Educar es en buena parte una tarea logística y que educar en
valores consiste esencialmente en crear condiciones. Estas condiciones deben
contribuir al hecho de que en nuestro proceso de construcción personal -que no
es solamente individual, sino que se da en la interacción con los otros-
aprendamos a apreciar valores, a denunciar su ausencia y a configurar nuestra
propia matriz personal al respecto. La tarea de educar en valores consiste, en
primer lugar, en crear condiciones que fomenten la sensibilidad moral en
aquellos que aprenden, a fin de constatar y vivir los conflictos morales de
nuestro entorno tanto físico como mediático. En segundo lugar y a partir de la
vivencia y análisis de experiencias que como agentes, pacientes u observadores
puedan generar en nosotros los conflictos morales en nuestro contexto, educar
en valores y para la ciudadanía ha de permitir superar el nivel subjetivo de
los sentimientos y, mediante el diálogo, construir de forma compartida
principios morales con pretensión de universalidad. Y en tercer lugar, debe
propiciar condiciones que ayuden a reconocer aquellas diferencias, valores y
tradiciones de la cultura de cada comunidad, que favorezcan la construcción de
consensos en torno a los principios básicos mínimos de una ética civil o ciudadanía
activa, fundamento de la convivencia en sociedades plurales. Estos principios
básicos se refieren a la justicia y son identificados por Rawls como igualdad
de libertades y de oportunidades, y distribución equitativa de los bienes
primarios.
La persona, en tanto que ciudadana, es sujeto de derechos,
deberes y sentimientos. La educación debe ofrecerle recursos para que sepa
exigir sus derechos, no conformarse con los silencios de quienes deben
responder, asumir sus deberes, sentir moralmente, participar activamente en la
comunidad de la que forma parte, reconocer al otro como interlocutor válido
para buscar lo justo y construir su vida buscando la felicidad en su comunidad.
Educar para la ciudadanía es formar personas con el objetivo de que desarrollen
el sentido de pertenencia a su comunidad y sean capaces de priorizar sus
acciones en función de criterios de justicia. Tal y como señala Adela Cortina, cada comunidad tiene tradiciones de vida buena, que los ciudadanos tienen
que asumir; pero además, un buen ciudadano debe saberse con otros en un
proyecto compartido de justicia y ser capaz de deliberar conjuntamente con los
otros sobre lo justo y lo injusto.
Por ello, en sociedades democráticas, el valor fundamental
que conviene promover es el pluralismo. Este concepto implica algo más que
respeto, tolerancia y que, incluso, tolerancia activa. El pluralismo es el
valor que nos permitirá profundizar en estilos de vida democráticos -a nivel familiar, social, laboral y comunitario- y el que
más puede contribuir a la construcción de nuestra comunidad iberoamericana, así
como, a través de ella, a la construcción de una comunidad global más justa y
equitativa. Apostar por el pluralismo como valor fundamental y fundamento de la
democracia significa apostar por un modelo de construcción de ciudadanía, así
como de educación ciudadana, basado en criterios de justicia; aunque también en
el reconocimiento del otro y en el valor del cuidado, en reconocer la memoria
como una fuente buena y válida en la construcción de nuestra identidad, y en la
defensa y profundización de estilos de convivencia intercultural y de
construcción de ciudadanía inclusivos. Una sociedad que entienda el pluralismo
como valor y que reconozca en igualdad de condiciones a todas las personas que la
conforman, es una sociedad que, además de reconocer los derechos de ciudadanía
a todos sus miembros, entiende que la ciudadanía es algo abierto y en
construcción.
Probablemente debamos comprender así a la comunidad
iberoamericana de la que formamos parte. No tanto como una madre o una patria,
sino como una cultura en construcción que reconoce las distintas memorias de
cada pueblo y nación, que lucha por la igualdad de derechos de todos sus
miembros, y que asimismo avanza hacia un modelo de convivencia intercultural
inclusivo y construido colaborativamente. Es la nuestra una comunidad que no
debería practicar un modelo de convivencia intercultural de corte
diferencialista, sino de carácter inclusivo. Que no debe preocuparse solamente
por una ciudadanía que garantice derechos y exija deberes a cada uno en su
lugar, sino que también debe preocuparse por formar una ciudadanía entrenada
para construir juntos sentido de pertenencia, nueva ciudadanía. Para ello,
conviene avanzar pedagógicamente en el marco de una perspectiva que integre la
construcción de modelos de vida basados en la libertad, la justicia y la
dignidad, con prácticas de aprendizaje y convivencia que permitan apreciar el
valor de la memoria, el de la empatía y la compasión -sentir con el otro y hacerme
cargo de él-, y el de la responsabilidad ética como fuentes de convivencia y
factores de transformación social y de construcción de ciudadanía. Supone
apostar por un modelo de ciudadanía activa y de sociedad democrática basado en
la colaboración, el apoyo mutuo, la compasión y la participación.
Extraído de
Educación y ciudadanía en sociedades democráticas: hacia una
ciudadanía colaborativaMiquel Martínez Martín
En
EDUCACIÓN, VALORES Y CIUDADANÍA
Bernardo Toro y Alicia Tallone
Coordinadores
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