martes, 6 de mayo de 2014

El desafío de construir ciudadanía y participación desde y para Latinoamérica

La ciudadanía no puede existir sin una real participación ¿Cómo construirla en los actuales contextos? ¿Qué significados puede asumir? ¿A qué se llama “Autonomía ciudadana”?


Reflexionar en torno a la participación y la construcción de ciudadanía en Latinoamérica obliga a plantear una serie de interrogantes, que visibilizan las limitaciones de las perspectivas de ciudadanía anteriormente analizadas.
El enorme reto que nos interpela es cómo elaborar una propuesta en la que la ciudadanía no resulte, como en los casos anteriores, un proyecto para pocos; cómo pensar en la ciudadanía de los sectores mayoritarios de la población, que se encuentran en situaciones de alta vulnerabilidad, de exclusión social y de asistencia pública; cómo generar participación en contextos de fuerte desvinculación, agudización de las formas de individuación negativas, profundo deterioro de la calidad de vida. En tal escenario, ¿cómo se construyen y se articulan la participación y la ciudadanía?, ¿cómo puede resolverse un proceso que parece ser circular?, ¿la participación viene con una ciudadanía madura o es esta un requisito para que la ciudadanía madure?

En el marco de estas reflexiones se asume que la ciudadanía se verifica no en su carácter adscriptivo, ni tampoco solo en su carácter sustantivo, sino en su carácter activo, es decir, en la participación real y efectiva y, en consecuencia, en la acción política. De tal manera, se considera que la exclusión política es la más injusta y la forma originaria de todas los tipos de exclusión, ya que es la que permite consolidar y reafirmar el statu quo, arrebatando toda posibilidad de influir para transformar la realidad que oprime y somete.

Por ello, reconocemos la relevancia y significatividad de la propuesta de Paulo Freire. Su concepción de la ciudadanía está dirigida a las masas, a aquel pueblo “sin conciencia” o bien a aquella sociedad sin pueblo, que permanece bajo de un estado de anestesia histórica, alienada, manipulada, dirigida externamente por otros actores, llámense élites gobernantes, Estado benefactor o mercado. Para este autor, ser ciudadano es ser sujeto de la historia, de la propia historia que se construye en primera instancia en la comprensión de la realidad de sometimiento, de deshumanización y negación de la ciudadanía. Y que requiere, en segunda instancia, del compromiso existencial y la responsabilidad para transformar la realidad opresora.

Para Freire, pues, construcción de ciudadanía y humanización son partes de un mismo proceso, por lo que no es posible subordinar aquella condición a cuestiones como el trabajo, la pertenencia a un pueblo, la posesión de un derecho o la afiliación política. La ciudadanía las supone y las trasciende, en tanto se trata una búsqueda permanente e inacabable de la completitud humana, de una acción emancipadora y transformadora del propio sujeto y de la realidad que lo constituye.

De este modo, la participación política habilita las posibilidades de una auténtica ciudadanía, la que se comprueba en la autonomía política. Este concepto, acuñado por Rousseau, introduce una definición de la libertad que va más allá del principio liberal y que permite dar cuenta del sentido de la ciudadanía en una democracia: lo que no consiste en poder hacer todo lo que no dañe a otro, ni en estarle permitido a uno todo aquello que las leyes del soberano no prohíben, sino en encontrar una forma de asociación que defienda con toda la fuerza común la persona y los bienes de cada asociado y por la que cada cual, uniéndose a todos, no se obedezca, sin embargo, sino a sí mismo.

La expresión de la voluntad general se verifica en el contrato social, que provee un procedimiento para la expresión de la voluntad a partir del presupuesto irrenunciable del consenso de los ciudadanos como criterio básico de legitimación del Estado democrático.

En este contexto el ciudadano se ubica en un rol protagónico en tanto interlocutor válido, del cual es imposible prescindir para la deliberación y la toma de decisiones sobre los asuntos públicos, esto es, como agente formador de opinión y de acuerdos sobre los aspectos a considerar por las políticas y los organismos técnicos del poder administrativo.

Habermas considera que el proceso democrático debe asegurar al mismo tiempo la autonomía privada y la pública, en tanto los derechos subjetivos que garantizan la posibilidad de una vida autónoma no pueden ser formulados adecuadamente, si antes los afectados no participan por sí mismos en discusiones públicas sobre los fundamentos de los aspectos más relevantes para el tratamiento igual y desigual de los casos típicos.

La autonomía privada de los ciudadanos iguales en derecho solo puede ser asegurada activando al mismo tiempo su autonomía ciudadana.
De este modo, se percibe que el ejercicio de la autonomía política es la única herramienta para modificar situaciones en términos estructurales, poniendo en cuestión el diseño de programas políticos tendenciosos, visibilizando las injusticias e inequidades históricas que plantean negaciones a la ciudadanía.

El concepto de autonomía política entrelaza, así, las posibilidades de participación genuina con la construcción de una ciudadanía emancipada, procesos que dependen, a su vez, de procedimientos y mecanismos que permitan su institucionalización. Para Habermas el estatus de ciudadano democrático dotado de competencias para elaborar leyes solo se puede fundar con la ayuda del derecho coercitivo:
No hay ningún derecho sin libertades subjetivas de acción reclamables jurídicamente que garanticen la autonomía privada de las personas jurídicas individuales; y no hay ningún derecho legítimo sin la legislación democrática común de ciudadanos legitimados para participar como libres e iguales en dicho proceso.



Extraído de:
Individuación y participación: tensiones en la construcción de ciudadanía.
Autora: Mercedes Oraisón
EDUCACIÓN, VALORES Y CIUDADANÍA
Bernardo Toro y Alicia Tallone, Coordinadores
Metas Educativas 2021: la educación que queremos para la generación de los Bicentenarios


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