A nivel
escolar, esta complejidad suele traducirse en insatisfacción, desconcierto, desmotivación,
indisciplina. Los medios de comunicación masiva se han hecho eco con reiterada
frecuencia de noticias y opiniones, en las que predominan situaciones teñidas
por la violencia en sus diversas manifestaciones, como conflictos, amenazas,
insultos, discusiones y agresiones, mostrando una escuela que aborda la
convivencia de manera paliativa antes que constructivamente. Sin embargo,
muchas de estas situaciones suelen sustentarse en lo inusual, en un carácter
excepcional, lo que hace conveniente dimensionar la problemática, para no
magnificar de forma unidimensional la conflictividad en la escuela. En función de
esta situación, muchos reclaman medidas más duras y represivas para su
tratamiento. Pero otros, en cambio, intentan instrumentar otras maneras, que
privilegian la prevención, el diálogo y la participación de toda la comunidad
educativa. Son docentes y escuelas que están convencidos de que mejorar es
posible y necesario, y apuestan por el aprendizaje de sus alumnos, por la
colaboración y el trabajo conjunto.
Distintos
autores indican que el afuera que cambia no puede no afectar lo que la escuela
hace y produce. Tenti Fanfani lo comenta, diciendo que todo lo que sucede
en la sociedad, se siente en la escuela. Cambian la familia, la estructura social,
la cultura, el mercado de trabajo, la ciencia y la tecnología, y, aunque la
institución escuela parezca conservar su formato tradicional, se produce un
cambio en algo que ya no tiene el sentido que tenía en el momento fundacional.
En otras palabras: todos los cambios estructurales que se registran en las
principales dimensiones de nuestras sociedades, tienen su manifestación en las
instituciones y prácticas escolares. En la escuela entran la pobreza y la
exclusión social, las culturas juveniles y adolescentes, la violencia, la
enfermedad, el miedo, la inseguridad, la droga, el sexo, el compañerismo, el
altruismo, la
amistad. Tenti Fanfani destaca que esta invasión de la
sociedad es una de las novedades de la agenda actual, novedad que pone en tela
de juicio muchos dispositivos y modos de hacer las cosas en las instituciones
escolares: el currículo, los métodos, los tiempos pedagógicos, las relaciones
de autoridad, los interlocutores... La creciente complejidad de nuestras
sociedades va complicando enormemente las demandas.
Paul Grice
explica que, para que la comunicación tenga lugar, los actores deben contemplar
lo que se denomina “principios de cooperación”, como la relevancia, la cantidad
de información y el modo de lograr mantener una relación dialógica o un
contexto semántico compartido. Solo respetando estos principios, los enunciados
pueden transformarse en comunicación. De no ser así, se convierten en ruidos
ininteligibles. La escuela y la familia hoy están llenas de estos ruidos.
Compartir un espacio de interacción no resulta fácil: basta pensar en las
culturas juveniles en relación con las cuales los docentes y los alumnos
parecieran hablar lenguajes distintos; así, a los maestros les cuesta
comprender el código de sus alumnos y a los alumnos les parece “fuera de onda”
lo que dice el profesor. El lenguaje y uso de las nuevas tecnologías puede
brindarnos otro ejemplo: denostados por uno, aliados del otro.
Esta invasión
de la sociedad como novedad de la agenda actual marca una diferencia acentuada
con respecto al momento fundacional de la escuela, en que esta era pensada como
un mundo separado, que reivindicaba para sí un carácter sagrado. Este lugar
aséptico, desproblematizado, se refleja en el modelo de institución que Lidia
Fernández ha denominado “cenobio”, que se caracteriza por una clara distinción
entre el adentro escolar y el afuera social. Esta delimitación de un “afuera”
contaminado y un “adentro” puro, en el que se hallaba el legítimo saber, era la
base para que la escuela trasmitiera valores que estaban por fuera de toda
discusión; la sociedad era un terreno de conquista, donde predominaba “la
barbarie”, mientras que en la escuela estaba “la avanzada de la civilización”.
Eran los alumnos los que debían adaptarse a la cultura y a las reglas de la institución. El
papel de las familias se reducía a brindar apoyo a las orientaciones emanadas
de la escuela, sobre la base de una autoridad incuestionable del docente.
Mucho de esta
situación ha cambiado. Más bien nos encontramos con que el monoteísmo de los valores va dando lugar
al politeísmo de las creencias.
Pero, además,
hoy la misma institución escuela se encuentra cuestionada y está lejos de
quedar fuera de toda sospecha. Por el contrario, se la puede incluir entre las
instituciones que generan desconfianza en los ciudadanos, para habilitar nuevas
posibilidades y compensar las diferencias que produce el desigual acceso a la
riqueza y la exclusión, que en grado creciente enfrentan nuestra sociedad. Más
aún, se la acusa de no poder garantizar aspectos que le son propios, como la
calidad de la educación.
No son pocos los estudios que muestran el círculo vicioso de
“a mayor pobreza, menor educación”, con lo cual se evidencia que la oferta
escolar más allá de su igualdad formal, no es homogénea y que, en muchos casos,
la misma escuela es quien refuerza las desigualdades existentes.
Extraído de
El desafío de la
convivencia escolar: apostar por la escuelaAlicia Tallone
En
EDUCACIÓN, VALORES Y CIUDADANÍA
Bernardo Toro y Alicia Tallone
Coordinadores