¿Qué valores tienen
una gran presencia en nuestro momento y cuáles importa cultivar para generar
una ciudadanía activa? A mi juicio, podría hablarse de unos “valores
reactivos”, presentes en exceso, y de unos “valores proactivos” que, a mi
juicio, merece la pena cultivar. Los valores reactivos generan un mundo
reaccionario; los proactivos, un mundo creador. Esta publicación se ocupará de
los valores reactivos
Valores reactivos
a) Cortoplacismo
En nuestra época impera el corto plazo y eso imposibilita la
forja del carácter, que precisa del medio y largo plazo. El mundo de la empresa
es un buen ejemplo de ello, porque es preciso tomar decisiones ya, antes de que
las tome el competidor. No es extraño, pues, que se produzcan crisis
financieras, como la que se ha ido revelando poco a poco, desde que agentes
económicos desaprensivos tomaron rápidamente decisiones irresponsables, que
están perjudicando a todos, sobre todo a los más débiles.
La cultura cortoplacista impera en la toma de decisiones,
pero también en la forma de disfrutar de la vida. Lo explicaba con gran acierto Daniel Bell
en Las contradicciones culturales del capitalismo, al recordar cómo la
invención de la tarjeta de crédito cambió nuestras vidas, permitió consumir ya
y pagar a medio y largo plazo, con lo cual la estructura de nuestro tiempo
cambia y lo más importante no es apoyarse en el pasado para proyectar el
futuro, sino disfrutar el presente y aplazar los pagos para el futuro, a poder
ser ad calendas graecas.
La idea clásica del carpe diem (“disfruta el momento”) hace
que el presente se apodere de nosotros y perdamos, entre otras cosas, algo
esencial de nuestro horizonte: el arte de hacer promesas. Decía Nietzsche con
razón que el hombre es el único animal capaz de hacer promesas. Las promesas
son para el futuro, los compromisos y las responsabilidades son para el futuro.
Cuando el presente se pone en primer lugar y es casi el tiempo único, se van
perdiendo las nociones de compromiso y de responsabilidad. La responsabilidad,
como decía Kierkegaard, pertenece fundamentalmente al modo de vida ético, a diferencia del modo
de vida estético, que responde a ese carpe diem del disfrute ya, ahora, que
deja aparcada la promesa.
b) Individualismo
En las sociedades del mundo moderno impera el
individualismo. Sin duda, la modernidad es la era del individuo: en ella la
idea de comunidad se retira a un segundo puesto y emergen los derechos de los
individuos con toda su fuerza. Junto a esta emergencia del individuo, gana
terreno una forma determinada de entender la libertad: la libertad como
independencia, como no interferencia, lo que se ha llamado la “libertad
negativa”, que tan bien explicó Benjamin Constant en su célebre conferencia De
la libertad de los antiguos comparada con la de los modernos, como hemos
comentado. Lo que caracteriza al mundo moderno -dirá Constant- es poner en
primer lugar la libertad negativa, la libertad entendida como independencia,
como no interferencia: cada persona tiene derecho a un ámbito, en el que actúa
sin que nadie esté legitimado para interferir en él. Es, pues, una libertad de
hacer en ese ámbito y, a la vez, el derecho a que los demás le dejen hacer en
él. Esta es la forma de libertad que más aprecia el mundo moderno, la que adquiere
prioridad sobre las demás formas de entender la libertad. Muy
cercana a ella se encuentra la idea de libertad como libertad de consumir.
c) La era del consumo
Nuestro tiempo ha llegado a denominarse “la era del consumo”
y nuestras sociedades se caracterizan por ser “sociedades consumistas”, como
intenté analizar en Por una ética del consumo. En efecto, hemos llegado a creer
que una sociedad es más libre cuantas más posibilidades de consumo tiene; que
la posibilidad de consumir una gran cantidad de mercancías es la base de
información para calibrar el nivel de libertad de esa sociedad y su nivel de
felicidad.
Y, justamente, las poblaciones más vulnerables en este
sentido son niños y jóvenes, no solo porque están en camino de forjar su
voluntad, sino porque la presión de los grupos de edad sobre ellos es enorme.
En ese contexto es en el que se entiende el aumento del consumo de drogas, que
no solo se relaciona con la curiosidad por vivir nuevas experiencias, sino
también con la presión social y necesidad de reconocimiento en el grupo.
d) Ética indolora
Decía Lipovetsky en El crepúsculo del deber que la
nuestra es una época de ética indolora.
