continuar vamos a definir, una vez más según la
RAE, qué se entiende por emoción: “alteración
de ánimo intensa y pasajera, agradable o penosa, que va acompañada de cierta
conmoción somática”. Tal y como señalan Gutiérrez Moar y otros, a lo largo
de la Historia han surgido distintos marcos teóricos sobre la emoción, lo que
ha conducido a la existencia de diversos enfoques: evolucionistas -biológicos,
psicofisiológicos, neurológicos, psicoanalistas, conductistas, cognitivos, etc.
Sobre las emociones se han escrito numerosas y variadas teorías; encontramos consenso
en algunos aspectos, aunque en absoluto manifiestan unanimidad, pues, como afirma
Rojas, “todos sabemos de ella, pero
cuando intentamos atraparla conceptualmente nos damos cuenta de su complejidad”.
Estamos de acuerdo asimismo con Luz de Luca cuando expresa que,
al hacer un examen, de poco sirve conocer todas las respuestas si los nervios
nos impiden contestarlas de forma adecuada. Lógicamente, no sólo basta con
mantener la calma para saber contestar las preguntas. Sin embargo, mientras que
normalmente invertimos mucho tiempo aprendiendo (y enseñando) las respuestas, no
solemos dedicarle ni un minuto a aprender (o enseñar) cómo controlar los
nervios.
Efectivamente, no se trata de evitar o negar emociones
consideradas negativas, sino de saber reconocerlas y utilizarlas lo más
“inteligentemente” posible. De hecho, todas las emociones son necesarias; en la obra Sedúcete para
seducir, de Eva Bach y Pere Darder, se explica de manera muy clara: “la melancolía se puede vivir con (un cierto)
placer, la tristeza puede ser de una gran belleza y el humor puede resultar
ofensivo. La rabia puede resultar constructiva y el amor mal entendido puede
llegar a ser destructivo”.
Enrique Rojas comenta en una entrevista:
La melancolía ha dado
lugar a no pocos genios y expresiones artísticas (…) el sufrimiento esculpe la personalidad
(…) la tristeza sólo es patológica cuando no es creativa, invita a la muerte y
hace emerger ideas de suicidio. Pero cuando te lleva a pintar, a escribir, a
crear sacando lo mejor de tu personalidad, entonces es positiva. Y ahí en medio
hay una frontera huidiza.
Por otro lado, muy relacionado con lo anterior, podemos afirmar
que nuestro sistema educativo no es neutro. No se presta la misma atención a
todos los estilos de aprendizaje, ni se valoran del mismo modo las diferentes
capacidades. La escuela es un reflejo de la sociedad, por eso no podemos olvidar
el contexto de postmodernidad y globalización neoliberal en el que nos
encontramos.
Frederic Jameson describe así el concepto de posmodernidad:
Un concepto marcador de
un período cuya función consiste en correlacionar la aparición de
características formales nuevas en la cultura con la aparición de un nuevo tipo
de vida social y un nuevo orden económico, al que a menudo se denomina
eufemísticamente como modernización, sociedad posindustrial o del consumidor, la
sociedad de los medios de comunicación o del espectáculo o capitalismo
multinacional.
Un poco más adelante escribe:
En algún momento
inmediatamente posterior a la II Guerra Mundial, comenzó a surgir un nuevo tipo
de sociedad (…). Los nuevos tipos de consumo; la obsolescencia planificada; un ritmo
aún más rápido de cambios de moda y de peinados; la penetración de la publicidad,
la televisión y los medios de comunicación, en general en la sociedad, en un
grado hasta entonces sin parangón; la sustitución de la antigua tensión entre
el campo y la ciudad, el centro y la provincia por el suburbio y la
estandarización universal; el crecimiento de las grandes redes de
superautopistas y el advenimiento de la cultura del automóvil son algunas de las
características que parecen marcar una ruptura radical con la sociedad prebélica,
en la que el modernismo era aún una fuerza subterránea.
Precisamente al hilo de dicho contexto, la Escuela es el
lugar idóneo para perpetuar la situación, contribuir a fomentar los intereses
del sistema capitalista o apostar por una Educación transformadora. Afortunadamente,
poco a poco las cosas están cambiando y son cada vez más las instituciones
educativas que están poniendo en práctica ideas que ofrecen una concepción
diferente de enseñanza -aprendizaje. Aunque aún queda mucho por hacer, “otro mundo es necesario, y además es posible”
(Ovejero). Tenemos que creer en la Escuela como instrumento de transformación
social.
Han pasado veinte años desde que se iniciara el estudio de la Inteligencia Emocional
(IE). Desde que los profesores Salovey y Mayer acuñaran por primera vez el
término IE hasta ahora, se han generado múltiples concepciones, produciéndose una
gran difusión del mismo por parte de Goleman con su conocida obra Inteligencia
emocional. Dicho autor enuncia que la Inteligencia Emocional
es “el conjunto de habilidades que sirven
para expresar y controlar los sentimientos de la forma más adecuada para
desenvolverse en el terreno personal y social”. Respecto a los tipos de emociones,
no se establece una clasificación cerrada, ya que existe una gran cantidad de las
mismas y , además, se encuentran entrelazadas. Goleman destaca como emociones
primarias la ira, la tristeza, el miedo, la alegría, el amor o la vergüenza y
el resto de las emociones como variantes de las anteriores. Por su parte,
Bisquerra distingue entre cuatro clases de emociones: emociones negativas (ira,
miedo, tristeza, vergüenza, etc.); emociones positivas (alegría, amor, etc.); emociones
ambiguas (sorpresa, esperanza, compasión, etc.) y emociones estéticas,
vinculadas a la admiración y al placer artístico.
Nos resulta esencial incluir otra posible clasificación de
las emociones:
La IE considerada una habilidad se define como la destreza
en el procesamiento de la información con contenido emocional y exige una evaluación
a través de instrumentos de ejecución o rendimiento (Mayer y Salovey). Mientras
que Mayer, Caruso y Salovey han intentado diseñar test psicométricos para medir
la IE como rendimiento, otros autores y autoras han empleado medidas de
autoinforme. Éstas han hecho surgir nuevas definiciones de la IE, que comprende
tanto factores intelectuales como personales, dando lugar a lo que se ha
llamado “modelos múltiples de la IE”
La IE como rasgo se define como una constelación de
disposiciones emocionales localizada en los niveles más bajos de la
personalidad y requiere de una evaluación basada en instrumentos de auto-informe
o auto-percepción. Las aplicaciones de la Inteligencia Emocional
tienen un fuerte respaldo científico logrado a través de numerosas
investigaciones.
Extraído de:
UNIVERSIDAD DE VALLADOLID
Facultad de Educación de Segovia
TRABAJO DE FIN DE MÁSTER INVESTIGACIÓN EN CIENCIAS SOCIALES.
EDUCACIÓN, COMUNICACIÓN AUDIOVISUAL, ECONOMÍA Y EMPRESA
INTELIGENCIA EMOCIONAL Y RESPONSABILIDAD SOCIAL EN EDUCACIÓN
PRIMARIA
Autora: Verónica Sancho Arranz
Tutora: María del Carmen Garrido Hornos
Muy buen artículo. Muy interesante. Sería bueno compartir ideas de cómo se puede promover el desarrollo de la inteligencia emocional en las clases. Yo sé que la trabajo bastante con las diferentes actividades que tenemos en clases de inglés, a la vez que promuevo el desarrollo de otros tipos de inteligencia, pero nunca he escrito sobre el tema. Lo he hecho desde la metodología que uso en clases. Saludos
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