Las gentes están dispuestas a exigir derechos, pero no a pechar con las
responsabilidades correspondientes, no a asumir obligaciones. No interesa el
discurso de los deberes, repugnan los sermones, pero no por ello podemos
afirmar que estemos en una época carente de ética, porque la gente sí que exige
sus derechos 24. Pero, si los ciudadanos no asumen sus responsabilidades,
difícil será que vean protegidos sus derechos, por mucho que los reclamen.
e) Cambios que el
individualismo introduce en las familias
Es cierto que existen cambios estructurales en las familias
actuales y que estos cambios conllevan una gran cantidad de riesgos. Pero -a mi
juicio- el valor del individualismo, que se introduce también en las familias,
es el mayor valor de riesgo. Porque lo esencial en una familia, sea cual fuere
el tipo de familia, es que quienes entren a formar parte en ella, estén
dispuestos a asumir las responsabilidades por los demás miembros y por sí
mismos.
Y no deja de ser curioso en este sentido que en las
encuestas en que se pregunta a los jóvenes por sus valores, la familia resulte
ser el valor más apreciado 26. A fin de cuentas, es en ella donde los jóvenes
encuentran un lugar seguro, una salvaguarda económica, incluso la ayuda para
encontrar un puesto de trabajo. Pero en familias cuyos miembros estén
dispuestos a disfrutar de las ventajas y, sin embargo, no están dispuestos a
asumir las responsabilidades, los más vulnerables quedan desprotegidos.
f) La exterioridad
La exterioridad es uno de los grandes valores de nuestro
tiempo. Vivimos en un mundo volcado a la exterioridad, un mundo que ha perdido
la capacidad de reflexión. El “chateo” por internet, el teléfono móvil, los
blogs… hacen del intento de apropiarse de sí mismo por la reflexión algo
extraño. Y, sin embargo, la reflexión y la interioridad son fundamentales para
los seres humanos, sin ellos es imposible adueñarse de la propia vida y
apropiarse de sí mismo. Sin ellos acabamos expropiándonos, poniéndonos en manos
de otros o de otras cosas.
g) La competitividad
El valor de la competitividad no triunfa solo en la vida
económica, en la existencia de los tiburones y de los jóvenes ejecutivos, sino
también en la vida del arte, el deporte, en la necesidad de tener éxito por
encima de otros. Los juegos de suma cero, en los que lo que unos ganan lo
pierden los otros, son los habituales para ser un deportista o un cantante de
éxito. Emprender una lucha a muerte por el primer puesto es la opción que
parece insustituible por cualquier otra, con lo cual se rompen los vínculos
entre las personas, que ya solo se ven mutuamente como adversarias, como competidoras, no como
gentes con las que merece la pena cooperar.
h) Gregarismo
El hombre es un animal social, pero no debería ser un animal
gregario. Ser gregario es, como decía Nietzsche, ser animal de rebaño. El
animal de rebaño es el que carece de convicciones propias, el que busca ante
todo y sobre todo ser aceptado por el rebaño. Como decía Maslow, todos los
seres humanos tienen necesidad de ser aceptados por el grupo, esta es una
necesidad psicológica. Pero una cosa es la necesidad de ser aceptado en un grupo
y otra bien diferente la necesidad gregaria de buscar el calor del rebaño. En
un mundo gregario se desvanecen las convicciones, las propuestas ilusionantes,
y triunfan la reacción, lo políticamente correcto, el afán por alinearse con la
mayoría, el miedo a la
soledad. Es un mundo reaccionario.
i) La falta de compasión
La falta de compasión es uno de los valores negativos de
nuestro tiempo. Es verdad que la palabra “compasión” resulta dudosa, porque se
asocia con una cierta condescendencia de gentes bien situadas, que se
compadecen de las que se encuentran mal y les van a echar una mano.
Pero la compasión es padecer con otros en el sufrimiento y
en la alegría, y parece que en nuestra cultura hemos perdido el sentido de la
compasión por los que sufren y la capacidad de alegrarnos con los que
disfrutan. Hemos roto los vínculos, los que llevan a compadecerse del que está
en un mal momento, a regocijarse con el que tiene motivos de gozo.
Y, sin embargo, sin el sentido de la compasión es difícil
estimar el valor de la
justicia. No se valora la justicia, cuando no hay sentido de la compasión. El que no
tiene capacidad de compadecer al que sufre, de compadecer al vulnerable,
tampoco tendrá un paladar adecuado para apreciar lo justo. Y me temo que hemos
perdido nuestro sentido de la compasión y por eso nos falta también sentido de la justicia. Esta es
una de las ideas centrales de Ética de la razón cordial.
Extraído de:
Los valores de una ciudadanía activa.
Autora: Adela Cortina
EDUCACIÓN, VALORES Y CIUDADANÍA
Bernardo Toro y Alicia Tallone, Coordinadores
Metas Educativas 2021: la educación que queremos para la
generación de los Bicentenarios
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